Foto: Karina Barg
Abajo, muy abajo, más abajo
que el sueño oscuro,
bebe su porción de polvo,
y yo, desde mi pobre cartílago, la
llamo.
Veo su apresurada boda con el musgo, y
está sola.
Veo su pelo raído, y está sola.
Veo sus ojos ya cifrados, su cuenta sin
lógica, y
está sola.
Hay olor, allí, a luz que no sabe,
a sombra que ignora, a vestido helado
y sin botones, hay
allí poleas que bajan materia
y suben ceniza, bajan
ceniza y suben materia
sin centro, ni diámetro, ni límite.
Anduve por la raíz de la lluvia
hasta esta casa sucia y corroída.
La humedad cubre las paredes,
el polvo domina el aire.
La tarde anticipa la noche
y en lo oscuro trabajará el óxido
en llaves y herrajes.
Y es amargo
el pan con que me alimento.
Y es turbia el agua que bebo.
Y la voz que oigo, o creo oir,
parece llegar del otro lado del mundo
y apenas si proviene del cuarto
contiguo,
vacío, y no es sino una falla
en el apretado tejido del silencio.
( Afuera y a lo lejos,
un perro ladra a la lluvia,
la lluvia lo moja, con saña, con
indiferencia).
Caerá el hueso
y se abrirá un hueco en la memoria de
las cosas;
caerá la sangre y se helará el
músculo;
caerá el nervio,
se tumbará para siempre entre los
signos de la niebla.
(Será invierno en los puentes, ya está
escrito.)
Caerá el hueso;
caerá este perro solitario y trágico
que criaste;
se llevarán el pan y el agua, hasta el
agua,
y no habrá sino un plato vacío,
un cuerpo vacío, tendido y rígido,
ante tu ojo,
desmesurado,
insoportable.
En vez de menguar, crece.
Qué anida en él. Qué lo nutre y
sostiene.
Pienso en un espejo partido,
en un fármaco que no cura,
en una luz que sólo alumbra y no
asiste.
Ante él, toda criatura inmóvil,
el ahogo del nadador, el bocado de la
sal,
cuanto se zambulle y no reaparece;
hubo un pasado de cuartos secretos,
allí, amante y amada, lejos
uno del otro, pero ambos arqueados y
convulsos.
Qué de eso se estira hasta
encontrarnos.
Y dónde nos encuentra, cómo,
por qué vía, a través de qué éter,
qué silicio.
(A Claudio Caldini)
Esto encontré, al cabo de tanto
buscar:
un brazo de pájaro,
un nadador sin su brújula,
una cinta atada a una rama de pino,
cierto paraje en la arena,
una luna derrumbada, un ojo de mar,
un animal que escarba,
un pequeño dios todo espalda,
una respiración de Praga,
un ligero pestañeo de niña.
Y todo lo encontré a plena luz del
día,
con los ojos cerrados.
No te toques
- le dijeron;
cae cal del cielo,
cae arena que no dura.
Hay algo ahí adentro.
Hay piedra que rueda,
sólida luz contra las horas.
Es espeso, ácido, turbio
y angélico, único y diverso.
Cae pez que no envejece,
pulpa que no muere,
hilos atados a hilos
que luego suben, otra vez,
a reunirse y hacerse madeja.
Pero no te toques
- le dijeron.
¿Por qué la aguja en lugar del
abrazo,
en qué círculo de qué infierno
residen el imposible desnudo,
la imposible dulzura? ¿ Por qué
nunca el rastro del caracol sobre el
vidrio,
el retorno del olvidado instrumento,
otra casa para la infancia,
el vuelo del colibrí antes de la
noche?
¿ Hacia dónde la imploración,
la analogía, el cansancio,
lo que sentí puro, libre, a salvo?
¿ Nací yo de un vientre,
como todos? ¿Cómo llegué a él
si yo siempre carecí de piernas
y adelante la dilatada selva?
Entonces, ¿ quién me llamó como me
llamo
y, al hacerlo, me lanzó
a la tierra pelada, el fruto sin fibra
en la boca? ¿ Quién
me dijo éste es el sol,
ésta la luna, ésas las estrellas
y ésta, hijo, el agua que sacia
y todo, todo lo ocupa ?
Podría decir esto fue todo;
qué fácil sería entonces para el
fuego,
ardería desde la carne hasta los
huesos,
qué fácil sería para el hielo,
helaría hasta la mínima sombra,
el más fugaz de los reflejos.
Podría olvidar mi nombre,
perder la memoria, quitarme las ropas,
cambiar el idioma por el aullido,
dejar que el viento me arrastrara
hasta el fondo más oscuro;
qué difícil sería entonces para el
árbol
sostenerse sin raíces,
qué difícil para el deseo
desear sólo la niebla, el humo, las
cenizas.
No vendrás
¿Qué queda de toda esta miseria? ¿Una
muchacha con un abrigo verde en el muelle
de la estación?¿No?
Beckett
No vendrás.
Me lo dicen el niño sin su aro, la
lluvia,
la mano derecha de Giordano Bruno,
aquel rubio y triste esqueleto,
Dostoievski, Pitágoras, el crepúsculo.
No vendrás,
no emergerás del agua del Silencio
para traerme el pan, el botón que
falta, la piedra del alba.
(Rostro de huérfano en las estaciones,
pozo de infinita niebla, perro que
ladra en la distancia:
la palabra.)
¿Qué de mí entonces?
¿Los ojos quemados? ¿La mendicidad?
¿El invierno en los puentes?
Regreso a tu sexo.
Cifradas la vida y la muerte,
a lomo de perro, de buey hambrientos
regreso.
Dios pende con su soga al cuello,
allá arriba, de la penúltima
vértebra.
Regreso a tu sexo, al número infinito,
a la Roma eterna del muslo,
el que pare el origen, el fin de los
mundos.
Regreso, estrechado en dolores,
por la vía única del hueso,
por los espejos de la sangre y del
polen,
tañidos ya los siete hierros de la
miseria,
las orfandades.
Pasa la sal del siglo y me nombra.
Pasa el caballo con su ojo y me nombra.
Sueño. Resplandor del fósforo.
Silencio.
Respira. Apenas eso...
Respira. Apenas eso. En la veloz
evaporación del milagro, de ceniza a
ceniza.
Del bromo, algo que roba poco a poco el
aire.
No hay testigos; en lo que queda de
mundo,
los perros se disputan pedazos de
cartón,
algún hueso torcido, los restos de un
disfraz de marino.
Respira. Nada más. En un aire que se
agota
y la vida que se hunde
como se hunden la piedra en el agua,
los imperios.
Si yo gritara, ¿alguien me
escucharía
del otro lado de la niebla?
Raro y ancho mundo de cópulas secretas
y públicos crímenes, de sogas,
de tierras quemadas, de calles
quemadas.
Si yo diese nombre a lo que veo,
¿despertarían los animales de sus
sueños,
cada sombra obtendría perfecta capa de
dicha?
Se librará la noche de su destino
y el día de su azar,
está escrito.
Pero, ¿y esta escoria,
esta tabla quebrada vacía de ley,
este perfil oculto tras un deber
inútil,
un confuso existir, este pozo
adonde van a dar amor y lenguaje?
Si yo enterrase mi vida en el lodo,
¿qué crecería?
Podría ser algo real, un sueño.
Pero no es, no es eso
ni aquello,
no es eco, no es sombra,
no es papel, no es lanza,
no es esmalte, tampoco
sudor, lacre, bauxita, alondra.
Podría girar pero no gira.
Podría hablar, decir algo,
pero no lo hace.
¿Es lo que cuelga de un hilo?
¿Es lo que ensucia el agua del balde?
¿Y el extremo de la soga,
el borde del día y de la noche,
el filo del metal de la campana,
el hollín por lo dorado de la brisa?
¿Se ahuma, se tatúa,
rocía, dicta, hurga, tamiza?
¿Y si de pronto rumiara,
tuviera un dolor, una mancha?
¿Dónde quedan su pezón,
su aguja, su caja?
Tal vez en el centro de cuanto
observa,
donde todo se reúne y se concentra;
allí, quizás, el viajero que arriba
sano a destino
y el niño que entra al mar y no se
ahoga.
Allí, alimento y almohada.
Una música sin instrumento.
Tal vez en una escena que imagino,
la mujer en lo alto de la escalera,
el hombre al pie, llamándola
por todos sus nombres, incluso los
secretos.
Entre uno y otro hay oscuridad
y ninguno de los dos lleva una lámpara.
Ella, ¿todavía recuerda su nombre?
Él, ¿habla su misma lengua?
Alfa y Omega, polo y polo,
¿quién se duerme sobre el hilo que
los une?
¿quién, luego de dormir, despierta?
Una veleta gira y señala el sur:
desasosiego:
una abeja lucha desesperada,
brevemente, en la telaraña, antes
de resignarse; alguien
levanta la vista
y mira la vacilante luz
sobre la línea del horizonte
(La luz
no tardar en desaparecer,
la oscuridad trae preguntas
que no hallarán respuesta.)
Arriba, remota, una fuerza
hace caer de los plátanos
hojas que al contacto con la tierra
se corrompen, se convierten
en una materia deshonrosa,
inútil.
...Y de ellos no queda sino
silencio.
Oscuridad sin límites.
Huesos desnudos,
expuestos al ojo helado del coleóptero,
al insaciable apetito de la lluvia.
De ellos no queda sino pena en los
vivos.
En los que pasan,
y claman,
y tiemblan cada vez que el viento dice
mañana...
¿Y este insecto atrapado en el
ámbar?
¿Qué agua ancha cruzar para demoler
el tiempo, su evidencia? ¿Qué
consuelo encontrar en el ajeno temblor,
el ajeno deseo, bajo esferas, bandadas?
¿Y este dios caído entre hojas secas?
Los pies se hunden en el suelo blando,
luego de la tormenta, arriba,
el cielo, que no se despeja.
¿Cómo medir cuanto se extingue,
las especies, las horas?
En una pizarra, marcas apenas legibles.
Un palo semienterrado en el lodo.
Aparece el sol, ilumina una mínima
porción,
el resto, sustancia que no circula,
permanece quieta, entre piedra y
piedra.
Escrito en la pared del siglo
Qué esfuerzo el de la tibia por
alcanzar al pájaro,
el del vaso por contener el alba,
el del caballo por ser mariposa.
Qué dolor el del que da de beber a su
propia sombra,
el del que siempre anda descalzo sobre
las brasas.
Qué número el uno irremediable,
qué desnudez la del que nunca anduvo
desnudo,
la del que llora al borde del pañuelo
su hartazgo de dioses y su hambre de
alimento.
He visto...
He visto las máscaras de Ensor y los
retratos de Van Eyck
He visto las treinta y nueve tesis que
perdieron a Jan Huss
He visto el rostro de Alejandra, amado
rostro desaparecido
He visto la Luna de Luciano y la Luna
de Wells
He visto el costado abierto de Cristo y
la lanza del soldado
He visto el seno desnudo de la Virgen
de Fouquet y el fuego que devoró a Santa Juana
He visto el nombre de Byron grabado en
la piedra blanca de Westminster Abbey
He visto la rosa de Rilke y la rosa
verdadera de Borges
He visto el pan amargo del prisionero y
la mano ensangrentada del verdugo
al acabar su tarea
He visto a Romeo y Julieta amarse con
el mismo movimiento de las olas en el mar
He visto a María amamantar a Bernardo,
en Saint-Vorlés
He visto el río de Heráclito y los
tréboles de Amiens
He visto muchas cosas y no he visto
nada
Afuera cae la lluvia y sopla el viento
Sobre París brillarán las estrellas
Tengo miedo
No puedo acostumbrarme a vivir con mis
fantasmas.
Perdón para quien llega tarde a la
oración
por los ahogados (tal vez
tenga los pies pequeños y el mundo
es demasiado grande.) Perdón
para la que desnuda ante su propia
sombra
o no se desnuda a la hora de los
relámpagos (tal vez
haya ruidos dentro de su cabeza,
cascos de caballos, ciudades a las que
la tierra
se traga.) Perdón
para el animal que no da más
y se echa a un paso de la fuente,
para quien, confundido, grita
a las puertas del infierno
creyéndolas las puertas del cielo (tal
vez
la única brújula sea un remolino,
un alocado giro de luces y sombras,
un caótico ascenso y descenso de
tambores,
campanas.)
Entre los dos -uno
que no nadó nunca y esperó en la
orilla,
y una que nadó entre campos de
ahogados
y naciones de algas para abrazarlo-
hay ahora
algo a lo que no atinan a darle un
nombre
(cubre de polvo el camino de piedras
blancas
e inclina con su peso las ramas
hasta obligarlas a tocar el suelo).
Ayer
tenían la mirada puesta en un sol
remoto
y sus pies pugnaban por abandonar el
suelo;
la carne se les volvió vidrio, se hizo
trizas,
un niño recoge los pedazos, se
lastima.
Este lugar que fuera de ellos
es el actual desierto en el que se
extravían;
lo que los separa desde hace un momento
dura ya siglos.
El niño
se mira la mano,
grita.
Desde una lengua imprecisa, un
idioma frágil,
Una palabra a medio camino entre la
nada
y el polvo (llueve
en ángulo, en impío silencio, de
espaldas a los puertos,
nada junta a los amantes, a Valéry con
la luz de su
lámpara, a cada sombra con la
explicación
de su ser sombra).
Yo tuve corteza, mar, gravidez, etc.,
pero ¿quién o qué
asegura el soplo hacia el deseo,
o se multiplica en impulsos,
en palpitaciones, encarna lo difuso,
tapona el orificio que sangra?
(A Andrea Miranda)
Sepultan la luz bajo el negro suelo.
El cráneo y su sueño se quedarán a
oscuras
y a oscuras beberá el desnudo
el agua de las piedras.
Contra el cristal,
la mejilla de la niña, su mirada
hacia donde las horas se espesan
y la bondad agoniza;
después soñará con bosques
deshojados,
una boca abierta en mitad de la palabra
añil.
Ahora los pájaros se desbandan,
rozan con sus alas los árboles y los
techos;
¿existe espacio de calma, onda en la
superficie,
roca terrena o celeste, fruto de Edén,
de Matisse
en este lienzo extendido al ojo de la
lluvia?
Sepultan la luz a la hora más grave;
la entierran bajo capas de turba;
el mar retrasa su ola,
la tierra espera, en silencio,
sedienta.
En el centro del día, la muerte,
insepulta.
En mitad de la noche, un relámpago
helado
contra la madera que se pudre,
la palabra que se pudre.
¿Pedir
una respuesta-estallido de bengala,
una hipótesis ingeniosa,
un polvo para el rostro que ya es casi
sólo huesos?
¿Soñar con una nevada donde nunca
hubo nieve,
con una lluvia donde siempre fue
desierto?
La playa recibe los detritus,
y yo desnudo tu espalda;
la tierra se enferma de un mal grave,
acaso incurable, y yo beso tu vientre.
Hay una locura en el filo de la sábana,
en el silencio de la lámpara,
en cada marca en la pared,
en el agujero donde cabemos
y no cabe otra cosa.
Una tormenta sin nubes se desata.
Te abrazo, tiemblo un poco, te penetro.
Hay una locura en las cartas escritas,
En ese zapato del aire, en la ropa
dispersa y sin nadie.
Las ruedas girarán y seguirán
moliendo,
las corrientes arrastrarán a los
débiles
y, quizás, a nosotros, mañana, entre
ellos.
Pero, ahora, el temor huye,
oscuro, por lo oscuro.
Se conoce por la corteza, el rasguño
en la madera, la ola en la superficie:
¿hay hora, día, noche para ir más
abajo?
En la orilla, limo
acumulado tras el deseo.
Aves que beben sostenidas en un pie.
Fui hasta ese límite, desnudo y solo.
Pero no más allá,
¿hacia donde todo se repliega
y se oye a sí mismo?
Te ilumino con una lámpara,
te hago blanca cuando debería hacerte
negra.
Y bebo del agua de la orilla,
limitado, implume.
Puntos de fuga
1
Acaso ya no importe si verdadero
o falso. Acaso dé igual
la hierba o su sombra,
el vientre o la torpe figura
que intenta representarlo.
Acaso ya no quede nada,
ni el borde, ni la herrumbre.
El lento animal no bebe del agua
del charco, el amor no se ensucia
con el puro hollín, la pared
no se agrieta tratando de extender
la casa hasta donde se pasea,
ingrávida, la belleza.
Acaso ya no importe si honrado o vil,
si vertical o desplomado,
si deseo o cuchillo o relámpago.
Por el viento, insepulta, todavía,
la palabra, golpeando
contra negra, alta desdicha.
2
Vivo, muerto,
a través de la tierra hueca,
hacia luz fría, amor cercado.
El deseo sin pellejo,
puesto cabeza abajo.
Hablo, la lengua que uso
no tiene centro, es todo borde,
espera, perro sediento, la lluvia,
a veces ladra,
a veces hace silencio.
Todo vacila, pierde firmeza,
se desgasta al más leve roce.
¿Si niego lo que bebo,
ganaré vida con ello?
¿Si la empujo, desnuda,
contra otros cuerpos desnudos,
y a todos abrazo, y penetro,
se encenderá un fuego
entre piedra y piedra?
3
(A Aldo Tavella)
Vida, copia de copia:
humo, bruma, adentro,
materia que duerme o agoniza.
En el humo: novela: sombra de uro.
En la bruma, envuelta en red,
un deseo, pez hembra
con ojos hinchados y ciegos.
Hubo cuerpo, carne,
recinto de único amor o malaria;
hay ironía, deseo en péndulo,
belleza inclinada, caída
sobre su propio y obsesivo repique,
luz que alumbra con oscuro un dibujo,
provisorio, asimétrico.
4
Pende sobre un suelo seco.
Agotados ya el aire altísimo,
la promesa de ventura,
la luz del sol en el agua trémula,
la hora del blando pie entre raíces,
oscila, abajo la tierra
sin anhelo ni nutriente.
En su cabeza, ahora,
se juntan, en una sola masa de
indiferencia,
olas de pasado y de presente,
y lo que debía ser súbito, urgido,
deseoso
se resigna y abstiene de todo
movimiento.
2 de abril, mediodía.
5
Polvo sobre polvo en un Libro que
vacila.
Queda el hueco y al fondo, ¿todavía?,
árboles cabeza abajo, aves cabeza
abajo,
lluvias raras sobre naciones olvidadas,
una esfera rotando sobre su propia
ebriedad,
su propia locura.
¿Y si voláramos, si duráramos
siglos,
si encontráramos bajo la arena la
palabra,
si diéramos con la fórmula, la llave?
¿Y si más allá, donde se concentran,
en un gran centro, todos los puntos de
fuga,
nos penetráramos de lado a lado
sin sentir el más mínimo sufrimiento?
CARLOS BARBARITO (ARGENTINA, 1955)
Pergaminense como yo... gracias por compartir
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