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septiembre 28, 2013

EL AXOLOTÓFAGO – ROGER BARTRA



                                                                      La única y auténtica patria del hombre es su infancia.
                                                                                                                                                R.M. RILKE


La idea de que dentro de nosotros habitan fuerzas o entes extraños, que la conciencia no domina, es muy antigua. Por ello no es difícil que arraigue un mito basado en la impresión de que hay una bestia adentro de cada hombre. Lo sorprendente es que, si hacemos caso a recientes estudios científicos, efectivamente hay un animal dentro de nuestra cabeza y un animal muy parecido al axolote.
Algunos científicos creen haber descubierto que las partes más antiguas y primitivas del cerebro humano se encuentran asociadas a ciertas formas de comportamiento. Una especie de excavación arqueológica del cerebro humano nos revelaría que hay varios estratos que podrían corresponder al curso global del proceso evolutivo. El estrato más superficial, y más moderno, es la masa del neocórtex –que conforma la mayor parte del cerebro de los mamíferos más evolucionados y en cuyas circunvoluciones y lóbulos radican las facultades más avanzadas. Debajo del neocórtex encontramos el sistema límbico (el hipotálamo, la pituitaria, etc.), que está estrechamente relacionado con las emociones, las motivaciones y los sistemas homeostáticos de regulación. Por último, en las partes más profundas encontramos el mesencéfalo (o cerebro medio) y el cerebro posterior (médula, pons, etcétera); ahí se localizan los procesos neurales básicos de autoconservación y reproducción. Esta estructura profunda ha sido bautizada por Mac Lean con el nombre de complejo reptílico, debido a que es la parte más primitiva y antigua del cerebro, que se desarrolló hace centenares de millones de años en los reptiles y, embrionariamente, en los anfibios. Pero lo más sorprendente es que se ha demostrado que el complejo reptílico desempeña un papel importante en la conducta agresiva, la territorialidad, los actos rituales y el establecimiento de jerarquías sociales. Carl Sagan ha escrito reflexiones muy interesantes a partir de las reflexiones de Mac Lean sobre los rasgos del complejo reptílico:

                                     Tengo la impresión –afirma de que estos rasgos configuran en buena medida el comportamiento burocrático y político del hombre actual...sorprende comprobar en qué medida nuestros actos reales –en contraposición a lo que decimos o pensamos puede explicarse en función de las pautas que rigen la conducta de los reptiles.

Para Carl Sagan los rasgos humanos que emanan del complejo reptílico –principalmente los actos rituales y las jerarquías son esencialmente peligrosos aunque se encuentran controlados por las funciones superiores del neocórtex. Por un camino diferente, otro científico ha llegado a plantear el mismo problema, aunque su apreciación es muy distinta a la de Sagan. Para Konrad Lorenz el ritual es muy valioso: “La desviación o reorientación del ataque es probablemente la escapatoria más ingeniosa que haya inventado la evolución para diferir la agresión por vías inofensivas”. Fue Julian Huxley quien al hacer estudios sobre el comportamiento del somorgujo encopetado descubrió que hay algunos movimientos de los animales que, en el curso de la filogénesis, pierden su función primitiva y se convierten en ceremonias meramente simbólicas; Huxley definió este hecho como un proceso de ritualización.
El problema planteado por K. Lorenz es el siguiente: hay una contradicción entre los impulsos agresivos y la conservación de una especie; la agresividad hacia otros animales es necesaria para la conservación de la especie; pero cuando la agresividad adquiere un carácter intraespecífico, es decir, cuando se dirige hacia miembros de la propia especie, se convierte en una amenaza para la sobrevivencia. En este caso interviene la ritualización –explica Lorenz para evitar que la agresión aniquile a la especie sin que sean eliminadas, no obstante, sus funciones indispensables en interés de todos: se mantiene inalterada la pulsión agresiva, en general útil e indispensable, pero se genera –para casos particulares que podrían ser nocivos para la especie mecanismos especiales de inhibición. Concluye Lorenz: “Una vez más, hay aquí una analogía con la evolución cultural del hombre en el curso de su historia. Es la razón por la cual los más importantes imperativos de la ley mosaica, así como cualquier otra ley, son prohibiciones y no órdenes”. Es decir, se prohíbe el acto pero no la tentación: Dios prohibió que en el Edén la mujer y el hombre probasen el fruto del árbol del conocimiento, pero permitió que la serpiente los tentara. De aquí se desprende la trilogía característica de muchos mitos: prohibición-tentación-culpa. Muchos rituales políticos modernos se encuentran influidos por esta secuencia peculiar. Lorenz agrega:

                                     Los combates codificados entre vertebrados son un buen ejemplo del comportamiento análogo a la moral humana. Toda la organización de estos combates parece tener como fin establecer quién es el más fuerte, sin estropear demasiado al más débil.

La interpretación de Lorenz, de hecho, justifica la agresión simbólica casi inofensiva de la política tal como la conocemos: mientras la lucha sea ritualizada, cobra pocas víctimas y la especie no se encuentra globalmente amenazada. Si damos un paso más en esta dirección, lograremos justificar las guerras limitadas que –supuestamente nos evitan una guerra total que exterminaría a la humanidad. Yo creo que esta interpretación contiene un equívoco; nada garantiza que la lógica de la dinámica social siga el mismo curso de la lógica de la vida de las especies; es posible que las pequeñas guerras simbólicas nos introduzcan en una espiral que nos lleve a una catástrofe general. Sin embargo, creo que el hombre será capaz de controlar completamente los rituales reptílicos que su naturaleza alberga, de tal manera que no haya víctimas de ninguna clase, ni a nivel simbólico ni en pequeña escala.
Es preciso aceptar que puede haber un inquietante vínculo que relacione la política y la violencia con algunas peculiaridades alojadas en lo más profundo de nuestro ser biológico. Si esto es así –como todo parece indicarlo, debemos escudriñar con gran atención todos aquellos procesos políticos que encuentren, así sea parcialmente, una legitimación o un apoyo en pulsiones que emanan del “cerebro primitivo” del hombre. Yo creo que la evocación de un ente primigenio que le daría aliento al alma colectiva de un pueblo es precisamente uno de esos procesos político-culturales que buscan su apoyo en los resortes del complejo reptílico. Tal vez es esta la razón por la que el nacionalismo es un fenómeno tan peligroso y eficaz. En este sentido, el axolote –anfibio en transición hacia la especie reptílica es una buena metáfora para describir al nacionalismo: en el interior de la cultura nacional mexicana se encuentra agazapado un angustiado axolote, que simboliza tanto las pulsiones reptílicas de la especie como una compleja construcción mitológica sobre el ser del mexicano. Pero existen otros seres extraños y felices llamados axolotófagos: parientes de aquel antiguo y dichoso pueblo, descrito por Herodoto, que se alimentaba únicamente del fruto del loto, cuando los compañeros de Ulises comieron el “florido manjar”, dulce como la miel, se olvidaron de su patria y desearon permanecer con los lotófagos para siempre. De los axolotófagos no se sabe si son axolotes que comen loto o bien humanos que se alimentan exclusivamente de axolotes; se sabe, sí, que son amigos de los cronopios, que han construido una utopía y que han olvidado todas las patrias, menos la de su infancia.


(de “La jaula de la melancolía – Identidad y metamorfosis del mexicano”, 2005).



ROGER BARTRA (MÉXICO, 1942)


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