APUNTES
I
Es
así, como la lluvia en la tarde,
nunca
termino de llegar al fondo de tus ojos.
Demasiado
dolor para hablar sueltamente del futuro,
cuando
el húmedo brillo de la corteza huele a un bosque
crecido
de golpe en el corazón del invierno, esta tarde,
esos
muertos.
Pero
a qué abrazarme sino a ti, contra qué ventana
ver
los hilos de la lluvia sino en tus ojos,
desde
qué espera, bajo qué silencio.
¿A
qué huele la tibieza de tu abrigo de lana
si
no a esta lluvia, si no a ti misma,
tejida
y desflecándose en el aire de la tarde?
En
la hornalla ronronea el agua.
Encendamos
un cigarrillo en su fuego y fumemos tranquilos:
existes,
vivimos, y creo que te amo.
II
Y
digo "creo" porque no sé, nunca sabré.
Como
si te dijera: he visto esta mañana dos o tres hojas
amarillas
que se agitaban en el árbol, un árbol,
pura
fragilidad, inminente pero delicada, en el aire frío
de
diciembre.
Como
si te dijera: esta mañana salí al balcón y, a mis
pies,
la parra era una espesura macilenta recorrida
apenas
por el susurro de las voces,
no
sólo esas ahogadas brutalmente sobre la tierra, pero
también
esas voces ahogadas brutalmente sobre la
tierra.
Entonces,
¿dónde empezó el encuentro, no de un
cuerpo
sobre otro sino de una sombra en la otra o
del
aire con el aire o de una mirada hacia la otra?
¿en
qué momento de ayer -¿de qué ayer?- dejamos de
ver
las cosas para adivinarnos, a tientas, uno en el
otro
y en los otros, o sea, válida luz esta luz la del
presentimiento?
¿a
la mañana de qué día hemos llegado o vuelto cuando
nos
inunda el mar azul, y los barcos pudriéndose
sobre
la arena, y el olor a historias de hombres sin
otra
historia que el tiempo justo para vivir y morir?
Desde
la ventanilla del tren se alcanza a ver la vieja
casona
donde la hiedra es un fino trazo sobre los
altos
muros.
Es
un resplandor fugaz, muy fugaz, que ilumina tu perfil
dorado
por el sol.
¿El
sol? Sí, creo que es el sol.
III
"Como
si te dijera", o sea, todo esto es un decir,
también
este poema.
Por
ejemplo: esta mañana pude descubrir en el perfil
de
la montaña un gesto que es tuyo, sobre todo
cuando
observo tu rostro contra el cielo, y ambos tan
inasibles.
Pero
no pensaba en ti, sino en la montaña, allá arriba
donde
el cielo también es inasible,
allá
en lo alto de esa ola que no deja de avanzar en su
tiempo,
el mismo que empuja en el fondo de todos
nuestros
días.
Pero
detenida para nosotros en el horizonte, podemos
encontrar
nuestro camino en relación con ella, su
soledad,
tu
gesto ese que tampoco deja de empujar y empujar
en
el fondo de todos mis días, mis mañanas, mis
silencios.
Como
si te dijera: no pensando en ti sino en la
montaña
pude pensar que te encontraré y
hablaremos,
aun
sabiendo que tu voz me distrae de todo lo que
dices.
Como
si te dijera: entre palabra y palabra, el poema
vuelve
a ser un juego inocente.
IV
Sí,
también "allá arriba", en la montaña, "el cielo es
inasible",
menos
en estas tardes en que toda la lluvia parece bajar
lentamente
a posarse en su cabeza,
menos
en estas tardes -ya sé, ya sé, "esos muertos" -en
que
la lluvia se asoma al ventanal de la casona y
humedece
la corteza del árbol que la cubre.
Sólo
a su puerta recostaría mi cabeza sobre tu hombro
y
te diría: "he caminado mucho, tengo hambre y sed".
V
No
se trata de la tierra, pensaba, sino del oscuro
corazón
de la memoria,
esta
sombra socavando antes y ahora la sonrisa que
curva
sospechosamente tus labios, la húmeda
hondura
de tus ojos: "esta tarde, esos muertos".
Mis
dedos entre tus cabellos no destejen toda la
tristeza
ni toda la alegría, pensaba decirte, siempre
inseparables
e infinitas,
como
tu perfil contra el cielo, pensaba, como el
trazo
firme de tu perfil contra la transparencia de
diciembre,
pensaba,
pero
"hasta la alegría de los chicos entristece" son tus
palabras
y
tus palabras son toda tu voz, sin distracciones,
como
si de pronto la poesía fuera este poema, este
juego
inocente donde también cabe la muerte, sin
distracciones,
y
ahora, ¿cómo saberte sobre la tierra sin esta caída
agazapada
debajo de tus huellas?
y
antes, ¿cómo amar tu perfil contra el cielo sin tentar
el
vacío?
VI
Pero
fumemos tranquilos, también en la casona de altos
muros
-"fugaz, muy fugaz"- alguien se inclina sobre
la
hornalla y enciende un cigarrillo,
también
los días que vendrán palpitan en este oscuro
corazón.
Para
asirte, sólo y apenas la yema de los dedos:
sólo
del aire la caricia aprende a contenerte.
VII
Aprendí
de tu desnudez
la
tarde en que supe lo que ella tiene que ver con el olor
de
la lluvia.
Ahora
que llueve, aprendo de la lluvia,
íntima
y transparente como tu desnudez en la tarde.
Huele
a tierra, a hojas, a tristeza, a tu rostro, y sin embargo,
todo
lo que se puede decir sobre la lluvia son palabras:
lo
único cierto ella misma lo dice contra la ventana,
contra
el vidrio empañado donde sólo es posible dibujar
tu
nombre.
Sí,
ya escucho, "en la hornalla ronronea el agua", afuera
anochece.
Miro
cómo comienzan a llorar tus letras y callo:
la
única manera de amarte ahora es callar y oír.
VIII
Nunca
dices toda la verdad, nunca mientes.
Como
si dijera: el ruido de las ramas agitándose no es el
viento,
el
ronroneo del agua en la hornalla no es la tibieza,
ni
siquiera tu cabeza sobre mi hombro es tu presencia,
pero
todo lo que ocurre entre hoja y hoja ocurre en la raíz
y
la taza de té que enfrían tus manos no ocurre sólo
entre
tus manos.
Como
si dijera: nada hace pensar que es así, pero todo
lo
confirma,
hasta
tus destellos de sombra con que me iluminas.
Nunca
dices toda la verdad: siempre existes.
IX
Las
manos sobre tu rostro, los labios bajo tus besos,
creí
"llegar al fondo de tus ojos" y no volver, o sea, no
llegar:
¿nunca
habré caminado lo suficiente para apoyar mi cabeza
sobre
tu hombro y rehacer el camino:
la
hilera de pinos trepando la montaña, un adiós casi,
un
gesto tuyo,
y
el ocre macilento donde el futuro es sólo una semilla
arrojada
al rigor del invierno?
En
realidad, estoy triste: en realidad, no estoy triste;
en
realidad, toda verdad es arrojada siempre al rigor y
sabe
a despedida;
en
realidad, te miro a los labios y espero:
ahora
mi silencio ya no es lo que callo sino las palabras
que
me faltan,
también
esta humildad es otra forma de creer que te amo.
X
Esta
charla queda que continúa el silencio y es
continuada
en silencio, quedamente:
ahora
sé que también puede ser verte partir,
no
el abandono sino los graves movimientos de la luz
que
nos transita y transitamos,
sabios
gestos del aire que anima nuestra tibieza y nos
traspasa,
su
gracia imprevista al hacernos íntimos de la tarde, más
exactamente:
dolor de la belleza de la tarde,
"esta
tarde" toda cielo que envuelve tu cabeza pensativa.
Mi
mano roza tu sonrisa, se deja tentar hacia la derrota
del
miedo.
XI
Hay
un hombre que contempla la vieja hiedra y busca
una
palabra que no encuentra,
toma
del suelo una hoja caída y sueña con la palabra
que
no encuentra esa palabra,
la
hoja -"dos o tres hojas"- es quebradiza y cruje entre
las
manos de un hombre como si fuera la palabra que
busca
y que no encuentra,
pero
sólo tiene los bordes rojizos como el atardecer,
"esa
tarde" en que hay un hombre que busca una
palabra,
esa palabra, y no la encuentra.
Mira
la tierra, el muro rugoso bajo el sol -"creo que es
el
sol"-, pero es otra la palabra que no encuentra:
¿será
tu nombre que él no sabe y yo creo saber,
cualquiera
de estas palabras que él no lee y yo creo
escribir?
A
través de las hojas de la hiedra el hombre cree ver la
palabra
que no encuentra,
pero
son las nubes de bordes rojizos como la hoja en el
atardecer,
"esta tarde" en que hay un hombre que
busca
una palabra y no la encuentra, "esos muertos"
esa
palabra.
Vendrá
la noche y el hombre se sentará al pie de la
hiedra
agobiado por la palabra que no encuentra,
se
dormirá soñando con la palabra que no encuentra,
y
se despertará balbuceando inútilmente esa palabra que
no
encuentra,
y
volverá a casa -"la vieja casona donde la hiedra es un
fino
trazo sobre los altos muros" -y encenderá la
hornalla
pensando en la palabra que no encuentra,
"esta
tarde", esa palabra,
se
inclinará a encender un cigarrillo y yo escribiré “el
agua
ronronea” y tú leerás “El agua ronronea” y él
oirá
que el agua ronronea.
Sin
saber por qué -"porque no sé, nunca sabré" -recién
entonces
el hombre podrá fumar tranquilo, "esta tarde",
esta
misma- sí, "ya sé, ya sé, esos muertos"-
en
que hay otro hombre que busca una palabra y no
la
encuentra.
Como
si otro hombre dijera: "tu voz me distrae de todo
lo
que dices",
como
si otro hombre dijera: "de pronto tus palabras",
como
si siempre otro hombre dijera la palabra, tu
nombre
quizás, este silencio.
/////
Sólo
ella puede transformar la hoja en palabra
en
este poema que sostenido por ella sólo existe,
esta
hoja de roble a trasluz de las llamas
hasta
que sus nervaduras ardan junto a su rostro pensativo:
demasiado
fuego para que no crepite entre sus manos
como
breve ceniza que se suma a la ceniza,
humo
fugaz que sube hacia la niebla
donde
el roble sostiene la tristeza del mundo
para
que exista este poema donde ella, sólo ella
transforma
la palabra en hoja para que siga ardiendo.
Volvamos
a empezar,
mejor
dicho, ¿en medio de qué aire o viento, digamos
viento,
cayó la hoja que ha levantado para dejarla
caer,
o sea, para dejar que vuelva a empezar a caer en
medio
de otro aire, digamos país, digamos viento,
otro
viento que la devuelva a otra hoja, a otras
manos
que vuelvan a empezar en este gesto tan vano
si
se quiere –“pensativa en el balcón”- de volver a
empezar
lo que nunca comienza ni termina?
Ella
vuelve del balcón, sonríe, gira
y
sus manos sobre mi frente borran toda la sombra de
las
huellas, todas las prisas,
“trémula
y efímera como el equilibrio entre el cielo y la
tierra”.
Por
qué, me pregunta por qué
Cuando
acaso el amor –la poesía, tan vana si se quiere-
Es
la única coherencia de lo azaroso.
LUCES
QUE A LO LEJOS
El
mar, yo sólo dije el mar, pero igual tiemblo:
todos
estos bosques también pudieron haber sido o serán
barcos crujientes que
con las velas hinchadas dejan
estelas, jarcias,
banderas, gallardetes, esloras, grumetes,
medusas y brújulas
inquietantes sobre el mar,
¿el
mar? ¿por qué yo sólo dije el mar cuando sólo
bastaría con poder mirarse a los ojos y decir
naturalmente “bitácora” o simplemente
“equinoccio”
o
apasionadamente “Perla de Labuán” o “altos
sureste” y dar vuelta la
página o, escuchame, “hacia
las rompientes empujan
los vientos que soplan
implacables a estribor”?
pero
tanta belleza se me confunde finalmente con ella,
ella
que salía del mar como un animal fantástico.
(de Apuntes
/ Luces que a lo lejos, Colihue, Buenos Aires, 2008).
l vero amore è una quiete accesa
Giuseppe Ungaretti,
Silenzio in Liguria.
vi.
Todo el amor cabe en la mano
cuando la mano se vierte sobre un cuerpo
que se derrama de goce
al roce de la mano:
de un cuenco a otro cuenco
se vuelca la transparencia
que calma la sed más antigua,
los veranos más violentos,
y de esta ligereza nace el empeño
de desmentir la gravedad del mundo,
hasta que se cuelen por entre las caricias
sus cuerpos suspendidos,
únicos.
vii.
Huelen a hoteles imprecisos,
valijas entreabiertas, destinos mal
hablados:
lo que uno busca en el otro
se evade entre gestos confundidos,
azarosos,
por una calle que conduce a lo que hoy ya
es distinto:
la última verdad se desvanece en cada
encuentro
y en ella se hacen fuertes,
sin embargo,
los días.
viii.
No hay después, no hay más tarde, no hay
mañana,
sino el gesto de ella en la tibia desnudez
que continúa
las horas más duras, las de siempre,
como si todo siempre comenzara.
El aire se inquieta por las cartas que no
llegan
y agita las cortinas cerradas a la tarde.
(de La
encendida calma, Delbolsillo, Buenos Aires, 2002).
A Victoria y Sabina, mis hijas
A Shila, la perra
A Tula, la tortuga
A Manolín, la lagartija
A los compañeros de la Brigada
V
Vuelvo
a hablar del río con el río
como
el agua con la orilla:
aquí
nací
y
donde sea que muera qerá aquí,
sobre
este mismo pálpito:
la
leve firmeza de los pasos
saben
lo que nuestros pies ignoran,
descalzos
sobre arenas
donde
nunca quedan huellas del camino:
besos
esparcidos entre labios
lejanos,
casi ajenos, inexpicables.
Hay
matorrales que ceden a las corrientes
y
otros que resisten con las raíces
hundidas
en el barro
hasta
que un golpe de agua las desprende
con
tal delicadeza,
como
sólo la muerte es pasajera:
acaso
por eso flotan y se balancean
transparentes
islas
en
la demora del remanso.
VIII
Yo
sé que mis pasos ya trazan la ausencia
y
nada ni nadie ni nunca,
ni
siquiera ella,
colmará
el infinito asombro.
En
qué mar, vaya a saber, será el reencuentro,
en
qué mar arrojado contra qué rocas,
en
el embate de qué tiempo
contra
el trabajo sucio,
imperceptible,
del
olvido.
XII
Yo
sé que este poema
-la
lluvia que se derrama
desde
las hojas moradas de la hiedra,
ausencia
sobre ausencia,
hasta
dar con el fulgor de la noche,
imprescindible,
en
el más humilde paisaje adoquinado-
yo
sé que este poema,
-delicadeza
de la tenacidad infinita-
no
sólo a mí me pasa.
XVII
Diferentes
como
dos gotas de agua
de
la misma lluvia,
incontables
como
los días
de
una misma jornada,
olemos
a tierra húmeda
donde
el viento al azar nos siembra.
XXIV
Acariciarte
es también una manera
de
buscar la verdad,
como
si tus mejillas fueran
lo
que parece que es tu rostro
que
reconozco o adivino
pero
nunca del todo
y
no te encuentro, verdad, sino cuando te busco
y
no te encuentro,
verdad,
hasta
que cada caricia que te encuentra
te
pierde,
desnuda,
pero
nunca del todo,
sino
sólo un instante
para
siempre.
XXVII
No
en el papel
escribo
tu nombre,
sino
en la trama del papel,
donde
aún respira el bosque herido,
el
desgarrado tapiz de la memoria.
XXXII
Las
nubes, más arriba,
el
viento,
y
nada, nada,
ni
siquiera el bisque se detiene.
Acá
abajo, a nuestros pies,
entre
las rocas,
¿qué
presagian las aguas oscuras
si
no la noche
de
las entregas infinitas?
Y
un velo de lilas,
segundos
apenas del aire mismo,
ligero,
tembloroso,
envuelve
los árboles y la nieve,
y
nada, nada,
ni
siquiera la montaña permanece.
Cierro
los ojos, vida,
como
si horas después la marea
fuese
a cubrirnos
en
su constancia de espumas y de sombras.
Un
graznido
sella
el silencio.
XXXV
Caminas
sobre tu propio corazón
y
en él tienes tu casa, la quietud, el fuego,
a
pesar de los días desolados:
te
echas sobre el suelo
y
escuchas latir el mundo
como
si fuesen tus propios pasos
que
se acercan.
(de El
libro de Judith, El Surí Porfiado, Buenos Aires, 2008).
HABLA
PIATOCK
Yo,
Piatock, vi muchas cosas en mi vida:
en
vísperas del día más terrible de todos los días, asistí al
parto de un cordero de dos cabezas:
con
la una asentía, con la otra negaba, pero en sus cuatro
ojos brillaba
la
misma única mirada de los que de una u otra forma van a
morir.
Yo
sentí que los cuatro ojos me miraban
y
aún humedece mis ojos la misma única mirada.
EL
CORDERO DE DOS CABEZAS FORMULA LAS CUATRO PREGUNTAS
–
¿Por qué esta noche es diferente a las demás si quien
pregunta responde por otra boca y en ésta
ya no hay
palabras sino chirridos de arena entre los
dientes?
–
¿Por qué esta noche es diferente a las demás si la
amargura sólo nos recuerda el cautiverio y
es
precisamente el recuerdo lo que más nos
cautiva?
–
¿Por qué esta noche es diferente a las demás si, contra
el más elemental sentido, nos bañamos dos
veces en la
misma sangre?
–
¿Por qué esta noche es diferente a las demás si afuera el
matarife afila
pacientemente su cuchillo y ahora
recostarse acaso sea dormirse para siempre?
LOS
MIEMBROS DE LA ACADEMIA OBSERVAN EL MILAGRO DE LA COPA
–
Levanto la copa para la bendición del vino y, a la altura
de los ojos, allí donde
llega cualquier mirada, incluso
la mía, apoyo la copa en
el aire y abro la mano, como
quien da o saluda o se
cubre del sol, y es evidente que,
antes de estrellarse, la
copa permanece en el aire
sostenida por sus
propios destellos...
–
Pero es todo muy fugaz para que una fragilidad que
finalmente se estrella sea un milagro...
–
Sé de una copa que, sin que nadie la levante, entre el
último suspiro del
viernes y el primer suspiro del
sábado, titila sola en
el aire y nadie sabe si es la primera
estrella o un simple
pestañeo o una chispa perdida o una
luciérnaga entre muchas,
y hasta los 36 justos se llenan
de dudas, pero son las
mismas dudas las que hacen más
justos a los justos y
santifican el sábado...
–
Pero la copa que cae finalmente se rompe y el sábado, en
cambio, continúa...
–
También un corazón se rompe, pero el final de un milagro
es parte del milagro y
nadie, ni la escoba más feroz, ni la
limpieza más étnica, ni
la contradicción más antagónica,
nadie puede hacer a un
lado la última astilla de cristal si
también ella, aun
pequeña e insignificante, desnuda los
colores de la luz y
reverbera y resplandece...
–
Pero si lo peor, Él no lo quiera, ocurre en el preciso
instante de la bendición
del vino, también se pierde el
vino...
–
Siempre algo del vino se esparce y huele en el aire, pero
quién puede hacer a un
lado la última gota si también en
ella se refleja y
tiembla la primera estrella, sin olvidar
jamás que, al fin y al
cabo, la verdadera bendición del
vino es el trago y el
descanso...
–
¡Salud y R.S.!
–
Por los siglos de los siglos, amén…
EL
OBRERO DEL VIDRIO ANALIZA LAS CONDICIONES OBJETIVAS DEL MILAGRO DE LA COPA
¿De
qué milagro me hablan si soy yo quien carga todo el
desierto sobre mis
hombros y luego vuelco su arena en
el crisol y recojo el
líquido ardiente en el molde y le doy
la forma de mi sed y
pulo su hueco como el vacío de mi
hambre y aún sangra en
la palma de mis manos el
recuerdo de la astilla
más pequeña?
¿De
qué milagro me hablan si cada vez que toco la realidad
hasta el aire es áspero
y mis caricias siempre dejan
huellas y hasta a veces,
sin querer, hacen daño?
¿De
qué milagro de la copa me hablan si es una maniobra
más de la fábrica de
vidrios y cristales Glasserman Hnos,
cuyas acciones suben o
bajan según me hundo o emerjo,
pero siempre con el
desierto a cuestas, con esa transparencia
entre los ojos, esa
redención, ese espejismo
que hiere y se aleja,
siempre se aleja?
EL
POETA PASA POR PLAZA DE MAYO Y DESCUBRE AL PROLETARIADO
Tiene
razón el compañero Obrero del Vidrio:
yo
empecé como copista del Libro, letra por letra, punto
por punto, hasta que una
primavera me di cuenta de que
nunca lo mismo es lo
mismo:
era
justo el momento en que yo empezaba a copiar el
primer signo cuando el
aire de la siesta abrió de golpe
las ventanas y eché una
mirada, una sola mirada al
inmenso mundo:
no
lo volvería a ver hasta levantar la vista de la última letra,
del último punto,
y
recuerdo como ahora que el cielo con sus columnas
infinitas y sus
minúsculos engranajes zodiacales y sus
palacios de piedra
levantados sobre el viento y su
ejército de ángeles y
arcángeles era otro
y
que la tierra con sus barros y sus odios y sus guerras y sus
hambres era otra
y
que las letras y los puntos de siempre, que ya
empezaban a formar las
palabras de siempre,
en principio eran otros,
y
cerré los ojos y descubrí que los signos de siempre
estaban a punto de crear
otro cielo y otra tierra y
de empezar en realidad
un nuevo Libro,
y
ahí caí, compañeros, en que todo momento es el
momento justo.
EL MÚSICO EXPONE SUS QUEJAS DE BANDONEÓN
a César
Stroscio
Tiene
razón el compañero Poeta:
yo
empecé con un do de pecho en el coro del oberkantor,
pero terminé siendo su
yerno, y mi vida empezó a
cambiar por las noches
con el crujido de la escalera de
madera: a veces, era
ella que subía y bajaba y la música
era ella, pero otras
veces los escalones crujían porque sí
y la música que subía y
bajaba era sólo música: una
noche blanca abrí la
ventana a la más nocturna de las
claridades y advertí que
los vientos que suben hasta el
cielo y bajan desde el
cielo trepan y se descuelgan por
escalas que también son
de música, y aunque a esa hora
nadie camina por las
calles, la música igual sube y baja
por ellas como si fuese
ella la primera nota de la noche,
y entendí que el
graznido del cuerno en los días
terribles, el silbido de
Piatock, los sueños de su caballo,
la respiración de mis
hijas mientras duermen,
los ladridos de Shila,
el mutismo de Tula y el fueye de
César y las nueve
sinfonías de Beethoven, todo, todo es
el mismo grito de
corazón.
REB ARIEH BEN NAFTULE
REPASA
Ahora me doy cuenta de
que los planetas que todas las
noches rozan mis manos y
las estrellas que de día permanecen
en tus ojos y tu
silencio que siempre habita en
el entresijo de mis
palabras son ese momento en que el
cielo y la tierra se
tocan y reconocen asombrados la
presencia de uno en el
otro.
(de
La academia de Piatock, Córdoba,
Alción, 2010).
ADIVINANZA
DEL MIRLO
Ni
siquiera la palabra mirlo puede ser el silbido del mirlo,
ni
siquiera la belleza, entre escombros, de decirlo: mirlo,
no
sólo esa cadencia en el balanceo de las ramas,
sino
el silencio al oído que anida en el mirlo
para
que el silbido sea solamente mirlo:
es
el temblor de las sílabas únicas en los labios,
la
claridad del aire como si sus alas me rozaran.
LABERINTO
La
palabra palabra como quien da la palabra,
es
la moneda en el puño como si sólo mía fuera:
también
la limosna es codicia, controversias
en
un tartamudeo que todo lo confunde:
por
amor o por espanto, pega lo mismo
la
brutalidad que borra lo que iba a decir:
sin
punto final, sin puntos suspensivos,
y
aunque parezca que todo comienza de nuevo,
pena
es el grito, gemido el adiós, pronto el silencio.
HUMOS
Acabo
de apagar el último, lo juro,
prometo
que no más, esta vez va en serio,
aunque
haya más últimos, más brasas
que
se encandilen a la primera inmediatez,
nuevas
maneras de aspirar más hondo
la
mentira imprescindible para vivir
como
si recién comenzase a ser hombre,
esa
niebla que me envuelve de hace años.
GEOMETRÍAS
Hasta
la línea recta, que no existe, se cansa
de
insistir en ser lo que, por cierto, no es:
advierte,
aunque ya es tarde, que ella misma
se
cierra en un círculo inabarcable, fantástico,
que
por natural naturaleza es horizonte:
la
línea recta, inventada para atravesarlo todo,
es
ajena a la curva de una mano que encrespa
el
remolino de los cuerpos en sí íntimos:
condenada
a padecer eterno el infinito,
su
oculto deseo, lo sé, es el punto final.
(de El
nombre revelado, Buenos Aires, Ediciones En Danza, 2016).
ALBERTO
SZPUNBERG
(ARGENTINA, Buenos Aires, 1940).