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marzo 24, 2014

LEJANA - JULIO CORTÁZAR

Foto: Alberto Jonquières


Diario de Alina Reyes

12 de enero

Anoche fue otra vez, yo tan cansada de pulseras y farándulas, de pink champagne y la cara de Renato Viñes, oh esa cara de foca balbuceante, de retrato de Dorian Gray a lo último. Me acosté con gusto a bombón de menta, al Boogie del Banco Rojo, a mamá bostezada y cenicienta (como queda ella a la vuelta de las fiestas, cenicienta y durmiéndose, pescado enormísimo y tan no ella.)

Nora que dice dormirse con luz, con bulla, entre las urgidas crónicas de su hermana a medio desvestir. Qué felices son, yo apago las luces y las manos, me desnudo a gritos de lo diurno y moviente, quiero dormir y soy una horrible campana resonando, una ola, la cadena que Rex arrastra toda la noche contra los ligustros. Now I lay me down to sleep... Tengo que repetir versos, o el sistema de buscar palabras con a, después con a y e, con las cinco vocales, con cuatro. Con dos y una consonante (ala, ola), con tres consonantes y una vocal (tras, gris) y otra vez versos, la luna bajó a la fragua con su polisón de nardos, el niño la mira mira, el niño la está mirando. Con tres y tres aslternadas, cábala, laguna, animal; Ulises, ráfaga, reposo.

Así paso horas: de cuatro, de tres y dos, y más tarde palindromas. Los fáciles, salta Lenin el Atlas; amigo, no gima; los más difíciles y hermosos, átate, demoniaco Caín o me delata; Anás usó tu auto Susana. O los preciosos anagramas: Salvador Dalí, Avida Dollars; Alina Reyes, es la reina y... Tan hermoso, éste, porque abre un camino, porque no concluye. Porque la reina y...

No, horrible. Horrible porque abre camino a esta que no es la reina, y que otra vez odio de noche. A esa que es Alina Reyes pero no la reina del anagrama; que será cualquier cosa, mendiga en Budapest, pupila de mala casa en Jujuy o sirvienta en Quetzaltenango, cualquier lado lejos y no reina. Pero sí Alina Reyes y por eso anoche fue otra vez, sentirla y el odio.

20 de enero

A veces sé que tiene frío, que sufre, que le pegan. Puedo solamente odiarla tanto, aborrecer las manos que la tiran al suelo y también a ella, a ella todavía más porque le pegan, porque soy yo y le pegan. Ah, no me desespera tanto cuando estoy durmiendo o corto un vestido o son las horas de recibo de mamá y yo sirvo el té a la señora de Regules o al chico de los Rivas. Entonces me importa menos, es un poco cosa personal, yo conmigo; la siento más dueña de su infortunio, lejos y sola pero dueña. Que sufra, que se hiele; yo aguanto desde aquí, y creo que entonces la ayudo un poco. Como hacer vendas para un soldado que todavía no ha sido herido y sentir eso de grato, que se le está aliviando desde antes, previsoramente.

Que sufra. Le doy un beso a la señora de Regules, el té al chico de los Rivas, y me reservo para resistir por dentro. Me digo: «Ahora estoy cruzando un puente helado, ahora la nieve me entra por los zapatos rotos». No es que sienta nada. Sé solamente que es así, que en algún lado cruzo un puente en el instante mismo (pero no sé si es el instante mismo) en que el chico de los Rivas me acepta el té y pone su mejor cara de tarado. Y aguanto bien porque estoy sola entre esas gentes sin sentido, y no me desespera tanto. Nora se quedó anoche como tonta, dijo: «¿Pero qué te pasa?». Le pasaba a aquella, a mí tan lejos. Algo horrible debió pasarle, le pegaban o se sentía enferma y justamente cuando Nora iba a cantar a Fauré y yo en el piano, mirándolo tan feliz a Luis María acodado en la cola que le hacía como un marco, él mirándome contento con cara de perrito, esperando oír los arpegios, los dos tan cerca y tan queriéndonos. Así es peor, cuando conozco algo nuevo sobre ella y justo estoy bailando con Luis María, besándolo o solamente cerca de Luis María. Porque a mí, a la lejana, no la quieren. Es la parte que no quieren y cómo no me va a desgarrar por dentro sentir que me pegan o la nieve me entra por los zapatos cuando Luis María baila conmigo y su mano en la cintura me va subiendo como un calor a mediodía, un sabor a naranjas fuertes o tacuaras chicoteadas, y a ella le pegan y es imposible resistir y entonces tengo que decirle a Luis María que no estoy bien, que es la humedad, humedad entre esa nieve que no siento, que no siento y me está entrando por los zapatos.

25 de enero

Claro, vino Nora a verme y fue la escena. «M'hijita, la última vez que te pido que me acompañes al piano. Hicimos un papelón». Qué sabía yo de papelones, la acompañé como pude, me acuerdo que la oía con sordina. Votre âme est un paysage choisi... pero me veía las manos entre las teclas y parecía que tocaban bien, que acompañaban honestamente a Nora. Luis María también me miró las manos, el pobrecito, yo creo que era porque no se animaba a mirarme la cara. Debo ponerme tan rara.

Pobre Norita, que la acompañe otra. (Esto parece cada vez más un castigo, ahora sólo me conozco allá cuando voy a ser feliz, cuando soy feliz, cuando Nora canta Fauré me conozco allá y no queda más que el odio).

Noche

A veces es ternura, una súbita y necesaria ternura hacia la que no es reina y anda por ahí. Me gustaría mandarle un telegrama, encomiendas, saber que sus hijos están bien o que no tiene hijos -porque yo creo que allá no tengo hijos- y necesita confortación, lástima, caramelos. Anoche me dormí confabulando mensajes, puntos de reunión. Estaré jueves stop espérame puente. ¿Qué puente? Idea que vuelve como vuelve Budapest donde habrá tanto puente y nieve que rezuma. Entonces me enderecé rígida en la cama y casi aúllo, casi corro a despertar a mamá, a morderla para que se despertara. Nada más que por pensar. Todavía no es fácil decirlo. Nada más que por pensar que yo podría irme ahora mismo a Budapest, si realmente se me antojara. O a Jujuy, a Quetzaltenango. (Volví a buscar estos nombres páginas atrás). No valen, igual sería decir Tres Arroyos, Kobe, Florida al cuatrocientos. Sólo queda Budapest porque allí es el frío, allí me pegan y me ultrajan. Allí (lo he soñado, no es más que un sueño, pero cómo adhiere y se insinúa hacia la vigilia) hay alguien que se llama Rod -o Erod, o Rodo- y él me pega y yo lo amo, no sé si lo amo pero me dejo pegar, eso vuelve de día en día, entonces es seguro que lo amo.

Más tarde

Mentira. Soñé a Rod o lo hice con una imagen cualquiera de sueño, ya usada y a tiro. No hay Rod, a mí me han de castigar allá, pero quién sabe si es un hombre, una madre furiosa, una soledad.

Ir a buscarme. Decirle a Luis María: «Casémonos y me llevas a Budapest, a un puente donde hay nieve y alguien». Yo digo: ¿y si estoy? (Porque todo lo pienso con la secreta ventaja de no querer creerlo a fondo. ¿Y si estoy?). Bueno, si estoy... Pero solamente loca, solamente... ¡Qué luna de miel!

28 de enero

Pensé una cosa curiosa. Hace tres días que no me viene nada de la lejana. Tal vez ahora no le pegan, o no pudo conseguir abrigo. Mandarle un telegrama, unas medias... Pensé una cosa curiosa. Llegaba a la terrible ciudad y era de tarde, tarde verdosa y ácuea como no son nunca las tardes si no se las ayuda pensándolas. Por el lado de la Dobrina Stana, en la perspectiva Skorda, caballos erizados de estalagmitas y polizontes rígidos, hogazas humeantes y flecos de viento ensoberbeciendo las ventanas Andar por la Dobrina con paso de turista, el mapa en el bolsillo de mi sastre azul (con ese frío y dejarme el abrigo en el Burglos), hasta una plaza contra el río, casi en encima del río tronante de hielos rotos y barcazas y algún martín pescador que allá se llamará sbunáia tjéno o algo peor.

Después de la plaza supuse que venía el puente. Lo pensé y no quise seguir. Era la tarde del concierto de Elsa Piaggio de Tarelli en el Odeón, me vestí sin ganas sospechando que después me esperaría el insomnio. Este pensar de noche, tan noche... Quién sabe si no me perdería. Una inventa nombres al viajar pensando, los recuerda en el momento: Dobrina Stana, sbunáia tjéno, Burglos. Pero no sé el nombre de la plaza, es como si de veras hubiera llegado a una plaza de Budapest y estuviera perdida por no saber su nombre; ahí donde un nombre es una plaza.

Ya voy, mamá. Llegaremos bien a tu Bach y a tu Brahms. Es un camino tan simple. Sin plaza, sin Burglos. Aquí nosotras, allá Elsa Piaggio. Qué triste haberme interrumpido, saber que estoy en una plaza (pero esto ya no es cierto, solamente lo pienso y eso es menos que nada). Y que al final de la plaza empieza el puente.

Noche

Empieza, sigue. Entre el final del concierto y el primer bis hallé su nombre y el camino. La plaza Vladas, el puente de los mercados. Por la plaza Vladas seguí hasta el nacimiento del puente, un poco andando y queriendo a veces quedarme en casas o vitrinas, en chicos abrigadísimos y fuentes con altos héroes de emblanquecidas pelerinas, Tadeo Alanko y Vladislas Néroy, bebedores de tokay y cimbalistas. Yo veía saludar a Elsa Piaggio entre un Chopin y otro Chopin, pobrecita, y de mi platea se salía abiertamente a la plaza, con la entrada del puente entre vastísimas columnas. Pero esto yo lo pensaba, ojo, lo mismo que anagramar es la reina y... en vez de Alina Reyes, o imaginarme a mamá en casa de los Suárez y no a mi lado. Es bueno no caer en la sonsera: eso es cosa mía, nada más que dárseme la gana, la real gana. Real porque Alina, vamos -No lo otro, no el sentirla tener frío o que la maltratan. Esto se me antoja y lo sigo por gusto, por saber adónde va, para enterarme si Luis María me lleva a Budapest, si nos casamos y le pido que me lleve a Budapest. Más fácil salir a buscar ese puente, salir en busca mía y encontrarme como ahora porque ya he andado la mitad del puente entre gritos y aplausos, entre «¡Álbeniz!» y más aplausos y «¡La polonesa!», como si esto tuviera sentido entre la nieve arriscada que me empuja con el viento por la espalda, manos de toalla de esponja llevándome por la cintura hacia el medio del puente.

(Es más cómodo hablar en presente. Esto era a las ocho, cuando Elsa Piaggio tocaba el tercer bis, creo que Julián Aguirre o Carlos Guastavino, algo con pasto y pajaritos). Pero me he vuelto canalla con el tiempo, ya no le tengo respeto. Me acuerdo que un día pensé: «Allá me pegan, allá la nieve me entra por los zapatos y esto lo sé en el momento, cuando me está ocurriendo allá yo lo sé al mismo tiempo. ¿Pero por qué al mismo tiempo? A lo mejor me llega tarde, a lo mejor no ha ocurrido todavía. A lo mejor le pegarán dentro de catorce años, o ya es una cruz y una cifra en el cementerio de Santa Úrsula. Y me parecía bonito, posible, tan idiota. Porque detrás de eso una siempre cae en el tiempo parejo. Si ahora ella estuviera realmente entrando en el puente, sé que lo sentiría ya mismo y desde aquí. Me acuerdo que me paré a mirar el río que estaba sonando y chicoteando. (Esto yo lo pensaba). Valía asomarse al parapeto del puente y sentir en las orejas la rotura del hielo ahí abajo. Valía quedarse un poco por la vista, un poco por el miedo que me venía de adentro -o era el desabrigo, la nevisca deshecha y mi tapado en el hotel-. Y después que yo soy modesta, soy una chica sin humos, pero vengan a decirme de otra que le haya pasado lo mismo, que viaje a Hungría en pleno Odeón. Eso le da frío a cualquiera, che, aquí o en Francia.

Pero mamá me tironeaba la manga, ya casi no había gente en la platea. Escribo hasta ahí, sin ganas de seguir acordándome de lo que pensé. Me va a hacer mal si sigo acordándome. Pero es cierto, cierto; pensé una cosa curiosa.

30 de enero

Pobre Luis María, qué idiota casarse conmigo. No sabe lo que se echa encima. O debajo, como dice Nora que posa de emancipada intelectual.

31 de enero

Iremos allá. Estuvo tan de acuerdo que casi grito. Sentí miedo, me pareció que él entra demasiado fácilmente en este juego. Y no sabe nada, es como el peoncito de dama que remata la partida sin sospecharlo. Peoncito Luis María, al lado de su reina. De la reina y -

7 de febrero

A curarse. No escribiré el final de lo que había pensado en el concierto. Anoche la sentí sufrir otra vez. Sé que allá me estarán pegando de nuevo. No puedo evitar saberlo, pero basta de crónica. Si me hubiese limitado a dejar constancia de eso por gusto, por desahogo... Era peor, un deseo de conocer al ir releyendo; de encontar claves en cada palabra tirada al papel después de tantas noches. Como cuando pensé la plaza, el río roto y los ruidos, y después... Pero no lo escribo, no lo escribiré ya nunca.

Ir allá a convencerme de que la soltería me dañaba, nada más que eso, tener veintisiete años y sin hombre. Ahora estará bien mi cachorro, mi bobo, basta de pensar, a ser al fin y para bien.

Y sin embargo, ya que cerraré este diario, porque una o se casa o escribe un diario, las dos cosas no marchan juntas -Ya ahora no me gusta salirme de él sin decir esto con alegría de esperanza, con esperanza de alegría. Vamos allá pero no ha de ser como lo pensé la noche del concierto. (Lo escribo, y basta de diario para bien mío.) En el puente la hallaré y nos miraremos. La noche del concierto yo sentía en las orejas la rotura del hielo ahí abajo. Y será la victoria de la reina sobre esa adherencia maligna, esa usurpación indebida y sorda. Se doblegará si realmente soy yo, se sumará a mi zona iluminada, más bella y cierta; con sólo ir a su lado y apoyarle una mano en el hombro.

*
Alina Reyes de Aráoz y su esposo llegaron a Budapest el 6 de abril y se alojaron en el Ritz. Eso era dos meses antes de su divorcio. En la tarde del segundo día Alina salió a conocer la ciudad y el deshielo. Como le gustaba caminar sola -era rápida y curiosa- anduvo por veinte lados buscando vagamente algo, pero sin proponérselo demasiado, dejando que el deseo escogiera y se expresara con bruscos arranques que la llevaban de una vidriera a otra, cambiando aceras y escaparates.

Llegó al puente y lo cruzó hasta el centro andando ahora con trabajo porque la nieve se oponía y del Danubio crece un viento de abajo, difícil, que engancha y hostiga. Sentía cómo la pollera se le pegaba a los muslos (no estaba bien abrigada) y de pronto un deseo de dar vuelta, de volverse a la ciudad conocida. En el centro del puente desolado la harapienta mujer de pelo negro y lacio esperaba con algo fijo y ávido en la cara sinuosa, en el pliegue de las manos un poco cerradas pero ya tendiéndose. Alina estuvo junto a ella repitiendo, ahora lo sabía, gestos y distancias como después de un ensayo general. Sin temor, liberándose al fin -lo creía con un salto terrible de júbilo y frío- estuvo junto a ella y alargó también las manos, negándose a pensar, y la mujer del puente se apretó contra su pecho y las dos se abrazaron rígidas y calladas en el puente, con el río trizado golpeando en los pilares.

A Alina le dolió el cierre de la cartera que la fuerza del abrazo le clavaba entre los senos con una laceración dulce, sostenible. Ceñía a la mujer delgadísima, sintiéndola entera y absoluta dentro de su abrazo, con un crecer de felicidad igual a un himno, a un soltarse de palomas, al río cantando. Cerró los ojos en la fusión total, rehuyendo las sensaciones de fuera, la luz crepuscular; repentinamente tan cansada, pero segura de su victoria, sin celebrarlo por tan suyo y por fin.

Le pareció que dulcemente una de las dos lloraba. Debía ser ella porque sintió mojadas las mejillas, y el pómulo mismo doliéndole como si tuviera allí un golpe. También el cuello, y de pronto los hombros, agobiados por fatigas incontables. Al abrir los ojos (tal vez gritaba ya) vio que se habían separado. Ahora sí gritó. De frío, porque la nieve le estaba entrando por los zapatos rotos, porque yéndose camino de la plaza iba Alina Reyes lindísima en su sastre gris, el pelo un poco suelto contra el viento, sin dar vuelta la cara y yéndose.


(de "Bestiario", 1951)

JULIO CORTÁZAR (BÉLGICA/ARGENTINA, 1914-1984)

marzo 17, 2014

ELEGÍAS IMAGINARIAS / BILLY THE KID - JACK SPICER

Foto: Robert Berg



ELEGÍAS IMAGINARIAS, I - IV

para Robin Blaser


I

La poesía, casi ciega como una cámara
está viva en la mira apenas un segundo. Clic,
el párpado cae veloz ante el movimiento
casi como sucede con la palabra.
Uno no elegiría parpadear y quedarse ciego
después del instante. Uno no elegiría
seguir viendo el diseño platónico y continuo de pájaros en vuelo
mucho después de que la bandada cayó o anidó.
Para nosotros es una suerte que existan cosas visibles como los mares
que siempre nos rodean,
auxiliares disciplinados, ininterrumpidos
al momento de la visión.
Visión
pero no tan dulce
como se ha visto.
Cuando alabo al sol o a cualquier otro dios de bronce derivado
no crean que no preferiría alabar al chico muy alto y rubio
que se comió todas mis papas fritas en el Red Lizard
es solo que a él no voy a verlo cuando abra los ojos
y sí voy a ver el sol.
Las cosas como el sol están siempre ahí al abrir los ojos
insistentes como la respiración.
                                                        Nada más se puede adorar
a esas eternidades frías por su sustento
de lo absolutamente temporario.
Pero no tan dulce.
Lo temporario seduce a la poesía
seduce a las fotografías, seduce a los ojos.
De las fotografías
yo hago aparecer
a los pájaros
al chico
al cuarto en el que empiezo a escribir este poema
Todo
cuanto mi ojo vio o pude haber visto
y amo
amo —el párpado hace clic—
y veo
a la poesía fría
en el borde de su imagen.
Es como si resucitáramos a los muertos y ellos hablaran solamente
a través de nuestras trompetas malditas, de nuestra maldita mediumnidad:
“Soy la pequeña Eva, una princesa negra del paraíso soleado.”
La voz suena alta y rubia.
“Soy la tía Minnie. El amor es dulce como la luz de la luna acá en el cielo.”
La voz suena alta y rubia.
“Soy Barnacle Bill. Me hundí con el Titanic y emergí en el cielo salado.”
La voz suena alta, suena rubia, suena alta y rubia.
“Adiós desde el país de los espíritus, desde el país dulce y platónico de los espíritus.
No pueden vernos en el país de los espíritus, y nosotros nada podemos ver.”



II

Dios debe tener un ojo muy grande para ver todo
lo que perdimos u olvidamos. Los hombres suelen decir
que los objetos perdidos quedan en la luna
inasibles para cualquier ojo excepto el de Dios.
La luna es el gran ojo amarillo de Dios que recuerda
lo que perdimos o lo que nunca pensamos. Por eso
parece cruda y fantasmal en la oscuridad.
Es la captura fotográfica de cada instante del mundo
abandonada en el terrible frío amarillo.
Son los objetos que nunca vimos.
Son los dodos que atravesaron la nieve volando
desde la Isla de Baffin hasta el extremo de Groenlandia
sin siquiera verse a ellos mismos.
La luna está hecha para los amantes. Los amantes
se pierden en los otros. No se ven a ellos mismos.
La luna, sí. La luna, sí. 
La luna no es una cámara amarilla. Percibe
lo que no fue, lo que se desintegra, lo que no va a pasar.
No es un ojo agudo de vidrio que chasquea con un parasol. Es la vieja 
y lenta exposición infinita
del negativo de lo que no puede ocurrir.
Temele al ojo antiguo de Dios, porque está inyectado con hielo
en vez de sangre. Temé su vacío inhumano de espejo
que les pone el anzuelo a los amantes.
Temé a la luna de Dios por embrujar, por clavarles alfileres
a las muñecas olvidadas. Témele por los lobos
por las brujas, la magia, la locura, los trucos de salón.

El poeta construye un castillo en la luna
hecho de piel muerta y vidrio. Acá máquinas maravillosas
estampan galletas chinas de la fortuna rellenas de amor.
                                                               Las cartas de Tarot
le hacen el amor a otras cartas de Tarot. Acá la agonía
es la hermana puta de la imaginación.
Este es el castillo atormentado por el sol que
refleja al sol. La lala la
canta el castillo.
La. No recuerdo lo que perdí. Lala.
La canción. La. Cantaban los hipogrifos.
La lala. El chico. Sus cuernos.
Estaban mojados con la canción. Lala.
No recuerdo. La. El infierno.
La. Lala. Ido. Vieja cara de manteca
que siempre se come a sus amantes.

El infierno existe de algún modo en la distancia
entre lo que se recuerda y lo que se olvida.
El infierno existe de algún modo en la distancia
entre lo que pasó y lo que nunca pasó
entre la luna y la tierra del instante
entre el poema y el ojo amarillo de Dios.
Mirá por la ventana a la luna verdadera.
Mirá el cielo alrededor, herido por los rayos.
Pero mirá ahora, en este cuarto, mirá a los hijos de la luna
Al lobo, al oso y a la nutria, al dragón, a la paloma.
Mirá, ahora, en este cuarto, mirá a los hijos de la luna
que vuelan, reptan, nadan, se queman
vacíos en su belleza.
Oílos susurrar.



III


El otro ojo de Dios es bueno y dorado. Tan brillante
que su destello ciega. Su ojo es certero. Su ojo
observa la bondad de la luz que emite
y luego, abalanzándose como un gato, devora
cada rastro dorado de la luz
que vio y que hizo brillar.
El gato se alimenta del ratón. Dios se alimenta de Dios.La bondad de Dios es 
un caníbal negro con dientes que encandilan
que sólo se come a sí mismo.
Negá la luz.
El ojo dorado de Dios es de lata. Es el estruendo de lata
de la buena intención.
Es la lata ruidosa ardiente estridente.
la luz es una corneja negra
que grazna en picada. Grazna en picada.
Y después, después hay un detenerse súbito.
El día cambia.
Hay un sol viejo e inocente bastante frío en lo nublado.
El dolor del sol se detiene.
Dios se fue. Dios se fue.
Nada fue tan bueno.
Se hace tarde. Ponete tu abrigo.
Oscurece. Está haciendo frío.
La mayor parte de las cosas sucede en el crepúsculo
cuando ningún ojo está abierto
y la tierra baila.
La mayor parte de las cosas sucede en el crepúsculo
cuando la tierra baila
y Dios está ciego como un murciélago gigante.
Los chicos en la pileta reciben al sol.
Sus ingles se aplastan contra el cemento caliente.
Miran como desde un sueño. Como si sus cuerpos soñaran.
Salvá sus cuerpos del sol envenenado.
Rescatá a los soñadores. Ahora son como langostas
al rojo vivo, íntimos mientras sueñan.
Sueñan con ellos mismos
Sueñan sueños sobre ellos mismos
Sueñan que sueñan sueños sobre ellos mismos.
Salpicalos con el crepúsculo como un murciélago mojado.
Liberá a los soñadores.
                                         Poeta,
sé como Dios.


IV

Sí, sé como Dios. Me pregunto en qué pensaba
cuando escribí eso. Los soñadores se encorvan un poco
como si cinco años se hubieran condensado en su carne
o en mis ojos. ¿Despertarlos con qué?
¿Tendría que tirarles piedras
para hacer sangrar sus cuerpos desnudos e íntimos?
No. Déjenlos dormir. Mucho aprendí 
en estos cinco años que gasté y gané:
el tiempo no termina un poema.
Los imbéciles de la feria vacía contemplan
el vaivén del oleaje. La luna gorda y vieja
brilla todas las noches entre las maderas podridas.
Esto es lo que está claro, piensan, el hombre que nos
hizo crispar y rechinar y nos puso la risa en la garganta
está tan frío como nosotras. Las luces se apagaron.
                                                                                      Las luces se apagaron.
Vas a sentir los olores más viejos
el olor de la sal, el de la orina y el del sueño
antes de que te despiertes. Mucho aprendí 
en estos cinco años en los que gasté y gané:
El tiempo no termina un poema.
¿Con quién me fui a la cama todos estos años?
¿Qué me llevé a mi cama llorando
por amor a mí?
Solamente las sombras del sol y de la luna
las ingles soñadoras, sus imágenes chirriantes.
Solamente a mí mismo.
                                          ¿Hay alguna retórica
para hacerme pensar que cuidé una casa
mientras jugaba a las muñecas? Mucho aprendí 
en estos cinco años en los que gasté y gané:
Ese Dios, el monstruo de dos ojos, todavía está arriba.
Lo vi una vez cuando era joven y otra
cuando estuve atacado de locura, o estuve atacado
y loco porque una vez lo vi. Él es el sol
y la luna hechos realidad con ojos.
Él es la fotografía de todo a la vez. El amor
que hace a la sangre correr fría .
Pero se fue. No es más real que
la poesía antigua. Mucho aprendí 
en estos cinco años en los que gasté y gané:
El tiempo no termina un poema.
Sobre el muelle viejo observo
la escalofriante oscuridad que se amontona al oeste.
por encima de la feria inmensa y de los fantasmas
oigo el canto de las gaviotas. Van al oeste
hacia la gran Catalina de un sueño
allá donde termina el poema.
                                                    ¿Pero termina?
Los pájaros todavía están en vuelo. Creé en los pájaros.



1950-1955




BILLY THE KID


I

La radio, que me hablaba de la muerte de Billy the Kid
(y el día, un día caluroso de verano, con pájaros en el cielo)
Inventemos una frontera —un poema que alguien podría esconder con la patrulla del sheriff persiguiéndolo— de mil kilómetros si para él es necesario irse a mil kilómetros— un poema sin esquinas difíciles, sin casas donde perderse, sin la red de magia acostumbrada, sin judíos de Nueva York que venden pijamas de color amatista, un lugar donde Billy the Kid pueda ocultarse cuando le dispara a alguien.
Jardines de tortura y vías espectaculares. La radio,
que me hablaba de la muerte de Billy the Kid
El día, un día caluroso de verano. Los caminos polvorientos del verano. Los caminos que van a alguna parte. Casi se puede ver adónde van detrás del violeta oscuro del horizonte. Ni siquiera los pájaros saben adónde van.
El poema. A tanta distancia quién podría reconocer su rostro.



II

Un desparramo de hojas doradas que parecen flores del infierno.
Un pedazo de papel de envolver, arrugado, y vuelto a arrugar en la mano, alisado con una plancha eléctrica.
Un cuadro
que me contó la muerte de Billy the Kid.
Un collage una aglutinación
de lo real
cuyos colores insípidos
nos dicen lo que de veras
consiguieron los héroes.
No, no es un collage. Las flores del infierno
se caen de las manos de los héroes
se caen de nuestras manos
abiertas
como si no nos fuera posible abarcarlas.
Su revólver
no dispara balas de verdad
su muerte
consumada es irrelevante
consumada
en esos colores insípidos
no es un collage
es una aglutinación, un
recuerdo.



III

No había nada a la orilla del río
a no ser pasto seco y algodón de azúcar.
"Alias", le dije. "Alias,
alguien nos hace querer tomarnos el río
alguien quiere darnos sed".
"Ningún río quiere atrapar hombres, pibe",
dijo él. "No tienen maldad,
tratá de entender".
Y nos quedamos ahí al lado del río y Alias se sacó la camisa y yo me saqué la mía.
Nunca fui real. Alias nunca fue real.
Ni ese árbol enorme de algodón ni el pasto.
Ni el río.



IV

Lo que quiero decir es que
yo
te voy a contar del dolor
era un dolor largo
y casi tan ancho como una cortina
pero largo
como la intemperie
Estig-
mas
tres agujeros de bala en la ingle
uno en la cabeza
bailando
justo debajo de la ceja izquierda
lo que quiero decir es que yo
te voy a contar de su
dolor.



V

Billy the Kid en una alameda con un toque apenas de luz de luna
su sombra se distingue
cuidadosamente de todas las demás sombras
delicada
como es la percepción
nadie le va a quitar el revólver ni va a borrar
sus sombras



VI

El arma
una pista falsa
nada puede matar
a nadie.
Ni un poema ni un pene gordo. Bang,
bang, bang. Una pista
falsa.
Ni siquiera la inmortalidad (pero por qué se me iba a ocurrir
la inmortalidad con alguien tan mortal como Billy the Kid o su revólver que ahora está oxidado en un montón de basura o perfectamente lustrado en algún museo de Nueva York) una
pista falsa
nada
puede matar a nadie. Tu revólver, Billy,
y tu rostro
fresco.



VII

Las langostas se arremolinan en el desierto.
En el desierto
solo quedan las langostas.
Señora
de Guadalupe
Hacé que mi vista sea clara
Hacé que mi aliento sea puro
Hacé que mi brazo fuerte sea más fuerte y que mis dedos aprieten más.
Señora de Guadalupe, amante
de muchos
haceme vengarlos.



VIII

De vuelta donde está la poesía está Nuestra Señora
observa cada movimiento cuando los jugadores van sacando las cartas
del mazo.
El diez de diamantes. La jota de trébol. La reina
de picas. El rey de corazones. El as
que Dios nos dio cuando nos puso a escribir poesía para gente desprevenida o a dispararles con un arma.
Nuestra Señora
se levanta como una especie de compañera de baile de la memoria.
¿Baila, Nuestra Señora,
muerta e inesperada?
Billy quiere que baile
Billy
le va a volar los tacos de un tiro si no baila
Billy
muerto también quiere
divertirse.



IX

Así el corazón se rompe
en pequeñas sombras
casi tan azarosas
que no tienen sentido
Como un diamante
tiene en su centro un diamante
O una piedra,
piedra.
Estando asustado
el amor formula su pregunta esencial
—No puedo recordar
lo que me trajo aquí 
más de lo que, en el brazo, el hueso responde al hueso 
O la sombra ve sombra—
Hacia la muerte vamos en la barca
como quien pasea en canoa
por un lago
cuando en los dos extremos
no hay nada más que las ramas de los pinos—
Hacia la muerte vamos en la barca
Con el corazón roto o el cuerpo roto
La elección es real. El diamante. Yo
Lo pido.


X

Billy the Kid
Te quiero
Billy the Kid
Apoyo todo lo que digas
y hubo un desierto
y la desembocadura de un río
Billy the Kid
(A pesar de las noticias de tu muerte)
Hay miel en la ingle
Billy












IMAGINARY ELEGIES, I - IV


To Robin Blaser

I

Poetry, almost blind like a camera
Is alive in sight only for a second. Click,
Snap goes the eyelid of the eye before movement
Almost as the word happens.
One would not choose to blink and go blind
After the instant. One would not choose
To see the continuous Platonic pattern of birds flying
Long after the stream of birds had dropped or had nested.
Lucky for us that there are visible things like oceans
Which are always around,
Continuous, disciplined adjuncts
To the moment of sight.
Sight
But not so sweet
As we have seen.
When I praise the sun or any bronze god derived from it
Don't think I wouldn't rather praise the very tall blond boy
Who ate all of my potato-chips at the Red Lizard.
It's just that I won't see him when I open my eyes
And I will see the sun.
Things like the sun are always there when the eyes are open
Insistent as breath.
                                  One can only worship
These cold eternals for their support of
What is absolutely temporary.
But not so sweet.
The temporary tempts poetry
Tempts photographs, tempts eyes.
I conjure up
From photographs
The birds
The boy
The room in which I began to write this poem
All
My eye has seen or could ever have seen
I love
I love-- the eyelid clicks
I see
Cold poetry
At the edge of their image.
It is as if we conjure the dead and they speak only
Through our own damned trumpets, through our damned medium:
"I am little Eva, a Negro princess from sunny heaven."
The voice sounds blond and tall.
"I am Aunt Minnie. Love is sweet as moonlight here in heaven."
The voice sounds blond and tall.
"I'm Barnacle Bill. I sank with the Titanic. I rose in salty heaven."
The voice sounds blond, sounds tall, sounds blond and tall.
"Goodbye from us in spiritland, from sweet Platonic spiritland.
You can't see us in spiritland, and we can't see at all."


II.

God must have a big eye to see everything
That we have lost or forgotten. Men used to say
That all lost objects stay upon the moon
Untouched by any other eye but God´s.
The moon is God´s big yellow eye remembering
What we have lost or never thought. That´s why
The moon looks raw and ghostly in the dark.
It is the camera shots of every instant in the world
Laid bare in terrible yellow cold.
It is the objects we never saw.
It is the dodos flying through the snow
That flew from Baffinland to Greenland´s tip
And did not even see themselves.
The moon is meant for lovers. Lovers lose
Themselves in others. Do not see themselves.
The moon does. The moon does.
The moon is not a yellow camera. It perceives
What wasn´t, what undoes, what will not happen.
It´s not a sharp and clicking eye of glass and hood. Just old,
Slow infinite exposure of
The negative that cannot happen.
Fear God´s old eye for being shot with ice
Instead of blood. Fear its inhuman mirror blankness
Luring lovers.
Fear God´s moon for hexing, sticking pins
In forgotten dolls. Fear it for wolves.
For witches, magic, lunacy, for parlor tricks.
The poet builds a castle on the moon
Made of dead skin and glass. Here marvellous machines
Stamp Chinese fortune cookies full of love.
Tarot cards
Make love to other Tarot cards. Here agony
Is just imagination´s sister bitch.
This is the sun-tormented castle which
Reflects the sun. Da dada da.
The castle sings.
Da. I don´t remember what I lost. Dada.
The song. Da. The hippogriffs were singing.
Da. Dada. Hell. Old butterface
Who always eats her lovers.

Hell somehow exists in the distance
Between the remembered and the forgotten.
Hell somehow exists in the distance
Between what happened and what never happened
Between the moon and the earth of the instant
Between the poem and God´s yellow eye.
Look through the window at the real moon.
See the sky surrounded. Bruised with rays.
But look now, in this room, see the moon children
Wolf, bear, and otter, dragon, dove.
Look now, in this room, see the moon children
Flying, crawling, swimming, burning
Vacant with beauty.

Hear them whisper.


III

God's other eye is good and gold. So bright
The shine blinds. His eye is accurate. His eye
Observes the goodnes of the light it shines
Then, pouncing like a cat, devours
Each golden trace of light
It saw and shined.
Cat feeds on mouse. God feeds on God. God's goodness is
A black and blinding cannibal with sunny teeth
That only eats itself.
Deny the light
God's golden eye is brazen. It is clanging brass
Of good intention.
It is noisy burning clanging brass.
Light is a carrion crow
Cawing and swooping. Cawing and swoooping.
Then, then there is a sudden stop.
The day changes
There is an innocent old sun quite old in cloud.
The ache of sunshine stops.
God is gone. God is gone.
Nothing was quite as good.
It's getting late. Put on your coat.
It's getting dark. It's getting cold.
Most things happen in twilight
When the sun goes down and the moon hasn't come
And the earth dances.
Most things happen in twilight
When neither eye is open
And the eart dances
Most things happen in twilight
When the earth dances
And God is blind as a gigantic bat.
The boys above the swimming pool receive the sun.
Their groins are pressed against the warm cement.
They look as if they dream. As if their bodies dream.
Rescue their bodies from the poisoned sun,
Shelter the dreamers. They're like lobsters now
Hot red and private as they dream.
They dream about themselves.
They dream of dreams about themselves.
They dream they dream of dreams about themselves.
Splash them with twilight like a wet bat.
Unbind the dreamers,

                                       Poet,
Be like God.






IV

Yes, be like God. I wonder what I thought
When I wrote that. The dreamers sag a bit
As if five years had thickened on their flesh
Or on my eyes. Wake them with what?
Should I throw rocks at them
To make their naked private bodies bleed?
No. Let them sleep. This much I’ve learned
In these five years in what I spent and earned:
Time does not finish a poem.
The dummies in the empty funhouse watch
The tides wash in and out. The thick old moon
Shines through the rotten timbers every night.
This much is clear, they think, the men who made
Us twitch and creak and put the laughter in our throats
Are just as cold as we. The lights are out.
                                                   The lights are out.
You’ll smell the oldest smells—
The smell of salt, of urine, and of sleep
Before you wake. This much I’ve learned
In these five years in what I’ve spent and earned:
Time does not finish a poem.
What have I gone to bed with all these years?
What have I taken crying to my bed
For love of me?
Only the shadows of the sun and moon
The dreaming groins, their creaking images.
Only myself.
             Is there some rhetoric
To make me think that I have kept a house
While playing dolls? This much I’ve learned
In these five years in what I’ve spent and earned:
That two-eyed monster God is still above.
I saw him once when I was young and once
When I was seized with madness, or was I seized
And mad because I saw him once. He is the sun
And moon made real with eyes.
He is the photograph of everything at once. The love
That makes the blood run cold.
But he is gone. No realer than old
Poetry. This much I’ve learned
In these five years in what I’ve spent and earned:
Time does not finish a poem.
Upon the old amusement pier I watch
The creeping darkness gather in the west.
Above the giant funhouse and the ghosts
I hear the seagulls call. They’re going west
Toward some great Catalina of a dream
Out where the poem ends.
                                   But does it end?
The birds are still in flight. Believe the birds.



(De "The New American Poetry, 1945-1960",  University of California Press, 1999.) 



BILLY THE KID


I.

The radio that told me about the death of Billy The Kid
(And the day, a hot summer day, with birds in the sky)
Let us fake out a frontier — a poem somebody could hide in with a sheriff’s posse after him — a thousand miles of it if it is necessary for him to go a thousand miles — a poem with no hard corners, no houses to get lost in, no underwebbing of customary magic, no New York Jew salesmen of amethyst pajamas, only a place where Billy The Kid can hide when he shoots people.
Torture gardens and scenic railways. The radio
That told me about the death of Billy The Kid
The day a hot summer day. The roads dusty in the summer. The roads going somewhere. You can almost see where they are going beyond the dark purple of the horizon. Not even the birds know where they are going.
The poem. In all that distance who could recognize his face.



II.

A sprinkling of gold leaf looking like hell flowers
A flat piece of wrapping paper, already wrinkled, but wrinkled
again by hand, smoothed into shape by an electric iron
A painting
Which told me about the death of Billy The Kid.
Collage a binding together
Of the real
Which flat colors
Tell us what heroes
really come by.
No, it is not a collage. Hell flowers
Fall from the hands of heroes
fall from all our hands
flat
As if we were not ever able quite to include them.
His gun
does not shoot real bullets
his death
Being done is unimportant.
Being done
In those flat colors
Not a collage
A binding together, a
Memory.


III.

There was nothing at the edge of the river
But dry grass and cotton candy.
"Alias," I said to him. "Alias,
Somebody there makes us want to drink the river
Somebody wants to thirst us.”
"Kid," he said. "No river
Wants to trap men. There ain’t no malice in it. Try
To understand.”
We stood there by that little river and Alias took off his shirt
and I took off my shirt
I was never real. Alias was never real.
Or that big cotton tree or the ground.
Or the little river.


IV.

What I mean is
I
Will tell you about the pain
It was a long pain
About as wide as a curtain
But long
As the great outdoors
Stig-
mata
Three bullet holes in the groin
One in the head
dancing
Right below the left eyebrow
What I mean is I
Will tell you about his
Pain.


V.

Billy The Kid in a field of poplars with just one touch of moonlight
His shadow is carefully
distinguished from all of their shadows
Delicate
as perception is
No one will get his gun or obliterate
Their shadows


VI.

The gun
A false clue
Nothing can kill
Anybody.
Not a poem or a fat penis. Bang,
Bang, bang. A false
Clue.
Nor immortality either (though why immortality should occur to
me with somebody who was as mortal as Billy The Kid or
his gun which is now rusted in some rubbish heap or shined
up properly in some New York museum) A
False clue
Nothing
Can kill anybody. Your gun, Billy,
And your fresh
Face.


VII.

Grasshoppers swarm through the desert.
Within the desert
There are only grasshoppers.
Lady
Of Guadalupe
Make my sight clear
Make my breath pure
Make my strong arm stronger and my fingers tight.
Lady of Guadalupe, lover
Of many make
Me avenge
Them.


VIII.

Back where poetry is Our Lady
Watches each motion when the players take the cards
From the deck.
The Ten of Diamonds. The Jack of Spades. The Queen
of Clubs. The King of Hearts. The Ace
God gave us when he put us alive writing poetry for unsuspecting
people or shooting them with guns.
Our Lady
Stands as a kind of dancing partner for the memory.
Will you dance, Our Lady,
Dead and unexpected?
Billy wants you to dance
Billy
Will shoot the heels off your shoes if you don’t dance
Billy
Being dead also wants
Fun.


IX.

So the heart breaks
Into small shadows
Almost so random
They are meaningless
Like a diamond
Has at the center of it a diamond
Or a rock
Rock.
Being afraid
Love asks its bare question—
I can no more remember
What brought me here
Than bone answers bone in the arm
Or shadow sees shadow—
Deathward we ride in the boat
Like someone canoeing
In a small lake
Where at either end
There are nothing but pine-branches—
Deathward we ride in the boat
Broken-hearted or broken-boied
The choice is real. The diamond. I
Ask it.

X.

Billy The Kid
I love you
Billy The Kid
I back anything you say
And there was the desert
And the mouth of the river
Billy The Kid
(In spite of your death notices)
There is honey in the groin

Billy



(De "Billy the Kid", Enkidu Surrogate, Stinson Beach, CA., 1959.)



Versiones en castellano de Sandra Toro


JACK SPICER (EE.UU., 1925-1965)