Foto: Henri Cartier-Bresson
Se puede traducir
mediante una simple designación. Por ejemplo, me decía un día
Wladimir Weidlé, ingeniosamente, el poema de Baudelaire No
olvidé, cercana a la ciudad... brinda el sonido de
Pushkin, tiene su transparencia, es la mejor de las “traducciones”.
¿Pero se puede reducir un poema a su transparencia?
¿Se puede traducir
un poema?, no. Uno se topa con demasiadas contradicciones que no
pueden olvidarse, uno debe abandonar demasiadas cosas.
Ejemplo (y es un
hecho de experiencia personal) “Sailing to Byzantium” de Yeats: y
ya ese título. “¿El embarque de Bizancio?” Imposible, Watteau
estaría interfiriendo. Además, sailing posee un dinamismo de
verbo. Uno piensa en el “¡A Honfleur!” lo más pronto posible
antes de caer más bajo” de Baudelaire, pero “¡A Bisancio!”
sería ridículo: el mito excluye esas
brevedades...Finalmente, to sail expresa, además de la idea
de partida, la del mar a franquear, difícil, agitado como la pasión,
y la del puerto a lo lejos: comercio, trabajos, obras, naturaleza
vencida, el espíritu. Nada que pueda brindar nuestro zarpar,
y hacerse a la vela resulta caduco en esas distancias. Me
resigne a “Destino-Bisancio”. Tal vez se salva así una tensión,
aunque no la energía, el desarraigo (pensado al menos) que expresaba
el verbo. Como a menudo de la lengua de Shakespeare a la que todavía
tiraniza Malherbe, lo vivido se vuelve intemporal y lo irracional,
inteligible. Otra solución: glosar el título con la frase de
Baudelaire. Habría que intentar la experiencia de traducciones
desarrolladas, donde subsistieran todas las asociaciones de ideas
evocadas por la obra sobre una página análoga a la de Un golpe
de dados. Pero Yeats habla en la unicidad y la urgencia del
instante: y es a lo que hay que permanecer fiel en primer lugar.
Otro abandono
obligado en ese mismo poema: fish, flesh, and fowl, mediante
lo cual Yeats reúne en tres palabras la variedad de la vida, e
incluso y sobre todo, mediante la aliteración, su impulso, su
aparente finalidad. ¡Ya es arduo! Pero aún peor, es una frase
hecha, que hace que uno pueda pensar que la lengua común preserva
así el vigor ante esa lengua académica que tantos poetas rechazan.
“Sailing to Byzantium” exige pues interrogar a la sabiduría
popular, la nación, el aquí, en el mismo momento en que para el
espíritu puro se trata de dearraigarse.
Contradicción
profunda en Yeats, tan constante como fecunda a lo largo de toda su
obra, pero que no puede sino perderse en francés, que no ofrece una
brevedad semejante para esas palabras: las lenguas no tienen sus
“felicidades” en los mismos puntos: Yo traduje: “todo lo que
nada, vuela, se estira”, lo que no conserva el impulso sino
mediante una significación, no en la sustancia verbal. Por otra
parte, por una vez el verbo es menos que el sustantivo: ese fish,
etc., que parecía repetir el
acto primero, divino, de la denominación. Donde un texto tiene sus
posibilidades, sus nudos, su espesor -su inconsciente-, la traducción
debe pasar a una superficie, aunque tenga en otra parte sus propios
nudos. No se puede traducir un poema.
Pero
tanto mejor, porque un poema es menos que la poesía, y en tanto se
encuentra privado de ella es un estímulo. Un poema -un número
determinado de palabras en un orden determinado sobre la página- es
una forma, donde es
abolida la relación con el otro, con la finitud: lo verdadero. Y el
autor puede complacerse en esto, es tranquilizador, a uno le gusta
hacer que existan objetos, que duren, pero de inmediato uno siente el
rechazo de verse colocado en contradicción con el lugar y el tiempo
del intercambio verdadero. Un medio, el poema, una hipótesis
espiritual, no un fin. Publicarlo, una verificación, un tiempo de
reflexión que uno se otorga, pero no es aceptarlo, absolutizarlo. Y
el mejor lector es igualmente el que ama el poema, sí: pero como se
puede amar a un ser: considerando solamente los valores a los que
apela, el sentido que
ofrece. No hay idolatría por lo escrito; aunque tampoco aversión
iconoclasta. Mas bien compasión, una especie de existencia
compartida. ¡Pero cuánto saqueo desde ese momento! Todas esas
“riquezas” del texto, ambigüedades, paragramas, polisemias, etc.
privadas del derecho a imponernos sus palabras cruzadas.
Pero
en compensación, ahí está lo que no llegamos a captar, a retener:
la poesía de otras lenguas.
Uno
debe poder ver, en efecto, lo que motiva el poema; uno debe saber
revivir el acto que a la vez lo produjo y lo estanca allí: y
desprendidas de esa forma fijada que no es más que una huella, la
intención, la intuición primeras (una aspiración, digamos, una
obsesión, algo universal) podrán ser intentadas de nuevo en la otra
lengua, y tanto más verídicamente cuanto que en adelante se
manifiesta la misma dificultad: la lengua de traducción paralizando
como la primera ese cuestionamiento que una palabra es. Sí, la
dificultad de la poesía es que la lengua es sistema,
mientras que la palabra de la poesía es presencia.
Pero comprender esto es reencontrarse con el autor que se traduce,
percibiendo mejor las tiranías que sufre, los movimientos de
pensamiento con que resiste; las fidelidades que le debe. Porque las
palabras van a intentar amaestrarnos con su modo de ser. De
auxiliares de la buena traducción comenzada, van a hacerse los
abogados del mal poema en que se convierte, van a rebajar la
experiencia en beneficio de un texto, habrá que desconfiar,
verificar la necesidad ontológica de nuestras imágenes nuevas mucho
más que su semejanza término a término (ya entonces exterior) con
las del poema original. Es una tarea pesada, pero a cambio somos
ayudados por el autor que traducimos, cuando es Yeats, cuando es John
Donne o Shakespeare. Y en lugar de estar como antes, frente a la masa
de un texto, estamos de nuevo en el origen, allá donde crecía lo
posible, y por una segunda travesía, donde se tiene el derecho de
ser uno mismo. ¡Finalmente un acto! Uno se las arregla con las
lagunas de su lengua, uno hace “bricolage”, como se dice
actualmente, y resulta que ahora uno revive la limitación del otro,
así como uno escucha lo que él pudo aprender de ella: de manera que
hay que existir primero antes de escribir. Se debe saber que el poema
no es nada y que la traducción es posible, lo que no quiere decir
fácil; no es más que la poesía, recomenzada.
¿Desmesura,
retomar así a Yeats en el origen, pretender entonces un poder de
invención semejante? Pero proponerse algo no significa estar seguro
de alcanzarlo. Y toda poesía es siempre la misma ambición, que en
los más verdaderos funciona sin certidumbre. No hay poesía sino de
lo imposible. Y digamos que fracasar allí específicamente al menos
deja abierto el campo de esa preocupación de unidad o de
transparencia -y de destino.
Prácticamente,
en efecto: si la traducción no es una copia ni una técnica sino un
cuestionamiento y una experiencia, no puede inscribirse -escribirse-
más que en la duración de una vida que será requerida en todos sus
aspectos, en todos sus actos. Y esto no exige que el traductor sea
“poeta” por otra parte. Pero implica sin duda alguna que si él
también escribe no podrá mantener separada su traducción de su
propia obra.
Algunos
ejemplos de esa interdependencia -personales, ya que no hay por qué
enorgullecerse de eso (ni alarmarse: hechos menores, que no valen más
que como indicios).
Horacio,
hablándole a Hamlet de sus compañeros de ronda cuando apareció el
fantasma. Fueron “distilled -dice- almost to jelly with the act of
fear”...El sentido es claro. Pero the act of fear
introduce una intensidad trágica
donde jelly
(literalmente la “gelatina”, tan inglesa, para nosotros
“papilla”) me causó un problema. ¿Por qué? Las obscenidades
del comienzo de Romeo pueden
traducirse. Pero son significativas, aunque no fuera sino por sí
mismas, mientras que en este caso jelly pertenece
a la lengua ordinaria, empleada sin atención, sin incremento de
sentido. Ahora bien, muy francés en esto (creo), tengo tendencia a
preferir que tales contextos, trágicos y por lo tanto ejemplares,
resulten de un conocimiento acrecentado, por lo tanto de una economía
del sentido, por lo tanto de un vocabulario, si no restringido, al
menos verificado. Que lo trivial se mantenga, sí, y eso es Rabelais,
Rimbaud, pero como tal,
y en esto uno se acerca a Racine o a Nerval y a lo que llaman lengua
noble o literaria, pero que no es más que lengua tensada.
Los ingleses (cf. Mercuccio) esperan menos del lenguaje. Prefieren
más observación directa, simple psicología (en resumen, jelly
allí donde lo diría un soldado) antes que reconstrucción heroica.
Y
les doy la razón. ¿Pero era preciso por eso que luchando así
contra mí aceptara el desafío sin más y hablara de papilla o
incluso de jugo de carne? Sin mucho esfuerzo, hubiera sido literal.
Pero si es cierto que seguí siendo por otra parte, aunque sea un
poco, el discípulo de Racine, esa aparente fidelidad va a producir
algo simplemente pintoresco, es el pecado de las traducciones
románticas, mal desbastadas del verbalismo de antaño -en todo caso,
será un paliativo y no la resolución de un problema. ¡Mejor Ducis!
Mejor escuchar a Shakespeare hasta el momento en que pudiera
aventajarlo en toda mi escritura y no simplemente reflejarlo aquí. Y
esperando, y con conocimiento de causa (agregaría una nota), verter
jelly mediante una
palabra mía, implicada en otras cuestiones: ceniza...
La traducción ha fallado en el plano local. Pero el acto de traducir
ha comenzado y terminará más tarde en otra parte -incluso aquí.
Y
ahora de nuevo Yeats, en “The Sorrow of Love”, cuando dice de la
muchacha con “red mournful lips” que es “Doomed like Odysseus
and the labouring ships”. Labouring,
palabra que evoca las largas y difíciles travesías, el balanceo de
un navío, pero también el trastorno afectivo, la tristeza, sin
contar con que to be in labour
es dar nacimiento y que to labour
ha conservado poéticamente su acepción arcaica, “labrar”, casi
sembrar. Todos esos sentidos tienen valor en este caso, ¿qué hacer
entonces? Pero esta vez ni siquiera pude plantearme la pregunta,
traduje irresistiblemente labouring
por “que renguean/ a lo lejos”, incluyendo de entrada el rechazo
en la traducción. Y podría justificar o criticar esas palabras
-Ulises no huía pero los hijos de Príamo, que muere en el verso
siguiente, lo hicieron, hacia otra Troya, etc. - pero ésta no es la
cuestión. Porque esas palabras no me llegaron a través del
cortocircuito que en el traductor, según se cree, va del texto a la
traducción, sino a través de un giro completo de mi pasado. A
menudo he pensado en la renguera de un navío...Incluso una vez, al
regresar de Grecia en 1961, el ánimo lleno con el recuerdo de la
Esfinge de Naxos cuya sonrisa expresa la ataraxia, la música,
imaginé que el barco, que padecía así, de noche, frente a la costa
italiana, también huía y buscaba; y pensando por supuesto en
Verlaine, inicié una suerte de poema donde también cumplía su
papel el agua balanceándose para siempre “como hierro en una caja
cerrada”: un poema que después no terminé nunca -y que aun ahora,
doce años más tarde, he desgarrado súbitamente, en suma, para que
viva mi traducción. La relación de lo que se buscaba allí con mi
preocupación por la poesía de Yeats se volvió lo más importante,
el verdadero devenir. El poeta inglés me explicó a mí mismo y el
camino de mi propio pensamiento quiso traducirlo. Es dentro de una
relación de destino a destino, en suma, y no de una frase inglesa a
una francesa, donde se elaboran las traducciones, con repercusiones
que no se pueden prever (ese barco y su renguera reaparecieron en mi
último libro).
Continuación
lógica de estas declaraciones, haría falta que me pregunte en qué
me ayudaron mis traducciones; y cómo la poesía de otras lenguas ha
contribuido al devenir de la nuestra.
Por
falta de tiempo no haré más que evocar otra pregunta preliminar.
¿En qué condiciones esta suerte de traducción de la poesía, no es
una empresa insensata? “Traduzcan a su prójimo”, propuse una
vez. ¿Pero quién puede serlo suficientemente?
La
ironía de Donne, la morosidad luminosa de Eliot -o
el spleen baudelaireano,
la “malignidad” (y la esperanza constante) de Rimbaud- ¿no son
mundos impenetrables? Y en cuanto a Yeats, la aspiración a la Idea,
Bizancio, pero también blood and mire,
el barro y el rapto, incluso la rabia, de la pasión, y Adonis tanto
como Cristo; ¿es eso compartible?
Pero
en poesía la pobreza es recurso. La experiencia que uno no tuvo, a
veces es porque uno la ha rechazado: y la traducción, donde un poeta
nos habla, puede desbaratar la censura, es una de las formas de ayuda
que yo decía que aporta. Una energía se libera. Nuestras
fascinaciones nos habrán guiado. Pero sólo hay que seguirlas a
ellas, por supuesto. Toda obra que no nos incita es intraducible.
(de
“Entretens sur la poesie”,
Mercure de France, París, 1982.)
Traducción
de Arturo Carrera
Fuente:
Diario de Poesía N°45, págs.27/28 - Buenos Aires, Argentina, 1998.
YVES
BONNEFOY (FRANCIA, 1923.)
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