despuntan
grandes husos de gallo
qui qui ri quí
yo soy el que
recuérdalo
qui qui ri quí
tú la que no
ahora y en la hora
pero mis huesos
blancos y dispersos
en la noche
cantan de pie
no somos del cuerpo
oh mi mano de hojalata sola
cómo brilla
polvo eres pero brilla
un despojo:
—del cuerpo ya no soy
piedra fueron serán ojos?
islas deshechas aspas
en la miseria
a la deriva cuando saltan
del cuerpo ya no son
mira mira las orillas
remos rotos hacia
dónde?
pero la ceja olvida
se levanta del cuerpo:—ya no soy
no tengo el ver
no tengo el verbo
¿hay esperanza para mí?
yo soy el que
tú la que no
doblan campanitas
de cuello amarillo
tú también
por un oído de sombras
escucha
la mañana
(De "La muda encarnación". Último Reino, 1993)
LA MONTAÑA
Si fuera segura
como una montaña --las cosas
claras, la palabra
precisa--. Si fuera calma, una
piedra de quietud, mi derrotero
culminaría --seguramente--
en la cima de cordura
y así colmada miraría
desde allí
un ojo de vértigo, el otro
abismo.
ESPERGESIA
quiero el agua
del paraíso, dice, alba
blanca, pura luz mirando el
reflector dice llena
luna sin culpas
el balde de mi alma
hasta el colmo
como quien toma del gollete
celestial actriz finge
la gota terrenal cuando
enjuga con la punta
del manto una sed de rocío: ella
cree en la eficacia
del vacío y representa
la escena pensada por dios
para salvarnos.
La virgen está ocupada
muy ocupada en arreglarse
las enaguas y el velo
nupcial
más hermosa que nunca
ella brilla
y el susurro barrial
prende estrellas
en su estola de tul
una víbora
el collar de rezos
que se enrosca
a los pies
sube y sube
serpiente bailarina
de penas y dolores
tiemblan las monedas
como la multitud
pero la virgen
se mira en el espejo
vamos a casa papi
la eternidad
suelta su pelo
despreocupado
sobre el mundo.Como un árbol, este abanico tiene un solo pie, pero de varillas, y un país de papel que se despliega, lento, con dos manos.
Florece en cada varilla una escena, muy fija y finita, pintada con pelo de pincel. Entre una escena y otra la distancia es inmensa, porque tarda enllegar la próxima varilla.
Cuando la escena por venir parece que no viene, los ojos humean de ansiedad, nublando el cristal con que se mira; en el fondo sus arpones de pez desean pescar cada una de las miniaturas, que huidizas se escurren entre el papel de agua.
El pinchazo de un ojo podría ser fatal para un teclado tan liviano. Por
suerte, entre el comienzo y el final de este despliegue sólo transcurre media hora. Tiempo suficiente durante el cual un semicírculo puede alcanzar su personalidad verdadera, y en el instante hacerse aire, como este abanico.
…
Son chinas las tres chicas, pintadas por el fino pincel de un copista oriental. Ojos como rendijas miran la escena de la madre, lavando el kimono en el piletón del patio. Las miradas finitas rayan las ojeras de la madre, imitación de la sombra de un árbol exótico. Le dibujan persianas cerradas para protegerla de un sol de siesta, insoportable.
El alma china de la familia se llena como una palangana porteña al compás de los dichos maternales del agua. Y las tres chicas recuerdan, al unísono, los agujeros dejados por las balas. Los agujeros del recuerdo, multiplicados por tres, ensucian con la sangre del padre el kimono que la madre lava, infinitamente, adentro del piletón de sus propias ojeras.
Recordar, abrir el ojal de una herida llamada ojo, provoca un dolor de sol, insoportable, entre ceja y ceja. Por eso, a la sombra de un árbol exótico, las tres chicas pintan el alma de un dragón subiendo al cielo, con el fino pincel de sus pestañas.
.......
Todas las noches, la madre china pone su mente adentro de una copita
quieta. La llena con sus diminutos pensamientos de alfiler. Es de jade,
la copita, y parece un párpado vaciado por la punta de una vara de
bambú. Puede ser también un pájaro mudo que se sostiene en una sola
pata de gallo.
La mente maternal imita el salto de los equilibristas, esos que tiran el
alma por el aire y cae, hecho un bollito, en las aguas secas del vacío.
A la mañana, la mente china sale lívida del párpado, como un pez o un
ánima que ha vagado por los vericuetos del limbo.
…
Cuando las tres chicas se acercan, el padre cierra el abanico de sus sentimientos, de golpe. Tiene miedo el padre chino de que el calor de sus hijas desplanche las rayitas de su alma, plisadas con suma paciencia por sus antepasados.
El miedo le hace pitar de una boquilla elongada hasta el límite. Chupa del pico el hombre, y de su boca evaporada por el humo se desprenden pensamientos finitos como el perfil de un pez raya.
Es el opio de los pueblos con que carga su boquilla el que lo hace descifrar sus pensamientos en voz alta. "Esas tintoreras --dice de sus hijas-- calientan la pava y después yo salgo hecho una planicie. Qué saben ellas, tan chiquitas, del trabajo que costó a mis antepasados imitar el oscuro abanico de las olas, escama por escama, durante milenios, hasta hacer de mi alma este biombo musical que sólo los hombres chinos saben desplegar con dignidad."
Al escucharlo, la más china de las tres chicas desenrolla el caracol de su rodete en señal de rebelión. Cae ondulado el bandoneón de su pelo, y el padre recuerda el golpe, seco, de una sombrilla al cerrarse.
....
En espacios reducidos es propicio menguar, como la luna y las mareas: la dirección del movimiento obedece a la necesidad. Es favorable decrecer con rectitud, orientados por el mapa nocturno que dibujan las tablas de planchar, cuando doblan sus hojas y culminan, firmes, en una reverencia.
Los biombos se someten al dictado de los tiempos y ceden, dóciles, las teclas de sus abanicos. Una escalera devora su propio caracol, peldaño por peldaño.
Algunos pensamientos ensobran sus intimidades y se apilan, al igual que las sábanas, en prolijos acordeones. Las mentes más realistas se ajustan tanto al pan pan y al vino vino, que después se desparraman en otras dimensiones, como la gente que vive apiñada en una pieza y sueña con la amplitud del paraíso.
…
En el cine teatro Olavarría, el único número vivo es el trío de voces chinas El Trébol: con fondo de timbales las artistas se presentan en el escenario, y después de una triple reverencia, comienza el recitado cuando el gong así lo indica.
"Japonesitas, coreanas nos dicen, pero nosotras somos chinas, chinas de la Manchuria", gritan las chicas al unísono, mientras golpean el piso como encaprichadas, con uno de sus dos pies diminutos. Y apelando a un tono de familia, conceden con desprecio, en fila y de perfil a la platea: "Porteños provincianos todo lo confunden". Agregan, ahora sí, de frente y enojadas: "Está bien que en los puertos los pensamientos se mezclen como mercaderías al sol. Pero es un atropello a la moral china, este cambalache que convierte en mamarracho todo lo que toca. Que mezcla las sangres en la memoria, ah..., colorinches del pensamiento de esta tierra". Avanzan por el escenario las tres juntas y paradas en la orilla de la plataforma, descargan sobre el público unos dedos de espadachín cuando preguntan: "¿Te dicen japonés y sos malayo? ¿Colchonero te llaman y sos cura? Qué rabia, qué dolor, qué desencanto", gritan las chicas y llevan como marionetas sus manos al peinado. Más delicadas y mientras retroceden, se arropan sigilosas en sus batas de seda: "Argentinos --sentencian-- basta de confusión, no se dejen engañar como libélulas enamoradas de la imagen de las cosas y no de las cosas mismas".
Siempre al llegar a esta parte del parlamento, suenan las castañuelas acuáticas porque El Trébol se despide. Sin despegar los seis pies del piso, las tres bocas arrastran las palabras, hasta que cada sílaba del estribillo se separa lo suficiente como para evocar el fraseo de su lengua madre: "Ja-po-ne-si-tas-co-rea-nas-nos-di-cen".
La gente aplaude con ganas, y nunca se sabe si es porque el Trío colmó sus expectativas, o porque la retirada de las muchachas anuncia el comienzo de la primera película.
...
( De "La familia china" Ediciones Tierra Firme, 1999)
MARÍA DEL CARMEN COLOMBO (Bs. As. Argentina, 1950)
Gracias,Sandra! Amamos a la Coto! Qui Qui ri qui!!! Lelé
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