1
Manchada de… lirios, la escalinata que subo y subo y subo
sin lograr alcanzar nunca la cúspide ni el picaporte de la puerta
que cierra el paso al altarcito de la escalera.
Entramos él, y yo, dos sombras
agitándose en un sitio remoto, el pie del altarcito cubierto de ramos muy finos.
De eneldo.
2
Se iba, dijo, porque los perros romperían la puerta:
los desaliñados, los perdidos.
-Sabés- le dije- anoche soñé con vos.
Te ibas a causa de una puerta astillada,
pero en astillas grandes como vigas.
No hay contradicción en la imagen
porque las astillas eran grandes
como vigas pero livianas como hebras
y despedían un aire cálido de otoño
y parecían girar o desavenirse en los límites
del marco de una puerta, no sé,
como un portal, que ciertos perros
estaban a punto de devorar o romper.
-Los desaliñados son los míos- me contestaste.
Ahora: yo querría saber de quién son los perdidos.
3
O sea que ni siquiera tenía una respuesta
para la puerta firme como un ícono
en sus goznes de hierro negro,
puerta liviana, suave como un arco de plumas,
desgarrada aún sin que ningún perro hubiera intervenido.
Cerré los ojos, no sabía si alguna vez
había llorado en lo alto de una escalera,
vestida de blanco, una guarda, me parece,
muy…se destacaba como una opresión
dorada alrededor de los pechos y cerca de los tobillos
o tal vez más arriba, unas tobilleras de oro muy brillantes y pulidas y más oscuras
en los pectorales de la túnica que había perdido toda consistencia en tu memoria.
La puerta se abría en la cúspide de la escalinata y yo no lograba llegar hasta ella,
alcanzar el picaporte, girarlo, salir a tu intemperie cercada por una luz cruda de agua, siendo atravesada
por la inminencia de esa puerta cerrada y al alcance de la potencia de mis
tobillos de oro y de la presión de mis manos sin defectos.
4
Cuando las habitaciones fueron desnudadas,
por encima de todo lo que hubo y lo que fue,
cubriéndolo,
hice colocar un paño de terciopelo. Verde.
Porque esa era mi voluntad y porque debía
concentrarme día y noche, sin pausas,
en callar, perfeccionando el acallamiento
hasta completarlo.
5
Sólo cuando los pájaros empezaron a gritar,
me acerqué a tu cama, te toqué la cabeza, el pecho, los pies.
Te escuché respirar con fuerza y estremecimientos de dolor.
La bandada gritaba más y más fuerte pero a medida que cobraba altura
se desflecaba el diseño de su desplazamiento,
y los gritos
se contorsionaban una y otra vez en la atmósfera hasta perderse.
La funcionalidad de esas aves negras en lo alto de un cielo
de ventana de hospital me es indiferente y lo menciono
como una incógnita o una inquietud, lejanas.
Un año lúgubre me diste.
“Tartamuda”, sí. Habías encontrado
la manera apropiada de restituirme al balbuceo del mundo.
6
El olor a trapo quemado me ensordecía.
Por favor. Por favor. Conocía esa clase de jueg… de fuego.
Llamas que parecían extinguidas, provenidas de otras regiones,
de otras precogniciones. “Que boquee, que se ahogue como un pescado”, vos,
sobre todo, por encima de las voces destempladas que retorcían la horda,
la hoguera, por favor, yo, sin lengua para hablar. Ver brillar el silencio. Alguien,
uno de ustedes,
chicos que yo misma vi crecer, invité, acaricié
con mi mano sin anillos, vos, me parecía que habías sido vos,
con una especie de arma, de martillo golpeó, golpeó, lo quiso…lo….yo no podía
impedirlo, el baño fue de fuego,
en el silencio sobrecargado de olor, tu voz de niño, aguda y destemplada: “que
me mate, que me asesine”, o esto mismo invertido, yuxtapuesto, desgarrado en
el tiempo de la acción delirante, los troncos de fresno perfumado, se arrojaban
al piso, desnudos, danzaban sin abrigo, la luz era pequeña
como la de una lámpara, bañaron con el fuego a aquél a quien llamaban padre,
todavía se retuerce bajo mis párpados el amianto de sus rodillas.
7
- Muévase-. El agua limpia había comenzado a descargarse
con fuerza, su frescura fuera de sí… Sin pausas
voy transportando los baldes metálicos desbordados,
por una calle empinada donde por todas partes había uniformados: agentes de
policía, guardiacárceles, enfermeras
en actitudes misteriosas. Todo el piso mojado.
Un policía resbala en un charco. Se limpia con un pañuelo,
me señala, lo pierdo de vista, el acarreo de agua es incesante.
El r…r… el rumor de las lavadoras me astilla los nervios. Otro uniformado,
de gris topo, me sonríe secándose próximo al vertedero hacia donde algunos
civiles van arrastrando grandes masas de piedra. A mí que no me pongan
piedras como almohada. Me muevo con gran agilidad llevando un balde tras
otro hasta un pozo abierto en el corazón de la cantera. Allí también se detenían
los señores uniformados, tocándose, y burlándose, mencionando aquellas
partes de mi cuerpo que el agua empapaba, y el agua, inocente, dejándose
llevar limpia en mis baldes de aluminio hasta la boca del pozo,
no por esperar llenarlo en alguno de los viajes, dios me libre, sino por no
olvidarlo, no olvidar lo que ese pozo encierra
bajo mis párpados, en el recuerdo, alimentando
esa frescura orlada de pedacitos de mat…de mat… de materia translúcida
como…donde la luz penetra suavemente todo el tiempo que los veo rodar, caer
al fondo inalcanzable, fuera de sí la superficie y acaso desdoblada, yo misma ir
siendo cada vez aquella que alimenta el pozo no con la intención de llenarlo
sino para que no deje de desbordar.
8
Absorta, escayolada, voy recorriendo palmo a palmo
y en todas direcciones el circuito de la…disponibilidad.
No tengo cómo contar esto si no es por medio de la aridez,
el recato, la austeridad de los sentidos.
9
Estar desierta, disponible, una palma desnuda abierta
sobre un vidrio empañado. Pero ahora se trata de otra cosa: desplegar un
relato que nos incluya, que no nos q...quite la p…posibilidad de estar j…j…untos
una última vez.
Escayolada, decirse escayolada no resulta de la inútil lentitud de una violenta
analogía. Significa “demasiado disponible”, escayolada.
10
Días y años de internarme, de ser i… i… internada en idéntica travesía por
pasillos vigilados, esas personas uniformadas en color azul topo… con birretitos,
amaneramientos y amenazas encubiertas. Disponible. Escayolada. De pronto
recordé, cómo era sentir hambre y…y necesitar dar de comer, me corrijo:
proponerte comer,
¿comerías?
Como la vez que desperté sedienta y te pregunté ¿querés agua? Disponible,
disponible hasta morir de hambre y sed.
Escayolada.
Una palma desnuda abierta haciendo presión sobre la ventanilla mojada
de un auto. La mano abierta va del lado de afuera, posada.
Del lado de adentro hay la calidez de un cuerpo neutro
que maquina su…su…desatención.
Yo me había cambiado de ropa, tenía un impermeable amarillo como
despedida. Y la palma, disponible, palpaba la superficie fría del vidrio como
una mano ciega lo haría en el fondo de un pozo.
(Partes del campo, Buenos Aires: Ediciones de La Eterna, 2015).
La tercera persona del plural
de puntillas niñas al tacto bajo el cedro, siestas no cruzar, los puentes tendidos no arriesgarse, a la frescura de nata no roer, frutillas verdeazuladas dejarse estar como la tierra o la avispa o los pies
desnudos y el hueco de los hombros, la dulzura de las clavículas, la noche en que cediera la plusvalía de los cuerpos frases desprendidas de un alfabeto raro como un grano de polen o muchos granos
de polen, tan blanco el arroz en el cuenco de la mano, al roce el beso en la comisura de los labios los dientes el paladar
devenires en el cuenco de la mano mutante, lengua que era secreta en la oscuridad de las voces brilla como saben brillar los cuerpos, amables las herramientas apropiadas
no pan ácimo no reclinatorio de silencio en la arena no miniatura coloreada donde triunfa el Amor
al tacto en
un gueto, un manicomio, el estallido de una guerra, trincheras, amasijos de sangre y hojaldre perfumados, treguas, electroshock, canela, huevos de pascua pintados, venenos libros, un gallinero, delirante una higuera
amor dialecto lengua desprendida viva
(inédito)
ALICIA SILVA REY (ARGENTINA, 1950).