Foto de Robert Giard, 1998.
Sospecha
y parábolas vacías
Viajamos a alguna parte
pero no tenemos mapa.
Las líneas de mi palma relucen
como corriente eléctrica
almohadillas de carne
que hablan un idioma desconocido.
Quedamos dos, y después
estoy sola, pero enseguida
hay miles que me acompañan
hasta que cada cual desaparece
detrás de una promesa hecha
antes de que hubiera nacido.
Llevar así el pasado
es un gran lastre,
cargado de sospecha
y parábolas vacías.
Los que no pueden seguir
se queman como estrellas que agonizan.
Todavía podemos
ver su luz
pero sabemos
que es el reflejo
de algo antiguo
y frío,
precioso en el
recuerdo
pero ahora inútil.
Siempre llevé un
diario de viaje,
creía que les iba
a servir a
los que quedaran
después de haberme ido.
En mis sueños
veo disolverse
esas páginas en el
fuego
que consume una
ciudad entera.
Ya no me puedo
agazapar más
detrás del Otro.
La hambruna y el
fuego nos barrieron
de ese espejo
donde una vez
sentí
la seguridad
hipócrita de la excepción.
Garantía de por vida
Los años llevan
desgaste a las partes del cuerpo
y me imagino un
negocio
donde los
repuestos estén clasificados
por modelo y
por fecha,
los
experimentales y los de producción en masa
en mesas
especiales de saldo
alentándonos a
probar una nariz de plástico
inmune al daño
solar
o superbaterías
para el corazón o el hígado
que prometan
durar para siempre.
Los modelos
genéricos atraerían
al comprador de
ingresos bajos,
las versiones
de lujo a la élite
que tiene de todo
menos un cuerpo
que marche a la perfección.
El lugar podría
ser
una boutique
exclusiva o un hipermercado
donde todo el
mundo fuera a buscar gangas
Todavía ninguna
cura para los cánceres más graves,
la demencia o
la bacteria carnívora.
Soluciones a
corto plazo que se anuncien
con términos
elogiosos
ofrecidas en
llamativos exhibidores
junto a la
caja:
Te esperan a la
salida,
y no se puede
dejar seña.
El oxígeno
portátil con sabor tropical
es el especial
del mes.
Cuando la
esperanza llega a un límite
no escasea el
engaño.
Me imagino en
un negocio, boutique o
sector de
ofertas así de futurista,
y sé que es un
sueño del Primer Mundo
Personas
desesperadas de todo el planeta
venden partes
de su cuerpo:
el pelo y los
riñones
o usan los
órganos para pasar contrabando.
Si les va bien,
ganan lo suficiente
para comer unos
meses más
o la
oportunidad fugaz de otro día.
¿Qué querrá
decir garantía de por vida
para un cuerpo
que solamente lleva puesta la esperanza?
¿El consumidor
aguantará hasta que haya ADN de diseño
o invertirá en
partes del cuerpo de repuesto?
Y los que
venden una parte de ellos, ¿cómo podrán estar seguros
de que no se
pierde un haz de espíritu ni una hebra
de personalidad
en ese arreglo
de última instancia?
El privilegio
deambula por el Primer Mundo
mientras en
cualquier otro lugar la supervivencia tiene
un costo
trágico.
Entumecidos para la acción sobre el terreno
Mi memoria fue
de todo menos
domesticada
para guardar silencio,
adelgazar y
dispersarse
al cruzar el
paralelo 17
agarrada de mi
mano.
No estuvo a
bordo de esos helicópeteros
que despegaron
del techo de la embajada
en una ciudad
que rebautizaron
después de Ho
Chi Minh,
pero entrenó
con las imágenes
que llenaban
las pantallas de nuestra TV, trató
de compensar el
impacto
con lo que
había oído decir
a madres y
hermanas
acerca de por
qué pararon la contienda.
Cuando los
abandonamos
nuestros
recuerdos se corrompen
en un pantano,
cosidos a la culpa
o entumecidos
para la acción
sobre el
terreno.
Ahora recupero
mi memoria
la saco de
donde se esconde,
la doblo
prolijamente
o la guardo en
una percha
de alambre en
mi ropero.
Nunca la hice
limpiar,
ni lavar a mano
o a máquina,
ningún ojo
pudo verle las
manchas
estampadas por
los libros de historia.
Los que cuentan
historias falsas
y se van,
confiados en
que nadie va a darse cuenta,
a cuestionar su
credibilidad
ni a
descubrirlos mintiendo.
Mi memoria se
da cuenta. Habla
con la voz
segura de los años,
pronuncia cada
palabra
así como las imágenes
que vio
y grabó hace
tanto.
Desaparecido
Una palabra sin manos ni pies,
nada con qué correr,
ningún apretón cálido
para los dedos temblorosos,
una palabra solitaria,
con la sangre subiéndosele a la cabeza,
tambaleando sobre los muñones en carne viva
antes de desplomarse
en un montón de preguntas que se apagan.
Una palabra que perdió su resonancia
como el árbol talado
donde no hay oído
que registre su impacto
contra el suelo del bosque,
silencio ritual
en el que hasta la suavidad
del terciopelo
lastima la piel.
Una palabra incapaz de describir
el peso de la pérdida,
el asma
cuando intenta hablar,
congelada en el tiempo
aunque salpicada de un fuego
que quema
los millones de manos
extendidas para abrazar su dolor.
Hace treinta y dos años Rodolfo
se esfumó de su vida
en Buenos Aires, con un último mate
en el hueco de la palma,
un último sorbo
de la bombilla de plata,
y ni una carta más a la opinión pública,
ni un paso más ni una respiración más
en nuestro largo invierno del desespero.
Ahora leemos “Argentina no extraditará
oficial de la Guerra Sucia”:
La puntuación sospechosa del titular,
sustituto de los miembros arrancados,
las palabras suspendidas en el tal vez
o la promesa perversa,
una hoja tan pulida y lustrada
que te corta la cabeza
en un único gesto de asentirle al corazón.
Ahora probable condena y prisión para
el Ángel Rubio de la Muerte
y otros criminales
que este año el gobierno encuentra
responsables de tu suerte
y la de otros 30000,
escritores o no, figuras públicas
o simplemente hijos e hijas,
amantes y trabajadores
que siguen caminando por las calles marcadas
de una ciudad habitada por fantasmas,
conversaciones en voz baja,
canciones truncas
cuyas palabras se borran
y solo pueden leerse en las paredes viejas
o en el eco adentro de la cabeza
de los que quedan:
buscando todavía, enamorados todavía.
Desaparecido
Una palabra sin manos ni pies,
nada con qué correr,
ningún apretón cálido
para los dedos temblorosos,
una palabra solitaria,
con la sangre subiéndosele a la cabeza,
tambaleando sobre los muñones en carne viva
antes de desplomarse
en un montón de preguntas que se apagan.
Una palabra que perdió su resonancia
como el árbol talado
donde no hay oído
que registre su impacto
contra el suelo del bosque,
silencio ritual
en el que hasta la suavidad
del terciopelo
lastima la piel.
Una palabra incapaz de describir
el peso de la pérdida,
el asma
cuando intenta hablar,
congelada en el tiempo
aunque salpicada de un fuego
que quema
los millones de manos
extendidas para abrazar su dolor.
Hace treinta y dos años Rodolfo
se esfumó de su vida
en Buenos Aires, con un último mate
en el hueco de la palma,
un último sorbo
de la bombilla de plata,
y ni una carta más a la opinión pública,
ni un paso más ni una respiración más
en nuestro largo invierno del desespero.
Ahora leemos “Argentina no extraditará
oficial de la Guerra Sucia”:
La puntuación sospechosa del titular,
sustituto de los miembros arrancados,
las palabras suspendidas en el tal vez
o la promesa perversa,
una hoja tan pulida y lustrada
que te corta la cabeza
en un único gesto de asentirle al corazón.
Ahora probable condena y prisión para
el Ángel Rubio de la Muerte
y otros criminales
que este año el gobierno encuentra
responsables de tu suerte
y la de otros 30000,
escritores o no, figuras públicas
o simplemente hijos e hijas,
amantes y trabajadores
que siguen caminando por las calles marcadas
de una ciudad habitada por fantasmas,
conversaciones en voz baja,
canciones truncas
cuyas palabras se borran
y solo pueden leerse en las paredes viejas
o en el eco adentro de la cabeza
de los que quedan:
buscando todavía, enamorados todavía.
Versiones en castellano de Sandra Toro, revisadas y autorizadas por la autora.
We are traveling somewhere
but have no map.
The lines on my palm shimmer
as electric current
spiders pads of flesh
speaking a language no one knows.
There are two of us and then
I am alone, but soon
thousands accompany me
until each disappears
following promises made
before they were born.
Carrying the past like that
is a heavy burden,
weighted with suspicion
and empty parables.
Those who can't keep up
burn out like dying stars.
We can still see their light
but know it is
a reflection of something ancient
and cold,
precious in memory
but useless now.
I have always kept a travel journal,
believed it would serve
those alive after I'm gone.
In my dream I see its pages
dissolving in the fire
that's consumed an entire town.
I can no longer crouch behind
the Other.
Famine and fire have swept us
from that mirror
where I once felt
the disingenuous safety of exception.
Lifetime
Warranty
Age brings wear and tear to body parts
and I imagine a shop
where replacements are shelved
by date and model,
the experimental or mass-produced
on special sales tables
as if daring us to try a plastic nose
immune to sun damage
or super batteries for heart or liver
guaranteed to last forever.
Generic models would attract
the low-income shopper,
luxury versions the elite
who have
everything
but a perfect working body.
The place itself might be
an upscale boutique or big box store
where everyone goes for bargains.
No remedies yet for serious cancers,
dementia or flesh-eating bacteria.
Short-term solutions are advertised
in glowing terms
and offered on brightly decorated racks
right next to the cashier:
They just may get you on the way out,
and there is no layaway.
Portable oxygen in tropical flavors
is this month's special.
No shortage of deception
when hope stretches thin.
I imagine visiting such a futuristic shop,
boutique or bargain basement,
and know it's a First World dream.
Desperate people the world over
sell their body parts:
hair and kidneys
or use their organs to carry contraband.
If lucky they may get enough
to eat a few more months
or a fleeting chance at another day.
What would a lifetime warranty mean
to a body wearing only hope?
Will the consumer hold out for designer DNA
or invest in replacement body parts?
How can those who sell a piece of themselves
be sure a sliver of spirit or strand of character
isn't lost in that deal of last resort?
Privilege roams the First World
while elsewhere survival comes
at tragic cost.
Numbed
to the Action on the Ground
My memory was all but
battered into silence,
made thin and sparse
as it crossed the 17th parallel
clinging to my hand.
It wasn't aboard those helicopters
lifting off the embassy roof
in a city renamed
after Ho Chi Minh,
but sparred with images
filling our TV screens, tried
to balance their impact
with what it had heard
from mothers and sisters
about why the fighting stopped.
When we abandon them
our memories corrode
in a swamp sewn with guilt
or numbed to the action
on the ground.
Now I retrieve my memory
from where it cowers,
fold it neatly
or place it in my closet
on a hanger of bent wire.
I've never sent it out to be cleaned,
washed it by hand or machine,
yet human eyes
cannot see the stains
bestowed by history books.
They tell the wrongs stories
then walk away,
confident no one will notice,
question their credibility
or catch them in their lies.
My memory notices. It speaks
with the sure voice of age,
pronounces each word
like the images it saw
and recorded so long ago.
A word without hands or feet,
nothing to run with,
no warm grip
for trembling fingers,
a lonely word,
blood rushing to its head,
lurching forward on raw stumps
before collapsing
in a heap of fading questions.
A word that has lost its thunder
like the felled tree
where no ear
registers its crash
to forest floor,
ritual quiet
where even the softness
of velvet
causes the skin to bruise.
A word unable to describe
its burden of loss,
asthma
when it tries to speak,
frozen in time
though flecked with a fire
that burns
the millions of hands
reaching to embrace its pain.
Thirty-two years ago Rodolfo
vanished out of his life
in Buenos Aires, one last mate
cupped in his palm,
one last sip
through the silver straw,
no more letters to public opinion,
not another step another breath
through our long winter of despair.
Now we read “Argentina won’t extradite
‘Dirty War’ officer”:
the headline’s dubious punctuation
a stand-in for torn limbs,
words suspended in maybe
or twisted promise,
a blade so polished and sleek
it severs your head
with only a nod to your heart.
Conviction and prison likely now
for that Blond Angel of Death
and other criminals
this year’s government finds
accountable for your fate
and that of 30,000 others,
writers or not, public figures
or simply sons and daughters,
lovers and workers
who still walk the scarred streets
of a city peopled by ghosts,
whispered conversation,
truncated songs
whose fading words
can only be read on old walls
or echo inside the heads
of those who remain:
still searching, still in love.
(Textos inéditos cedidos por Margaret Randall, marzo de 2019)
Disappeared
A word without hands or feet,
nothing to run with,
no warm grip
for trembling fingers,
a lonely word,
blood rushing to its head,
lurching forward on raw stumps
before collapsing
in a heap of fading questions.
A word that has lost its thunder
like the felled tree
where no ear
registers its crash
to forest floor,
ritual quiet
where even the softness
of velvet
causes the skin to bruise.
A word unable to describe
its burden of loss,
asthma
when it tries to speak,
frozen in time
though flecked with a fire
that burns
the millions of hands
reaching to embrace its pain.
Thirty-two years ago Rodolfo
vanished out of his life
in Buenos Aires, one last mate
cupped in his palm,
one last sip
through the silver straw,
no more letters to public opinion,
not another step another breath
through our long winter of despair.
‘Dirty War’ officer”:
the headline’s dubious punctuation
a stand-in for torn limbs,
words suspended in maybe
or twisted promise,
a blade so polished and sleek
it severs your head
with only a nod to your heart.
Conviction and prison likely now
for that Blond Angel of Death
and other criminals
this year’s government finds
accountable for your fate
and that of 30,000 others,
writers or not, public figures
or simply sons and daughters,
lovers and workers
who still walk the scarred streets
of a city peopled by ghosts,
whispered conversation,
truncated songs
whose fading words
can only be read on old walls
or echo inside the heads
of those who remain:
still searching, still in love.
(From As if the Empty Chair, Wings Press, San Antonio, Texas, 2011).
MARGARET RANDALL (EE.UU., 1936)
Ayer estuve acá leyendo estos magníficos poemas y por compartirlos me olvidé de dejarte mi agradecimiento por traer a esta autora que es increíble. Sandra, gracias por todo esto que hacés.
ResponderBorrarMuy buenos todos los poemas!
ResponderBorrarGracias por acercarme a poetas que no conocía.
Precioso e interesantísimo Blog.
Cuánta vitalidad en estos poemas.Verdades que desafían al mundo.
ResponderBorrarAlfredo Rescia.