Si el hombre pudiera decir lo que
ama...
Si el hombre
pudiera decir lo que ama,
si el hombre
pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en
la luz;
si como muros que
se derrumban,
para saludar la
verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar
su cuerpo,
dejando sólo la
verdad de su amor,
la verdad de sí
mismo,
que no se llama
gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel
que imaginaba;
aquel que con su
lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los
hombres la verdad ignorada,
la verdad de su
amor verdadero.
Libertad no
conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no
puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien
me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día
y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y
espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños
perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la
libertad del amor,
la única libertad
que me exalta,
la única libertad
por que muero.
Tú justificas mi
existencia:
si no te conozco,
no he vivido;
si muero sin
conocerte, no muero, porque no he vivido.
Adolescente fui en días idénticos
a nubes...
Adolescente fui en días idénticos a
nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y
reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre el cuerpo
de hoy.
Perder placer es triste
como la dulce lámpara sobre el lento
nocturno;
aquel fui, aquel fui, aquel he sido...
era la ignorancia mi sombra.
Ni gozo ni pena; fui niño
prisionero entre muros cambiantes;
historias como cuerpos, cristales como
cielos,
sueño luego, un sueño más alto que
la vida.
Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre mis manos,
las hallará vacías, como en la
adolescencia,
ardientes de deseo, tendidas hacia el
aire.
País
Tus ojos son de donde
la nieve no ha manchado
la luz, y entre las palmas
el aire
invisible es de claro.
Tu deseo es de donde
a los cuerpos se alía
lo animal con la gracia
secreta
de mirada y sonrisa.
Tu existir es de donde
percibe el pensamiento,
por la arena de mares
amigos,
la eternidad en tiempo.
Qué ruido tan triste el que hacen
dos cuerpos cuando se aman...
Qué ruido tan triste el que hacen dos
cuerpos cuando se aman,
parece como el viento que se mece en
otoño
sobre adolescentes mutilados,
mientras las manos llueven,
manos ligeras, manos egoístas, manos
obscenas,
cataratas de manos que fueron un día
flores en el jardín de un diminuto
bolsillo.
Las flores son arena y los niños son
hojas,
y su leve ruido es amable al oído
cuando ríen, cuando aman, cuando
besan,
cuando besan el fondo
de un hombre joven y cansado
porque antaño soñó mucho día y
noche.
Mas los niños no saben,
ni tampoco las manos llueven como
dicen;
así el hombre, cansado de estar solo
con sus sueños,
invoca los bolsillos que abandonan
arena,
arena de las flores,
para que un día decoren su semblante
de muerto.
Quiero, con afán soñoliento...
Quiero, con afán soñoliento,
Gozar de la muerte más leve
Entre bosques y mares de escarcha,
Hecho aire que pasa y no sabe.
Quiero la muerte entre mis manos,
Fruto tan ceniciento y rápido,
Igual al cuerno frágil
De la luz cuando nace en el invierno.
Quiero beber al fin su lejana amargura;
Quiero escuchar su sueño con rumor de
arpa
Mientras siento las venas que se
enfrían,
Porque la frialdad tan sólo me
consuela.
Voy a morir de un deseo,
Si un deseo sutil vale la muerte;
A vivir sin mí mismo de un deseo,
Sin despertar, sin acordarme,
Allá en la luna perdido entre su frío.
No intentemos el amor nunca
Aquella noche el mar no tuvo sueño.
Cansado de contar, siempre contar a
tantas olas,
quiso vivir hacia lo lejos,
donde supiera alguien de su color
amargo.
Con una voz insomne decía cosas vagas,
barcos entrelazados dulcemente
en un fondo de noche,
o cuerpos siempre pálidos, con su
traje de olvido
viajando hacia nada.
Cantaba tempestades, estruendos
desbocados
bajo cielos con sombra,
como la sombra misma,
como la sombra siempre
rencorosa de pájaros estrellas.
Su voz atravesando luces, lluvia, frío,
alcanzaba ciudades elevadas a nubes,
cielo Sereno, Colorado, Glaciar del
infierno,
todas puras de nieve o de astros caídos
en sus manos de tierra.
Mas el mar se cansaba de esperar las
ciudades.
Allí su amor tan sólo era un pretexto
vago
con sonrisa de antaño,
ignorado de todos.
Y con sueño de nuevo se volvió
lentamente
adonde nadie
sabe de nadie.
Adonde acaba el mundo.
Quisiera saber por qué esta
muerte...
Quisiera saber por qué esta muerte
al verte, adolescente rumoroso,
mar dormido bajo los astros ciegos,
aún constelado por escamas de sirenas,
o seda que despliegan
cambiante de fuegos nocturnos
y acordes palpitantes,
rubio igual que la lluvia,
sombrío igual que la vida es a veces.
Aunque sin verme desfiles a mi lado,
huracán ignorante,
estrella que roza mi mano abandonada su
eternidad,
sabes bien, recuerdo de siglos,
cómo el amor es lucha
donde se muerden dos cuerpos iguales.
Yo no te había visto;
miraba los animalillos gozando bajo el
sol verdeante,
despreocupado de los árboles
iracundos,
cuando sentí una herida que abrió la
luz en mí;
el dolor enseñaba
cómo una forma opaca, copiando luz
ajena,
parece luminosa.
Tan luminosa,
que mis horas perdidas, yo mismo,
quedamos redimidos de la sombra,
para no ser ya más
que memoria de luz;
de luz que vi cruzarme,
seda, agua o árbol, un momento.
Remordimiento en traje de noche
Un hombre gris avanza por la calle de
niebla;
No lo sospecha nadie. Es un cuerpo
vacío;
Vacío como pampa, como mar, como
viento,
Desiertos tan amargos bajo un cielo
implacable.
Es el tiempo pasado, y sus alas ahora
Entre la sombra encuentran una pálida
fuerza;
Es el remordimiento, que de noche,
dudando;
En secreto aproxima su sombra
descuidada.
No estrechéis esa mano. La yedra
altivamente
Ascenderá cubriendo los troncos del
invierno.
Invisible en la calma el hombre gris
camina.
¿No sentís a los muertos? Mas la
tierra está sorda.
Sombras blancas
Sombras frágiles, blancas, dormidas
en la playa,
dormidas en su amor, en su flor de
universo,
el ardiente color de la vida ignorando
sobre un lecho de arena y de azar
abolido.
Libremente los besos desde sus labios
caen
en el mar indomable como perlas
inútiles;
perlas grises o acaso cenicientas
estrellas
ascendiendo hacia el cielo con luz
desvanecida.
Bajo la noche el mundo silencioso
naufraga;
bajo la noche rostros fijos, muertos,
se pierden.
Sólo esas sombras blancas, oh blancas,
sí, tan blancas.
La luz también da sombras, pero
sombras azules.
Todo esto por amor
Derriban gigantes de los bosques para
hacer un durmiente,
derriban los instintos como flores,
deseos como estrellas
para hacer sólo un hombre con su
estigma de hombre.
Que derriben también imperios de una
noche,
monarquías de un beso,
no significa nada;
que derriben los ojos, que derriben las
manos como estatuas vacías.
Mas este amor cerrado por ver sólo su
forma,
su forma entre las brumas escarlata,
quiere imponer la vida, como otoño
ascendiendo tantas hojas
hacia el último cielo,
donde estrellas
sus labios dan otras estrellas,
donde mis ojos, estos ojos,
se despiertan en otro.
Un muchacho andaluz
Te hubiera dado el mundo,
muchacho que surgiste
al caer de la luz por tu Conquero,
tras la colina ocre,
entre pinos antiguos de perenne
alegría.
Eras emanación del mar cercano?
Eras el mar aún más
que las aguas henchidas con su aliento,
encauzadas en río sobre tu tierra
abierta,
bajo el inmenso cielo con nubes que se
orlaban de
rotos resplandores.
Eras el mar aún más
tras de las pobres telas que ocultaban
tu cuerpo;
eras forma primera,
eras fuerza inconsciente de su propia
hermosura.
Y tus labios, de bisel tan terso,
eran la vida misma,
como una ardiente flor
nutrida con la savia
de aquella piel oscura
que infiltraba nocturno escalofrío.
Si el amor fuera un ala.
La incierta hora con nubes desgarradas,
el río oscuro y ciego bajo la extraña
brisa,
la rojiza colina con sus pinos cargados
de secretos,
te enviaban a mí, a mi afán ya caído,
como verdad tangible.
Expresión amorosa de aquel mismo
paraje,
entre los ateridos fantasmas que
habitaban nuestro mundo,
eras tú una verdad,
sola verdad que busco,
mas que verdad de amor, verdad de vida;
y olvidando que sombra y pena acechan
de continuo
esa cúspide virgen de la luz y la
dicha,
quise por un momento fijar tu curso
ineluctable.
Creí en ti,
muchachillo.
Cuando el amor evidente,
con el irrefutable sol del mediodía,
suspendía mi cuerpo
en esa abdicación del hombre ante su
dios,
un resto de memoria
levantaba tu imagen como recuerdo
único.
Y entonces,
con sus luces el violento Atlántico,
tantas dunas profusas, tu Conquero
nativo,
estaban en mí mismo dichos en tu
figura,
divina ya para mi afán con ellos,
porque nunca he querido dioses
crucificados,
tristes dioses que insultan
esa tierra ardorosa que te hizo y te
hace.
Unos cuerpos son como flores...
Unos cuerpos son como flores,
otros como puñales,
otros como cintas de agua;
pero todos, temprano o tarde,
serán quemaduras que en otro cuerpo se
agranden,
convirtiendo por virtud del fuego a una
piedra en un hombre.
Pero el hombre se agita en todas
direcciones,
sueña con libertades, compite con el
viento,
hasta que un día la quemadura se
borra,
volviendo a ser piedra en el camino de
nadie.
Yo, que no soy piedra, sino camino
que cruzan al pasar los pies desnudos,
muero de amor por todos ellos;
les doy mi cuerpo para que lo pisen,
aunque les lleve a una ambición o a
una nube,
sin que ninguno comprenda
que ambiciones o nubes
no valen un amor que se entrega.
El viento y el alma
Con tal vehemencia el viento
viene del mar, que sus sones
elementales contagian
el silencio de la noche.
Solo en tu cama le escuchas
insistente en los cristales
tocar, llorando y llamando
como perdido sin nadie.
Mas no es él quien en desvelo
te tiene, sino otra fuerza
de que tu cuerpo es hoy cárcel,
fue viento libre, y recuerda.
Ventana huérfana con cabellos
habituales...
Ventana huérfana con cabellos
habituales,
Gritos del viento,
Atroz paisaje entre cristal de roca,
Prostituyendo los espejos vivos,
Flores clamando a gritos
Su inocencia anterior a obesidades.
Esas cuevas de luces venenosas
Destrozan los deseos, los durmientes;
Luces como lenguas hendidas
Penetrando en los huesos hasta hallar
la carne,
Sin saber que en el fondo no hay fondo,
No hay nada, sino un grito,
Un grito, otro deseo
Sobre una trampa de adormideras
crueles.
En un mundo de alambre
Donde el olvido vuela por debajo del
suelo,
En un mundo de angustia,
Alcohol amarillento,
Plumas de fiebre,
Ira subiendo a un cielo de vergüenza,
Algún día nuevamente surgirá la
flecha
Que abandona el azar
Cuando una estrella muere como otoño
para olvidar su sombra.
Yo fui...
Yo fui.
Columna ardiente, luna de primavera.
Mar dorado, ojos grandes.
Busqué lo que pensaba;
pensé, como al amanecer en sueño
lánguido,
lo que pinta el deseo en días
adolescentes.
Canté, subí,
fui luz un día
arrastrado en la llama.
Como un golpe de viento
que deshace la sombra,
caí en lo negro,
en el mundo insaciable.
He sido.
Estoy cansado
Estar cansado
tiene plumas,
tiene plumas
graciosas como un loro,
plumas que desde
luego nunca vuelan,
mas balbucean
igual que loro.
Estoy cansado de
las casas,
prontamente en
ruinas sin un gesto;
estoy cansado de
las cosas,
con un latir de
seda vueltas luego de espaldas.
Estoy cansado de
estar vivo,
aunque más
cansado sería el estar muerto;
estoy cansado del
estar cansado
entre plumas
ligeras sagazmente,
plumas del loro
aquel tan familiar o triste,
el loro aquel del
siempre estar cansado.
Como leve sonido
Como leve sonido:
hoja que roza un
vidrio,
agua que acaricia
unas guijas,
lluvia que besa
una frente juvenil;
Como rápida
caricia:
pie desnudo sobre
el camino,
dedos que ensayan
el primer amor,
sábanas tibias
sobre el cuerpo solitario;
Como fugaz deseo:
seda brillante en
la luz,
esbelto
adolescente entrevisto,
lágrimas por ser
más que un hombre;
Como esta vida que
no es mía
y sin embargo es
la mía,
como este afán
sin nombre
que no me
pertenece y sin embargo soy yo;
Como todo aquello
que de cerca o de lejos
me roza, me besa,
me hiere,
tu presencia está
conmigo fuera y dentro,
es mi vida misma y
no es mi vida,
así como una hoja
y otra hoja
son la apariencia
del viento que las lleva.
La sombra
Al despertar de un
sueño, buscas
Tu juventud, como
si fuera el cuerpo
Del camarada que
durmiese
A tu lado y que al
alba no encuentras.
Ausencia conocida,
nueva siempre,
Con la cual no te
hallas. Y aunque acaso
Hoy tú seas más
de lo que era
El mozo ido,
todavía
Sin voz le llamas,
cuántas veces;
Olvidado que de su
mocedad se alimentaba
Aquella pena
aguda, la conciencia
De tu vivir de
ayer. Ahora,
Ida también, es
sólo
Un vago malestar,
una inconsciencia
Acallando el
pasado, dejando indiferente
Al otro que tú
eres, sin pena, sin alivio.
Soliloquio del
Farero
Cómo llenarte,
soledad,
sino contigo
misma...
De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo
oscuro,
buscaba en tí,
encendida guirnalda,
mis auroras
futuras y furtivos nocturnos,
y en tí los
vislumbraba,
naturales y
exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya,
eterna soledad.
Me perdí luego
por la tierra injusta
como quien busca
amigos o ignorados amantes;
diverso con el
mundo,
fui luz serena y
anhelo desbocado,
y en la lluvia
sombría o en el sol evidente
quería una verdad
que a ti te traicionase,
olvidando en mi
afán
cómo las alas
fugitivas su propia nube crean.
Y al velarse a mis
ojos
con nubes sobre
nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos
días en tí misma entrevistos,
te negué por bien
poco;
por menudos amores
ni ciertos ni fingidos,
por quietas
amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de
reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos
placeres prohibidos
como los
permitidos nauseabundos,
útiles solamente
para el elegante salón susurrado,
en bocas de
mentira y palabras de hielo.
Por ti me
encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo
manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me
encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro
deseo,
el sol, mi dios,
la noche rumorosa,
la lluvia,
intimidad de siempre,
el bosque y su
alentar pagano,
el mar, el mar
como su nombre hermoso;
y sobre todo
ellos,
cuerpo oscuro y
esbelto,
te encuentro a ti,
tú, soledad tan mía,
y tú me das
fuerza y debilidad
como el ave
cansada los brazos de la piedra.
Acodado al balcón
miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras
imprecaciones,
contemplo sus
blancas caricias;
y erguido desde
cuna vigilante
soy en la noche un
diamante que gira advirtiendo a los hombres,
por quienes vivo,
aun cuando no los vea;
y así, lejos de
ellos,
ya olvidados sus
nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas
como el mar, mi morada,
puras ante la
espera de una revolución ardiente
o rendidas y
dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la
hora de reposo que su fuerza conquista.
Tú, verdad
solitaria,
transparente
pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso
abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la
estepa,
el hombre y su
deseo,
la airada
muchedumbre,
¿qué son sino tú
misma?
Por ti, mi
soledad, los busqué un día;
en ti, mi soledad,
los amo ahora.
El joven marino
El mar, y nada
más.
Insaciable,
insaciable.
Con pie desnudo
ibas sobre la olvidadiza arena,
Dulcemente
trastornado, como el hombre cuando un placer
espera,
Tu cabello seguía
la invocación frenética del viento;
Todo tú vuelto
apasionado albatros,
A quien su trágico
desear brotaba en alas,
Al único maestro
respondías:
El mar, única
criatura
Que pudiera asumir
tu vida poseyéndote.
Tuyo sólo en los
ojos no te bastaba,
Ni en el ligero
abrazo del nadador indiferente;
Lo querías aún
más:
Sus infalibles
labios transparentes contra los tuyos ávidos.
Tu quebrada
cintura contra el argínteo escudo de su
vientre,
Y la vida
escapando,
Como sangre sin
cárcel,
Desde el fatal
olvido en que caías.
Ahí estás ya.
No puedes
recordar,
Porque ahora tú
mismo eres quieto recuerdo;
Y aquella remota
belleza.
En tu cuerpo
cifrada como feliz columna,
Hoy sólo alienta
en mí,
En mí que la
revivo bajo esta oscura forma,
Que cuando tú
vivías
Sobre un ara
invisible te adivinaba erguido.
No te bastaba
El sol de lengua
ardiente sobre el negro diamante de
tu
piel,
A lo largo de
tantas lentas mañanas, ganadas en ocio
celeste,
Llenas de un áureo
polen, igual que la corola de alguna
flor
feliz,
De reposo divino,
divina indiferencia;
Caído el cuerpo
flexible y seguro, como un arma mortal,
Ante la gran
criatura enigmática, el mar inexpresable,
Sin deseo ni pena,
igual a un dios,
Que sin embargo
hubiera conocido, a semejanza del hombre,
Nuestros deseos
estériles, nuestras penas perdidas.
Mira también
hacia lo lejos
Aquellas oscuras
tardes, cuando severas nubes,
Denso enjambre de
negras alas,
Silencio y zozobra
vertían sobre el mar;
Y en tanto las
gaviotas encarnaban la angustia del aire
invadido por la tormenta,
Recuérdale
agitado, al mar, sacudiendo su entraña,
Como demente que
quisiera arrancar en la luz
EI núcleo secreto
de su mal,
Torciendo en olas
su pálido cuerpo,
Su inagotable
cuerpo dolido,
Trastornado ante
tu amor, también inagotable,
Sin que pudieras
llevar sobre su frente atormentada
La concha
protectora de una mano.
Las gracias
vagabundas de abril
Abrieron sus
menudas hojas sobre la arena perezosa.
Una juventud nueva
corría por las venas de los hombres
invernales;
Escapaban
timideces, escalofríos, pudores
Ante el puñal
radiante del deseo,
Palabra
ensordecedora para la criatura dolida en cuerpo
y
espíritu
Por las terribles
mordeduras del amor,
Porque el deseo se
yergue sobre los despojos de la tormenta
Cuando arde el sol
en las playas del mundo.
Mas ¿qué
importan a mi vida las playas del mundo?
Es ésta solamente
quien clava mi memoria,
Porque en ella te
vi cruzar, sombrío como una negra
aurora,
Arrastrando las
alas de tu hermosura
Sobre su dilatada
curva, semejante a una pomposa rama
Abierta bajo la
luz,
Con su armadura de
altas rocas
Caída hacia las
dunas de adelfas y de palmas,
En lánguido
paraje del perezoso sur.
Aún ven mis ojos
las salinas de sonrosadas aguas,
Los leves molinos
de viento
Y aquellos menudos
cuerpos oscuros,
Parsimoniosamente
movibles,
Junto a los bueyes
fulvos,
Transportando los
lunáticos bloques de sal
Sobre las
vagonetas, tristes como todo lo que pertenece a
los
trabajos de la tierra,
Hasta las anchas
barcas resbaladizas sobre el pecho del
mar.
Quién podría
vivir en la tierra
Si no fuera por el
mar.
Cuántas veces te
vi,
Acariciados los
ligeros tobillos por el ancho círculo de
tu
pantalón marino,
El pecho y los
hombros dilatados sobre la armoniosa cintura,
Cubierto
voluptuosamente de lana azul como de yedra,
El desdén
esculpido sobre los duros labios,
Anegarte frente al
mar en una contemplación
Más honda que la
del hombre frente al cuerpo que
ama.
Cambiantes
sentimientos nos enlazan con este o aquel
cuerpo,
Y todos ellos no
son sino sombras que velan
La forma suprema
del amor, que por sí mismo late,
Ciego ante las
mudanzas de los cuerpos,
Iluminado por el
ardor de su propia llama invencible.
Yo te adoraba como
cifra de todo cuerpo bello,
Sin velos que
mudaran la recóndita imagen del amor;
Más que al mismo
amor, más, ¿me oyes?,
Insaciable como tú
mismo.
Inagotable como tú
mismo;
Aun sabiendo que
el mar era el único ser de la creación
digno
de ti
Y tu cuerpo el
único digno de su inhumana soberbia.
Era el atardecer.
Las aves del día
Huyeron ante el
furtivo pensamiento de la sombra.
Los hombres
descansaban en sus cabañas,
Entre la mujer y
los hijos,
Desnudos los pies
bajo la luz funeral del acetileno,
Acechando el sueño
en sus yacijas junto al mar;
Como si no
pudieran dormir lejos de lo que les hace
vivir
Y de lo que les
hace morir.
Un gran silencio,
una gran calma
Daba con su
presencia el mar;
Pero también
latía por el aire adormecido y fresco del
letal
anochecer
Un miedo oscuro
A no se sabe qué
pálidos gigantes,
Dueños de
grisáceas serpientes y negros hipocampos,
Abriendo las
sombrías aguas,
En lucha sus
miembros retorcidos con rebeldes potencias
animales del abismo.
Las barcas, como
leves espectros,
Surgían
lentamente desde la arena soñolienta,
Voluptuosos
cuerpos tibios,
Con la gracia del
animal que sabe volver los ojos implorantes
Hacia las manos de
su dueño, dispensadoras de protección
y de
caricias,
Y piensa
tristemente que se alejan sin poder retenerlas.
No a estas horas,
No a estas horas
de tregua cobarde,
Al amanecer es
cuando debías ir hacia el mar, joven
marino,
Desnudo como una
flor;
Y entonces es
cuando debías amarle, cuando el mar debía
poseerte,
Cuerpo a cuerpo,
Hasta confundir su
vida con la tuya
Y despertar en ti
su inmenso amor
El breve espasmo
de tu placer sometido,
Desposados el uno
con el otro,
Vida con vida,
muerte con muerte.
Y una vez, como
rosa dejada,
Flotó tu cuerpo,
apenas deformado por las nupciales
caricias del mar,
Mas pálidos los
labios, lo mismo que si hubieran dado
paso
A toda su pasión,
el ave de la vida;
Igualmente hermoso
así, joven marino,
Desgarradoramente
triste con tu belleza inhabitada,
Como cuando
tornasolaba la vida tus miembros melodiosos.
Cambian las vidas,
pero la muerte es única.
Aún oigo aquella
voz exangüe, que en su vago delirio
Llegó hasta mí,
a través de las velas caídas en la arena,
como
alas arrancadas;
Alguien que
conocía tu ausencia, porque sus ojos te
vieron
muerto, tal una rosa abandonada sobre el mar,
Decía lentamente:
“Era más ligero que el agua.”
Qué desiertos los
hombres,
Cómo chocan sin
verse unos a otros sus frentes de vergüenza,
Y cuán dulce será
rodar, igual que tú, del otro lado, en
el
olvido.
Así tu muerte
despierta en mí el deseo de la muerte,
Como tu vida
despertaba en mí el deseo de la vida.
Birds in the Night
El gobierno
francés, ¿o fue el gobierno inglés?, puso
una lápida
En esa casa de 8
Great College Street, Camden Town, Londres,
Adonde en una
habitación Rimbaud y Verlaine, rara pareja,
Vivieron,
bebieron, trabajaron, fornicaron,
Durante algunas
breves semanas tormentosas.
Al acto inaugural
asistieron sin duda embajador y alcalde,
Todos aquellos que
fueran enemigos de Verlaine y Rimbaud
cuando
vivían.
La casa es triste
y pobre, como el barrio,
Con la tristeza
sórdida que va con lo que es pobre,
No la tristeza
funeral de lo que es rico sin espíritu.
Cuando la tarde
cae, como en el tiempo de ellos,
Sobre su acera,
húmedo y gris el aire, un organillo
Suena, y los
vecinos, de vuelta del trabajo,
Bailan unos, los
jóvenes, los otros van a la taberna.
Corta fue la
amistad singular de Verlaine el borracho
Y de Rimbaud el
golfo, querellándose largamente.
Mas podemos pensar
que acaso un buen instante
Hubo para los dos,
al menos si recordaba cada uno
Que dejaron atrás
la madre inaguantable y la aburrida
esposa.
Pero la libertad
no es de este mundo, y los libertos,
En ruptura con
todo, tuvieron qut pagarla a precio alto.
Sí, estuvieron
ahí, la lápida lo dice, tras el muro,
Presos de su
destino: la amistad imposible, la amargura
De la separación,
el escándalo luego; y para éste
El proceso, la
cárcel por dos años, gracias a sus costumbres
Que sociedad y ley
condenan, hoy al menos; para aquél
a solas
Errar desde un
rincón a otro de la tierra,
Huyendo a nuestro
mundo y su progreso renombrado.
El silencio del
uno y la locuacidad banal del otro
Se compensaron.
Rimbaud rechazó la mano que oprimía
Su vida; Verlaine
la besa, aceptando su castigo.
Uno arrastra en el
cinto el oro que ha ganado; el otro
Lo malgasta en
ajenjo y mujerzuelas. Pero ambos
En entredicho
siempre de las autoridades, de la gente
Que con trabajo
ajeno se enriquece y triunfa.
Entonces hasta la
negra prostituta tenía derecho de insultarles;
Hoy, como el
tiempo ha pasado, como pasa en el mundo,
Vida al margen de
todo, sodomía, borrachera, versos
escarnecidos,
Ya no importan en
ellos, y Francia usa de ambos nombres
y ambas obras
Para mayor gloria
de Francia y su arte lógico.
Sus actos y sus
pasos se investigan, dando al público
Detalles íntimos
de sus vidas. Nadie se asusta ahora, ni
protesta.
"¿Verlaine?
Vaya, amigo mío, un sátiro, un verdadero
sátiro.
Cuando de la mujer
se trata; bien normal era el hombre,
Igual que usted y
que yo. ¿Rimbaud? Católico sincero,
como está
demostrado."
Y se recitan
trozos del “Barco Ebrio” y del soneto a
las
“Vocales”.
Mas de Verlaine no
se recita nada, porque no está de
moda
Como el otro, del
que se lanzan textos falsos en edición
de lujo;
Poetas mozos de
todos los países hablan mucho de él
en sus
provincias.
¿Oyen los muertos
lo que los vivos dicen luego de
ellos?
Ojalá nada oigan:
ha de ser un alivio ese silencio interminable
Para aquellos que
vivieron por la palabra y murieron
por ella,
Como Rimbaud y
Verlaine. Pero el silencio allá no evita
Acá la farsa
elogiosa repugnante. Alguna vez deseó uno
Que la humanidad
tuviese una sola cabeza, para así cortársela.
Tal vez exageraba:
si fuera sólo una cucaracha, y aplastarla.
Luis de Baviera escucha a Lohengrin
Sólo dos tonos
rompen la penumbra:
Destellar de algún
oro y estridencia granate.
Al fondo luce la
caverna mágica
Donde unas
criaturas, ¿de qué naturaleza?, pasan
Melodiosas,
manando de sus voces música
Que como fuente
escondida, lenta fluye
O, crespa luego,
su caudal agita
Estremeciendo el
aire fulvo de la cueva
Y con iris perlado
riela en notas.
Sombras la sala de
auditorio nulo.
En el palco real
un elfo solo asiste
Al festejo del
cual razón parece dar y enigma:
Negro pelo, ojos
sombríos que contemplan
La gruta luminosa,
en pasmo friolento
Esculpido. La
pelliza de martas le agasaja
Abierta a una
blancura, a seda que se anuda en lazo.
Los ojos
entornados escuchan, beben la melodía
Como una tierra
seca absorbe el don del agua.
Asiste a doble
fiesta: una exterior, aquella
De que es testigo;
otra interior allá en su mente,
Donde ambas se
funden (como color y forma
Se funden en un
cuerpo), componen una misma delicia.
Así, razón y
enigma, el poder le permite
A solas escuchar
las voces a su orden concertadas,
El brotar
melodioso que le acuna y nutre
Los sueños,
mientras la escena desarrolla,
Ascua litúrgica,
una amada leyenda.
Ni existe el
mundo, ni la presencia humana
Interrumpe el
encanto de reinar en sueños.
Pero, mañana,
chambelán, consejero, ministro,
Volverán con
demandas estúpidas al rey:
Que gobierne por
fin, les oiga y les atienda.
¿Gobernar? ¿Quién
gobierna en el mundo de los sueños?
¿Cuándo llegará
el día en que gobiernen los lacayos?
Se interpondrá un
biombo, benéfico, entre el rey y sus
ministros.
Un elfo corre
libre los bosques, bebe el aire.
Esa es su vida, y
trata fielmente de vivirla:
Que le dejen
vivirla. No en la ciudad, el nido
Ya está sobre las
cimas nevadas de las sierras
Más altas de su
reino. Carretela, trineo,
Por las sendas;
flotilla nívea, por los ríos y lagos,
Le esperan
siempre, prestos a levantarle
Adonde vive su
reino verdadero, que no es de este mundo:
Donde el sueño le
espera, donde la soledad le aguarda.
Donde la soledad y
el sueño le ciñen su única corona.
Mas la presencia
humana es a veces encanto,
Encanto imperioso
que el rey mismo conoce
Y sufre con
tormento inefable: el bisel de una boca,
Unos ojos
profundos, una piel soleada,
Gracia de un
cuerpo joven. Él lo conoce,
Sí, lo ha
conocido, y cuántas veces padecido,
El imperio que
ejerce la criatura joven,
Obrando sobre él,
dejándole indefenso,
Ya no rey, sino
siervo de la humana hermosura.
Flotando sobre
música el sueño ahora se encarna:
Mancebo todo
blanco, rubio, hermoso, que llega
Hacia él y que es
él mismo. ¿Magia o espejismo?
¿Es posible a la
música dar forma, ser forma de mortal alguno?
¿Cuál de los dos
es él, o no es él, acaso, ambos?
El rey no puede,
ni aun pudiendo quiere dividirse a sí del otro.
Sobre la música
inclinado, como extraño contempla
Con emoción
gemela su imagen desdoblada
Y en éxtasis de
amor y melodía queda suspenso.
Él es el otro,
desconocido hermano cuyo existir jamás creyera
Ver algún día.
Ahora ahí está y en él ya ama
Aquello que en él
mismo pretendieron amar otros.
Con su canto le
llama y le seduce. Pero, ¿puede
Consigo mismo
unirse? Teme que, si respira, el sueño escape.
Luego un terror le
invade: ¿no muere aquel que ve a su doble?
La fuerza del
amor, bien despierto ya en él, alza su escudo
Contra todo temor,
debilidad, desconfianza.
Como Elsa, ama,
mas sin saber a quién. Sólo sabe que ama.
En el canto,
palabra y movimiento de los labios
Del otro le habla
también el canto, palabra y movimiento
Que a brotar de
sus labios al mismo tiempo iban,
Saludando al
hermano nacido de su sueño, nutrido por su sueño.
Mas no, no es eso:
es la música quien nutriera a su sueño, le dio forma.
Su sangre se
apresura en sus venas, al tiempo apresurando:
El pasado, tan
breve, revive en el presente,
Con luz de dioses
su presente ilumina al futuro.
Todo, todo ha de
ser como su sueño le presagia.
En el vivir del
otro el suyo certidumbre encuentra.
Sólo el amor
depara al rey razón para estar vivo,
Olvido a su
impotencia, saciedad al deseo
Vago y disperso
que tanto tiempo le aquejara.
Se inclina y se
contempla en la corriente
Melodiosa e,
imagen ajenada, su remedio espera
Al trastorno
profundo que dentro de sí siente.
¿No le basta que
exista, fuera de él, lo amado?
Contemplar a lo
hermoso, ¿no es respuesta bastante?
Los dioses
escucharon, y su deseo satisfacen
(Que los dioses
castigan concediendo a los hombres
Lo que estos les
piden), y el destino del rey,
Desearse a sí
mismo, le transforma,
Como en flor, en
cosa hermosa, inerme, inoperante,
Hasta acabar su
vida gobernado por lacayos,
Pero teniendo en
ellos, al morir, la venganza de un rey.
Las sombras de sus
sueños para el eran la verdad de la vida.
No fue de nadie,
ni a nadie pudo llamar suyo.
Ahora el rey está
ahí, en su palco, y solitario escucha,
Joven y hermoso,
como dios nimbado
Por esa gracia
pura e intocable del mancebo,
Existiendo en el
sueño imposible de una vida
Que queda sólo en
música y que es como música,
Fundido con el
mito al contemplarlo, forma ya de ese mito
De pureza rebelde
que tierra apenas toca,
Del éter huésped
desterrado. La melodía le ayuda a conocerse,
A enamorarse de lo
que él mismo es. Y para siempre
en la música
vive.
Las sirenas
Ninguno ha
conocido la lengua en la que
cantan las sirenas
y pocos los que
acaso, al oír algún canto
a medianoche
(No en el mar,
tierra adentro, entre las aguas
De un lago),
creyeron ver a una friolenta
y triste surgir
como fantasma y entonarles
Aquella canción
misma que resistiera Ulises.
Cuando la noche
acaba y tiempo ya no hay
A cuanto se esperó
en las horas de un día,
Vuelven los que
las vieron; mas la canción quedaba,
Filtro, poción de
lágrimas, embebida en su espíritu,
y sentían en sí
con resonancia honda
El encanto en el
canto de la sirena envejecida.
Escuchado tan bien
y con pasión tanta oído,
Ya no eran los
mismos y otro vivir buscaron,
Posesos por el
filtro que enfebreció su sangre.
¿Una sola canción
puede cambiar así una vida?
El canto había
cesado, las sirenas callado, y sus ecos.
El que una vez las
oye viudo y desolado queda
para siempre.
A las estatuas de los dioses
Hermosas y
vencidas soñáis,
Vueltos los ciegos
ojos hacia el cielo,
Mirando las
remotas edades
De titánicos
hombres,
Cuyo amor os daba
ligeras guirnaldas
Y la olorosa llama
se alzaba
Hacia la luz
divina, su hermana celeste.
Reflejo de vuestra
verdad, las criaturas
Adictas y libres
como el agua iban;
Aún no había
mordido la brillante maldad
Sus cuerpos llenos
de majestad y gracia.
En vosotros creían
y vosotros existíais;
La vida no era un
delirio sombrío.
La miseria y la
muerte futuras,
No pensadas aún,
en vuestras manos
Bajo un inofensivo
sueño adormecían
Sus venenosas
flores bellas,
Y una y otra vez
el mismo amor tornaba
Al pecho de los
hombres,
Como ave fiel que
vuelve al nido
Cuando el día,
entre las altas ramas,
Con apacible risa
va entornando los ojos.
Eran tiempos
heroicos y frágiles,
Deshechos con
vuestro poder como un sueño feliz.
Donde habite el olvido
Donde habite el
olvido,
En los vastos
jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una
piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el
viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre
deje
Al cuerpo que
designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no
exista.
En esa gran región
donde el amor, ángel terrible,
No esconda como
acero
En mi pecho su
ala,
Sonriendo lleno de
gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde
termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra
vida su vida,
Sin más horizonte
que otros ojos frente a frente.
Donde penas y
dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra
nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede
libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en
niebla, ausencia,
Ausencia leve como
carne de niño.
Allá, allá
lejos;
Donde habite el
olvido.
Desolación de la Quimera
Todo el ardor del
día, acumulado
En asfixiante
vaho, el arenal despide.
Sobre el azul tan
claro de la noche
Contrasta, como
imposible gotear de un agua,
El helado fulgor
de las estrellas,
Orgulloso cortejo
junto a la nueva luna
Que, alta ya,
desdeñosa ilumina
Restos de bestias
en medio de un osario.
En la distancia
aúllan los chacales.
No hay agua,
fronda, matorral ni césped.
En su lleno
esplendor mira la luna
A la Quimera
lamentable, piedra corroída
En su desierto.
Como muñón, deshecha el ala;
Los pechos y las
garras el tiempo ha mutilado;
Hueco de la nariz
desvanecida y cabellera,
En un tiempo
anillada, albergue son ahora
De las aves
obscenas que se nutren
En la desolación,
la muerte.
Cuando la luz
lunar alcanza
A la Quimera,
animarse parece en un sollozo,
Una queja que
viene, no de la ruina,
De los siglos en
ella enraizados, inmortales
Llorando el no
poder morir, como mueren las formas
Que el hombre
procreara. Morir es duro,
Mas no poder
morir, si todo muere,
Es más duro
quizá. La Quimera susurra hacia la luna
y tan dulce es su
voz que a la desolación alivia.
«Sin víctimas ni
amantes. ¿Dónde fueron los hombres?
Ya no creen en mí,
y los enigmas que yo les propusiera
Insolubles, como
la Esfinge, mi rival y hermana,
Ya no les tientan.
Lo divino subsiste,
Proteico y
multiforme, aunque mueran los dioses.
Por eso vive en mí
este afán que no pasa,
aunque pasó mi
forma, aunque ni sombra soy;
Afán que se
concreta en ver rendido al hombre
Temeroso ante mí,
ante mi tentador secreto indescifrable.
»Como animal
domado por el látigo,
El hombre. Pero,
qué hermoso; su fuerza y su hermosura,
Oh dioses, cuán
cautivadoras. Delicia hay en el hombre;
Cuando el hombre
es hermoso, en él cuánta delicia.
Siglos pasaron ya
desde que desertara el hombre
De mí y a mis
secretos desdeñosos olvidara.
y bien que algunos
pocos a mí acudan,
Los poetas, ningún
encanto encuentro en ellos,
Cuando apenas les
tienta mi secreto ni en ellos veo hermosura.
«Flacos o
fláccidos, sin cabellos, con lentes,
Desdentados. Esa
es la parte física
En mi tardío
servidor; y, semejante a ella,
Su carácter. Aun
así, no muchos buscan mi secreto hoy,
Que en la mujer
encuentran su personal triste Quimera.
y bien está ese
olvido, porque ante mí no acudan
Tras de cambiar
pañales al infante
O enjugarle nariz,
mientras meditan
Reproche o
alabanza de algún crítico.
«¿Es que pueden
creer en ser poetas
Si ya no tienen el
poder, la locura
Para creer en mí
y en mi secreto?
Mejor les va
sillón en academia
Que la aridez, la
ruina y la muerte,
Recompensa que
generosa di a mis víctimas,
Una vez ya tomada
posesión de sus almas,
Cuando el hombre y
el poeta preferían
Un miraje cruel a
certeza burguesa.
»Bien otros
fueron para mí los tiempos
Cuando feliz,
ligera, hollaba el laberinto
Donde a tantos
perdí y a tantos otros los dotaba
De mi eterna
locura: imaginar dichoso, sueños de futuro,
Esperanzas de
amor, periplos soleados.
Mas, si prudente,
estrangulaba al hombre
Con mis garras
potentes, que un grano de locura
Sal de la vida es.
A fuerza de haber sido,
Promesas para el
hombre ya no tengo.»
Su reflejo la luna
deslizando
Sobre la arena
sorda del desierto,
Entre sombras a la
Quimera deja,
Calla en su dulce
voz la música cautiva.
y como el mar en
la resaca, al retirarse
Deja a la playa
desnuda de su magia,
Retirado el
encanto de la voz, queda el desierto
Todavía más
inhóspito, sus dunas
Ciegas y opacas,
sin el miraje antiguo.
Muda y en sombra,
parece la Quimera retraerse
A la noche
ancestral del Caos primero;
Mas ni dioses, ni
hombres, ni sus obras,
Se anulan si una
vez son: existir deben
Hasta el amargo
fin, perdiéndose en el polvo.
Inmóvil, triste,
la Quimera sin nariz olfatea
Frescor de alba
naciente, de alba de otra jornada
Que no habrá de
traerle piadosa la muerte,
Sino que su
existir desolado prolongue todavía.
Epílogo
(Poemas para un
Cuerpo)
Playa de la
Roqueta:
Sobre la piedra,
contra la nube,
Entre los aires
estás, conmigo
Que invisible
respiro amor en torno tuyo.
Mas no eres tú,
sino tu imagen.
Tu imagen de hace
años,
Hermosa como
siempre, sobre el papel hablándome,
Aunque tan lejos
yo, de ti tan lejos hoy
En tiempo y en
espacio.
Pero en olvido no,
porque al mirada,
Al contemplar tu
imagen de aquel tiempo,
Dentro de mí la
hallo y lo revivo.
Tu gracia y tu
sonrisa,
Compañeras en
días a la distancia, vuelven
Poderosas a mí,
ahora que estoy,
Como otras tantas
veces
Antes de
conocerte, solo.
Un plazo fIjo tuvo
Nuestro
conocimiento y trato, como todo
En la vida, y un
día, uno cualquiera,
Sin causa ni
pretexto aparente,
Nos dejamos de
ver. ¿Lo presentiste?
Yo sí, que
siempre estuve presintiéndolo.
La tentación me
ronda
De pensar, ¿para
qué todo aquello:
El tormento de
amar, antiguo como el mundo,
Que unos pocos
instantes rescatar consiguen?
Trabajos del amor
perdidos.
No. No reniegues
de aquello,
Al amor no
perjures.
Todo estuvo
pagado, sí, todo bien pagado,
Pero valió la
pena,
La pena del
trabajo ..
De amor, que a
pensar ibas hoy perdido.
En la hora de la
muerte
(Si puede el
hombre para ella
Hacer presagios,
cálculos),
Tu imagen a mi
lado
Acaso me sonria
como hoy me ha sonreído,
Iluminando este
existir oscuro y apartado
Con el amor, única
luz del mundo.
LUIS CERNUDA (ESPAÑA,
1902-1963)