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julio 15, 2010

POEMAS DE MARÍA DEL CARMEN COLOMBO


*

en las tripas de mi reloj
despuntan
grandes husos de gallo
              qui qui ri quí
               yo soy el que
recuérdalo
              qui qui ri quí
               tú la que no
ahora y en la hora 



pero mis huesos
blancos y dispersos
en la noche
cantan de pie
              no somos del cuerpo

oh mi mano de hojalata sola
cómo brilla
              polvo eres pero brilla
un despojo:
                  —del cuerpo ya no soy



piedra fueron    serán ojos?
islas deshechas      aspas
en la miseria
a la deriva cuando saltan
             del cuerpo ya no son



mira mira las orillas
remos rotos hacia
                             dónde?
pero la ceja olvida
se levanta del cuerpo:—ya no soy



no tengo el ver
no tengo el verbo
¿hay esperanza para mí?



yo soy el que
tú la que no



doblan campanitas
de cuello amarillo
             tú también
por un oído de sombras
             escucha
             la mañana


                                 (De "La muda encarnación". Último Reino, 1993)

LA MONTAÑA

Si fuera segura
como una montaña --las cosas
claras, la palabra
precisa--. Si fuera calma, una
piedra de quietud, mi derrotero
culminaría --seguramente--
en la cima de cordura
y así colmada miraría
desde allí
un ojo de vértigo, el otro
abismo.



ESPERGESIA

quiero el agua
del paraíso, dice, alba
blanca, pura luz mirando el
reflector dice llena
luna sin culpas
el balde de mi alma
hasta el colmo
como quien toma del gollete
celestial actriz finge
la gota terrenal cuando
enjuga con la punta
del manto una sed de rocío: ella
cree en la eficacia
del vacío y representa
la escena pensada por dios
para salvarnos.


La virgen está ocupada
muy ocupada en arreglarse
las enaguas y el velo
nupcial

más hermosa que nunca
ella brilla
y el susurro barrial
prende estrellas
en su estola de tul

una víbora
el collar de rezos
que se enrosca
a los pies

sube y sube
serpiente bailarina
de penas y dolores

tiemblan las monedas
como la multitud
pero la virgen
se mira en el espejo
vamos a casa papi

la eternidad


suelta su pelo
despreocupado
sobre el mundo.


Como un árbol, este abanico tiene un solo pie, pero de varillas, y un país de papel que se despliega, lento, con dos manos.

Florece en cada varilla una escena, muy fija y finita, pintada con pelo de pincel. Entre una  escena y otra la distancia es inmensa, porque tarda enllegar la próxima varilla.

Cuando la escena por venir parece que no viene, los ojos humean de ansiedad, nublando el cristal con que se mira; en el fondo sus arpones de pez desean pescar cada una de las miniaturas, que huidizas se escurren entre el papel de agua.

El pinchazo de un ojo podría ser fatal para un teclado tan liviano. Por
suerte, entre el comienzo y el final de este despliegue sólo transcurre media hora. Tiempo suficiente durante el cual un semicírculo puede alcanzar su personalidad verdadera, y en el instante hacerse aire, como este abanico.

Son chinas  las tres chicas,  pintadas  por  el fino  pincel de un copista oriental. Ojos  como rendijas miran la escena de la madre, lavando el kimono en el  piletón del patio. Las miradas finitas rayan  las ojeras de la madre, imitación de la  sombra de un árbol exótico. Le  dibujan  persianas cerradas  para protegerla de  un sol de siesta, insoportable.

El alma china de la familia se llena como una palangana porteña al compás de los dichos maternales del agua. Y  las  tres chicas recuerdan,  al unísono, los agujeros dejados por las balas. Los agujeros del recuerdo, multiplicados por tres, ensucian con la sangre del padre el kimono que la madre lava, infinitamente, adentro del piletón de sus propias ojeras.

Recordar, abrir el ojal de una herida llamada ojo, provoca un dolor de sol, insoportable, entre ceja y ceja. Por eso, a la sombra de un árbol exótico, las tres chicas pintan el alma de un dragón subiendo al cielo, con el fino pincel de sus pestañas.

.......

Todas las noches, la madre china pone su mente adentro de una copita
quieta. La llena con sus diminutos pensamientos de alfiler. Es de jade,
la copita, y parece un párpado vaciado por la punta de una vara de
bambú. Puede ser también un pájaro mudo que se sostiene en una sola
pata de gallo.

La mente maternal imita el salto de los equilibristas, esos que tiran el
alma por el aire y cae, hecho un bollito, en las aguas secas del vacío.

A la mañana, la mente china sale lívida del párpado, como un pez o un
ánima que ha vagado por los vericuetos del limbo.


Cuando las tres chicas se acercan,  el padre cierra el abanico de sus sentimientos, de golpe. Tiene miedo el padre chino  de que el  calor de sus  hijas  desplanche  las  rayitas  de su  alma,  plisadas  con  suma  paciencia  por  sus antepasados.

El miedo  le  hace  pitar  de una  boquilla elongada hasta  el límite. Chupa del pico el hombre, y de su boca  evaporada  por el  humo  se desprenden  pensamientos  finitos como el perfil de un pez   raya.

Es el opio de los pueblos con que  carga su boquilla el que lo hace  descifrar  sus pensamientos en voz alta. "Esas tintoreras  --dice de sus  hijas-- calientan la pava  y después  yo  salgo  hecho  una  planicie.  Qué  saben  ellas,  tan  chiquitas,  del  trabajo  que costó a mis antepasados imitar el oscuro abanico de las olas, escama por escama, durante milenios, hasta  hacer de mi alma este biombo musical que sólo los hombres chinos saben desplegar con dignidad."

Al escucharlo, la más china de las tres chicas desenrolla el caracol de su rodete en señal de rebelión. Cae ondulado el bandoneón de su pelo, y el padre recuerda el golpe, seco, de una sombrilla al cerrarse. 

....
En espacios reducidos es propicio menguar, como la luna y las mareas: la dirección del movimiento obedece a la necesidad. Es favorable decrecer con rectitud, orientados por el mapa nocturno que dibujan las tablas de planchar, cuando doblan sus hojas y culminan, firmes, en una reverencia.

Los biombos se someten al dictado de los tiempos y ceden, dóciles, las teclas de sus abanicos. Una escalera devora su propio caracol, peldaño por peldaño.

Algunos pensamientos ensobran sus intimidades y se apilan, al igual que las sábanas, en  prolijos acordeones. Las mentes más realistas se ajustan tanto al pan pan y al vino vino, que después se desparraman en otras dimensiones, como  la gente que vive apiñada en una pieza y sueña con la amplitud del paraíso.

En el cine teatro Olavarría, el único número vivo es el trío de voces chinas El Trébol: con fondo de timbales las artistas se presentan en el escenario, y después de una triple reverencia, comienza el recitado cuando el gong así lo indica.
"Japonesitas, coreanas nos dicen, pero nosotras somos chinas, chinas de la Manchuria", gritan las chicas al unísono, mientras golpean el piso como encaprichadas, con uno de sus dos pies diminutos. Y apelando a un tono de  familia,  conceden con desprecio, en fila y de perfil a la platea: "Porteños provincianos todo lo confunden". Agregan, ahora sí, de frente y enojadas:  "Está bien que en los puertos los pensamientos se mezclen como mercaderías al sol. Pero es un atropello a la moral china, este cambalache que convierte en mamarracho todo lo que toca. Que mezcla las sangres en la memoria, ah..., colorinches del pensamiento de esta tierra".   Avanzan por el escenario  las tres juntas y paradas en la orilla de la plataforma, descargan sobre el público unos dedos de espadachín cuando preguntan: "¿Te dicen japonés y sos malayo? ¿Colchonero te llaman y sos cura?  Qué rabia, qué dolor, qué desencanto", gritan las chicas y  llevan como marionetas sus manos al peinado.  Más delicadas y mientras retroceden, se arropan sigilosas en sus  batas de seda: "Argentinos --sentencian-- basta de confusión, no se dejen engañar como libélulas enamoradas de la imagen de las cosas y no de las cosas  mismas".

Siempre al llegar a esta parte del parlamento, suenan las castañuelas acuáticas porque El Trébol se despide. Sin despegar los seis pies del piso, las tres bocas arrastran las palabras, hasta  que  cada  sílaba del estribillo se separa lo suficiente como para evocar el fraseo de su lengua madre: "Ja-po-ne-si-tas-co-rea-nas-nos-di-cen".

La gente aplaude con ganas, y nunca se sabe si es porque el Trío colmó sus expectativas, o porque la retirada de las muchachas anuncia el comienzo de la primera película.

... 

( De "La familia china" Ediciones Tierra Firme, 1999)



MARÍA DEL CARMEN COLOMBO (Bs. As. Argentina, 1950)


 

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