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noviembre 21, 2016

POEMAS DE DORIS LESSING

Foto: Sophie Bassouls/Sygma/Corbis (Fuente: theguardian.com)






Fábula

Cuando miro hacia atrás me parece recordar el canto.
Aunque siempre estaba en silencio aquel salón largo y tibio.

Impenetrables, creímos, esos muros,
oscurecidos de escudos antiguos. La luz
brillaba sobre la cabeza de una chica o sobre sus piernas 
jóvenes despatarradas. Y las voces bajas
subían en el silencio a perderse como en el agua.

Además, estando todo tibio y quieto como una mano,
si uno de nosotros corría las cortinas
una lluvia bordada soplaba afuera con descuido.
A veces se colaba un viento que hacía bambolear las llamas,
proyectando sombras agazapadas en las paredes,
o afuera aullaba un lobo en la noche vasta 
y al sentir que se nos helaba la carne, nos juntábamos.

Pero la danza seguía por un rato
—así me parece ahora:
formas lentas que se movían serenas a través
de charcos de luz tejiendo una red dorada sobre el piso.
Así debe haber seguido, para siempre, como un sueño.

Pero entre un año y otro —¿cambió el viento? 
¿La lluvia al final pudrió las paredes?
¿Vinieron los hocicos de los lobos a empujar los rayos caídos?

Hace tanto.
Sin embargo a veces me acuerdo del salón cortinado
y escucho las voces lejanas y jóvenes que cantan.




Oh cerezos que son demasiado blancos para mi corazón

Oh cerezos que son demasiado blancos para mi corazón,
y todo el suelo se blanquea con su muerte,
y todas sus ramas van a sumergirse al río,
y cada gota cae de mi corazón.

Si hay justicia en el ángel de los ojos que brillan
va a decir “¡Esperá!” y me va a alcanzar un racimo de cerezas.
El ángel barbudo, justo y firme como una cabra
levanta una cabeza rumiante y masca la nieve con lentitud.

¿Hace falta, cabra, que te quedes acá?
¿hace falta que te quedes acá, quieta?
¿siempre vas a estar parada acá,
a prueba de fe, a prueba de inocencia?





Versiones en castellano de © Sandra Toro.




Fable

When I look back I seem to remember singing.
Yet it was always silent in that long warm room.

Impenetrable, those walls, we thought,
Dark with ancient shields.  The light
Shone on the head of a girl or young limbs
Spread carelessly. And the low voices
Rose in the silence and were lost as in water.

Yet, for all it was quiet and warm as a hand,
If one of us drew the curtains
A threaded rain blew carelessly outside.
Sometimes a wind crept, swaying the flames,
And set shadows crouching on the walls,
Or a wolf howled in the wide night outside,
And feeling our flesh chilled we drew together.

But for a while the dance went on –
That is how it seems to me now:
Slow forms moving calm through
Pools of light like gold net on the floor.
It might have gone on, dream-like, for ever.

But between one year and the next – a new wind blew?
The rain rotted the walls at last?
Wolves’ snouts came thrusting at the fallen beams?

It  is so long ago.
But sometimes I remember the curtained room
And hear the far-off youthful voices singing.




Oh Cherry trees you are too white for my heart

Oh Cherry trees you are too white for my heart,
And all the ground is whitened with your dying,
And all your boughs go dipping towards the river,
And every drop is falling from my heart.’

Now if there is justice in the angel with the bright eyes
He will say ‘Stop!’ and hand me a bough of cherry.
The bearded angel, four-square and straight like a goat
Lifts a ruminant head and slowly chews at the snow.

Goat, must you stand here?
Must you stand here still?
Is it that you will always stand here,
Proof against faith, proof against innocence?




(de Fourteen Poems, 1959).





DORIS LESSING (Irán/Reino Unido, 1919-2013).

noviembre 11, 2016

No hay espacio para la autocompasión, no hay lugar para el miedo - TONI MORRISON


Foto: tegrau.files.wordpress.com


En los tiempos del terror, los artistas no deberían optar por quedarse en silencio.

(Este artículo es parte del número especial del 23 de marzo de 2015 por el aniversario N° 150 de The Nation).


      El día después de Navidad, 2004, tras la reelección presidencial de George W. Bush.
      Miro por la ventana, impotente, de muy mal humor. Entonces un amigo, un colega artista, llama para desearme felices fiestas y me pregunta “¿Cómo estás?”. En vez de “Bien, ¿y vos?”, le suelto la verdad: “Nada bien. No solamente estoy deprimida, parece que no puedo trabajar, escribir. Es como si estuviese paralizada, sin poder escribir nada más de la novela que empecé. Nunca me había sentido así antes, pero las elecciones...” Estaba a punto de explicarle con más detalle cuando me interrumpió gritando: “¡No! ¡No, no, no! Este es precisamente el momento en el que los artistas tienen que trabajar —no cuando está todo bien, sino en los tiempos del terror. ¡Ese es nuestro trabajo!”.
      Me sentí como una tonta el resto de la mañana, sobre todo cuando me acordé de los artistas que hicieron su trabajo en gulags, celdas, camas de hospital; los que hicieron su trabajo mientras se los perseguía, exiliaba, injuriaba y ridiculizaba. Y los que fueron ejecutados.
      La lista –que abarca siglos, no solamente el último—es larga. Una muestra incluye a Paul Robeson, Primo Levi, Ai Weiwei, Oscar Wilde, Pablo Picasso, Dashiell Hammett, Wole Soyinka, Fyodor Dostoyevsky, Alexander Solzhenitsyn, Lillian Hellman, Salman Rushdie, Herta Müller, Walter Benjamin. Una lista exhaustiva llegaría a centenares.
      Para los dictadores y los tiranos, empezar sus reinados y sostener su poder con la destrucción deliberada y calculada del arte es rutina: la censura y la quema de libros de prosa sin regular, el asedio y la detención de pintores, periodistas, poetas, dramaturgos, novelistas y ensayistas. Ese es el primer paso de un déspota cuyos actos instintivos de maldad no son solo irracionales o malvados, sino también perspicaces. Tales déspotas saben muy bien que su estrategia de represión va a hacer que florezcan las verdaderas herramientas del poder opresivo. Su plan es simple:

      1. Elegir un enemigo útil —un “Otro”— para convertir la furia en conflicto, incluso en guerra.
      2. Limitar o borrar la imaginación que proporciona el arte, así como también el pensamiento crítico de académicos y periodistas.
     3. Distraer con juguetes, sueños de botín y temas de una religión superior o de un orgullo nacional desafiante que consagre las humillaciones y las heridas pasadas.

      The Nation nunca hubiera existido ni prosperado en la España de 1940, ni en la Siria de 2014, ni en la Sudáfrica del apartheid, ni en la Alemania de 1930. Y la razón es clara: Nació en los Estados Unidos de 1865, el año del asesinato de Lincoln, cuando la división política era descarnada y letal —como dice mi amigo, durante los tiempos del terror. Pero ningún príncipe ni rey ni dictador puede interferir con éxito para siempre en un país que de verdad valora la libertad de prensa. Esto no quiere decir que no hubiese elementos que intentaran censurar, sino que no pudieron ganar a largo plazo. The Nation, con su historia de ensayos perturbadores, agudos, inteligentes, compartiendo un espacio amplio y equitativo con la crítica de arte, las reseñas, la poesía y el teatro, es tan decisivo ahora como lo fue por 150 años.
      En este mundo contemporáneo de protestas violentas, de luchas internas, de reclamos de alimento y paz, en el que ciudades desiertas lanzan a refugiarse a los pueblos desposeídos, abandonados, aterrorizados que corren por su vida y por el aliento de sus hijos, nosotros (que nos llamamos civilizados) ¿qué hacemos?
      Las soluciones fluctúan entre la intervención militar y/o la concentración —matar o encerrar. Cualquier otro gesto en este clima político degradado se interpreta como un signo de debilidad. Uno se pregunta por qué últimamente la etiqueta de “débil” se convirtió en el pecado más esencial e imperdonable. ¿Es porque nos volvimos, el país mismo y los ciudadanos, una nación tan asustada de los demás que no reconoce la verdadera debilidad: la cobardía de insistir con las armas en todas partes y con las guerras en todas partes? ¿Qué tan adulto y qué tan viril es dispararles a médicos que hacen abortos, a alumnos, a peatones, a adolescentes negros que se escaparon? ¡Qué tan fuerte y qué tan poderosa es la sensación de llevar un arma letal en el bolsillo, en la cadera o en la guantera del auto? ¿Qué tan carismático puede ser amenazar de guerra en los asuntos exteriores nada más que por hábito, por miedo manufacturado o por ego nacional? ¿Y qué tan vergonzoso? Vergonzoso porque tenemos que saber, en cierto nivel de conciencia, que la fuente de y la razón para nuestra agresividad instilada no es solamente la guerra. También es el dinero: los beneficios de la industria de las armas, el apoyo financiero del complejo militar-industrial del que nos advirtió el presidente Eisenhower.
      Empujar a un país a usar la fuerza es fácil cuando la ciudadanía está llena de descontento y experimenta sensaciones de indefensión que pueden apaciguarse con la violencia. Y cuando el discurso político está destrozado por una sinrazón y un odio tan profundos que el abuso más vulgar parece lo normal, lo que manda es el desafecto.  
      Nuestros debates, en su mayoría, son el modelo de un recreo: nombres gritados, cachetadas verbales, chismes y risitas, mientras los toboganes y las hamacas del gobierno quedan vacíos.
      La mayor parte de los últimos cinco siglos, África ha sido concebida como pobre, pobre en extremo; a pesar del hecho de ser escandalosamente rica en petróleo, oro, diamantes, metales preciosos, etc. Pero como, en gran parte, esas riquezas no pertenecen a la gente que vivió toda su vida allí, en la mente occidental quedaron como merecedores de desprecio, lástima y, por supuesto, rapiña. A veces nos olvidamos de que el colonialismo era y es una guerra, una guerra para controlar y apropiarse de los recursos —es decir, el dinero— de otros países. Hasta podemos engañarnos pensando que nuestros esfuerzos por “civilizarlos” o “pacificarlos” no tienen nada que ver con el dinero. Pero la esclavitud siempre tuvo que ver con el dinero: con mano de obra libre que produce dinero para propietarios e industrias. Los “pobres trabajadores” y los “pobres desempleados” contemporáneos están como los ricos inactivos del “África colonial más oscura” —disponibles para el robo del salario y de la propiedad, apropiados por corporaciones metastásicas que sofocan sus voces disidentes.
      Nada de esto es un buen augurio para el futuro. Así y todo, me acuerdo del grito de mi amigo el día después de Navidad: ¡No! Este es precisamente el momento en el que los artistas tienen que trabajar. No hay tiempo para desesperarse, no hay espacio para la autocompasión, no hay necesidad de silencio, no hay lugar para el miedo. Hablamos, escribimos, hacemos el lenguaje. Así es como se curan las civilizaciones.
Yo sé que el mundo está golpeado y sangrando, y aunque es importante no ignorar su dolor, también es vital resistirse a sucumbir a su maldad. Como el error, el caos contiene información que puede llevar al conocimiento —incluso a la sabiduría. Como el arte.


(Texto original en https://www.thenation.com/article/no-place-self-pity-no-room-fear/ )



TONI MORRISON (EE. UU., 1931-2019)

Versión en castellano de Sandra Toro.

noviembre 06, 2016

POEMAS DE MARY JO BANG según ST

Foto gentileza de Billy Blog



Y como en Alicia

Ella dice que Alicia no puede estar en el poema porque
es solamente una metáfora de la niñez
y un poema ya es una metáfora
así que tendríamos una metáfora

dentro de otra metáfora. ¿Ven?
Asienten todos. Ven. Menos la chica
con la cabeza en la madriguera. Desde esta perspectiva,
su culito parece un panda blanco y negro

visto de atrás. Y de hecho tiene uno
en la parte interna del brazo.
Claro que tieso y sin vida.
¿Quién iba a atreverse a tener un oso de verdad tan cerca de la oreja?

Se pregunta por los posibles daños que podría sufrir
si cayera hasta el fondo de la oscuridad a través de la que mira.
Criaturas extrañas cantarían canciones en las que
sílabas curiosas le pondrían al final un sibilante punto final.

Tal vez los sonidos serían una forma de la luz que sisea.
Como cuando una morsa sopla
entre dos incisivos fracturados. Tal vez tomarían
la forma de una serpiente. Pero, de haber serpiente, haría falta un árbol.

¿Podría hacer crecer uno de una semilla? Y con otra, ¿podría hacer un gato?
Sentarlo en una rama y que volviera a desaparecer en cuanto le
dijeran que ese ruido feo que se escucha es el pensamiento racional
que golpea la puerta del bosque con un hacha.




ABC más E: La soledad cósmica es la novia de la existencia

Una manada de chicas frívolas patrullaba la fiesta,
eran marginadas culturales, consumidas por... ¿qué?
¿Su propia noción de la belleza reflejada en el espejito-espejito
de un pantalón de hombre? O nada
más era medianoche y nadie llevaba la cuenta.

Le confesaron al barman que eran practicantes y
del materialismo psicológico, explicaban, habían leído
a Sartre y a Beauvoir y creían en el cerebelo,
en el tálamo y en el cerebro inferior y que entre
las partes superiores e inferiores tiene que haber espacio para eso,
dejando de lado la Nan (la nada).

Por cierto, la noche era una bacanal espectacular.
Las chicas arrastraban a sus parejas, borrachos como cubas.
Una lo sentó afuera con un ejemplar de Antología de Camus.
Esa era “imperiosa” (el término es de Beauvoir)
“El club estaba sumido en una oscuridad casi completa,
con violinistas que deambulaban
‘tocando una música rusa conmovedora’ al oído de los clientes”.
“'Si tan solo fuera posible decir la verdad',
exclamó Camus llegado un punto”.

Había vodka y champagne, ambos en cantidad
extremadamente hermosa y buena para apretarse. Y bailar
mejilla con mejilla, entre un intercambio de besos furtivos
y risitas cada vez que uno de los tipos decía “No me dejes,
yo te amo, siempre te voy a amar”.
Algo que ellas tomaban como evidencia irrefutable
de una avidez general de calor humano,
p. ej., de tocar, incluso entre los postadolescentes
moribundos y soñadores que en la pista de baile esa noche
se transformaban en chicos malos, repitiendo las preguntas
de las chicas: “cómo vamos a vivir”, “qué vamos a hacer”,
palabras sin final, y sin peso.



Tres partes de una X

Claro que me temo
que no vas a entender.
Vos, un gran monstruo artificial.
Yo, un estado de naturaleza.
Las leyes para la vida cotidiana ayudan
un poco nada más.
Pero nunca es suficiente.
Están los que creen que
existe un “allá afuera”.
Eso puede hacer que un problema
parezca menos, como una moneda
en la mano del hombre parado
en la esquina de un casino.
Afuera, en el jardín, un hombre
se sienta mirando para arriba. Piensa:
en primavera, cuando el bosque vuelva a ser verde
voy a tratar de explicarte lo que quiero decir.
Claro que volamos
a ciegas, claro que estamos asustados.
Y, es cierto, a algunos les va bien.
Todas las noches cierran las cortinas
y miran la tele.
Después alguno dice: Hora
de levantarse, y se levantan.
Hora de irse, y se van
a poner una X en el casillero al lado de la transgresión.
¿Qué hay de malo en el arte?
Mientras una imagen no pueda encajar nunca
con el objeto al que representa.
El sexo con una efigie.
¿Qué tan divertido puede ser? Hmm-hmm.



La autopsia de una época

Era así en ese tiempo, un cuchillo
atravesado en el cartílago, un cuerpo destrozado. La bestia
y la bestia como ceniza mineral. Una ventana hecha añicos.
El clamor colectivo a modo de alarma general
seguida de silencio.

                                 La noche de color negro-bota,
el zumbido alógeno. La cinta reptando en
una máquina antirradar. Después, los vidrios
rotos y el amuleto del puesto de control –el clac
de un brazalete-trampa para turistas. Un brazo. Una baratija.

El chasquido va a la caparazón. La película
en el cráneo protege al juicio de la mojadura,
del ángulo de la correa y
el collar que la conecta. Una posibilidad remota de rastreo.
El descenso de una oscuridad de provincia.



Teoría de la catástrofe IV

Hay distintas versiones. En una,
la ensalada de huevo se echa a perder, en otra —el nene, el agua para el baño.
En las últimas, correr agitando los brazos,
con aves de corral y polainas para ocultar que no hay medias.
Las medias se reservaron
para fabricar títeres.

En las últimas, el tren hace chu-chu.
Amistoso y benigno. Sabemos que no es tan así pero es
lo que queremos creer. En esta además está el esbozo
de una cerca y una lavanda para oponer más 
que una resistencia violenta a la razón.
También habla

de derramar tinta pero se mantiene
dentro de su contorno. Está, en una palabra, controlada.
¿Qué tan catastrófico puede ser?
Claramente, la teoría no está exenta de contratiempos
—sobre todo a lo largo del horizonte.
Y hay porciones sin esclarecer

en el cuadrante inferior derecho.
Un lugar sensible
a la palpación. Lo que no se ve, puede sentirse.
Se puede, en una palabra, suponer
que en el fondo de la profundidad sin fondo,
la banda va a interpretar espléndidamente una partitura

nada fácil de encontrar, el famoso “Un buen día”
—en el que la torre de vigilancia se convierte
en un bañero abajo de una sombrilla
y de las cenizas salen siete gansos volando
como halcones de regreso a la oscilación, con la noche
cayendo cerca del ocaso.





Teoría de la catástrofe III

Ahora nos sentamos a jugar con un elefantito
de juguete tirado por una cuerda tensa.
Ahora nos usamos y nos dejamos usar
por turnos. Los sombreros se nos deshilachan
y eso en sí es trágico.
Estar perdidos. Haber perdido. Los verbos

como auténticos motores que empujan hacia adelante 
el tren del pensamiento. El sombrero se da
vuelta y sale un conejo. Sale un hombre
con un monóculo. Sale un káiser.
Caramba, es historia, ese techo
compuesto por cuadrados encastrados, cada pierna un cordón umbilical,

cada mentira la pierna de una esposa. Se tira de un cordón de terciopelo
que hace sonar una campana y  vienen todos corriendo
a ver cómo se desploma un año en
el conteo de una boca abierta. Una vuelta de alambre de púas
se cierra en torno a la circunferencia de un globo de nieve
al sacudirlo. El diario amarillo con su texto aguado es

una celosía de sombra lanzada contra la
pantalla clara del paredón de la cárcel.
De una idea simple sale el cordel
que le da nombre a la totalidad. ¿Qué es una teoría
sino un tentáculo que trata de alcanzar una hostia de razón?
La brecha trágica inevitable. Trágica, seguro.





Teoría de la catástrofe II

El pie sigue adelante, sí.
Sin embargo hay raíces. Y una órbita gigantesca
que enfoca su ojo cíclope
en una mañana de muaré.
Cuando el microcosmos está seco-es tierra,
mojado-es agua.

Agua, juncos, anguila eléctrica: una posibilidad.
Sol, juncos, mota de polvo y ácaro: otra.
Sea el elemento que sea
(sea urbano/ sea pastoril,
esté vacío/ esté lleno), la teoría dice
que siempre puede ser peor.

Hasta que es. Después la teoría fracasa,
dejando una marca de identificación.
De la sangre se llega, a la sangre
se va. Las cosas repentinas ocurren
dentro de un marco. Se enciende
una llama. Miren

esos garabatos patéticos y ondulantes.
¿Infierno o jardín?
Una distancia inconmensurable
crepita entre ellos.
Observarlo todo. Y recibir tan poco.
Nada más lo que cabe en lo plano

de una lente de vidrio. El corazón tiene esperanza.
Una falacia patética.
Miren cómo se mueven los números.
El misterio del tic-tac.
Uno por segundo, sesenta por cada Mickey.
Y cuatro se hacen diez, una de cada seis

bombas cae en un barril, en una cesta,
en el cajón de las dos en punto. ¿Desea seguir
conectada? Lo visto se borronea
en lo recién oído. Un pájaro detrás de la ventana
bien abierta. El día tibio
de marzo. Cambia. Cambió

todo. El mundo
como un desastre que distrae.
AY, qué poco SENTIDO, le dijo el lobo
a Mary Jo. La teoría se basa
en un punto de quiebre.
El reloj marcha en una dirección.





El diario de una chica perdida

Cuatro muertes por difteria, después el fuego, ahora cinco lagos mencionados
con miradas tranquilas. Ya desenfrenadamente loco.
Un chillido lunático del hijo
de un rufián. Un remo luchó contra la multitud de una orilla, otro,
con el nacimiento húmedo. Y la locura,
¿la infligieron los demonios? ¿o fue una herida de dios? ¿O una visión,

que lanzaron a un espejo vacío, y vos justo estabas ahí?
Después, arriba –los lagos envueltos
en estuches perlados, el giro de cobre de un rascacielos

que se despliega contra un vitral—la pregunta quiásmica
repetida. Se acordó de las leccioncitas tímidas
de una chica llamada Renée acerca de las libertades inalcanzables
de la carne. En el comedor, se habrían arrugado
sobre la mesa como ángeles de papel
si alguien levantaba una ceja.

Si no, se recostaban contra los decorados –mirándose los zapatos
Bonniedale, allá abajo
como si no estuviesen enamoradas de nada más.



Las nubes de algodón medicinales descienden a cubrirlos

A asfixiar sus pequeñeces
en fieltro. Los pliegues insatisfechos, la emoción
fílmica –remota, pálida e impalpable.
Cada uno con su propia inflexión
secreta de necesidad.
No había discusión sobre esto sino un simple cambio
de humor al mencionarse ciertas palabras.
El nexo inane del discurso, que nunca capta del todo
el qué invocado.
Ella dejó caer la ropa interior sobre su cadera.
El matiz bordado de la ilusión,
la idea ebria en la penumbra sutil.
La imagen de una mano convertida en
una mano. ¿De quién? Sí. El deseo reelaborado paso a paso,
un podría que solloza. Un era que se dijo y se queda muy quieto.
Solamente permitía que le pasara
a ella. Cuello y nuca, una curva vuelta
abismo infinito extendido hacia el deseo, el deseo, el deseo,
y listo, un resultado asombroso. ¿No es lindo?
Rosey-o, Rosey-o. Ella se despertó, le dio una mirada:
Ah, sos vos. Sí. Creí que estaba soñando.
En alguna parte cantaban sirenas niñas. Lindo, dijo ella. Lindo.



El discurso está destinado a persuadir

I

Acá estamos, querido, tan cerca que nos podríamos tocar
si lo que quisiéramos fuese tocarnos. Un encuentro
placentero que se acumula. Una mirada a las hojas que empuja la mente
un poco para atrás. Obstáculos estúpidos.
Nos mantienen separados. ¿Esto es lo que querías
que pasara? en tu ausencia
adquirí malos hábitos. Me tomé las pastillas
que dejaste en la mesa de luz. Me vestí
de plumas para volar. Y vuelo pero no, no me derrito
como algunos cuando lo intentan con muchas ganas. Una fracción
de cuatro nada más es una cosa chiquita dicha de un modo raro.


II

Y bueno, dijeron, que el árbol sea Conocimiento. Y la hoja,
Naturaleza. Que el perro tenga el nombre nuevo que le demos –Pupper.
Que la cuerda se anude en su eje lineal.
Y ahora sale el sol. El rumor a maquinaria
del aleteo de los faisanes. Estaban irritados por el regalo
de un reloj, por su estruendo inconsistente. Miraban un libro
de impresiones tomadas de frescos, especímenes decorativos.
Enamorados, distendidos, se dieron una ducha, usaban un solo vaso
de agua. Por encima de todo, la peculiaridad de la dicha.
Seis era una cifra, aunque ¿acaso no aceptaban con entusiasmo
que los números quieren decir algo?


III

Eventualmente el texto empezó a explicarse solo.
Escrito, el código era más fácil de descifrar.
Vislumbraron una estrategia, la división frecuente,
la sustracción ocasional. Un fragmento besaba a otro.
Una insinuación sexual de todo tipo. La distancia no era amable.
Entendieron por qué se dice que las omisiones pueden resultar crueles
y por eso se urdió un sistema de sustitución. Un tres se usó
para connotar un espacio en blanco. Una manta se arrojó
sobre la cama pero solo porque hacía mucho, mucho frío.
Todo ocurrió en el entretenimiento de una noche.
Todo, un momento de distracción.


IV

Ahora bien, dijo ella, acercate. Él le permitía
tan poco. Y ella obedecía. Eso puede decirse a su favor.
Era su favorita. Lo dijo él.
Ella arrastraba las uñas por la superficie insonora.
Ninguna emanación abominable del pizarrón. En el silencio,
un reloj. Un perro que rascaba resignado una puerta.
Esa noche ella soñó que vivía en una lavandería
a la que llegaba todo limpio. Era lo único
que iba a querer decir. Que el tiempo sea una imagen bien demostrada.
Que el discurso esté hecho para persuadir. Que los fragmentos contengan el espacio.
Que la alarma del despertador siga entrando por la fuerza.



La Sra. Otoño y sus dos hijas

Vivimos en un mar
de blanco esperando caer.
Una de nosotras no es como mi madre y soy yo. Soy yo.
Mis ojos casi siempre están cerrados.

Mi madre sabe
cómo hacer que nieve. Nunca nos
vemos los pies. Nuestras faldas terminan donde empieza la escarcha.
Mi hermana se viste de armiño. Yo tengo una cintura fina.

Los rulos no me los hago más. ¿Para qué molestarme?
Quiero a mi hermana pero odio a mi madre
aunque todas seamos una pieza.
El zaczac interminable. El fragmento desgarrado.

Todavía vivimos donde nos dejaste la última vez—
entre el palacio en el que guardás tu invierno
y el jardín de verano del sucedáneo del emperador.
¿Te oí decir China? Si es así, tenés razón.

Vivimos en la cima del continente
que contiene tal pobreza. Tal contaminación.
Tal belleza escalofriante. Siempre una montaña.
Siempre un biombo. Veladuras blancas

sobre mí. Yo no me comporto
como mi madre. Me asomo más allá.
Lo que hago aniquila el espejo de China
pero no la montaña.

Ni al hombre que se aleja.
Mi madre dice echá más nieve pero yo no puedo
evitar pensar.
Hay más para el ser que la borradura.

Te equivocás, dice ella. No te pusiste tu capa.



Las chicas se visten bien para prevenir el caos

Parar es ceder,
¿qué era lo que él buscaba? Un fruto paradisíaco que se sostuviera por sí solo
a la luz, que se transformase –a su debido tiempo—en un periquito verde y diáfano
detrás del cual. ¿Qué? Ella había visto fotos

del espacio que le hicieron erizar la piel: gota y polvo suspendidos
en una iridiscencia azul índigo, ambos a la espera de que se actuara en consecuencia.
Ese día iba de negro con medias
transparentes, aros caligrafiados y toques de rubor con el rojo-sangre abajo.

Dijo, A veces es sabio no ver, caer en un trance visual
en el que la ceguera deja en blanco el batir de la cuerda tensa y a punto de soltarse.
Menos puede mejorar con menos. Ella sabía cómo
esconder y cómo abrir una lata con un cuchillo. Sabía que la Sutileza Dulce

y su amiga fría, la Necesidad, vivían a solo dos paradas
en el continuo de una cuerda floja. Así como unos labios bien definidos formaban una puerta
detrás de la que las habitaciones se llenaban de demonios deleitándose y besándose con lascivia—
piedras arrojadas, cadenas sacudidas, hombres afeitados.



El único secreto de las estrellas

¿Té? Sí, por favor. Y después,
el halo de una taza al irse.
Un taxi surgido de cualquier parte,

Cinco constelaciones, dijo Louise,
y nada más que dos luceros. Pronto, dijo Ham,
la ballena va a alcanzar el nudo de la red del pescador;

la luna va a meter la cara en el agua.
Y todos vamos a sentir la furia de haber sido usados
en la tormenta y en el esplendor.

Madre dijo, y Louise dijo, traten de ser populares,
lindas y encantadoras. Traten de hacer sentir
inteligentes a los demás. Sin el miedo, ¿qué somos?

preguntó la otra. El deseo, dijo Louise. La polilla
y el pabilo pródigo, jadeando en lo que quedó
de un fuego.




Las versiones en castellano son de Sandra Toro.






And as in Alice

Alice cannot be in the poem, she says, because
She's only a metaphor for childhood
And a poem is a metaphor already
So we'd only have a metaphor

Inside a metaphor. Do you see?
They all nod. They see. Except for the girl
With her head in the rabbit hole. From this vantage,
Her bum looks like the flattened backside

Of a black and white panda. She actually has one
In the crook of her arm.
Of course it's stuffed and not living.
Who would dare hold a real bear so near the outer ear?

She's wondering what possible harm might come to her
If she fell all the way down the dark she's looking through.
Would strange creatures sing songs
Where odd syllables came to a sibilant end at the end.

Perhaps the sounds would be a form of light hissing.
Like when a walrus blows air
Through two fractured front teeth. Perhaps it would
Take the form of a snake. But if a snake, it would need a tree.

Could she grow one from seed? Could one make a cat?
Make it sit on a branch and fade away again
The moment you told it that the rude noise it was hearing was rational thought
With an axe beating on the forest door.

(Poetry, October 2007).


ABC Plus E: Cosmic Aloneness Is the Bride of Existence

A pack of young flirts was patrolling the party,
They were cultural outsiders, consumed with ... what?
Their own notion of beauty as reflected in the shinemore
mirror
Of a man's pants? Or nothing
But midnight and no one is counting.
They were practitioners, they admitted to the barman,
Of psychological materialism, explaining they had read both
Sartre and Beauvoir and believed in the cerebellum,
The thalamus and the lower brain and that between
The lower and the upper parts there must be room for them,
Nant [ nothingness ] aside.
Indeed, the evening was a spectacular bacchanalia,
The girls lugging their blinddrunk
partners around the floor.
One sitting it out with a volume of The Collected Camus.
That one was “imperious” (the word is Beauvoir's)
“The club was plunged into almost total darkness,
With violinists wandering about
‘Playing soulful Russian music' into the guests' ears.”
“‘If only it were possible to tell the truth,'
Exclaimed Camus at one point.”
There was vodka and champagne, both in quantities
Extremely beautiful and nice for getting tight. And dancing
Cheek to cheek, between the exchange of furtive kisses
And giggles every time one of the chaps said, “Don't
Leave me, I love you, I'll always love you.”
Which they took as irrefutable evidence



Three parts of an X

Of course I’m afraid
you won’t understand.
You, a great artificial monster.
Me, a state of nature.
Rules for daily living help
only a little.
But never enough.
There are those who believe
there is an “out there.”
Which can make a problem
seem smaller, like a nickel
in the hand of man standing
in the corner of a casino.
Outside in the garden, a man
sits looking up. He’s thinking,
In spring, when woods are getting green
I’ll try and tell you what I mean.
Of course we are flying
blind. Of course we are frightened.
And some succeed, that’s true.
Each evening they close the curtains
and watch their TVs.
Then someone says, Time
to get up, and they get.
Time to move, and they move
to place an X in the box next to naughtiness.
What harm is there in art?
As long as an image can never bed
the object it represents.
Sex with an effigy.
How much fun could that be? Tsk. Tsk.

An Autopsy of an Era

That's how it was then, a knife
through cartilage, a body broken. Animal
and animal as mineral ash. A window smashed.
The collective howl as a general alarm
followed by quiet.

                              Boot-black night,
halogen hum. Tape snaking through
a stealth machine. Later, shattered glass
and a checkpoint charm—the clasp
of a tourist-trap bracelet. An arm. A trinket.

Snap goes the clamshell. The film
in the braincase preserving the sense
of the drench, the angle of the leash,
the connecting collar. A tracking longshot.



Catastrophe Theory IV

There are multiple versions. In one,
the egg salad goes bad, in another—the baby, the bathwater.
In the more recent, running, waving arms,
poultry, and spats to conceal the absence of socks.
The socks have been held back
for puppet production.

In the most recent, the train is choo-choo.
Benign and friendly. We know it's not so but we so wish
to believe. In this one there is also the hint
of a fence and lavender which will stand
for more than a violent resistance to reason.
It also speaks

of spilt ink but it stays
in its contour. It is, in a word, controlled.
How catastrophic can that be?
Clearly, the theory is not without mishap—
especially along the horizon.
And there are unsolved portions

in the right lower quadrant.
A place that tender
To palpation. What you don’t see, you can still feel.
You can, in a word, presume
That at the bottom of the bottomlesss depth,
The band will render splendidly, from sheet music

Not easily found, the famous “On Fine Day”—
In which the watchtower turns
To a lifeguard beneath an umbrella
And seven geese rise from the ashes
Like falcons off forth on swing, night falling
Down around the waning.



Catastrophe Theory III

Now we sit and play with a tiny toy
elephant that travels a taut string.
Now we are used and use in turn
each other. Our hats unravel
and that in itself is tragic.
To be lost. To have lost. Verbs

like veritable engines pulling the train
of thought forward. The hat is overturned
and out comes a rabbit. Out comes a man
with a monocle. Out comes a Kaiser.
Yikes, it's history, that ceiling
comprised of recessed squares, each leg a lifeline,

each lie a wife's leg. A pulled velvet cord
rings a bell and everyone comes running
to watch while a year plummets
into the countdown of an open mouth. A loop of razor wire
closes around the circumference of a shaken globe
of snow. Yellowed newsprint with its watery text,

a latticework of shadow thrown
onto the clear screen of the prison wall.
From a mere idea comes the twine
that gives totality its name. What is a theory
but a tentacle reaching for a wafer of reason.
The inevitable gap tragic. Sure, tragic.



Catastrophe Theory III

Now we sit and play with a tiny toy
elephant that travels a taut string.
Now we are used and use in turn
each other. Our hats unravel
and that in itself is tragic.
To be lost. To have lost. Verbs

like veritable engines pulling the train
of thought forward. The hat is over-
turned and out comes a rabbit. Out comes a man
with a monocle. Out comes a Kaiser.
Yikes, it's history, that ceiling
comprised of recessed squares, each leg a lifeline,

each lie a wife's leg. A pulled velvet cord
rings a bell and everyone comes running
to watch while a year plummets
into the countdown of an open mouth. A loop of razor wire
closes around the circumference of a shaken globe
of snow. Yellowed newsprint with its watery text,

a latticework of shadow thrown
onto the clear screen of the prison wall.
From a mere idea comes the twine
that gives totality its name. What is a theory
but a tentacle reaching for a wafer of reason.
The inevitable gap tragic. Sure, tragic. 



Catastrophe Theory II

The foot goes forward, yes.
Yet there are roots. And a giant orb
which focuses its cyclopic eye
on a moiré morning.
When the microcosm is dry—it's earth;
wet—it's water.

Water, reeds, electric eel: one possibility.
Sun, reeds, dust mote and mite: another.
Whatever the elements
(it's urban/it's pastoral,
it's empty/it's open), the theory says
it could always be worse.

Until it is. Then theory fails,
leaving a tracer mark.
From blood you come to blood
you go. Sudden things happen
inside a frame. A flame is
lit. Look

at those pathetic wiggly squiggles.
Inferno or garden?
An immeasurable distance
sizzles between them.
Watching it all. But taking so little in.
Just what will fit on the flat

of a glass lens. The ticker is hopeful.
Pathetic fallacy.
Look at the numbers move.
The mystery of ticks.
One per second, sixty per Mickey.
Four becomes ten, one in six

bombs falls in a bushel, a basket,
a two o'clock casket. Do you wish to stay
connected? The seen blurs
into the just heard. A bird outside the wide
open window. The warm day
of March. It changes. It has

all changed. The world
as a distracting disaster.
MY, what little SENSE you make, said the wolf
to Mary Jo. The theory rests
on a tipping point.
The clock steps in a direction.

(The Eye Like a Strange Balloon, 2004).



The Diary of a Lost Girl

Four diphtheria deaths, then fire, now five named lakes
with tranquil looks. Yet rampantly mad.
A lunatic shriek from a ruffian

child. One oar wrestled a mob of shore fringe, another,
the wet underbirth. And madness,
was it afflicted by daemons? Or stricken of god? Or vision,

thrown on an empty mirror, and there you were?
Later, upstairs — the lakes packed away
in pearly cases, the coppery spin of a high skyward

arrayed against a leaded window — the chiasmic
question recurred. She recalled shy little lessons
from a girl named Renee on the unattainable freedoms

of the flesh. In the dining room, they would crumple
over the table like paper angels
if anyone raised an eyebrow.

Otherwise, they leaned against scenery — looking down
at their Bonniedale shoes
as if they were in love with nothing else.



The Medicinal Cotton Clouds Come Down to Cover Them
To smother their smallness
in felt. Unsatisfied folds, filmic
emotion — remote, pale and impalpable.
Each with their own secret
inflection of want.
There was no debate on this but merely a mood
shift when certain words were mentioned.
Inane nexus of speech, never quite capturing
the what invoked.
She slid her panties down over her hips.
The broidered hue of illusion,
idea drunk in the delicate gloom.
The picture of a hand becoming
a hand. Whose? Yes. Desire reworked stepwise,
a would weep. A was told and lying very still.
Was allowing just so to happen
to her. Neck nape a curve becoming
infinite abyss extended to wish, wish, wish,
and rightyo,
a stunning result. Isn’t that nice?
Roseyo,
roseyo.
She woke, took one look:
Oh, it’s you. Yes. I thought I dreamed you.
Siren girls sang somewhere. Nice, she said. Nice.



Speech is Designed to Persuade

I
Here we are, my dear, so near we could touch
if touch were what was wanted. A pleasant event
accruing. A view into leaves will move the mind
back slightly. Dunderheaded hindrances.
They kept us apart. Is this what you meant
to have happened? I have taken up bad habits
in your absence. I have taken the tablets
you left on the dresser. I have dressed myself
in feathers fit for flight. I am flight but did not not melt
as some do when they try too hard to fly. A fraction
of four is only saying a small thing oddly.


II

Fine then, they said, let the tree be Knowledge. Let the leaf
be Nature. Let the dog take a name we give it — Pupper.
Let the string be knotted on its linear axis.
And now the sun comes up. The machinery hum
of a pheasant flutter. They were galled by the gift
of a clock, its inconsistent clatter. They looked over a book
of prints taken from frescoes, decorative specimens.
Smitten, relaxed, they took a shower, using only a cup
of water. Uppermost was bliss’s peculiarity.
Six was a cipher, although didn’t they eagerly agree
to let numbers mean nothing?


III

Eventually the text began to explain itself.
Written out, the code was easier to decipher.
They devised a strategy, frequent division,
occasional subtraction. One fragment kissed another.
A sexual innuendo of sorts. Distance was not kind.
They understood the adage that omissions can be cruel
so a system of substitution was concocted. A three was used
to connote a blank space. A blanket was thrown
over the bed but only because it was very, very cold.
It was all in an evening’s amusement.
All a moment’s distraction.


IV

Now then, she said, come closer. He allowed her
so little. And she made do. That can be said in her favor.
She was his favorite. He said so.
She dragged her nails along the surface soundless.
No abominable chalkboard emanation. In the quiet,
a clock. A dog scratching resignedly at a door.
That night she dreamed she lived in a laundry
where everything came clean. She was all
she was going to mean. Let touch be a timetested
image.
Let speech be designed to persuade. Let fragments hold a space.
Let the bell for waking keep breaking in.


Mrs. Autumn and Her Two Daughters

We live in an ocean
of white waiting to fall.
One of us is not like our mother and it's me. It's I.
My eyes are mostly closed.

My mother knows
how to make snow. We never see
our feet. Our skirts end in the oncoming frost.
My sister wears ermine. I have a narrow waist.

I no longer curl my hair. Why bother?
I love my sister but hate my mother
yet we're ail of a piece.
Endless snipsnip. Ragged fragment.

We still live where you last left us—
between the palace where you keep your winter
and the summer garden of the ersatz emperor.
Did I hear you say China? If I did you are right.

We live atop the continent
that contains such poverty. Such pollution.
Such eerie beauty. Always a mountain.
Always a screen. White washes

over me. I do not act
like my mother. I lean farther.
What I make annihilates the mirror of China
but not the mountain.

Not the man walking away.
My mother says throw more snow but I can't
help thinking.
There is more to being than erasure.

You are wrong, she says. You don't wear your cape.



Girls Dress Well to Stave Off Chaos

To stop is to cave,
What was it he was looking for? A paradisiacal fruit that would hold itself up
to the light, become—in good time—a diaphanous parakeet green
behind which. What? She'd seen photos
of space that made her skin crawl: droplet and dust suspended
in indigo blue iridescence, each waiting to be acted upon.
She wore black that day and sheer
stockings, calligraphied earrings, touches of blush with blood-red beneath.

She said, Sometimes it's wise not to see, to induce a sight trance
where blindness blanks out the flutter of the taut rope about to break free.
Less can be bettered by less. She knew how
to conceal and how to open a can with a knife. Knew Sweet Finesse

and her cold friend, Necessity, lived but two stops apart
on a tightwired continuum. Just as well-defined lips formed a door
behind which rooms filled with demons who dallied and kissed lascivious—
flung stones, rattled chains, shaved men.



The Star's Whole Secret

Did she drink tea? Yes, please. And after,
the halo of a glass gone.
A taxi appeared out of elsewhere,

Five constellations, Louise said,
but only two bright stars among them. Soon, Ham said,
the whale will reach the knot of the fisherman's net;

the moon will have its face in the water.
And we'll ail feel the fury of having been used
up in maelstrom and splendor.

Mother did say, Louise said, try to be popular,
pretty, and charming. Try to make others
feel clever. Without fear, what are we?

the other asked. The will, said Louise. The mill moth
and the lavish wick, breathless in the remnant
of a fire.





MARY JO BANG (EE. UU., 1946).