Foto: Rogelio Cuéllar
La flecha
No importa que la flecha no
alcance el blanco
Mejor así
No capturar ninguna presa
No hacerle daño a nadie
pues lo importante
es el vuelo la trayectoria
el impulso
el tramo de aire recorrido en
su ascenso
la oscuridad que desaloja al
clavarse
vibrante
en la extensión de la nada
Las flores del mar
A la memoria de Jaime García
Terrés
Danza sobre las olas, vuelo flotante,
ductilidad, perfección, acorde
absoluto
con el ritmo de las mareas,
la insondable música
que nace allá en el fondo y es
retenida
en el santuario de las caracolas.
La medusa no oculta nada,
más bien despliega
su dicha de estar viva por un instante.
Parece la disponible, la acogedora
que sólo busca la fecundación,
no el placer ni el famoso amor,
para sentir: Ya cumplí,
ya ha pasado todo.
Puedo morir tranquila en la arena
donde me arrojarán las olas que no
perdonan.
Medusa, flor del mar. La comparan
con la que petrifica a quien se atreve
a mirarla.
Medusa blanca como la X'Tabay de los
mayas
y la Desconocida que sale al paso y
acecha
desde el Eclesiastés al pobre deseo.
Flores del mar y el mal las Medusas.
Cuando eres niño te advierten:
Limítate a contemplarlas.
Si las tocas, las espectrales
te dejarán su quemadura,
la marca a fuego, el estigma
de quien codicia lo prohibido.
Quizá dijiste en silencio:
Pretendo asir la marea,
acariciar lo imposible.
Nunca lo harás: las medusas
no son de nadie celestial o terrestre.
Son de la mar que no es ni mujer ni
prójimo.
Son peces de la nada, plantas del
viento,
quizá espejismos,
gasas de espuma ponzoñosa
En Veracruz las llaman aguas malas.
El pulpo
Oscuro dios de las
profundidades,
helecho, hongo,
jacinto,
entre rocas que
nadie ha visto, allí, en el abismo,
donde al amanecer,
contra la lumbre del sol,
baja la noche al
fondo del mar y el pulpo le sorbe
con las ventosas
de sus tentáculos tinta sombría.
Qué belleza
nocturna su esplendor si navega
en lo más
penumbrosamente salobre del agua madre,
para él
cristalina y dulce.
Pero en la playa
que infestó la basura plástica
esa joya carnal
del viscoso vértigo
parece un
monstruo; y están matando
/ a garrotazos /
al indefenso encallado.
Alguien lanzó un
arpón y el pulpo respira muerte
por la segunda
asfixia que constituye su herida.
De sus labios no
mana sangre: brota la noche
y enluta el mar y
desvanece la tierra,
muy lentamente,
mientras el pulpo se muere.
La falsa vida
Alguien te sigue a
veces en silencio.
Las cosas nunca
dichas
Se transforman en
actos.
Atraviesas la
noche en las manos del sueño,
Pero el otro,
implacable,
No te abandona:
lucha
Contra la
irrealidad, la falsa vida
Donde todo es
ocaso.
Frágil
perseguidor que eres tú mismo,
Lo has obligado a
ser, en guardia siempre,
El minucioso
espejo que no olvida.
Los elementos de la noche
Bajo el mínimo imperio que el verno ha
roído
se derrumban los días, la fe, las
previsiones.
En el último valle la destrucción se
sacia
en ciudades vencidas que la ceniza
afrenta.
La lluvia extingue
el bosque iluminado por el relámpago.
La noche deja su veneno.
Las palabras se rompen contra el aire.
Nada se restituye, nada otorga
el verdor a los campos calcinados.
Ni el agua en su destierro
sucederá a la fuente
ni los huesos del águila
volverán por sus alas.
Aceleración de la historia
Escribo unas palabras
y al mismo
ya dicen otra cosa
significan
una intención distinta
son ya dóciles
al Carbono 14
Criptogramas
de un pueblo remotísimo
que busca
la escritura en tinieblas.
Caverna
Es verdad que los muertos tampoco duran
Ni siquiera la muerte permanece
Todo vuelve a ser polvo
Pero la cueva preservó su entierro
Aquí están alineados
cada uno con su ofrenda
los huesos dueños de una historia
secreta
Aquí sabemos a qué sabe la muerte
Aquí sabemos lo que sabe la muerte
La piedra le dio vida a esta muerte
La piedra se hizo lava de muerte
Todo está muerto
En esta cueva ni siquiera vive la
muerte
El reposo del fuego
(Don de Heráclito)
Pero el agua recorre los cristales
musgosarnente :
ignora que se altera,
lejos del sueño, todo lo existente.
Y el reposo del fuego es tomar forma
con su pleno poder de transformarse.
fuego del aire y soledad del fuego.
al incendiar el aire que es de fuego.
Fuego es el mundo que se extingue y
prende
para durar (fue siempre) eternamente.
Las cosas hoy dispersas se reúnen
y las que están más próximas se
alejan:
Soy y no soy aquel que te ha esperado
en el parque desierto una mañana
junto al río irrepetible en donde
entraba
(y no lo hará jamás, nunca dos veces)
la luz de octubre rota en la espesura.
Y fue el olor del mar: una paloma,
como un arco de sal,
ardió en el aire.
No estabas, no estarás
pero el oleaje
de una espuma remota confluía
sobre mis actos y entre mis palabras
(únicas nunca ajenas, nunca mías):
El mar que es agua pura ante los peces
jamás ha de saciar la sed humana.
Lluvia de sol
La muchacha desnuda toma el sol
apenas cubierta
por la presencia de las frondas.
Abre su cuerpo al sol
que en lluvia de fuego
la llena de luz.
Entre sus ojos cerrados
la eternidad se vuelve instante de oro.
La luz nació para que el resplandor de
este cuerpo
le diera vida.
Un día más
sobrevive la tierra gracias a ella
que sin saberlo
es el sol
entre el rumor de las frondas.
Prehistoria
A la memoria de Jaime Sabines
1
En las paredes de esta cueva
pinto el venado
para adueñarme de su carne,
para ser él,
para que su fuerza y su ligereza sean
mías
y me vuelva el primero
entre los cazadores de la tribu.
En este santuario
divinizo las fuerzas que no comprendo.
Invento a Dios,
a semejanza del Gran Padre que anhelo
ser,
con poder absoluto sobre la tribu.
En este ladrillo
trazo las letras iniciales,
el alfabeto con que me apropio del
mundo al simbolizarlo.
La T es la torre y desde allí gobierno
y vigilo.
La M es el mar desconocido y temible.
Gracias a ti, alfabeto hecho por mi
mano,
habrá un solo Dios: el mío.
Y no tolerará otras deidades.
Una sola verdad: la mía.
Y quien se oponga a ella recibirá su
castigo.
Habrá jerarquías, memoria, ley:
mi ley: la ley del más fuerte
para que dure siempre mi poder sobre el
mundo.
2
Al contemplar por vez primera la noche
me pregunté: ¿será eterna?
Quise indagar la razón del sol, la
inconstante
movilidad de la luna,
la misteriosa armada de estrellas
que navegan sin desplomarse.
Enseguida pensé que Dios es dos:
la luna y el sol, la tierra y el mar,
el aire y el fuego,
O es dos en uno:
la lluvia / la planta, el relámpago /
el trueno.
¿De dónde viene la lumbre del cielo?
¿La produce el estruendo? ¿O es la
llama
la que resuena al desgarrar el espacio?
(como la grieta al muro antes de caer
por los espasmos del planeta siempre en
trance de hacerse).
¿Dios es el bien porque regala la
lluvia?
¿Dios es el mal por ser la piedra que
mata?
¿Dios es el agua que cuando falta
aniquila
y cuando crece nos arrastra y ahoga?
A la parte de mí que me da miedo
la llamaré Demonio.
¿O es el doble de Dios, su inmensa
sombra?
Porque sin el dolor y sin el mal
no existirían el bien ni el placer,
del mismo modo que para la luz
son necesarias las tinieblas.
Nunca jamás encontraré la respuesta.
No tengo tiempo. Me perdí en el
tiempo.
Se acabó el que me dieron.
3
Ustedes, los que escudriñen nuestra
basura
y desentierren puntas
de pedernal, collares de barro
o lajas afiladas para crear muerte;
figuras de mujeres en que intentamos
celebrar el misterio del placer
y la fertilidad que nos permite seguir
aquí contra todo
-enigma absoluto
para nuestro cerebro si apenas está
urdiendo el lenguaje-,
lo llamarán mamut.
Pero nosotros en cambio
jamás decimos su nombre:
tan venerado es por la horda que somos.
El lobo nos enseñó a cazar en manada.
Nos dividimos el trabajo, aprendimos:
la carne se come, la sangre fresca se
bebe,
como fermento de uva.
Con su piel nos cubrimos.
Sus filosos colmillos se hacen lanzas
para triunfar en la guerra.
Con los huesos forjamos
insignias que señalan nuestro alto
rango.
Así pues, hemos vencido al coloso.
Escuchen cómo suena nuestro grito de
triunfo.
Qué lástima.
Ya se acabaron los gigantes.
Nunca habrá otro mamut sobre la
tierra.
4
Mujer, no eres como yo
pero me haces falta.
Sin ti seria una cabeza sin tronco
o un tronco sin cabeza. No un árbol
sino una piedra rodante.
Y como representas la mitad que no
tengo
y te envidio el poder de construir la
vida en tu cuerpo,
diré: nació de mí, fue un
desprendimiento:
debe quedar atada por un cordón
umbilical invisible.
Tu fuerza me da miedo.
Debo someterte
como a las fieras tan temidas de ayer .
Hoy, gracias a mi crueldad y a mi
astucia,
labran los campos, me transportan, me
cuidan,
me dan su leche y hasta su piel y su
carne.
Si no aceptas el yugo,
si queda aún como rescoldo una chispa
de aquellos tiempos en que eras reina
de todo,
voy a situarte entre los demonios que
he creado
para definir como El Mal cuanto se
interponga
en mi camino hacia el poder absoluto.
Éxodo
En lo alto del día
eres aquel que vuelve
a borrar de la arena la oquedad de su
paso;
el miserable héroe que escapó del
combate
y apoyado en su escudo mira arder la
derrota;
el náufrago sin nombre que se aferra a
otro cuerpo
para que el mar no arroje su cadáver a
solas;
el perpetuo exiliado que en el desierto
mira
crecer hondas ciudades que en el sol
retroceden;
el que clavó sus armas en la piel de
un dios muerto
el que escucha en el alba cantar un
gallo y otro
porque las profecías se están
cumpliendo: atónito
y sin embargo cierto de haber negado
todo;
el que abre la mano
y
recibe la noche.
Tarde o temprano
Homenaje a Nezahualcoyotl
I
No tenemos raíces en la tierra.
No estaremos en ella para siempre:
sólo un instante breve.
También se quiebra el jade
y rompe el oro
y hasta el plumaje de quetzal se
desgarra.
No tendremos la vida para siempre:
sólo un instante breve.
II
En el libro del mundo Dios escribe
con flores a los hombres
y con cantos
les da luz y tinieblas.
Después los va borrando:
guerreros, príncipes,
con tinta negra los revierte a la
sombra
No somos reyes:
somos figuras en un libro de estampas.
III
Dios no fincó su hogar en parte
alguna.
Solo, en el fondo de su cielo hueco,
está Dios inventando la palabra.
¿Alguien lo vio en la tierra?
Aquí se hastía,
no es amigo de nadie.
Todos llegamos al lugar del misterio.
IV
De cuatro en cuatro nos iremos muriendo
aquí sobre la tierra.
Somos como pinturas que se borran,
flores secas, plumajes apagados.
Ahora entiendo este misterio, este
enigma:
el poder y la gloria no son nada:
con el jade y el oro bajaremos
al lugar de los muertos.
De lo que ven mis ojos desde el trono
no quedará ni el polvo en esta tierra.
La gota
La gota es un modelo de concisión:
todo el universo
encerrado en un punto de agua.
La gota representa el diluvio y la sed.
Es el vasto Amazonas y el gran Océano.
La gota estuvo allí en el principio
del mundo.
Es el espejo, el abismo,
la casa de la vida y la fluidez de la
muerte.
Para abreviar, la gota está poblada de
seres
que se combaten, se exterminan, se
acoplan.
No pueden salir de ella,
gritan en vano.
Preguntan como todos:
¿de qué se trata,
hasta cuándo,
qué mal hicimos
para estar prisioneros de nuestra gota?
Y nadie escucha.
Sombra y silencio en torno de la gota,
brizna de luz entre la noche cósmica
en donde no hay respuesta.
Piedra
Lo que dice la piedra
sólo la noche puede descifrarlo
Nos mira con su cuerpo todo de ojos
Con su inmovilidad nos desafía
Sabe implacablemente ser permanencia
Ella es el mundo que otros desgarramos
El silencio
La vida, más feroz que
toda muerte.
Jorge Guillén, Clamor
La silenciosa noche. Aquí en el bosque
No se escuchan rumores.
Los gusanos trabajan.
Los pájaros de presa hacen lo suyo.
Pero yo no oigo nada.
Sólo el silencio que da miedo. Tan
raro,
Tan escaso se ha vuelto en este mundo
Que ya nadie se acuerda de cómo suena,
Nadie quiere
Estar consigo mismo un instante.
Mañana
Dejaremos la verdadera vida para
mañana.
No asco de ser ni pesadumbre de estar
vivo:
Extrañeza
De hallarse aquí y ahora en esta hora
tan muda.
Silencio en este bosque, en esta casa
A la mitad del bosque.
¿Se habrá acabado el mundo?
Concordancias: Las personas del
verbo
Una vez
Y por breve tiempo
Hace mucho tiempo
Tú y yo
Fuimos de pronto hasta muy adentro
Nosotros.
«Nosotros dos» podía yo decir
En las horas voraces que fueron
nuestras.
Desde hace tiempo
Si hablo de ti
Sólo puedo emplear
La tercera persona: Ella.
El yo empobrecido se hunde
Entre las concordancias de la Nada.
Fluir
Corre bajo los puentes.
No regresa.
Su vuelo horizontal
Arrasa el tiempo.
Para nosotros
Esa eterna huida
Lo dice todo.
El agua no lo sabe
Y no le importa.
Se limita a fluir
Y a despedirse.
Un puñado de polvo
Todos quisimos la corona del rey
Nadie pudo encontrarla entre el fragor
de la guerra.
En esa busca nos entrematamos.
Por sanguinarios les dimos asco a las
fieras.
Siglos después, cuando encontré la
corona,
Vi que era sólo un puñado de polvo.
Lupus
En la noche del mundo el gran temor
A su ferocidad siempre al acecho.
Hace temblar con su brutal aullido.
Deja huellas de sangre entre la nieve
Y en los barrancos pilas de cadáveres.
Nos ha vencido en todas las batallas.
Levantó las murallas que nos cercan.
Nos oprime con cepos y cadenas.
Un día el monstruo pasó ante nuestros
ojos,
Receloso y amargo entre las ruinas.
Era el lobo del hombre.
Ver la luz
¿Qué se verá originalmente en el
útero?
Acaso nada resulte claro.
Somos como otros peces que han nacido
del agua,
Totalidad de su visión.
Para hablar del nacer
decimos siempre:
«Vio la luz» o bien: «abrió los
ojos».
Somos sujeto y objeto
De esa luz que dibuja la realidad
Y nos obliga a inventarla.
Y por ello al final todo se apaga.
Entre la sombra sólo queda espacio
Para los cirios funerales:
última luz que siempre abre camino
A las tinieblas del origen.
Pompeya
La tempestad de fuego nos sorprendió
en el acto
De la fornicación.
No fuimos muertos por el río de la
lava.
Nos ahogaron los gases. La ceniza
Se convirtió en sudario. Nuestros
cuerpos
Continuaron unidos en la piedra:
Petrificado espasmo interminable.
La lengua de las cosas
La lengua de las cosas debe ser el
polvo donde se comunican sin
Hablarse.
El polvo o la sombra que proyectan.
Demencia de las cosas cuando su
voluntad se rebela
Y se esconden frenéticas o se niegan a
funcionar obstinadas.
Únicos medios de rebelión a su
alcance,
Únicas formas de decirnos que no somos
sus amos,
Aunque tengamos el poder
De destruirlas y olvidarlas.
Elogio de la fugacidad
Triste que todo pase…
Pero también qué dicha este gran
cambio perpetuo.
Si pudiéramos
Detener el instante
Todo sería mucho más terrible.
¿Pueden imaginar a Fausto de 1844,
digamos,
Que hubiera congelado el tiempo en un
momento preciso?
En él hasta la más libre de las
mujeres
Viviría prisionera de sus quince hijos
(Sin contar a los muertos antes de un
año),
Las horas infinitas ante el fogón, la
costura,
Los cien mil platos sucios, la ropa
inmunda
—Y todo lo demás, sin luz eléctrica
y sin agua corriente.
Cuerpos sólo dolor, ignorantes de la
anestesia,
Que olían muy mal y rara vez se
bañaban.
Y aún después de todo esto, como
perfectos imbéciles,
Nos atrevemos a decir irredentos:
“Qué gran tristeza la fugacidad,
¿Por qué tenemos que pasar como
nubes?”
JOSÉ EMILIO PACHECO
(MÉXICO, 1939)