DIÁLOGO DE LOS MUERTOS
Contigo puedo hablar, sobrepasar la medianoche
unidos en el lazo flébil de la confianza.
En esa levedad para las madres erigida,
para el hogar o la pacífica costumbre de olvidarnos.
Por ti puedo tender mi oscura carpa de pobreza,
fingir que leo en tu mano mi propia buenaventura
mirando siempre al sur, señalando aquellos pájaros
que alzan un ala rubia, como todo lo perdido.
Salvando de la turba, tú me mostrarás los peces
que dispones en la mesa amargada del perdón.
Qué penuria de los muertos, que gran penuria es este diálogo
que a nadie importará, porque no quedarán cartas,
testimonios, pruebas de nuestro largo desafío
contra el que quisimos ser, aparentando una ganancia.
No digas tu confesión: tienes historias tan terribles
por contar que ahora ya sé lo imposible de rescatarte,
lo imposible de abrazarnos, aliviarnos con el cielo
que me ha concedido amantes, cuerpos, lechos, certidumbres
del perfil más animal, pero no fidelidades.
Jamás una defensa, un portón recio en las tardes
que escojo para llorar, derrochando éstas mis gemas.
No me pidas hablar: tengo heridas tan recientes
como rostros el Dolor.
En verdad, qué compartimos sino ausencias: una casa,
una aseveración, o la premura del desprecio.
Cierto es: nos coronamos, nos decimos meretrices,
trocaríamos un nombre por el de la Emperatríz
dispuesta a entregarse a los vengativos perros
que nos devorarán, sin piedad para el armiño
que es este melodrama que a duras penas nos levanta
sobre la perversidad; esta canción inconcebible
con que entramos al Teatro, temblorosos por si aplauden.
Cuando en las escaleras, en la prisa de las fugas,
oímos que nos llaman y nuestra espalda se hace etérea,
¿No podemos olvidar la Palabra que ahora somos,
la promesa que insiste en enfrentarnos al papel?
No debemos, quedaría
cerrada la última puerta,
la salida majestuosa de nuestra inseguridad.
Siempre a la página, es lo exacto, la ocasión más preterida
donde aprendemos que vivir es algo más que esta nostalgia.
Diálogo de los Muertos, medianoche de los cuerpos
que comparten un aroma cuando afuera muere el mar;
estas horas que ganamos en los años de la ruina.
VESTIDO DE NOVIA
Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman,
contra el niño que escribe nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero.
Federico García Lorca
Con qué espejos
con qué ojos
va a mirarse este muchacho de manos azules.
Con qué sombrilla va a atreverse a cruzar el aguacero
y la senda del barco hacia la luna.
Cómo va a poder
Cómo va a poder así vestido de novia
si vacío de senos está su corazón si no tiene las uñas pintadas
si tiene sólo un abanico de libélulas.
Cómo va a poder abrir la puerta sin afectación
para saludar a la amiga que le esperó bajo el almendro
sin saber que el almendro raptó a su amiga le dejó solo.
Ay adónde va a ir así este muchacho
que se sienta a llorar entre las niñas que se confunde
adónde podrá ir así tan rubio y azul tan pálido
a contar los pájaros a pedir citas en teléfonos descompuestos
si tiene sólo una mitad de sí la otra mitad pertenece a la madre.
De quién a quién habrá robado ese gesto esa veleidad
esos párpados amarillos esa voz que alguna vez fue de las sirenas.
Quién le va a apagar la luz bajo la cama y le pintará los senos conque sueña
quién le pintará las alas a este mal ángel hecho para las burlas
si a sus alas las condenó el viento y gimen
quién le va a desvestir sobre qué hierba o pañuelo
para abofetearle el vientre para escupirle las piernas
a este muchacho de cabello crecido así vestido de novia.
Con qué espejos
con qué ojos
va a retocarse las pupilas este muchacho que alguna vez quiso llamarse Alicia
que se justifica y echa la culpa a las estrellas.
Con qué estrellas con qué astros podrá mañana adornarse los muslos
con qué alfileres se los va a sostener
con qué pluma va a escribir su confesión ay este muchacho
vestido de novia en la oscuridad es amargo y no quiere salir no se atreve
no sabe a cuál de sus musgos escapó la confianza
no sabe quién le acariciará desde algún otro parque
quién le va a dar un nombre
con el que pueda venir y acallar a las palomas
matarlas así que paguen sus insultos.
Con qué espejos con qué ojos
va a poder asustarse de sí mismo este muchacho
que no ha querido aprender ni un sólo silbido para las estudiantes
las estudiantes que ríen él no puede matarlas
así vestido de novia amordazado por los grillos
siempre del otro lado del puente siempre del otro lado del aguacero
siempre en un teléfono equivocado
no sabe el número tampoco él lo sabe.
Está perdido en un encaje y no tiene tijeras
así vestido de novia como en un pacto hacia el amanecer.
Con qué espejos
con qué ojos.
BREVÍSIMA APARICIÓN DE JOSÉ MARTÍ EN LA LLOVIZNA
Debieran pesar menos tus párpados, y el limo
de tanto verbo cívico ampararte en mejor modo.
Es larga la llovizna, y el paisaje que la mide
hierve ante tu nombre, que sabíamos Amado.
Estás
y no te vemos más que en el espasmo
que lo humedece todo, en su Constitución
que tantos generales firmaron muy de prisa,
urdiendo otra batalla, otro país,
Papel Moneda
Cárdenas. Bayamo. Ciudades que no viste
se empapan de tu nombre como de extremaunción
y ni los niños pueden, borrando la llovizna
marcar un tiempo apenas en que no estemos
habitándote.
Un parque, un mausoleo, repetidos como bustos
que doblan tu visión: eso devora la llovizna,
y los mapas siniestros que con ninguna brújula
desmentirán al mar, la soledad que nos rodea.
Llovizna, talismán, aparición, huida, encanto.
El mármol de un portal ya casi hundido te pregunta
por los antiguos fríos que te ofreció otra capital
que recorrías cegato, bizambo, desorejado
en pos de islas inciertas, casi humano temporal.
No se esfuma el olor tremendo de tu anécdota.
No cesa la llovizna
sino el mezquino tiempo que duró tu aparición.
Te vas antes de que abran sus mesas y sus manos
los húmedos civiles que supieron invocarte.
Te vas como se esfuma la silente Navidad,
y la fe cenizada con la cual sobrevivimos.
El día también canta, a su manera, los milagros.
Hoy, cuando quiero cerrarme en la llovizna
como un libro.
PENSAMIENTOS EN LA 22
Si extiendo los brazos de pared a pared
algo más que humedad estará en mí lacerando:
la historia del Otro, su terco perfil,
que en la noche el vigía procuró, persistente.
En la circular número cuatro, haciendo
el doble malabar de quien su muerte reconstruye,
juego a ser el reo, y en la 22,
celda de mi arcano, esto pienso y voy cifrando.
Prisión de la Isla en la Isla del cuerpo. Han borrado claves,
grafittis, memorias.
El techo se pudre, como la sensación
de ser el que Fue, tras las rejas, sin rostro.
Aguzo los filos de la sobrevivencia,
un cuchillo hay en mí que es mi lengua, y el Tiempo.
Mi piel es su tatuaje,
mi sed su persistir.
El hombre al que torturan lo que escribo ya conoce.
No sé, si tuviera la oportunidad
de cambiar esta Isla por las otras, qué hiciera.
No digo el domingo, pero en la 22
el tiempo vuelve a ser un torcido remanso.
Aquí tuvo el Otro su mujer imaginaria,
como tengo yo ahora un amante abstraído.
Quien se murió por mí en la ergástula
aquí hubo de hablar destronado y perfecto:
y aprendí a ser la víctima extendiendo sus brazos
de pared a pared, de una angustia a otra angustia,
de una Cuba que en forma muy menor se nos diluye.
En la tarde, el Presidio
no cierra sus compuertas.
Entro aquí con la misma obcecación que a un Oráculo.
KUBAS POETER DROMMER INTE MER
I
A la vuelta de unas horas, desarmada la trastienda,
encienden un cigarro, una mujer, una nostalgia,
que no podrán beber. Escupen unos pájaros.
Casal los acompañe. Y también Heredia,
para el desasosiego.
Van a cerrar las puertas para escribir a solas.
Traen su verso, su reloj; traen su pan y su enemigo.
Mancos, ciegos, sordos, mudos de golpes y candor
fingen abrazarse, celebrando en las revistas
el único disparo de quien pudo transfigurarles
sobre la nieve estoica donde guardan sus cadáveres
las patrias imposibles que Dios nos revelará.
Bajo la luz del fondo, mientras corren las noticias
como peces en un mar que da en la sangre sus reflejos,
vuelven los poetas a beber libro por libro
y hablan del novecientos cuando la noche los acoge.
La noche los recibe en los bares, en los cuartos
miserables del hervor que ellos resuman desde el puerto.
Rones del Atlántico les da, y brújulas, esferas
sobre las que escribir las juventud que los agota.
Exprimen unas algas, visten sedosamente
la forma terca y pulcra que sus versos van tejiendo
pero no pueden soñar; algo en la Isla les impide
volcarse en la blancura. Y es la niebla lo que cantan.
Cábala nacional
devuélvenos el párpado.
Cábala nacional,
la bitácora. El hastío
de un paisaje moribundo vacía nuestras páginas
que tan altas quisimos. Nos hacen desdecir
las últimas tertulias que la ciudad ha preservado
del lirio y de la costa, parpadeando bajo el trueno.
Qué pocas cosas nos defienden si la tormenta se avecina.
Las cartas del amigo son demoras en el trópico,
los daguerrotipos nos bendicen. Remembranza
de un tiempo por llegar, que no alcanza en esos versos
a ser tiempo posible; los poetas traen el sueño
que quisieran soñar o revivir en esas páginas
que el temporal agrupa, ilustra, ve, ilumina.
Los poetas cubanos fundamos en la noche
la cifra tan exacta de una Isla en la orfandad.
Urna, Mausoleo, Sala de Armas, Capitolio:
qué son esas palabras frente a la cerrazón.
II
Largo ha sido el temporal, Apóstol. Y nos escampa.
Se escucha en la trastienda su rumor, y nadie puede
volver a tus discursos, a tu paso, sin entrar
al rocío destrozado donde hallaste las visiones
que pueden sostenernos, aún en la tormenta.
Hambrientos desde e agua, flotando sobre el cáncer
de nuestras certidumbres, volvemos a tu nombre
no en las horas cívicas, Martí, para saberte
sino frágil y cercano al sangro que elegiremos.
Mujeres, niños, dioses del sueño de la Isla, repiten la tristeza
y el tráfago al saberte como ellos, aquí
junto a la mesa única de raras navidades
que despiden al siglo con perfiles de ciclón.
Libro de Cuba
que acaso tú entreviste,
en forma de diario hacia la exaltación. José,
cómo podemos no pensarte cuando sopla
en cada fundación una amenaza del desastre
Los poetas no podemos soñar, está obligado el ojo
a ver, a ver, a ver: no habrá un pasado
si alzamos contra el viento de la noche en que te hundiste
duda y sólo duda; pero en la habitación
donde nos reunimos para desarmar los versos,
los cuerpos del país, estaremos convocándote.
Isla y temporal, Libro de Cuba. Apóstol;
¿habrá para nosotros también claustros de mármol?
III
Cantar los mismos argumentos nos ha vuelto predecibles.
La Isla sueña y no el poeta que en la media luz pretende
ver contra la fronda, ser la flecha y ser el blanco.
La fuente amplísima de frutos es gozo que desdeñamos,
Pero su sabor rebota en la lengua de los negros
y los indios cautelosos que tampoco nos leerán.
¿Y es acaso que nos leerán,
va a poder escoger alguien la escritura de estos signos
donde todo va mezclando el esplendor y la ceniza,
y la celebración familiar en la promesa
de círculos de polvo, o ámbar que nos corona?
Los poetas juran, elogian los sonetos
perfectos de Zenea: es de románticos su estirpe;
y el mundo encima de sus bocas fluye
si beben en las fiestas los pretextos de la trova
y callan el hedor de las iconografías. Abrazados, son
nombre en el Nombre, Hijos en el hijo
que nos redimirá.
Verbo nacional,
revélanos las puertas,
las casas, el paisaje en que podía ser el parque
y su verde y el fulgor
el latir mismo de Cuba.
Verbo nacional, revela tu elegía
en que sonriamos y haya acabado lo terrible.
Ganas de soñar. Nos salvan esos álbumes
donde ordenarán los padres sus más recientes glorias, hechas de ingenuidad.
Y al volver de la necrópolis, otra vez en la trastienda
beberemos por nosotros el mismo, largo trago
que el ya ausente prometió.
Nos salvan esos días en los cuales nos entienden
los que van a llegar y nos desean perdonarnos
el azar estas preguntas de respuestas infinitas
bajo el árbol general al que vamos adentrándonos.
Los poetas cubanos ya no sueñan; en la noche
de la Isla entienden los cuerpos y el abismo, los libros y las armas
del silencio y el origen. Grande es la soledad
y el temor de ser apenas el verso que sobreviva
en el adolescente cuyo rostro no sabemos.
Hora nacional,
Dános el alivio
de alzar alguna página contra el sueño tercamente.
El sueño, pero no.
No el dormir si va cayendo
la lluvia entre nosotros y es de fuego y es de azufre
el peso de la gloria y no el de cada libertad. El sueño, pero no.
Los poetas se reúnen, leen el mediodía, desarman la trastienda
de la conversación
cantando estos presagios siempre en la media luz.
Y no pueden dormir. Y el viento sopla afuera.
Y así pasa el huracán, y pasa el siglo en nuestros nombres.
POEMA DE SITUACIÓN
Yo no necesito la muerte de los mártires.
No necesito de sus rostros en la ira de la muchedumbre,
no preciso sus voces que golpean en la pancarta,
en los muros, en las redes, en las piezas de domingo.
No me hacen falta sus nombres,
la sangre en que crecieron.
Sus ojos, sus gritos, no son angustias para mí,
no son las furias que hierven en las manos de los otros.
Me vale más saber que ellos rieron como yo,
que de mi edad sufrieron como yo ahora sufro:
Desnudo, Gris, Bebido e Insolente.
me vale más saber que somos gemelos de un tiempo
donde quizás sus mujeres lleguen a ser las mías
y podamos confundirnos en lo febril de las puertas.
Me vale más tenerlos como aporte de mis días,
como el almuerzo elemental gracias al que vivo,
y no en lo solemne, no en lo ya perdido,
donde ahora se pasean en un círculo de sombras
apuntalando con sus muertes la historia de un país.
Yo no necesito la gloria de estos mártires.
NORGE ESPINOSA (CUBA, 1971)