(Poesía Vertical I, 9)
Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo piensa en mí,
que solo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie, ni yo, me pensaría.
Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.
Soy mi propio sostén y me lo quito.
Contribuyo a tapizar de ausencia todo.
Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo.
(Poesía Vertical II, 16)
El centro no es un punto.
Si lo fuera, resultaría fácil acertarlo.
No es ni siquiera la reducción de un punto a su infinito.
El centro es una ausencia,
de punto, de infinito y aun de ausencia
y sólo se acierta con ausencia.
Mírame después que te hayas ido,
aunque yo esté recién cuando me vaya.
Ahora el centro me ha enseñado a no estar,
pero más tarde el centro estará aquí.
(Poesía Vertical II, 52)
Si alguien,
cayendo de sí mismo en sí mismo,
manotea para sostenerse de sí
y encuentra entre él y él
una puerta que lleva a otra parte,
feliz de él y de él,
pues ha encontrado su borrador más antiguo,
la primera copia.
(Poesía Vertical II, 77)
En una noche que debió ser lluvia
o en el muelle de un puerto tal vez inexistente
o en una tarde clara, sentado a una mesa sin nadie,
se me cayó una parte mía.
No ha dejado ningún hueco.
Es más: pareciera algo que ha llegado
y no algo que se ha ido.
Pero ahora,
en las noches sin lluvia,
en las ciudades sin muelles,
en las mesas sin tardes,
me siento de repente mucho más solo
y no me animo a palparme,
aunque todo parezca estar en su sitio,
quizá todavía un poco más que antes.
Y sospecho que hubiera sido preferible
quedarme en aquella perdida parte mía
y no en este casi todo
que aún sigue sin caer.
(Poesía Vertical III, 2)
El otro que lleva mi nombre
ha comenzado a desconocerme.
Se despierta donde yo me duermo,
me duplica la persuasión de estar ausente,
ocupa mi lugar como si el otro fuera yo,
me copia en las vidrieras que no amo,
me agudiza las cuencas desistidas,
descoloca los signos que nos unen
y visita sin mí las otras versiones de la noche.
Imitando su ejemplo,
ahora empiezo yo a desconocerme.
Tal vez no exista otra manera
de comenzar a conocernos.
(Poesía Vertical III, 9)
Hay quienes han visto algo entre mis manos.
pero yo no he visto nada.
Una mirada se rompe
contra el cristal de la ventana
por la que pasa todo mirar.
Otra mirada
rompe el cristal de la ventana.
Y otra
convierte un poco de su espacio
en cristal.
Pero hay todavía otra mirada
que vuelve inexistente el cristal de la ventana.
Y yo que no he visto nada entre mis manos
he visto lo mío
entre otras manos que no existen.
(Poesía Vertical III, 20)
A veces comprendemos algo
entre la noche y la noche.
Nos vemos de pronto parados debajo de una torre
tan fina como el signo del adiós
y nos pesa sobre todo desconocer si lo que no sabemos
es adónde ir o adónde regresar.
Nos duele la forma más íntima del tiempo:
el secreto de no amar lo que amamos.
Una oscura prisa,
un contagio de ala
nos alumbra una ausencia desmedidamente nuestra.
Comprendemos entonces
que hay sitios sin luz, ni oscuridad, ni meditaciones,
espacios libres
donde podríamos no estar ausentes.
(Poesía Vertical IV, 25)
Hemos amado juntos tantas cosas
que es difícil amarlas separados.
Parece que se hubieran alejado de pronto
o que el amor fuera una hormiga
escalando los declives del cielo.
Hemos vivido juntos tanto abismo
que sin ti todo parece superficie,
órbita de simulacros que resbalan,
tensión sin extensiones,
vigilancia de cuerpos sin presencia.
Hemos perdido juntos tanta nada
que el hábito persiste y se da vuelta
y ahora todo es ganancia de la nada,
el tiempo se convierte en antitiempo
porque ya no lo piensas.
Hemos callado y hablado tanto juntos
que hasta callar y hablar son dos traiciones.
dos sustancias sin justificación,
dos sustitutos.
Lo hemos buscado todo,
lo hemos hallado todo,
lo hemos dejado todo.
Únicamente no nos dieron tiempo
para encontrar el ojo de tu muerte,
Aunque fuera también para dejarlo.
(Poesía Vertical IV, 26)
Quizá nos quedemos fijados en un pensamiento,
pensándolo para siempre.
Puede ser que la eternidad no sea otra cosa
que concentrarse sin alrededores
en el pensamiento más denso
y quedarse allí como una planta despierta
que coloniza para siempre su minúsculo espacio.
Morir no sería entonces
nada más que el último esfuerzo de la atención,
el abandono de los otros pensamientos.
(Poesía Vertical IV, 48)
Un caos lúcido,
un caos de ventanas abiertas.
Una confusión de vértigos claros
donde la incandescencia se construye
con el movimiento total de la ruptura.
Viajar por las líneas
que se quiebran a cada instante
y rodar como un émbolo sin guía
hacia los núcleos aleatorios
de las cancelaciones primigenias.
Tocar las vértebras sin eje,
los círculos sin centro,
las particiones sin unidad,
los choques sin contacto,
las caídas sin escuadra,
los pensamientos sin quien piense,
los hombres sin más rostro que su dolor.
Y recoger allí la ley de lo casual,
la norma de lo imposible:
cada forma es un borde cortante del caos,
un ángulo perplejo de sus ojos abiertos,
los únicos abiertos.
Porque el caos es la tregua de la nada,
la lucidez sin compromiso,
la intersección aguda
de un espacio sin interés por los objetos
y de un tiempo pensante.
(Poesía Vertical V, 11)
El ojo traza en el techo blanco
una pequeña raya negra.
El techo asume la ilusión del ojo
y se vuelve negro.
La raya se borra entonces
y el ojo se cierra.
Así nace la soledad.
(Poesía Vertical V, 45)
El universo se investiga a sí mismo.
Y la vida es la forma
que emplea el universo
para su investigación.
La flecha se da vuelta
y se clava en sí misma.
Y el hombre es la punta de la flecha.
El hombre se clava en el hombre,
pero el blanco de la flecha no es el hombre.
Un laberinto
sólo se encuentra
en otro laberinto.
(Poesía Vertical V, 55)
Un amor más allá del amor
por encima del rito del vínculo,
más allá del juego siniestro
de la soledad y la compañía.
Un amor que no necesite regreso,
pero tampoco partida.
Un amor no sometido
a los fogonazos de ir y de volver,
de estar despiertos o dormidos,
de llamar o callar.
Un amor para estar juntos
o para no estarlo,
pero también para todas las posiciones intermedias.
Un amor como abrir los ojos.
Y quizás también como cerrarlos.
(Poesía Vertical VI, 19)
Algunos de nuestros gritos
se detienen junto a nosotros
y nos miran fijamente
como si quisieran consolarnos de ellos mismos.
Algunas palabras que hemos dicho
regresan y se paran a nuestro lado
como si quisieran convencernos
de que llegaron a alguna otra parte.
Algunos de nuestros silencios
toman la forma de una mujer que nos abraza
como si quisieran secarnos
el sudor de las ternura solitarias.
Algunas de nuestras miradas
retornan para comprobarse en nosotros
o quizá para permitir que nos miremos desde enfrente
como si quisieran demostrarnos
que lo que nos ocurre
es una copia de lo que no nos ocurre.
Hay momentos y hasta quizá una edad de nuestra imagen
en que todo cuanto sale de ella
vuelve como un espejo a confirmarla
en la propia constancia de sus líneas.
Así se va integrando
nuestro pueblo más secreto.
(Poesía Vertical VI, 26)
La campana está llena de viento,
aunque no suene.
El pájaro está lleno de vuelo,
aunque esté quieto.
El cielo está lleno de nubes,
aunque esté solo.
La palabra está llena de voz,
aunque nadie la diga.
Toda cosa está llena de fugas,
aunque no haya caminos.
Todas las cosas huyen
hacia su presencia.
(Poesía Vertical VIII, 13)
El centro del amor
no siempre coincide
con el centro de la vida.
Ambos centros
se buscan entonces
como dos animales atribulados.
Pero casi nunca se encuentran,
porque la clave de la coincidencia es otra:
nacer juntos.
Nacer juntos,
como debieran nacer y morir
todos los amantes.
(Poesía Vertical IX, 24)
Hay que vivir lo que no tenemos,
por ejemplo la desolada perfección de la palabra,
la sonrisa resistente de los muertos,
el mediodía neto de las medianoches,
los vericuetos desesperados de la espuma
o la rancia vejez de lo recién nacido.
Porque aunque tampoco tengamos
lo que tenemos,
lo que no tenemos
nos abre más la vida.
Desheredados del centro,
la única herencia que nos queda
está en lo descentrado.
(Poesía Vertical X, 22)
Una soledad adentro
y otra soledad afuera.
Hay momentos
en que ambas soledades
no pueden tocarse.
Queda entonces el hombre en el medio
como una puerta
inesperadamente cerrada.
Una soledad adentro.
Otra soledad afuera.
Y en la puerta retumban los llamados.
La mayor soledad
está en la puerta.
(Poesía Vertical X, 44)
Me doy vuelta hacia tu lado,
en el lecho o la vida,
y encuentro que estás hecha de imposible.
Me vuelvo entonces hacia mí
y hallo la misma cosa.
Es por eso
que aunque amemos lo posible,
terminaremos por encerrarlo en una caja,
para que no estorbe más a este imposible
sin el cual no podemos seguir juntos.
(Para Laura otra vez, mientras nos acercamos)
(Poesía Vertical X, 53)
Vagamos en la inconsistencia,
pero hay ciertos abandonos en lo consistente,
ciertos repliegues de lo neutro a lo que no lo es,
ciertas caídas a la densidad
que dormita en las cosas,
en que nos arrebata el vértigo de no ser nada.
Es entonces cuando nace
la más perentoria sensación
que puede experimentar un hombre:
existe un hueco que hay que llenar.
Así suele cambiar a veces una vida
y convertirse en su propio revés.
Hasta que surge en el hombre
una sensación todavía más irreversible:
existe un hueco que hay que vaciar.
(Poesía Vertical XI, 1 Parte 2)
No tenemos un lenguaje para los finales,
para la caída del amor,
para los concentrados laberintos de la agonía,
para el amordazado escándalo
de los hundimientos irrevocables.
¿Cómo decirle a quien nos abandona
o a quien abandonamos
que agregar otra ausencia a la ausencia
es ahogar todos los nombres
y levantar un muro
alrededor de cada imagen?
¿Cómo hacer señas a quien muere,
cuando todos los gestos se han secado,
las distancias se confunden en un caos imprevisto,
las proximidades se derrumban como pájaros enfermos
y el tallo del dolor
se quiebra como la lanzadera
de un telar descompuesto?
¿O cómo hablarse cada uno a sí mismo
cuando nada, cuando nadie ya habla,
cuando las estrellas y los rostros son secreciones neutras
de un mundo que ha perdido
su memoria de ser mundo?
Quizá un lenguaje para los finales
exija la total abolición de los otros lenguajes,
la imperturbable síntesis
de las tierras arrasadas.
O tal vez crear un habla de intersticios,
que reúna los mínimos espacios
entreverados entre el silencio y la palabra
y las ignotas partículas sin codicia
que sólo allí promulgan
la equivalencia última
del abandono y el encuentro
(para Jean Paul Neveu)
(Poesía Vertical XI, 25)
Llaman a la puerta.
Pero los golpes suenan al revés,
como si alguien golpeara desde adentro.
¿Acaso seré yo quien llama?
¿Quizá los golpes desde adentro
quieran atrapar a los de afuera?
¿O tal vez la puerta misma
ha aprendido a ser el golpe
para abolir las diferencias?
Lo que importa es que ya no se distingue
entre llamar desde un lado
y llamar desde el otro.
(Poesía Vertical XII, 8)
Dibujaba ventanas en todas partes.
En los muros demasiado altos,
en los muros demasiado bajos,
en las paredes obtusas, en los rincones,
en el aire y hasta en los techos.
Dibujaba ventanas como si dibujara pájaros.
En el piso, en las noches,
en las miradas palpablemente sordas,
en los alrededores de la muerte,
en las tumbas, los árboles.
Dibujaba ventanas hasta en las puertas.
Pero nunca dibujó una puerta.
No quería entrar ni salir.
Sabía que no se puede.
Solamente quería ver: ver.
Dibujaba ventanas.
En todas partes.
(Poesía Vertical XII, 15)
Buscar una cosa
es siempre encontrar otra.
Así, para hallar algo,
hay que buscar lo que no es.
Buscar al pájaro para encontrar a la rosa,
buscar el amor para hallar el exilio,
buscar la nada para descubrir un hombre,
ir hacia atrás para ir hacia delante.
La clave del camino,
más que en sus bifurcaciones,
su sospechoso comienzo
o su dudoso final,
está en el cáustico humor
de su doble sentido.
Siempre se llega,
pero a otra parte.
Todo pasa.
Pero a la inversa.
(Poesía Vertical XII, 32)
No podemos detener los dibujos que se forman en el aire.
No podemos detener los dibujos que se descuelgan de la noche.
No podemos detener los dibujos que nos incendian el pensamiento.
No sabemos quién traza esos dibujos.
No sabemos por qué esos dibujos adornan
estos vagos suburbios de la nada.
Ni siquiera sabemos si nuestros ojos sirven
para ver esos dibujos.
Pero el hecho que más nos sorprende
es que todas las cosas resulten incompletas,
ya que ninguna existe o se sostiene
sin la complementación de estos dibujos.
No es raro entonces que estos dibujos nos parezcan
más perfectos que el aire,
más habitados que la noche,
más reales que el pensamiento.
(Poesía Vertical XIII, 32)
Cuando el mundo se afina
como si apenas fuera un filamento,
nuestras manos inhábiles
no pueden aferrarse ya de nada.
No nos han enseñado
el único ejercicio que podría salvarnos:
aprender a sostenernos de una sombra.
(Poesía Vertical XIII, 78)
Un hombre solo,
en un cuarto cerrado,
levanta el brazo en un gesto de adiós.
Otro hombre solo,
en un camino desierto,
levanta su brazo en el mismo ademán.
Una sospecha casi imposible
vincula ambos gestos:
la herida de despedirse
se termina de abrir
cuando no hay nada ni nadie
de que despedirse.
Y esos gestos se vuelven
la clave del hombre:
ser despedida pura.
(Poesía Vertical XIV, 10)
Eran para otro mundo.
Todo diálogo, roto.
Todo amor, con costuras.
Todo juego, marcado.
Toda belleza, trunca.
¿Cómo llegaron hasta aquí?
Todo diálogo, verbo.
Todo amor, sin pronombres.
Todo juego, sin reglas.
Toda belleza, entrega.
Algo falla sin duda
en la administración del universo.
¿Criaturas erróneas?
¿Mundos equivocados?
¿Dioses irresponsables?
Eran para otro mundo.
(Poesía Vertical XIV, 27)
Desde esta media luz
o media sombra
¿hacia dónde podemos ir?
Hacia más luz
nos ahoga la armonía.
Hacia más sombra
se pierden nuestros pasos.
Y aquí
no podemos quedar.
No hay otra media luz
o media sombra.
De aquí no se puede ir a ningún sitio.
A menos que encontremos un espacio
donde luz y sombra sean lo mismo
(Poesía Vertical XIV, 76)
Vivir es estar en infracción.
A una ley o a otra.
No hay más alternativas:
no infringir nada es estar muerto.
La realidad es infracción.
La irrealidad también lo es.
Y entre ambas fluye un río de espejos
que no figuran en ningún mapa.
En ese río todas las leyes se disuelven,
todo infractor se vuelve otro espejo.
(Poesía Vertical XIV, 101)
Solemos creer que todo está allí
sólo para ser visto por nosotros
como si nuestra mirada
fuera el único criterio de realidad.
Pero el hombre y su mirada se disuelven
y todo sigue estando allí.
¿Y para qué?
¿Para que lo vea quién?
Tal vez todo está allí
para mostrar que no es preciso
que nadie vea algo para que exista.
Ver es quizás un episodio,
otra cosa que está allí.
Sin embargo, no podemos dejar de sentir
que debe haber algo parecido a la mirada
sosteniendo, como el ojo a los párpados,
ese otro episodio que llamamos realidad.
(Poesía Vertical XIV, 105)
De un abismo a otro abismo.
Así hemos vivido.
Y cuando nos tocaba el interludio
de una zona de aire,
donde es fácil respirar y sostenerse,
añorábamos sin querer el abismo,
que nos ha amamantado con la nada.
Desde el fondo del ser trepa un ensalmo
para pedir, cuando llegue la muerte,
que todo sea un abismo, no otro rumbo.
Tal vez en él nos crezcan alas.
Adentro de un abismo siempre hay otro.
Y si no hay diferencia habrá distancia.
Sólo nos falta hallar y ser tan sólo
la distancia de adentro del abismo.
de POEMAS INÉDITOS
Mutilados o abatidos
o diezmados por los bárbaros,
los bosques van desapareciendo
como hojas del pensamiento.
Y algo nos expulsa ya de los pocos que quedan
como a indeseables criaturas
que se volvieron incapaces
de armar en ellos su tienda.
Hemos perdido la morada más propicia
entre todas las casas del pensar,
la morada que entre otras cosas nos guardaba
dos fundamentos ciertos:
el no pensar que piensa
y el pensar que no piensa.
Hemos perdido las mareas del silencio,
el tamiz de silencio de las hojas,
la forma material del silencio,
el tinte del pensar del silencio
y hasta el pensar del silencio.
Sólo nos queda alzar el propio bosque,
poniendo en lugar de los troncos,
las ramas y las hojas,
este follaje entreverado
de palabras y silencio,
este bosque que también guarda músicas secretas,
este bosque que somos
y donde también a veces canta un pájaro.
Sólo nos queda alzar el propio bosque
para cumplir el rito imprescindible
que completa la vida:
retirase al bosque
y recuperar la soledad.
Y retomar así el largo viaje.
(Fuente: "Obra Completa de Roberto Juarroz, Poesía Vertical", Emecé, Buenos Aires, 2005.)
ROBERTO JUARROZ (Argentina, 1925-1995)