La única y auténtica patria del
hombre es su infancia.
R.M. RILKE
R.M. RILKE
La idea de que dentro de nosotros
habitan fuerzas o entes extraños, que la conciencia no domina, es muy antigua.
Por ello no es difícil que arraigue un mito basado en la impresión de que hay
una bestia adentro de cada hombre. Lo sorprendente es que, si hacemos caso a
recientes estudios científicos, efectivamente hay un animal dentro de nuestra
cabeza y un animal muy parecido al axolote.
Algunos científicos creen haber
descubierto que las partes más antiguas y primitivas del cerebro humano se encuentran
asociadas a ciertas formas de comportamiento. Una especie de excavación
arqueológica del cerebro humano nos revelaría que hay varios estratos que
podrían corresponder al curso global del proceso evolutivo. El estrato más
superficial, y más moderno, es la masa del neocórtex –que conforma la mayor
parte del cerebro de los mamíferos más evolucionados– y en cuyas circunvoluciones
y lóbulos radican las facultades más avanzadas. Debajo del neocórtex
encontramos el sistema límbico (el hipotálamo, la pituitaria, etc.), que está
estrechamente relacionado con las emociones, las motivaciones y los sistemas homeostáticos
de regulación. Por último, en las partes más profundas encontramos el
mesencéfalo (o cerebro medio) y el cerebro posterior (médula, pons, etcétera);
ahí se localizan los procesos neurales básicos de autoconservación y
reproducción. Esta estructura profunda ha sido bautizada por Mac Lean con el
nombre de complejo reptílico, debido
a que es la parte más primitiva y antigua del cerebro, que se desarrolló hace
centenares de millones de años en los reptiles y, embrionariamente, en los
anfibios. Pero lo más sorprendente es que se ha demostrado que el complejo reptílico desempeña un papel
importante en la conducta agresiva,
la territorialidad, los actos rituales y el establecimiento de jerarquías sociales. Carl Sagan ha
escrito reflexiones muy interesantes a partir de las reflexiones de Mac Lean
sobre los rasgos del complejo reptílico:
Tengo la
impresión –afirma– de que estos rasgos configuran en buena medida el
comportamiento burocrático y político del hombre actual...sorprende comprobar
en qué medida nuestros actos reales –en contraposición a lo que decimos o
pensamos– puede explicarse en función de las pautas que rigen la conducta de
los reptiles.
Para Carl Sagan los rasgos
humanos que emanan del complejo reptílico –principalmente los actos rituales y
las jerarquías– son esencialmente peligrosos aunque se encuentran controlados
por las funciones superiores del neocórtex. Por un camino diferente, otro
científico ha llegado a plantear el mismo problema, aunque su apreciación es
muy distinta a la de Sagan. Para Konrad Lorenz el ritual es muy valioso: “La
desviación o reorientación del ataque es probablemente la escapatoria más
ingeniosa que haya inventado la evolución para diferir la agresión por vías
inofensivas”. Fue Julian Huxley quien al hacer estudios sobre el comportamiento
del somorgujo encopetado descubrió que hay algunos movimientos de los animales
que, en el curso de la filogénesis, pierden su función primitiva y se
convierten en ceremonias meramente simbólicas; Huxley definió este hecho como
un proceso de ritualización.
El problema planteado por K.
Lorenz es el siguiente: hay una contradicción entre los impulsos agresivos y la
conservación de una especie; la agresividad hacia otros animales es necesaria
para la conservación de la especie; pero cuando la agresividad adquiere un
carácter intraespecífico, es decir, cuando se dirige hacia miembros de la
propia especie, se convierte en una amenaza para la sobrevivencia. En este caso
interviene la ritualización –explica Lorenz– para evitar que la agresión
aniquile a la especie sin que sean eliminadas, no obstante, sus funciones
indispensables en interés de todos: se mantiene inalterada la pulsión agresiva,
en general útil e indispensable, pero se genera –para casos particulares que
podrían ser nocivos para la especie– mecanismos especiales de inhibición.
Concluye Lorenz: “Una vez más, hay aquí una analogía con la evolución cultural
del hombre en el curso de su historia. Es la razón por la cual los más
importantes imperativos de la ley mosaica, así como cualquier otra ley, son prohibiciones y no órdenes”. Es decir, se prohíbe el acto pero no la tentación:
Dios prohibió que en el Edén la mujer y el hombre probasen el fruto del árbol
del conocimiento, pero permitió que la serpiente los tentara. De aquí se
desprende la trilogía característica de muchos mitos:
prohibición-tentación-culpa. Muchos rituales políticos modernos se encuentran
influidos por esta secuencia peculiar. Lorenz agrega:
Los
combates codificados entre vertebrados son un buen ejemplo del comportamiento
análogo a la moral humana. Toda la organización de estos combates parece tener
como fin establecer quién es el más fuerte, sin estropear demasiado al más
débil.
La interpretación de Lorenz, de hecho,
justifica la agresión simbólica casi
inofensiva de la política tal como la conocemos: mientras la lucha sea
ritualizada, cobra pocas víctimas y
la especie no se encuentra globalmente amenazada. Si damos un paso más en esta
dirección, lograremos justificar las guerras limitadas que –supuestamente– nos
evitan una guerra total que exterminaría a la humanidad. Yo creo que esta
interpretación contiene un equívoco; nada garantiza que la lógica de la
dinámica social siga el mismo curso de la lógica de la vida de las especies; es
posible que las pequeñas guerras simbólicas nos introduzcan en una espiral que
nos lleve a una catástrofe general. Sin embargo, creo que el hombre será capaz
de controlar completamente los rituales reptílicos que su naturaleza alberga,
de tal manera que no haya víctimas de ninguna clase, ni a nivel simbólico ni en
pequeña escala.
Es preciso aceptar que puede haber un
inquietante vínculo que relacione la política y la violencia con algunas peculiaridades
alojadas en lo más profundo de nuestro ser biológico. Si esto es así –como todo
parece indicarlo–, debemos escudriñar con gran atención todos aquellos procesos
políticos que encuentren, así sea parcialmente, una legitimación o un apoyo en
pulsiones que emanan del “cerebro primitivo” del hombre. Yo creo que la
evocación de un ente primigenio que le daría aliento al alma colectiva de un
pueblo es precisamente uno de esos procesos político-culturales que buscan su
apoyo en los resortes del complejo
reptílico. Tal vez es esta la razón por la que el nacionalismo es un
fenómeno tan peligroso y eficaz. En este sentido, el axolote –anfibio en
transición hacia la especie reptílica– es una buena metáfora para describir al
nacionalismo: en el interior de la cultura nacional mexicana se encuentra
agazapado un angustiado axolote, que simboliza tanto las pulsiones reptílicas
de la especie como una compleja construcción mitológica sobre el ser del
mexicano. Pero existen otros seres extraños y felices llamados axolotófagos:
parientes de aquel antiguo y dichoso pueblo, descrito por Herodoto, que se
alimentaba únicamente del fruto del loto, cuando los compañeros de Ulises
comieron el “florido manjar”, dulce como la miel, se olvidaron de su patria y
desearon permanecer con los lotófagos para siempre. De los axolotófagos no se
sabe si son axolotes que comen loto o bien humanos que se alimentan
exclusivamente de axolotes; se sabe, sí, que son amigos de los cronopios, que
han construido una utopía y que han olvidado todas las patrias, menos la de su
infancia.
(de “La
jaula de la melancolía – Identidad y metamorfosis del mexicano”, 2005).
ROGER BARTRA (MÉXICO, 1942)
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