Elles, les
ˆames (...), sont malades
et elles
souffrent et nul ne leur
porte remède;
elles sont blessées
et brisés et
nul ne les panse.
Ruysbroeck
La luz mala se ha
avecinado y nada es cierto. Y si pienso en todo lo que leí acerca
del espíritu...cerré los ojos, vi cuerpos luminosos que giraban en
la niebla, en el lugar de las ambiguas vecindades. No temas, nada te
sobrevendrá, ya no hay violadores de tumbas. El silencio, el
silencio siempre, las monedas de oro del sueño.
Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una voz humana sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosuqe.
Si vieras a la que sin ti duerme en un jardín en ruinas en la memoria. Allí yo, ebria de mil muertes, hablo de mí conmigo sólo por saber si es verdad que estoy debajo de la hierba. No sé los nombres. ¿A quién le dirás que no sabes? Te deseas otra. La otra que eres se desea otra. ¿Qué pasa en la verde alameda? Pasa que no es verde y ni siquiera hay una alameda. Y ahora juegas a ser esclava para ocultar tu corona ¿otorgada por quién?, ¿quién te a ungido?, ¿quién te ha consagrado? El invisible pueblo de la memoria más vieja. Perdida por propio designio, has renunciado a tu reino por las cenizas. Quien te hace doler te recuerda antiguos homenajes. No obstante, lloras funestamente y evocas tu locura y hasta quisieras extraerla de ti como si fuese una piedra, a ella, tu solo privilegio. En un muro blanco dibujas las alegorías del reposo, y es siempre una reina loca que yace bajo la luna sobre la triste hierba del viejo jardín. Pero no hables de los jardines, no hables de la luna, no hables de la rosa, no hables del mar. Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio.
De repente poseída
por un funesto presentimiento de un viento negro que impide respirar,
busqué el recuerdo de alguna alegría que me sirviera de escudo, o
de arma de defensa, o aun de ataque. Parecía el Eclesiastés: busqué
en todas mis memorias y nada, nada debajo de la aurora de dedos
negros. Mi oficio (también en el sueño lo ejerzo) es conjurar y
exorcizar. ¿A qué hora empezó la desgracia? No quiero saber. No
quiero más que un silencio para mí y las que fui, un silencio como
la pequeña choza que encuentran en el bosque los niños perdidos. Y
qué sé yo qué ha de ser mí si nada rima con nada.
Te despeñas. Es el
sinfin desesperante, igual y no obstante contrario a la noche de los
cuerpos donde apenas un manantial cesa aparece otro que reanuda el
fin de las aguas.
Sin el perdón de
las aguas no puedo vivir. Sin el mármol final del cielo no puedo
morir.
En ti es de noche.
Pronto asistirás al animoso encabritarse del animal que eres.
Corazón de la noche, habla.
Haberse muerto en
quien se era y en quien se amaba, haberse y no haberse dado vuelta
como un cielo tormentoso y celeste al mismo tiempo.
Hubiese querido más
que esto y a la vez nada.
Va y viene diciéndose solo en solitario vaivén. Un perderse gota a gota el sentido de los días. Señuelos de conceptos. Trampas de vocales. La razón me muestra la salida del escenario donde levantaron una iglesia bajo la lluvia: la mujer-loba deposita a su vástago en el umbral y huye. Hay una luz tristísima de cirios acechados por un soplo maligno. Llora la niña loba. Ningún dormido la oye. Todas las pestes y las plagas para los que duermen en paz.
Esta voz ávida
venida de antiguos plañidos. Ingenuamente existes, te disfrazas de
pequeña asesina, te das miedo frente al espejo. Hundirme en la
tierra y que la tierra se cierre sobre mí. Éxtasis innoble. Tú
sabes que te han humillado hasta cuando te mostraban el sol. Tú
sabes que nunca sabrás defenderte, que sólo deseas presentarles el
trofeo, quiero decir tu cadáver, y que se lo coman y se lo beban.
Las moradas del
consuelo, la consagración de la inocencia, la alegría inadjetivable
del cuerpo.
Si de pronto una
pintura se anima y el niño florentino que miras ardientemente
extiende una mano y te invita a permanecer a su lado en la terrible
dicha de ser un objeto a mirar y admirar. No (dije), para ser dos hay
que ser distintos. Yo estoy fuera del marco pero el modo de ofrendarse
es el mismo.
Briznas, muñecos
sin cabeza, yo me llamo, yo me llamo toda la noche. Y en mi sueño un
carromato de circo lleno de corsarios muertos en sus ataúdes. Un
momento antes, con bellísimos atavíos y parches negros en el ojo,
los capitanes saltaban de un bergantín a otro como olas, hermosos
como soles.
De manera que soñé
capitanes y ataúdes de colores deliciosos y ahora que tengo miedo a
causa de todas las cosas que guardo, no un cofre de piratas, no un
tesoro bien enterrado, sino cuantas cosas en movimiento, cuantas
pequeñas figuras azules y doradas gesticulan y danzan (pero decir no
dicen), y luego está el espacio negro -déjate caer, déjate caer-,
umbral de la más alta inocencia o tal vez tan sólo de la locura.
Comprendo mi miedo a una rebelión de las pequeñas figuras azules y
doradas. Alma partida, alma compartida, he vagado y errado tanto para
fundar uniones con el niño pintado en tanto que objeto a contemplar,
y no obstante, luego de analizar los colores y las formas, me
encontré haciendo el amor con un muchacho viviente en el mismo
momento que el del cuadro se desnudaba y me poseía detrás de mis
párpados cerrados.
Sonríe y yo soy una
minúscula marioneta rosa con un paraguas celeste yo entro por su
sonrisa yo hago mi casita en su lengua yo habito en la palma de su
mano cierra sus dedos un polvo dorado un poco de sangre adiós oh
adiós.
Como una voz no
lejos de la noche arde el fuego más exacto. Sin piel ni huesos andan
los animales por el bosque hecho cenizas. Una vez el canto de un solo
pájaro te había aproximado al calor más agudo. Mares y diademas,
mares y serpientes. Por favor, mira cómo la pequeña calavera de
perro suspendida del cielo raso pintado de azul se balancea con hojas
secas que tiemblan en torno a ella. Grietas y agujeros en mi persona
escapada de un incendio. Escribir es buscar en el tumulto de los
quemados el hueso del brazo que corresponda al hueso de la pierna.
Miserable mixtura. Yo restauro, yo reconstruyo, yo ando así de
rodeada de muerte. Y es sin gracia, sin aureola, sin tregua. Y esa
voz, esa elegía a una causa primera: un grito, un soplo, un respirar
entre dioses. Yo relato mi víspera. ¿Y qué puedes tú? sales de tu
guarida y no entiendes. Vuelves a ella y ya no importa entender o no.
Vuelves a salir y no entiendes. No hay por donde respirar y tú
hablas del soplo de los dioses.
No me hables del sol
porque me moriría. Llévame como a una princesita ciega, como cuando
lenta y cuidadosamente se hace el otoño en un jardín.
Vendrás a mí con
tu voz apenas coloreada por un acento que me hará evocar una puerta
abierta, con la sombra de un pájaro de bello nombre, con lo que esa
sombra deja en la memoria, con lo que permanece cuando avientan las
cenizas de una joven muerta, con los trazos que duran en la hoja
después de haber borrado un dibujo que representaba una casa, un
árbol, el sol y un animal.
Si no vino es
porque no vino. Es como hacer el otoño. Nada esperabas de su venida.
Todo lo esperabas. Vida de tu sombra ¿qué quieres? Un transcurrir
de fiesta delirante, un lenguaje sin límites, un naufragio en tus
propias aguas, oh avara.
Cada hora, cada día,
yo quisiera no tener que hablar. Figuras de cera los otros y sobre
todo yo, que soy más otra que ellos. Nada pretendo en este poema si
no es desanudar mi garganta.
Rápido, tu voz más
oculta. Se transmuta, te transmite. Tanto que hacer y yo me deshago.
Te excomulgan de ti. Sufro, luego no sé. En el sueño el rey moría
de amor por mí. Aquí, pequeña mendiga, te inmunizan. ( Y aún
tienes cara de niña; varios años más y no le caerás en gracia ni
a los perros.)
mi cuerpo se abría al
conocimiento de mi estar
y de mi ser confusos y difusos
mi cuerpo vibraba y respiraba
según un canto ahora olvidado
yo no era aún la fugitiva de la
música
yo no sabía el lugar del tiempo
y el tiempo del lugar
en el amor yo me abría
y ritmaba los viejos gestos de la
amante
heredera de la visión
de un jardín prohibido
La que soñó, la
que fue soñada. Paisajes prodigiosos para la infancia más fiel. A
falta de eso -que no es mucho-, la voz que injuria tiene razón.
La tenebrosa luminosidad de los
sueños ahogados. Agua dolorosa.
El sueño demasiado
tarde, los caballos blancos demasiado tarde, el haberme ido con una
melodía demasiado tarde. La melodía pulsaba mi corazón y yo lloré
la pérdida de mi único bien, alguien me vio llorando en el sueño y
yo expliqué (dentro de lo posible), palabras buenas y seguras
(dentro de lo posible). Me adueñé de mi persona, la arranqué del
hermoso delirio, la anonadé a fin de serenar el terror que alguien
tenía a que me muriera en su casa.
¿Y yo? ¿A cuántos he salvado
yo?
El haberme
prosternado ante el sufrimiento de los demás, el haberme acallado en
honor de los demás.
Retrocedía mi roja
violencia elemental. El sexo a flor de corazón, la vía del éxtasis
entre las piernas. Mi violencia de vientos rojos y de vientos negros.
Las verdaderas fiestas tienen lugar en el cuerpo y en los sueños.
Puertas del corazón,
pero apaleado, veo un templo, tiemblo, ¿que pasa? No pasa. Yo
presentía una escritura total. El animal palpitaba en mis brazos con
rumores de órganos vivos, calor, corazón, respiración, todo
musical y silencioso al mismo tiempo. ¿Qué significa traducirse en
palabras? Y los proyectos de perfección a largo plazo; medir cada
día la probable elevación de mi espíritu, la desaparición de mis
faltas gramaticales. Mi sueño es un sueño sin alternativas y quiero
morir al pie de la letra del lugar común que asegura que morir es
soñar. La luz, el vino prohibido, los vértigos, ¿para quién
escribes? Ruinas de un templo olvidado. Si celebrar fuera posible.
Visión enlutada,
desgarrada, de un jardín con estatuas rotas. Al filo de la madrugada
los huesos te dolían. Tú te desgarras. Te los prevengo y te lo
previne. Tú te desarmas. Te lo digo, te lo dije. Tú te desnudas. Te
desposees. Te desunes. Te lo predije. De pronto se deshizo: ningún
nacimiento. Te llevas, te sobrellevas. Solamente tú sabes de este
ritmo quebrantado. Ahora tus despojos, recogerlos uno a uno, gran
hastío, en dónde dejarlos. De haberla tenido cerca, hubiese vendido
mi alma a cambio de invisibilizarme. Ebria de mí, de la música, de
los poemas, por qué no dije del agujero de ausencia. En un himno
harapiento rodaba el llanto por mi cara. ¿Y por qué no dicen algo?
¿Y para qué este gran silencio?
(de "Obras Completas", Ed. Corregidor, 1993.)
ALEJANDRA PIZARNIK (ARGENTINA, 1936 -1972)
Alejandra es lejos mi autora preferida. Me atrevo a decir que es una de las mejores poetas de los tiempos modernos. Ella no sólo escribía sus poemas, si no los sufría, los amaba, los odiaba, los paría, en síntesis, los sentía. Eso se transmite al lector.
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