Foto: Federico Clavarino
MADURAR
Madurar
era
esto:
no
caer al suelo, chocar contra el suelo, contemplar el pudrirse de la piel
igual
que un fruto antiguo.
Colchón
justo para los dos; años que chocan la lengua contra los dientes una y otra vez
que
se
tambalean en la boca
años
del
sentido incorrecto.
Con
tres hilos de cabeza he tejido mi tiempo:
piensa
en vosotros a mi edad, piensa en tres hilos de cabeza, qué te falta, qué te
queda;
piensa
en tres hilos. Quizá
eso,
madurar:
quizá
Ulises boca abajo, quizá la orilla boca arriba,
eso
que queréis me esperará diez años. Pensad en diez caídas; pensad en
diez
hilos de cabeza. ¿Aquello? ¿La madurez? ¿Márchate, olor a lavavajillas, déjame
con mi
sueño?
¿O
quizá en la boca uvas para el postre del color
de
la rodilla que cae al suelo,
de
la rodilla que choca contra el suelo? Me tambaleo. Y era yo el zumo en la
garganta, y era
yo
el frío, era yo
las
uñas y el estómago, quién era yo en mis años
con
tres, en mi tiempo con diez hilos de cabeza. Hasta mi habitación
por
la escalera de incendios un hombre
y
su sentido contrario. Diez hilos de cabeza, veinte hilos de su pecho atados a
mi pecho,
juro
que amé
los
golpes de sus piernas. Digo que
madurar
era esto: que no pude negarme, digo que mis tres hilos de nada entre los dedos,
y
juré
chocar y el suelo
lo
juré. Pensé al suelo la caída
y
el choque contra el suelo. Pensé el aliento pensé dije
tres
hilos de cabeza: tambaleo.
Pensé
en mi edad y pensé en vosotros y pensé
que
nadie me avisó de madurar así, junto a la vida y el frío en el cajón
de
la fruta que se pudre.
UN
CUERVO EN LA VENTANA DE RAYMOND CARVER
Para
Erika
Nadie
se posa en el alféizar -son veintiocho años
de
espacio adolescente-,
pero
qué ocurriría si el pájaro sobre el que he leído
en
todos los poemas
se
colara por el patio de luces y asomara
por
el alféizar de mis veintiocho años,
un
pájaro
mi
habitación adolescente.
Y
qué ocurriría si yo escribiese aún
-si
me preguntan, respondo que ya no-
y
un pájaro cualquiera, ninguno de los pájaros sobre
los
que haya leído en todos los poemas,
un
cuervo o una de las palomas negras que asoman en la oficina,
interrumpiese
en la escritura
como
el que se posó en la ventana de Carver.
¿Ganaría
su lugar en el poema?
¿Dejaría
de ser pájaro?
Alza
el vuelo. Ya no hay
habitación
en el alféizar.
(Chatterton,
2014)
AQUELLO
EN LO QUE TE FIJAS CUANDO SALIMOS POR LAS NOCHES
Mi
madre me enseñó que la mejor forma de pasar por la
vida era renunciando a la propiedad
particular.
Ella
me convenció de que podría transformar los balbuceos
en música de cámara, con mis zapatos.
Tus
zapatos son mágicos, me dijo. Pierde uno y ganarás un marido.
Vende dos y ante ti se revolverán las
semillas de tu reino.
Y
yo susurraba: mi reino eterno. Junto a él.
Decidí
que los compraría de colores para camuflar mi identidad,
sobrios si aspiro a desvelar mis
secretos.
No
tacones ni zapatos planos ni aerodinamismo; le quiero
suciamente. He descubierto que
pasos-pequeños
conducen
a una-mujer-seria-con-dos-rayas-absortas.
Descalza,
de puntillas, vuelvo a tener diez años y a morirme
por dentro de tanta soledad.
TARA
I
La
noche de tu muerte
Dios
acribillaba a gargajos el cristal de mi ventana. La lluvia
dolía igual que duele el frío en un cuento
navideño
con barrios de cartón. El viento
golpeaba
las paredes, se colaba por las rendijas de la casa,
helaba los armarios, componía con sus
silbidos una
nana que velase
por
todas nosotras.
Escondida
bajo la cama, me tapaba los oídos, negando la
presencia del viento ante la puerta de mi
cuarto.
Deberás superar doce pruebas
para invadir mis dominios.
No lo pondré tan fácil.
Me
creía etimóloga de las condiciones atmosféricas, experta
en acepciones.
Al
lado de los miedos de mis quince años, cantaban las
pelusas en un sueño de Sófocles:
abre
y verás cómo el frío te espera con su rostro de miedo, para
decirte todo lo que no quieres saber. Abre
y verás; porque
el frío aguarda con su rostro de miedo
para leer la biografía
de
tus manos.
Diluviaba
más allá de la puerta cerrada de mi cuarto. El
agua invadía las sábanas, traspasaba el
somier, las pelusas
desfilaban -pobres, densísimas- hacia la
puerta.
Me
tumbé, empapada, sobre el colchón.
(Fundido
en negro)
Tumbada,
temblorosa, sobre el colchón, colgué el teléfono.
Las pelusas -colmadas, orgullosas-
reconquistaron
cuanto les robé.
La
luz empujaba sus partículas contra mis ojos: punzantes
como
el granizo, imitando en su choque a los aplausos.
La
lámpara aprendía el gesto de las nubes, descargaba contra
mí toda su rabia. No lo impediré: basta con resistir para
apagarme.
Las
pelusas ascendieron trepando por la mesilla de noche,
hasta invadir mi cama, y se colaron
acampando en la
garganta.
Mi
boca gris, el oráculo con toda la razón, negando unos y
otros lo que vendría después. Respiraba
con dificultad.
No podía pensar en otra cosa.
Sucia,
desde luego, por meterme donde no me llaman.
Escucho cómo, en la habitación contigua,
Caravaggio
acapara todo el protagonismo.
Apenas
media hora. La llamada, la marcha de mis padres,
tu muerte.
Mi
pecho topaba con la tela; en mi frente y mi nuca, el
sudor se confundía con el agua.
II
(Soy
Salomón. Pienso construir un altar secreto para los
domingos. No busco de vosotros una mano en
la
espalda, sino que la tendáis para ayudarme
a escapar
de la marea.
El
río al que caí multiplica su caudal conforme los otros
lloran. Mi corazón es una esponja, una caja
negra que
recoge
todo cuanto sucede.
El
tanatorio, mientras, ejerce su función. Alquiler igual a
frío.
Una
mujer rubia, pálida, me da la bienvenida. Soy Salomón.
Te mostraré mi altar secreto
la
si me guías hasta donde descansa)
Ofelia
al otro lado del cristal, Angélica después de cuatro
años, respetada por las aguas,
mientras
yo pataleo para no ahogarme. Pronuncio agua y
lloro por aquello de lo que carezco. Como
pulsar un
botón en lo profundo de mi espalda. Lo
conocido me
zarandea.
Dijiste dos días antes: cuando
mejore, iré a la peluquería a
arreglar este desastre.
El
cristal mostraba lo contrario: en tu pelo antes gris,
revuelto, brillarán los bucles durante
cuarenta días y
cuarenta noches.
Nunca
vulnerable, nunca muerta: tan hermosa como la
última vez en que nos vimos.
(Dios,
entonces, posó sus manos sobre mis hombros
y
me sentí sola.
III
La
franela protege mi vida subterránea. El mundo, bajo las
sábanas, se percibe diferente:
su
grosor iba a alejarme de colmillos y radiactividad, iba a
librarme del ataque de los monstruos.
Tulipanes
amarillos sobre fondo azul. Prozac para las horas
oscuras. Costaba respirar bajo las
sábanas. Las pesadillas
formaban parte
de
un estrato ajeno a mi dormitorio, por encima de las
nubes, allá donde la asfixia ocurre con la
misma frecuencia
que
debajo de la manta. Justo cuando no podía respirar me
rescatabas, y yo dormía abrazada a ti, mis
cuatro, cinco
años, y las pesadillas se digerían con el
desayuno.
Todo
cuanto tengo
te
lo debo. Aprendiste a leer con cinco años. Con ochenta
escribiste, en un cuaderno de hojas
cuadriculadas, tu
vida. Felicidad
fue tu última palabra-
Ahora
que has muerto, más allá de la puerta cerrada de
mi cuarto, mientras las hermanas viejas
corren a
refugiarse bajo los soportales,
alguien
que no soy yo, pero se me parece, escribe en una
cabina telefónica con rotulador negro
permanente:
Dios, ven aquí,
atrévete a volver a hacerlo,
ahora
soy más grande que tú.
IV
La
lluvia forma en su caída toboganes de barro, alumbra
arcenes y calzadas para el tránsito
nocturno,
expulsa
de su reino a los habitantes más hermosos, provoca
envidias, desmanes, firmas de
tratados.
Transforma,
también, sus caprichos en notas dispuestas
sobre
un tablón de corcho: debo recoger la
terraza, ordenar
mis papeles, resguardarme para cuando
llegue la tormenta.
La
lluvia consigue todo esto
Igual
que
el viento decreta qué árboles no sirven, qué hogares
deberán pasar la noche en vela, y
deshoja tendederos
y periódicos,
e
interrumpe el sueño de quienes se piensan a salvo,
golpeando contra los cristales de nuestras
ventanas.
Y
la muerte
no
respeta tu puerta cerrada, derritiéndose aprovecha los
resquicios translúcidos, y se
arrastra y se cuela estancada
en el lugar en el que duermes,
ensuciándote
los pies al despertarte, impregnándote los
huesos y la carne con su olor,
hasta
que respiras muy hondo
y
decides gritarle sin sábanas, incorporada en el centro de
tu dormitorio, acabando con todo,
aquello
que en el fondo busca con su presencia:
ya no temo a la muerte, porque
me reunirá con Ella.
ÁRBOL
GENEALÓGICO
Yo
pertenezco a una raza de mujeres con el corazón biodegradable.
Cuando
una de nosotras muere
exhiben
su cadáver en los parques públicos, los niños se acercan a curiosear en su
garganta
de hojalata, se celebran festines con moscas y gusanos, me cae mal
porque me
hizo
sonreír a mí, que soy tan triste.
A
los treinta días exactos de su muerte el cuerpo de esta extraordinaria raza
se
autodestruye, y a las puertas de vuestras casas llaman los restos del alma de
las mujeres
sobrenaturales,
chocan
contra vuestras paredes, sus empastes y sus uñas agujerean vuestras ventanas
hasta
que sangran nuestras aortas clavadas en la tierra, igual que las raíces.
Al
morir nos abren el estómago, examinan con los dedos su interior, rebuscan entre
las
vísceras
el mapa del tesoro,
sacan
sus dedos negros de todos los poemas que se nos han quedado dentro con los
años.
Un
espectáculo.
Pertenezco
a una raza desarrollada más allá de los púlpitos. Soy una de ellas porque mi
corazón
mancha al tomarlo entre las manos, porque coincide en tamaño con el hueco
de
un nicho;
fresco
y dulce como el de un animal, chupad mi corazón para que, al morir, sepan que
hemos
estado juntos.
Soy
una de ellas porque mi corazón será abono. Porque mi sangre, que es la suya,
sube y
baja
por mi cadáver como por escaleras mecánicas;
porque
el fundamento de mi carácter, al descomponerse, se incorpora a una especie
salvaje
que
ladra y que hiere y que te lleva a su terreno, que ignora las afrentas, que
jamás se
extinguirá.
SUEÑO
SUCIO #1
Con
apenas un año de vida, mi hija se asoma al balcón: sus
pulmones son una pecera.
Dentro
del plástico le flota una piraña; bajo la lengua, una
brújula apunta al suelo:
el
mecanismo de la vida de mi hija me vino por correo aéreo,
desmontado.
Desde
un segundo piso, mi hija disfruta con las cosas
brillantes, los estribillos de dos
sílabas, las alturas. ¡Está
muy mayor para su edad!
Asoma
su cabeza entre las rejas del balcón: tiene su mismo
aspecto.
Se lanza frente a Él.
Contra
el suelo. Tiene su
mismo aspecto.
Esta
sensación me salpica los zapatos: como si me atravesaran
el esternón con un cuchillo y
extrajesen una porción
que se exhibiera, por los siglos de
los siglos, en una
urna, sobre un cojín púrpura;
como
si nos inventásemos salmos
para
recitar en el colegio, entre segundo plato y postre, yendo
de paseo, al irnos a dormir, al
decirnos te quiero y
abrazarnos,
para
limpiarte la conciencia cuando untes en tu desayuno
tostadas con la miel de la vida de mi
hija,
manual
de instrucciones para amortiguar el golpe.
Igual que tú, tiemblo.
Ya no puedo llorar.
SUEÑO
SUCIO #2
Me
arranco la piel seca de los labios. Caen, de mis dedos al
suelo,
virutas antipáticas y grises. Permanezco unos minutos
con
los labios heridos. Tomo el cepillo de dientes eléctrico,
enfrento
su fuerza a mi silencio. El cepillo, de inmediato,
se
ha llenado de sangre. Las llagas crecen como esos familiares
a
los que sólo visitas de verano en verano. Incómodas; heridas
como
valles, un cadáver en la piel seca de mis labios.
LOS
NIÑOS QUE SE MUEREN
Los
niños que se mueren
pueden
elegir entre saltar durante el día sobre camas de
hormigón dulce, o comerse las sábanas
muy lento, con
los ojos cerrados y felices.
El
privilegio de la franela. Dos centésimas de miedo para
que suelten su mano: por la avenida
se agarran de la
punta de mis dedos, mordiéndome,
mamá.
Ya
no tengo piernas y canto muy bajito, buscando en un lugar
cerca de mi padre, así que ellos me
hacen compañía
antes de llegar a casa.
Qué
alegría en el vestíbulo: soy tan blandita que no puedo
morir.
Tengo
amigos sin sueño ni pijama. Huelen a víspera de
festivo, y convierten los termómetros
en un cuento de
buenas noches, y han muerto y sin
embargo
confían
en enero igual que en las ventanas y la voz de la
nieve.
Así
es la vida de los niños que se mueren. Acolchada. Muy
dulce. Es tan bello extinguirse
siendo niño...
CUMPLEAÑOS
Los
hombres de la familia de mi madre mueren antes de los
cuarenta
años. Se equivocan al encauzar su vida. Cuenta
atrás:
frenan el cariño, los recuerdos, no es
posible echar
de menos
a quienes no conoces.
Altos, jóvenes, un golpe de viento los
convierte
en cadáver. ¿Cómo lo impedirás?
Podrías
velar la agonía de Joaquín Santiago, junto a sus
cuatro
hijos pequeños. Rezar durante el fusilamiento
de
Pedro Santiago, mientras sus huesos se funden con
la
tierra, 1938, Badajoz, cuerpo y origen. Acariciar la
frente
de Joaquín Santiago, pudriéndose en una cama
con
la espalda seca, dormido,
sin
cumplir veinte años.
Ella
creció con un vestido negro atado a los tobillos,
disfrazada
de sombra para que nadie la viera. De nacer
hombre,
habría sido inútil decir, por ejemplo, éste
es
mi hogar, aquí descansaré.
Hoy
celebro que Fernando Navarro cumple cuarenta y cinco
años.
Cuando le felicito, él toma aire y respira tan fuerte
como
si quisiera romperse los pulmones, acercarse a
la
norma; pero le tomo de la mano, sonreímos,
celebramos
todos
sus
recién estrenados cuarenta y cinco años.
Enterramos
a su madre hace ocho días. Tengo diez años.
Entonces
bautizábamos estanterías, ignorantes de lo
que
nos esperaba.
Con
los años pensé: él no pasará de los
cuarenta. Yo leería en
su
entierro un poema sobre el campo, el sol, aquello
que
está arriba y es futuro. Y Ella encadenaría funerales
funeral
tras funeral;
yo
moriría a los treinta y Ella
continuaría
allí, llorándonos.
Tengo
diez años. Me gusta dibujar princesas guapas, montes
bíblicos,
árboles genealógicos. Te gusta almacenar
memoria histórica. Y las cosas
que te cuentan de pequeña
no las olvidas nunca. Pienso
en lo que no compartiremos.
En
la familia de mi madre los hombres no viven más de
cuarenta
años. A las mujeres nos crecen las líneas de
la
palma de las manos, por el brazo ascienden a
plagarnos
el rostro, de un vistazo proclaman nuestra
edad,
naturaleza abierta.
Recortarán
nuestro corazón por la línea de puntos;
lloraremos,
antes de tiempo, a quienes deberían
llorarnos
a nosotras.
Y
seremos huérfanas, viudas, preguntándonos cómo
nombrarnos
cuando nuestros hijos mueren, cómo
llamarme
ahora que estás muerta.
TRITANOPÍA
Vuestro
odio a los colores ha acabado con ella: vuestro odio
a
lo pagano y las cuchillas. Flamsteed alejándola de su
dolor
de estómago: es mi estructura, junto a
ella moriré.
Tenéis
cuanto queríais. Era Alicia: no el diamante. Ningún
destrozo:
sí dabais la espalda, mordíais muy profundo.
Un
mecanismo fácil. Una labor sencilla. Tragad.
Despidiéndoos
como si fuera la última cerveza junto
a
vuestros chicos preferidos. Las bombillas son frágiles:
igual
que sus hilos, terminó rota.
Ojos
de sapo, mi noche esférica, caries en el saludo, inevitable
vomitar:
cuanto queríais, en vuestras manos. Sois
felices,
lo conseguisteis.
Reencarnados
en mujeres y en hombres, bailáis con vosotros
mismos
mientras se oxida vuestra lengua de oro falso:
por
error, pisasteis charquitos de saliva venenosa, manchasteis
la
entrada al dormitorio.
Os
empeñáis en un nombre del que ella carece, llamándola
te quise siempre, estrecho tu
mano, no conozco otro dolor
que no haya sido nuestro.
Lo
habéis conseguido. Acabasteis con ella. En vuestra mesilla
de
noche respira minúscula por no despertaros: menos
aire,
menos aire, pequeña, tonta.
¿Besaréis
su cadáver?
PEZ
Nuestro
plato favorito requería cierta preparación. Mi abuela abría el pescado en
vertical,
leyendo
mi futuro.
Sobre
la superficie herida distribuía su relleno, con cuidado: las marcas de la
muerte no deben
infectarse.
Mientras,
ella me hablaba. Yo aún era pequeña; había vuelto del colegio, preguntaba qué
había
de almorzar, relamía mis gracias y decía:
peces
como los del verano. Por entonces hacía frío. Y al terminar de
comer nos sentábamos
juntas,
veíamos la televisión juntas, respirábamos juntas cada noche.
Vivir
era costumbre de las dos,
y
en verano me enfadaba al verla caminar
orilla
arriba
orilla
abajo:
yo
me enfadaba porque temía perderla en una ola, o que se resfriase, o simplemente
estar
lejos
de ella unos minutos.
Al
volver, me sentaba en su hamaca y me ayudaba a limpiarme la arena de los pies,
a buscar
mis
ceras en la bolsa, a despegarme la sal y las legañas.
El
invierno es, ahora, amable en esta casa. Al entrar he querido encontrarte
tranquila,
repitiendo
tus historias, sonriendo al recordar los buenos tiempos, como siempre,
siguiendo
las costumbres de mi infancia.
Pero
no ahora no estás. Las dos ya no vivimos, y el frío me agarra por la espalda y
me golpea,
recuerda
tantas cosas que vuelvo a tener miedo,
y
mis ojos
resbalan
en mis manos
húmedos
como
el pez del invierno
(Tara,
2006).
PUNTO
DE PARTIDA
Un
poema condenado al ocio.
Sus
dieciocho versos montan en autobús
y
guardo en la cartera -dibujos animados-
dos
pasajes con destino a la garganta.
Tu
móvil, apenas unos céntimos, sonrisa:
ganarte
así, renegando de Espronceda.
Tus
besos son la excusa del verano.
CANDY
Rota
sobre el arcoiris,
descubro
que la lluvia
es
mi única coraza.
De
noche se me forman
piscinas
en el hombro,
mientras
cuento mis pecas.
De
mañana, imagino
que
buceo en ellas:
que
mi nuez es esponja,
que
escribo mis poemas
con
la ruina de nadie.
En
el fondo de todo
-cuyo
cielo es trapecio-
mi
cuello de botella
se
empequeñece y ríe,
con
un mensaje dentro:
salir
jamás de aquí,
hormiga
a pata coja.
O
tumbada en añil:
mi
barbilla es cruel
y
araña el imperdible
que
sujeta mis botas,
o
me arranco de cuajo
el
punzón que me aferra
al
balcón, y me asomo.
He
estado ahí abajo.
Golpeo
el techo y llueve.
Diluvia
mi cabello:
la
lluvia es mi defensa;
éste,
mi himno acuático.
He
estado ahí abajo.
Abajo,
más profunda.
Donde
puedo estar sola.
Incluso
más abajo,
incrustada
en el fondo
del
agua o de la tierra.
Trenzas
destartaladas:
soy
muñeca de sucio
trapo,
pisoteada,
rota
sobre el arcoiris.
CURSO DE SUBMARINISMO
Como anticipo a la pérdida,
un corazón que flota y sobrevive
a la riada de sueños encerrados en burbujas.
Como coraza contra la victoria,
agendas que no abandonan su jaula de jabón,
muertas sobre la placa de la ducha.
Hoy es epílogo
las horas construyen su ataúd junto a mi almohada.
CURSO DE SUBMARINISMO
Como anticipo a la pérdida,
un corazón que flota y sobrevive
a la riada de sueños encerrados en burbujas.
Como coraza contra la victoria,
agendas que no abandonan su jaula de jabón,
muertas sobre la placa de la ducha.
Hoy es epílogo
las horas construyen su ataúd junto a mi almohada.
(Vacaciones,
2004)
MI
PRIMER BIKINI
Sólo
yo sé cuándo sobrevivimos.
Lo
sé porque mis dedos
se
transforman en lápices de colores.
Lo
sé porque con ellos
dibujo
en las paredes de tu casa
mujeres
con rostro de epitafio.
Porque,
a la caricia de la punta,
comienza
el derrame de los cimientos
formando
arco iris en la noche.
Porque,
al escribir testamentos
en
el suelo, se remueven las vísceras
de
azúcar, y trepan tus raíces.
Grabo
versos de colores fríos
en
tu piel, de arquitrabe a basa,
y
les llueve y los diluye, y compruebo
que
la lluvia suena como hacen al caer
las
canicas brillantes y naranjas
que
cambiaba en el patio del recreo,
poco
antes de calzar mi primer bikini.
Hoy
guardo las canicas, como un apagado
tesoro,
en los huecos de otras espaldas.
Pinto
también en la terraza de enfrente
un
jardín de lápidas cálidas y hermosas.
Trazo
como una medusa de bronce,
un
paraíso de cadenas hendiendo en mantillo
el
valle diminuto que proclama que es frágil
y
sin embargo, dirás tú, sobrevive.
IRENE
NÉMIROVSKY
Para
Benjamín Prado
Yo
soy Elisabeth Gille llorando tu marcha:
éstas
son mis cartas de cumpleaños quemadas.
Yo
soy tu hija pequeña sin regalos de Navidad.
Persiguiendo
a los nazis, saltando la valla.
Yo
soy David Golder arruinado tras tu muerte.
Yo
soy un acorde de piano cualquiera
que,
de repente, en Issy-L'Evà que suena.
Yo
soy Danièle Darrieux tirándose a un ministro nazi.
Yo
soy la familia Kampf en un baile malogrado.
Yo
soy las lágrimas que derramaste
en
una cámara de gas en Auschwitz.
Yo
soy el espíritu de la mala suerte.
Yo
soy, como tú, una judía atea.
Yo
también me exilié por la guerra.
Y
soy un susurro al oído y un cuento de Chejov
y
las moscas del otoño en un suburbio de Moscú
y
soy un perro y soy un lobo
y
soy un trago de vino de soledad...
Y
soy tu todo y soy tu nada.
Y
soy el cabrón alemán que te mató.
Y
el germen de la semilla de tu ser.
Yo
también me marché de Kiev.
Yo
soy tú y a la vez yo.
Yo
soy un insecto que por noviembre
merodea
en los crematorios.
Yo
soy la elegancia, el clasicismo y la frescura
de
la boca que Hitler mandó callar un día.
Yo
soy Grasset quemando todos tus fonemas
cuando
tus hijas aún duermen a tu sombra.
Soy
tu mano que acaricia sus cabellos
y
que, dedos traviesos, imagina un nuevo cuento.
Y
digo que este poema es Irène Némirovsky
lo
mismo que yo soy Finlandia en 1918
y
tú eres un corazón más en un mundo vacío.
I
WILL SURVIVE
Tengo
una enorme colección de amantes.
Me
consuelan y me aman y con ellos mi ego
se
expande y extramuros alcanza la azotea.
Cuando
estoy con cualquiera de ellos,
o
con todos a la vez, siento la pesada carga
de
millones de pupilas subidas a mi grupa,
y
a mi oído lo acosan millones de improperios,
se
habrá visto niña más desvergonzada / pobrecita,
Dios
le libre del problema que suponen / habría
que
encerrarlas a todas. Languidezco.
Quiero
volar y volar y volar como Campanilla
-blanco
y radiante cuerpo celestial,
pequeño
cometa, pequeño cometa-
de
la mano mis amantes, que dicen cosas bonitas
como
estigma, princesa, miss cabello bonito, asteroide.
Todo
sea por mis amantes, que no son dignos de elogio:
son
minúsculos, y redondos, y azules,
azules
o blancos, o azules y blancos,
y
su boquita de piñón es invisible,
y
para besarles introduzco a los pitufos
en
mi boca, y para gozar de ellos
los
trago, porque me sé mantis religiosa.
Quién
soy, quién soy, ni siquiera sé quién soy.
Sólo
los necesito cuando me desdoblo en dos,
cuando
mi ego se encoge incomprensiblemente
e
intramuros alcanza un punto mínimo,
cuando
lloro demasiado o río demasiado,
y
entonces los llamo y ellos, decidme vosotros
quién
soy, mi pequeño y urgente consuelo,
se
adentran en mi boca sin dudarlo, complacidos,
y
me recorren por dentro, y al fin sonrío, soy,
sonrío
tras sus cuatro, cinco, seis besos azules,
un
balanceo en mi regazo, la sonrisa desencajada,
quién
soy ahora, quién soy realmente ahora,
quizá
sea una muñeca de trapo, me toman prestada,
sonrío
con sus besos fríos color pitufo, color papá pitufo,
besos
de colores, ligero toque frío y plástico en mi lengua,
quién
soy ahora, quién soy realmente ahora.
Les
comparto con muchas otras, Sylvia, Anne,
ay
mis amantes pluriempleados, no lo he dicho,
mis
amantes que son minúsculos, redondos y azules,
apuestos
príncipes de un cuento de hadas,
cuando
hago como que duermo
creen
que soy la Bella Durmiente,
y
entonces quiebran el relato y me besan,
y
son como cualquier beso que lo es para dormirse,
buenas
noches pequeñas plásticas azules y blancas,
quién
soy, ya no quiero responder, no sé quién soy,
y
contradigo el cuento y mi sueño es más profundo,
y
no quiero despertar, no quiero, sólo quiero más
besos
azules, quién, besos blancos,
besos
porque mi ego tambalea en el centro de mi estómago,
quién
soy, besos redondos o cilíndricos,
no
importa quién soy, quién soy realmente,
falo
químico para mi sonrisa, quién soy ahora,
falo
químico de colores para mi cabeza baja.
BELLUM
JEANS
Hoy,
por fin, descubro que tengo buena suerte.
Que
cada vez es más sencillo que las yemas de mis dedos
viajen,
intuitivas, por los túneles de mi torso.
Que
mi estómago ha aprendido del mito de Narciso
y
ya silencia él sólo su grito desgarrado:
la
desgracia de la hermosura ansío para mí.
Que
mis dedos escarban y consiguen rescatar lo inútil,
o
lo útil que yo sé -o creo- que no sirve.
Por
merecer la más bella envoltura rezo cada noche.
Por
ser la vencedora en la batalla diaria de Zara:
la
guerra de los pantalones vaqueros más estrechos,
de
colores, con dibujos, los de marca, los más caros,
porque
cada vez es más sencillo que las yemas de mis dedos
viajen,
intuitivas, por los túneles de mi torso.
Por
liderar el ranking de los cuerpos más apetecibles,
más
llamativos, por una cosa u otra, a la cabeza
de
las sedas varoniles, los mentones perfectos,
el
vello hermoso enmarcando sus labios.
Aunque
no sea alta ni melancólica ni mis manos expertas.
Insignificante,
sonriente e ingenua como soy
acumulo
mandatos de porcelana en el cubo de basura.
Y
cada vez es más sencillo que las yemas de mis dedos
viajen,
intuitivas, por los túneles de mi torso.
Magnífica
estrella la mía. Hoy, por lo menos,
después
de la austeridad de ya no hay llave,
tan
sólo me duele la habitación número trece.
Y
es un lujo morir habiendo prescindido del desayuno.
(Mi
primer bikini, 2001)
ELENA
MEDEL (ESPAÑA, 1985 )