MIENTRAS CORREN LOS
GRANDES DÍAS
Arde en las cosas un
terror antiguo, un profundo y secreto soplo,
un ácido orgulloso
y sombrío que llena las piedras de grandes agujeros,
y torna crueles las
húmedas manzanas, los árboles que el sol consagró;
las lluvias
entretejidas a los largos cabellos con salvajes perfumes
y su blanda y
ondeante música;
los ropajes y los
vanos objetos; la tierna madera dolorosa en los tensos violines
y honrada y sumisa
en la paciente mesa, en el infausto ataúd,
a cuyo alrededor los
ángeles impasibles y justos se reúnen a recoger su parte de
muerte;
las frutas de yeso y
la íntima lámpara donde el atardecer se condensa,
y los vestidos caen
como un seco follaje a los pies de la mujer desnudándose,
abriéndose en
quietos círculos en torno a sus tobillos como un espeso estanque
sobre el que la
noche flamea y se ahonda, recogiendo ese cuerpo melodioso,
arrastrando las
sombras tras los cristales y los sueños tras los semblantes
dormidos;
en tanto, junto a la
tibia habitación, el desolado viento plañe bajo las hojas
de la hiedra.
¡Oh Tiempo! ¡Oh,
enredadera pálida! ¡Oh, sagrada fatiga de vivir...!
Oh, estéril lumbre
que en mi carne luchas! Tus puras hebras trepan por mis huesos,
envolviendo mis
vértebras tu espuma de suave ondular.
Y así, a través de
los rostros apacibles, del invariable giro del Verano,
a través de los
muebles inmóviles y mansos, de las canciones de alegre
esplendor,
todo habla al
absorto e indefenso testigo, a las postreras sombras trepadoras,
de su incierta
partida, de las manos transformándose en la gramilla estival.
Entonces mi corazón
lleno de idolatría se despierta temblando,
como el que sueña
que la sombra entra en él y su adorable carne se licúa
a un son lento y
dulzón, poblado de flotantes animales y neblinas,
y pasa la yema de
sus dedos por sus cejas, comprueba de nuevo
sus labios y mira
una vez más sus desiertas rodillas,
acariciando en torno
sus riquezas, sin penetrar su secreto,
mientras corren los
grandes días sobre la tierra inmutable.
(de “Las cosas
y el delirio”, 1941.)
AMANTES VAGABUNDOS
Nunca tuvimos casa
ni paciencia ni olvido
Pero un poco más
lejos hacia nada
Están las lámparas
de viaje
Temblando suavemente
Los hoteles de
garganta amarilla siempre rota
Y sus toscas
vajillas para el suicidio o la melancolía
-¡Oh el errante
graznido sobre la cumbrera!
Dormíamos al azar
con montañas o chozas
Bajo las altas
destrucciones del cielo prontas a arder con un fuego inasible
Junto al árbol de
paso que se aleja
A menudo asomados a
ventanas en ruinas
A balcones en llamas
o en cenizas
En esos lechos de
comarca
La lluvia es igual a
los besos te desnudabas
Girando dulcemente
en la oscuridad con la rotación de la tierra
Belleza impune
belleza insensata
Pero sólo una vez
sólo una vez
Juega el amor sus
dados de ladrón del destino:
Si pierdes puedes
saborear el orgullo
De contemplar tu
porvenir en un puñado de arena.
¡Cuántos rostros
abandonados!
¡Cuántas puertas
de viaje entreabriendo su llanto!
Cuántas mujeres que
la luz ahoga
Sueltan sus
cabelleras de región indeleble besada por el viento
Con aves inmóviles
posadas para siempre en su mirada
Con el silbo de un
tren que arranca lentamente sus raíces de hierro.
Con la lucha de todo
abandono y de toda esperanza
Con los grandes
mercados donde pululan cifras injurias legumbres y almas cerradas
sobre sus negros sacos de semilla
Y los andenes
disueltos en una espuma férrea
-Desvarío tiempo y
consumación-
Tumba de viejos días
Bella como el deseo
en las venas terrestres
Su fuego es la
nostalgia
La celosía del
trópico tras la cual hay arañas cortinas en jirones y una vieja
victrola con la misma canción inacabable
Pero los amantes
exigen frustraciones tormentos
Peligros más
sutiles:
Su pasado es
incomprensible y se pierde como el mendigo
Dejado atrás en el
paradero borrascoso.
EL AIRE LIBRE
El aire libre hecho
de adiós como el olvido
Tejiendo espumas en
el corazón
Hecho de fuego azul
y de imprevisto cuando emerge vestido de terciopelo salvaje sobre los
detritus
Con sus labios en
forma de tormenta
En un lugar desierto
Entre las negras
ramas que cristalizan en el corazón
Deja ver sin embargo
a través de sus grietas
Un caballero en
ruinas comido por las ratas
Y dos piernas de
mujer enmalladas en seda sombría que se alejan sobre las cornisas
hasta perderse en el viento.
Con la
fosforescencia del deseo infinito
Allá lejos donde
las esfinges del mar alzan sus rostros de sal verde
Tatuados por el sol
Abriendo sus
abanicos feroces entre las arenas
Cada noche las
cuerdas de cristal y las poleas furiosas suspendidas del techo
Balanceaban su
péndulo sobre mi cabeza
En una selva
transparente de puertas tornasoladas girando hasta la locura
Por las que entran y
salen figuras de mujeres completamente envueltas en raíces
Entre las radiantes
desdichas talladas en la niebla de cambiar de lugar:
Comidas del páramo
ceremonias terrestres
Relámpagos perdidos
en el confín de un beso
Y el sortilegio de
la desesperación insaciable
Con su bala de plata
Para la caza de los
grandes pájaros que se alzan suavemente de toda caricia
Al paso de la ciega
que rige los adioses humanos a través de las promesas de amor
¡Ay! ella sueña
con voz tan dulce bajo las palmeras
En la ciudad
lacustre -el ruinoso vampiro roncando en su ataúd de viejas aguas-
Rodeado de
prostitutas y espumas en esas callejuelas del viento donde agita sus
aletas pálidas a la luz de la luna con un gemido más hondo que la
melancolía
Pero la costa está
llena de garras azules
O de chozas que
exhalan una canción irresisitible al tocarlas la sombra
En el aire grasiento
Allá lejos
Donde la leche
terrestre solo alimenta criaturas solemnes de largas trenzas tejidas
con las hierbas suspendidas del sueño
Donde ruedan las
profundas corrientes
De fuera del mundo
Se desliza la barca
alada de la noche inflando sus andrajos inmensos entre las serpientes
del cielo
Con sus solemnes
máscaras de cera colgando en las bordas
Y los demonios que
ocultaba el follaje
Iguales a un camino
cualquiera
A una taza de
restaurante incierto
A una gota de lluvia
en un vidrio extranjero
O un poco de ropa
misteriosa caída desde lo alto de una mujer de paso
En su cueva de fuga
o de tormenta
Alza la tapa para
ver
Pillaje y miseria
Pillaje de cosas en
viaje y luces vespertinas
Esta es la factoría
del sueño
Factoría de
ladrones para reposar al sol
Factoría sin agua
para delirar al sol
LA MALETA DE PIEL DE PÁJARO
Algunas cosas atraídas por el
horizonte
Vuelven a antiguos sitios para
descifrar las idea melancólicas
O nos arrastran como el tren en
ruinas envuelto en terciopelo de flancos ardientes desgarrados por la
ferocidad del recuerdo
Con criaturas de volcán
impasible o estepa en la que se ocultan momias
Pasando de mano en mano la negra
brasa de la lejanía
El tren ahogado lento con orejas
de lluvia
El tren de roncas venas de
ceniza
Arrastrando entre sueños su voz
que deletrea viejas cartas de amor con la misma locura
Mientras fluye hacia el túnel
de ramas del invierno
Cielo de fango y hierro del
olvido
Una mujer de mirada polvorienta
asomada al cristal
Vierte el aceite nocturno en un
farol de luz verde como la esmeralda de la juventud que se pierde a
lo lejos
Su cabellera de ráfaga en la
niebla
Es el torbellino de nieve de
mariposas sobre una joven en un trineo dentro de esas esferas
inolvidables que agitan los niños
Viajera de perfume viajera de
suspiro viajera de lamento
Viajera de sollozo de luna entre
las piedras
Deslizándose entre dos inmensos
mascarones solitarios en medio del páramo separados entre sí por el
rayo
Figuras de proa de abismo:
Una del lado de las cosas
imposibles infinitamente tierno
La otra del lado de la pasión
jamás vivida
Y siempre ese silbato de tren
con ruedas de rosal calcinado
El tren de vagos labios que
sonríen
Siempre esa sal de lluvia en las
lágrimas
El tren que se deshace el tren
de plumas
Rodando tristemente por el humo
del alma
Tal es la vieja máquina de
fuego
Que alimenta la velocidad del
tiempo a través de todo latido
Y los vagones tapizados de musgo
con un asiento abandonado
Donde viaja un vestido vacío de
mujer de lana verde a cuadros
Descolorido en los sitios donde
la nostalgia apoyó su cabeza
El tren de collares errantes
El tren de primavera nómade que
se deshace en una lluvia negra invisible en la tierra
Manando a borbotones la sangre
de las canciones olvidadas:
"No necesito silencio ya no
tengo en quién pensar"
A lo largo de las hondonadas
salvajes idénticas a besos
Junto a los indios de miel
helada apostados al borde de sus tumbas
En el país construido como una
enorme choza de cristal y tinieblas purificado por los ácidos de la
tormenta
El tren de pesados peñascos que
cierran una puerta
El tren de adiós de luz
irreparable
(Un gemido un encuentro pueden
llevar más lejos
La realidad de estos delirios
que invocas)
ESCENA DE TORMENTA
Heroína invisible
Vestida de mendiga
con coronas salvajes en un antiguo romance
Haz la señal al
amante tras la ventana en la casa desierta
Con un candelabro de
lobo entreabriendo sus fauces en el viento
En la lejanía de
las rosas
Te precipitas al
escenario iluminada por la locura
Cantando tu vieja
aria de lluvias
Desvanecida por el
aplauso de los años
¡Oh! Y sin embargo
tu rostro perfumado por el aliento de esas planicies sin fin que se
recorren en un beso
No deja sosopechar
tu extravío mientras la ola te arrastra entre los enormes telones de
la muerte
O escoges esa
almendra sombría que no se abre jamás en este lado del mundo
Pero toda la escena
está llena de escombros
Y flores rotas
sollozos y bebidas bajo esta cúpula de vientre de barco suspendida
en ruinas sobre un salón saqueado donde se cruzan los caminos
Con viejas sangre de
comedia
De fango
De plumas erizadas
por la sal del olvido
¡Pájaro! Yo solo
duermo en los rincones a donde llegan los cantos ajenos las voces de
los desconocidos y los juramentos de esos mártires hechizados por la
ternura de lo imprevisto
Donde nunca se posa
el buitre ambiguo de la costumbre
Lejos de la vajilla
entre las estatuas mojadas por el mar
Mientras
resplandecen de nuevo tus antiguas cabezas
Restauradas un
instante a la luz de la luna:
La cabeza sonriente
en una jaula de raíces
La cabeza cubierta
de lentejuelas nocturnas sobre una piedra de carnaval pintada de
escarlata
La cabeza de cielo
de abismo en la que una gaviota no cesa nunca de caer
Cuando te llamo
algunas noches muy lejos
Con una emoción sin
nombre a la vista de una bujía o de una hoja de afeitar cuyo
significado se pierde de pronto como tus pisadas
Y el espectáculo de
la dicha me exalta como esoso mensajes celestes que impulsan a la
manada a perseverar en la injuria del hambre
¡Pájaro! Nada más
bello que la piedad materna perdiéndose en el alba hacia un lugar
futuro donde los días dejarán caer todo su peso con una lágrima
He allí los cerdos
del vals al claro de luna
Yo me unía a los
cazadores de piojos
A los saqueadores de
tumbas
A los desesperados
por la esperanza
En los lugares
cálidos como la tempestad
En las guaridas
donde aúllan los trenes
Donde las grandes
serpientes que cruzan el cielo
Se enlazan en mi
corazón formando un monograma misterioso
Deslumbrador como el
infierno
(de “Costumbres
errantes o La redondez de la tierra”,
1951.)
CIRCE
Solo
contra la tierra
este
sudor de instintos ha deshecho mi rostro de pájaro confuso
extraviado
en los restaurantes de los tejados bajo la mañana sin
oficio
convertido
de pronto en la bestia inocente que ronca entre las
flores
una
mano de adiós
un
golpe de olas en el alma
Disfrazado
de playas y ciudades que pasan
las
promesas se olvidan como en sueños
como
un reverbero de moscas sobre tales países sin escrúpulos ni
socorro
en
las eternas fogatas del tiempo
entre
las plagas de la inconstancia
mientras
se coagula al sol un vino de archipiélagos
—oh
carne sobrenatural con tu incomprensible gemido
celeste torturado y
salvajemente vivo en las venas—
ahora
que revisto la piel del cerdo fosforescente
el
olfato del camino
su
relámpago de mujeres dormidas exhalando el perfume penetrante de la
tristeza
de
plumas de sexo barridas por el viento
Pero
te recobro
oscuro
corazón de prisionero y te desafío
ciego
corazón humano
con
el hechizo de la corriente
vacilaciones,
éxtasis y terrores
y
el musgo de abismo que brilla entre dos bocas que se besan
para
ser nuevamente sólo un hombre sin más amparo que tu
furia
sin
otro cielo que tu aliento
como
una blasfemia deslumbrante como un lazo demente tendido a los más
puros vampiros de la tierra
ITINERARIOS
Tu
cuerpo y el lazo de seda rústica que conduce a las plantaciones de
la costa
al
sudor de tu cabellera quemada por las nubes
a
los instantes inolvidables
—tantas
naciones de nómada y de clandestinidad
tantos
homenajes a una belleza salvaje
que
exigen el desorden—
¡oh
raza de labios de abandono
hechizada
por la vehemencia!
y
nuestra fuerza de profundos besos y tormentas
para
el infierno de los amantes
hasta
volver a su placer fantasma
a
su ola de hierro de ayer detrás del mundo!
Aquellos
hoteles…
Todas
las rampas de la vida cambiante
la
velocidad del amor el mágico filtro de la excomunión
la
hambrienta luz del desencuentro en nuestras venas de azote
cartas
desamparadas antiguas prosas de la noche de los abrazos
y
el solitario frenesí de las palmeras
cuando
en la ausencia
creciendo
hacia mi pecho el fondo de la tierra me devuelve de golpe todas
nuestras caricias
el
nudo furioso de la pasión en las negras argollas del tiempo
aquellos
moblajes de desvalijamiento y de lluvias
luz
de senos en el mar y sus gaviotas y músicas
sobre
un altar de desunión con grandes lunas fascinantes sin más pradera
que tus ojos
país
incorruptible
país
narcótico
con
risas del alcohol del viento
y
tu pelo sobre mi cara
y
las cálidas bestias doradas por el trópico
y
el jadeo abrasador de la ola que vuelca en tu corazón su grito de
espasmo y de caída
y
de nuevo esos lugares intactos para el sol
y
de nuevo esos cuerpos ilesos para el amor
en
medio del perezoso meteoro del día
levantando
hacia el alma aquel esplendor
los
paroxismos el lecho de las dunas y de la corriente con sus besos en
marcha
y
las tareas de los amantes mientras la llamarada de la muerte brillaba
alrededor de sus cuerpos
como
un afrodisíaco
avivando
el deseo
el
hambre
aquella
furia de ayer detrás del mundo!
HERMANO
VAGABUNDO MUERTO
¿...
Pero me importas ahora mientras giras en el infinito caracol de
la escalera con una sobrenatural máscara de moscas
tu rabiosa voracidad de vivir y la botella roja de tu
aliento destapada de golpe por las nubes…?
(Acorralado
por las raíces se ha vestido un corsé de hierro lleno de espinas como los
cactus gigantes con su excara humana pasada a los
cantos rodados y a las derivas del Gulf-Stream y la
brecha del muro por la que penetra un detritus del sol
sobre su pecho en Nueva Orleans
su
cabeza de Rotterdam
el
enjambre de hambrientos proyectos fulminados por las harpías del muelle
la
ácida espectral risa del agua y el oficial andrajoso en la baranda del puente
con todo el estruendo de sus sueños como
de niño cuando miraba solitario desde el patio los pájaros
intraducibles!)
Estabas
vivo y sorbiendo el aire a grandes alas fuera de los dormitorios sin
domicilio ni constancia
ni orden jerárquico ni
comunión ni el suave confort de la castración ni ojos parapetados tras un
muro de ratas en oficinas negras como vísceras
Sólo
con labios sin dominación los tentáculos del sol estrangulándote en
el desván de las olas con un sofocado violoncelo un
desgarrador latigazo desde la luna
en
esa exaltación de la memoria la sangre a ciegas en humeantes andamiajes
de rostros panoplias amigos desconocidos
muchedumbres y esperanzas inicuas en la eterna sombra de
venas al filo del mundo cubierto de cálidos cuerpos que brillan
con el olor del África en los riñones y su reguero de lujuria
para los otros —sus amos— en noches ajenas como astros
Toda
tu biografía sin cabeza ni honras fúnebres como no sea tu
alma insaciable y toda la vecindad explotando con su escándalo como una
lámpara estrellada contra el muro
en
la pocilga en los subterráneos ardientes
donde
silba el verano y toda una exasperación de lenguas nómadas cantando en
la yema de los dedos tus prácticas sexuales como la
resaca penetrando y retirándose de lechos y
susurros nocturnos hasta los huesos y los grandes senos desnudos rojos como
la demencia pero tú aún envuelto por la
mujer bajo el sello carnal del adiós con una llama del Templo de Salomón
en los labios una llama violeta del amanecer de la
concupiscencia cuando las últimas aves de la
noche de los estragos levantan
su vuelo para siempre!
¡Oh
la magnífica sensualidad penetrando bajo los más negros techos a
través de todos los muros y mandamientos
contra
la enorme masa de estas ropas usadas toda la vida
y el
muñón de la mano cortada con su chorro de fuego sobre la
sábana hirviente de las estrellas!
Y
también con tus comestibles tu mesa tendida en lo restaurantes anómalos
tu
viejo vino desesperado para rociar el hierro de cada ancla que
se levanta la carcajada de cada puerta abierta que da al viento y toda tu
voracidad como una eterna tortuga de llamas posándose
sobre tu vientre a través de la tierra y la carne
con
el bienestar de morder y mascar trozos cálidos ensaladas y
frutas con tales órganos y ácidos y los rayos de la comida como
un fantástico himno del fin del diluvio puesto a hervir con
la sopa y los racimos de la salvación!
Oh
cuando vivías y tu cuerpo hacía fermentar una mujer como
una levadura de galaxias bajo su cabellera.
y
su exhalado grito de manigua entre las prendas remotas y espejos hasta
abrirse como una devorante madrépora de sueño
entre
los rubros de una ciudad
en
su cálido alveolo rodeado de gentes amenazadoras tan condenadas como tu
misma cólera y el relámpago de tus besos
hasta saltar como una rota vena del mar contra el mamparo en la feroz
alegría de la mañana
Todo
aquello de cada uno y que es mi propia vida sin embargo porque
también me pertenece tu tumba y tu maleta destartalada por el
insomnio fraternidad y conjuro a través de la nada
¡todo
lo que he amado y perdido sin extinguirse jamás y aferrado a mi cuello
con la garra amarilla de las palmeras!
¿Y
quién te ha disfrazado ahora con ese rostro de vidrio sanguinario embutido
en el raso de la muerte para evolucionar en el
corazón de tales caballeros asistentes con tu
sombría aleta de escualo a ras del día mientras te devora las
mejillas el vitriolo de tu barba…?
Pero
los difuntos se alejan —simplemente— a escarbar en el ronco
depósito de lunas al extremo del mar
envueltos
en esa misma lona de pasayo fúnebre que se escurre
pidiendo
a gritos una cerveza y una hostia
¿Y
acaso me importa nada entonces
aquí
ahora
que la menta de la lluvia ilumina nuestras bocas como
mil años de recuerdos
y
dejamos un rastro profundo a través de las catástrofes y los
despojos del amor
sobre
la tierra
en
nuestro único reino
ahora
que aún compartimos caricias corrupciones países de tormenta con
ardientes desconocidas de sonrisas sombrías llenas de
flores
esas
nalgas estivales que reverberan entre los proverbios del campo...?
LOS
DIBUJOS DEL MURO
De
lámpara a lámpara, de día a muerte, con plegarias de
raíces que se desprenden, el fuego de los rostros se reparte a lugares
hambrientos que aúllan, a labios que los conjuran con nombres
de ídolos, habitaciones, ataúdes, hoteles del sol como
un brazo de mar tendido hacia las supersticiones y el
olvido.
Rostros
que llevan más lejos que cualquier camino, se incendian entre los
tapices, jalonan los bordes del mundo.
Rostros
hacia la tierra como un muerto, hacia la noche como una
linterna, hacia el alma como una galaxia de pasión, viudeces, romances
agrios, climas, separaciones.
Rostros
barridos por el viento pero cuyos hechizos retornan como
un zodíaco de piedras palpitantes, cuya ternura cruel desliza una amenaza
de paisajes, un ondular de sábanas y humos, voces
entrelazadas a la geografía y al sacrilegio, tinieblas del
corazón de los muertos, expresiones de cópulas, amaneceres
pasionales, bocas lluviosas que exaltan la
intemperie, sonrisas entrevistas como una brasa instantánea sobre
la palma viva del instante.
Facciones
de naufragio en el infierno adorable de las superficies, entre
las inspiraciones súbitas de lugares que se evaden con sus
sílabas de esperma, su clima de flores migratorias, astros,
y sus cimientos errantes fundidos por las
lágrimas.
Rostros
vampiros al olor de mi sangre.
Rostros
de espuma contra el filo de Dios, de un dios de concha de tortuga y
de pedernal de tótenes, oh bellos rostros sin
otro juez que sus gestos, pintarrajeados con los aceites de
la tierra, nuestros únicos trofeos sobre el derrumbe inacabable de los
elogios, entre las frustraciones embriagadoras de
nuestras vidas.
Ahora
que brillan en su carne bajo la aurora de sus cabellos, ahora
que desnudan sus facciones eternas entre los tesoros humeantes de la
cosecha.
TIERRA
TATUADA ANTES DE DORMIR
Abanicos
de plátanos que se abren en la noche
las
bordas del cielo con las calabazas del Amazonas y el olor
de los jíbaros
fértiles
cabelleras que devoran los hombros de servidoras salvajes como sueños
paisajes
nocturnos ardorosos como machos
espacios
y ortopedias anónimas perdidas en aires de provincia
muebles
sofismas cónyuges artesanías gualdrapas catecismos y falsas
ceremonias dominicales
fuegos
y partidas de las que se desprenden andenes y campanas
canallas
y aserraderos restos de olas piedras y hostias
casullas
y lagartijas vestiduras insanas bisturíes calcetines sagrados y hojas de
afeitar
senos
remotos orejas trozos de ópera nucas actitudes espectrales con
sexos vivos inexistentes
colgaduras
berlinas de duelo sandwiches y guarniciones de plazas fuertes
desconocidas
canciones
anómalas muías y sacerdotes leporinos con sotanas viscosas de
las que salta un mono azul visible de
lejos
mercaderías
tropicales escalinatas estaciones baldías y nupcias en
pueblerinos deshabitados a los que arriban lentos fardos por el
río con pájaros embalsamados y ebrios de campaña
cubiertos de orquídeas y puñaladas
luces
de tren casuarinas ausencias inexplicables y expediciones de
infancia extraviadas en enormes helechos
canela
marina playas plumas adulterios ropas sacudidas en
los tejados y la estatuaria del cielo
cornetines
especies lentejuelas genitales y tribus aullando con
piedras preciosas incrustadas en el vientre
ladridos...
zodíacos...
¡Oh
recuperación de la inocencia cosas en libertad desnudez de
fin del mundo corriente de sargazos y de límites que se
desfondan!
Es
un conglomerado de nubes y relaciones instantáneas una vacilación de
reinos una tierra indecisa poblada de linternas cuyas
luces atraen a esas mulatas abrasadoras formadas un
instante por el aliento de la estación y el brillo del camino bajo la luna
Vínculos
inusitados objetos deformes y lugares hirvientes entre
los muros de un ataúd de fuego
Un
vago inventario de alma
Un
continente que oscila entre la luz y el sueño
¡Y
tantas maniobras del oleaje tanto territorio que se desvanece en espumas
alrededor de mi lecho derramando todos
sus milagros y sus confusiones en este gran cuenco nocturno de antes de
dormirme en el gran cielo central de la mujer
lejanísima que ahora respira una vez más como una isla
de pasión entre mis brazos!
INADAPTACIÓN
Mi
brazo de mar no cabe en la cocina mi otra mano del
Golfo de México tiene una fosforescencia de travesía y un
garfio de estibador clavado en la palma y se abre como un
delta para derramar su reguero de luciérnagas y estremecimientos
Maldito
sea y tampoco mis labios tienen conducta ni sentido como
una herida desesperada que mezcla en la sombra todas las
brazas del ocio y de la noche
y
tan ávidos
que
bajo sus besos suelen dormir bellos cuerpos inciertos ¡tantas llamas
exhalando el destello de la demencia y el olor
de las dársenas!
También
mi cabeza es inapta como un hormiguero usado como
velador como una esperanza en este lugar de desencuentros como
un indicador de caminos en este país de
élitros rotos y de insectos aplastados por la luz
Estéril
como un médano de mi lengua saborea el mar ponderando la
delicia de la alimaña que orina en un cáliz
A
cada paso pueden cortarme los pies pueden clavarme como
a un murciélago sobre la puerta dorada del día
¡Y
yo no tengo costumbres ni abuelos porque
bebo mi vino y lo injurio para bendecir sus grandes resortes secretos
que levantan en vilo el peso muerto de la tierra!
COMARCA
PROPIA
Mi
país es falso y sin techos cavando en la tierra como un perro
cavando
en el cielo
cavando
en el alma ¿para qué? En su rincón con la espuma de las moscas. ¡Estrellas!
De noche es inútil encogerse como un feto.
No
por eso deja de oírse el señorío famélico de los órganos y su
rezo
¡aunque
uno vuelva a aquellos días y a la negra circundada por el sudor de las
flores del mundo
a
aquellas caricias que hacían blasfemar de placer a los cocheros
fúnebres!
Fundado
en la corriente mi país desnudo hace con sus dientes y sus anzuelos un
rumor de supersticiones bajo los plátanos
¡entonces
una ola radiante como la siesta de la primera masturbación al pie del
molino como el primer descubrimiento de un astro hembra entre los pliegues
del sueño!
Y
no me importa
llorar
en su piedra país errante mío farsante
¿Por
qué rechazaré tanto un cuerpo que quiero?
¿Por qué desearé tanto
un cuerpo
que abandono..?
País cocodrilo perpetuo al acecho al sol en el bello
fango
País
droga
¡Partenón
de hierbas podridas y estrellas con tu gracia tantálica y esas
vastas y
ociosas imágenes salvajes del infinito cubiertas de lianas...!
(de “Amantes
Antípodas”, 1961.)
MEMORIA
Extinguidas aquellas
frenéticas caricias
Pasada la luna del
ceremonial de los besos
Se abre una jaula de
demencia
Los bellos gatos de
espasmo que aúllan enterrados vivos
Y un foco de
imágenes extintas se instala en tu médula
Como una peste real.
En la sombra
La mujer se desviste
y penetra a su lecho
Y emprende su vuelo
nupcial hasta las últimas hogueras del cielo
Y él madura a su
lado para la muerte
En el cálido
invernáculo de sus sonrisas junto a su rostro que desaparece
Jamás despertarán
sobre sus besos
A lo largo de
gomosas colinas en ondulantes dormitorios
Donde brota una
hierba indeleble
Caminos llenos de
anzuelos
Un vestido que late
sin nadie
Un retrato con
dientes de fuego
Sonriendo a través
de los muros
¿Y quién no
reverencia esas gracias en pena
Abrazos vacíos
dichas de fracaso y de vértigo
Que me adulan como
el demonio para despellejarme
Para homenajearme
con países quemados sobre el corazón..?
Entonces
De esas enormes
lunas que fermentan
En un calor de
maleza tropical
Lleno de piernas de
mujer
La luz de una lengua
se expande
Y de nuevo estamos
perdidos
De nuevo imploramos
a ídolos de orgullo y desamparo
De sexos despiadados
Con irrecuperables
sonrisas eternas
Trozos de paisaje
Bocas de sacrilegio
que no piden socorro
Que no tienen
socorro.
(de “Las
bellas furias”, 1966)
EL EROTISMO Y LAS
GAVIOTAS
Ahora pido
evidencias, certidumbres.
En mi extraño
escenario, pasiones y las aves remotas,
surgen paraderos,
lugares troncos, idilios,
el sol está partido
en dos por la avidez,
mutaciones y la
pescadería donde la muerte brilla con escamas,
al borde de la ruta,
después de las represas salineras.
La mujer del azar se
contempla en su espejo,
con sensuales
bucles, en el oscuro bosque de su amor,
flexible y voraz, su
cuerpo regido por la luna
se alzó sobre el
viento y el cielo,
lejano como
estrellas, pero sólo después
vacilaciones, dudas
y reproches
para una triste
crónica donde ríe la mosca
en la edad
triturada.
Reminiscentes
caricias flotantes entre adioses
hacen temblar las
cosas con un ardor irónico.
¿Pero entonces
tampoco existió el
fuego,
el mundo relatado
por una voz querida?
Parejos amantes, a
ciegas en la ira y el esplendor del tiempo,
el mozo del hotel
recogió las maletas,
de ciudad en ciudad,
de idioma en idioma, en medio de rostros
movedizos.
Al despertar
aparecía el fantasma;
sonriente,
con senos de una
melosa consistencia, con dientes brillantes,
insistente y
perfumado en la cálida atmósfera,
se tendía en la
playa con languidez, hablaba de las pequeñas cosas
del día,
volando en torno a
mi alma con la luz de los mares,
(con el sabor del
whisky, hacia el cuerpo del hombre.
¿No hay un guijarro
entonces,
una naranja, un
puñado de arena
que reclame la
herencia sin destino del sueño y el olvido?
Has oído el
exaltante chasquido del agua
como una boca que
rememora de muy lejos,
inmensidad y huesos
lavados por el sol,
brillando y
ondulando y salpicando las rocas,
un solo instante, un
suspiro y las nubes vacías.
Y ahora, por Dios,
nada de imprecisiones,
el viento,
sobre la mesa
revientan espumas, los muros no existen,
el viento,
las gaviotas exhalan
su graznido en el pálido extremo del día,
ella se esfuma en la
terraza con su copa y un lento cigarrillo en los
labios,
el viento,
los rostros son
ahora más tensos, desaparecen de golpe,
nadie responde, hay
un orden extraño, fuera de lugar,
el viento,
la costa, la noche,
zonas espléndidas y asesinas,
sólo el viento, el
viento con sus garras equívocas.
(de “Los últimos soles”, 1980.)
ELEGÍA
Esos cuerpos que
alguna vez latieron en mis brazos
cuando el sol era un
lento reverbero en su piel,
cuando sus
cabelleras se volcaban como oleadas de fiebre y de nostalgia,
ahora perduran sólo
como una vibración
o una angustia
indeleble en el fondo del alma
mientras va la
gaviota por las playas.
Relucen ya tan lejos
llenos de tentaciones desesperadas,
se irisan en la
espuma del mar,
llaman con el
recuerdo de su piel y su aliento
y vuelven a
hechizarnos como lagos dormidos
o tibias sombras
prisioneras de la tierra.
Fueron cuanto
tuvimos de más ardiente y hondo
-los dones más
intensos de este mundo-,
arrasaron al corazón
con las más altas llamas
hasta dejarnos en un
ciego abandono
a orillas de su
huella de brasas invisibles.
Cuerpos enamorados
que una vez fueron míos,
palpitando con sus
tiernas reverberaciones,
con la inolvidable
tersura de sus espaldas
y sus bocas
ansiosas, sus muslos de esplendor y mediodía.
Así abrieron de par
en par el mundo,
llamaron a la
tormenta y al relámpago, se deslizaron
por todos los
rituales de la pasión,
y fueron arrastrados
por la vorágine de los días
hasta perderse
silenciosamente
como todos los dones
más altos de esta vida
en el voraz
horizonte donde nos extraviamos como niños errantes,
como todas las
dádivas para siempre fugaces
que el azar y el
destino nos dieron un instante.
El brillo nómade
del mundo
como un ascua en el
alma una joya del tiempo
se abre tan sólo al
paso de ciertos hechos tormentosos
arrastrados por la
corriente
hasta las escaleras
cortadas por el mar
en ciertos antros de
lujuria de bordes sombríos
poblados por
estatuas de reyes
casi irreconocibles
entre el reverberar de las antorchas cuya
luz
es la hiedra que cubre los muros
¡Oh corazón
corazón orgulloso!
entrégate al
fantasma apostado en la puerta
Ahora que tan bien
te conozco
sin otra sed que tu
memoria
criatura melancólica
que tocas mi alma de tan lejos
invoca en las
alcobas el éxtasis y el terror
el lento idioma
indomable de la pasión por el infierno
y el veneno de la
aventura con sus crímenes
¡Oh! invoca una vez
más el gran soplo de antaño
en estas cámaras de
piedra enlazada a tu amante
y ambos envueltos en
la lona de los días perdidos como el
muerto
en el mar
y prontos a
deshacerse en las hogueras instantáneas
sobre lechos de un
metal misterioso que brilla en las tinieblas
bajo
la zarpa de los candelabros
y el coro de pájaros
lascivos girando con furia en las habitaciones
selladas
por el hierro de otras noches
Pues tales antros
solemnes cubiertos de flores carnívoras
con mármoles que se
pudren a la sombra de cabelleras opulentas
se balancean
labrados pomposamente desde el portal hasta
la
cúpula
como la nave anclada
sobre el abismo
agitando con
lentitud sus espejos para adormecer a la mujer
desnuda entre los
verdugos que incineran el corazón
de
la noche
y el zaguán donde
se cruzan la lluvia y la frustración
los camareros con el
rostro podrido por el tufo de las flores
acumuladas en los
pasillos infinitos
el rumor de los
suspiros sofocados
los besos
entretejidos en nácar tristísimo
la hierba sin nombre
en que se hunden sus huéspedes
repiten una vez más
entre la sombra
la leyenda del amor
que nunca muere
SITUACIÓN
Una extraña ave
acuática
de largas patas
amarillas y palmípedas,
el pico turquesa
y un manojo de
plumas insertado en el cráneo
cada noche
prodiga la melodía
de su garganta polvorienta,
consume su pálido
cirio a la espera de alguna desdicha
y baila sin prisa
sobre mi esternón
cuando me duermo.
Baila condenada
como si zapateara
sobre la tierra
entera,
hasta el fin del
mundo,
como si acarreara
sangre en la atmósfera
hacia mi angustiado
corazón.
En vano profiero
palabras feroces,
plegarias, agito las
hojas,
los muros de la
casa,
el remolino de
recuerdos
y lo seres extraños
que pasan por mis sueños
para cerrar la luz
de mis flores perdidas;
la muerdo, la
desplumo,
la azoto,
y apenas si cae de
ella una gota de sangre.
Sólo el amanecer la
disipa,
pero retorna
nuevamente
con la noche,
crispada,
hambrienta,
desde los despojos
de la memoria,
cada vez más
furiosa
a bailar sobre mi
esternón.
POEMA
TRES
La
mujer de los pechos oscilantes
deja
posar sobre ellos
a las
mariposas,
al
temblor de las hojas en la brisa,
al
aullido del gato nocturno.
Sus
dientes destilan un licor muy dulce,
se
producen también circunstancias incitadoras de
fantasías
y
hay más descripciones.
¿Qué se ha
visto?
Madonas
inasibles yacentes en pantanos perfumados,
sinfonías
de lo profundo del ser en los más hondos
soles
corporales,
vestigios
de la dicha
cuya
llama se irisa en la médula, un clamor
en
la concavidad desolada del día.
Ella
cubre sus muslos y sus brazos
con jaleas
salvajes,
aceite
de palmera sobre la arena suave,
a
sus espaldas el insondable paisaje del océano,
vendedora
de choclos calientes y jugo de ananá,
invoca
la endemoniada dicha de vivir en un país de
la ribera
de las moscas.
Frutas
agujereadas, amores inhóspitos, deserciones,
pasajeros
que esperan en vano que el tren se
detenga
mientras
corre sin fin a través de los campos
polvorientos.
La
luna que tan dulcemente se dora en el campo
es
mi madre cuando tocaba el violín
entre las
lagunas y el pasto dormido,
en
un campo tan dilatado,
rodeada de
montes de naranjos
y
el terco, invencible olor de los azahares.
Levantaba
la lámpara en la noche
cuando
llegaban los ladrones, y el diablo
que
afilaba sus pezuñas en el techo
ya
no podía pasar por las rendijas de las oraciones,
entre
los hierros del rosario.
La veía de
pie, con un vestido
blanco
como el desierto, playa tierna del alma,
envuelta
en una música del origen del mundo,
con venados
rojos, duendes, tesoros,
viajes
inmensos para los niños del asombro.
Y la
ondulante melodía
se
grababa con grandes corazones
en
la corteza de los eucaliptus.
Tocaba el
violín, daba órdenes
al
loro, a las ánimas, a las lagunas,
a
las oscuras criollas de cocina
de
espesas trenzas donde dormía el relámpago.
POEMA
CINCO
La
lluvia
se
desliza por las plumas del día,
siempre
inconclusa
como una
muchacha
llena
de astucias y caricias
libre
para conjurar
lo
más hondo y furtivo del deseo.
¿Cómo
saber, entre los laberintos de la sangre,
en
dónde está la clave
de
ciertos momentos extrañamente adorables y crueles
cuando
las Esfinges disputan en nuestros corazones?
El
lecho se mece en la corriente
hasta
tornarse niebla,
palabras
a la deriva, un pálido hueco.
Amanece,
en las casas se enciende fuego,
los
elementos dispares del día
inician
su batalla, sus injurias,
tales
islas emergen a la miseria, al tránsito,
los
trabajos llegan con su capucha de tortura,
pero
aún flota un gran esplendor, una delicia
incierta
en
las constelaciones que aún tiemblan en el cielo
de
los besos.
Los
amantes que juntos yacieron se separan
bajo
el trueno de la mañana.
Ahora
saben que su vínculo es terrible
con
el último embrujo de sus caricias.
POEMA
SIETE
Sobre
el viejo recolector de pedruscos
se
posa un pájaro,
sobre
el hombre de los tatuajes
cristalizan
las aguas de tantas travesías,
rudas
orgías, ceremonias para partir,
lujuria
y avidez en un reino sin pausa.
En
vano intenta ver su imagen:
¿sentado
junto al fuego? ¿dormido en la cueva?
¿en
donde está ese antro, esa promesa?
¿en
qué totalidad indecible de un sueño?
Una
mujer semidesnuda sale del monte,
y
el hombre a quien el mundo enardeció,
con
la arena, con la miga del pan, con la piel de
las
cosas
deja
un mensaje para nadie,
penetra
a su propia soledad, a su tormenta.
POEMA
DIEZ
Las
estatuas de sal que tanto hemos amado
tras
el gemido de Sodoma y Gomorra,
sus
cuerpos se deshacen si las ciñen tus brazos.
Amantes
desoladas como un paisaje ciego,
en
cuyos pechos, recién salidos del océano,
nacía
la sed. ¿Pero qué maldición cayó sobre ellas,
sino
la maldición a las bodas de la carne y el sueño,
cuerpos
y ceremonias, cabelleras y susurros
en
los tibios secretos de la noche,
deslumbramientos
de la travesía?
Todo
cuanto la urdimbre sombría del pecado
condena:
la pasión, la poesía, la línea del amor
grabada
en la palma de la mano, el linaje
de
increíbles amantes fundidos en su propio laberinto.
Sin
embargo, en la más luminosa estela del corazón
donde
nada es mentira,
perdura
la gloria de esas paras mujeres orgullosas,
blancas
como la muerte, con rouge en los labios.
POEMA
TRECE
Bien
sé cómo es ella, secreta y perversa
como
un ángel del bosque, se hunde
en
mi sangre, canta en la noche
como
un río que corre debajo de las piedras.
Pero
lo que invoca, lo que rescata,
está
más allá de la piedad de sus besos,
vasto
como el sueño, tormentoso
como
su cuerpo lascivo.
Lo
que se alcanza de sus confesiones
desnuda
los deseos, súplicas, un vuelo
hacia
cuerpos solares en un cielo mortal.
El
viento es tibio en sus cabellos,
en
su garganta herida. Todo en ella
es
insomne como su latido desdeñoso,
consagrado
a las grandes singladuras de Ahab.
Nunca
llegará donde la esperas, en una quemadura,
en
un altar demente de memorias perdidas
o
aves migratorias. Nunca llegará.
Cuando
trae la bebida de los náufragos.
Se escurre
entre
los grandes secretos de su sueño.
ALGÚN VESTIGIO DE
TU PASO
La dulzura de
recordar el sol en la espiral del sueño
y el vano poder de
haber ido tan lejos.
Es tan extraño
perdurar, oir aún
la grave letanía de
los huesos y el hechizo del mundo.
Déjame ver, déjame
ver:
alguien me condujo
hasta aquí y se oculta,
cubierto de grandes
praderas, de climas,
refugios baldíos,
luces que brillan
en el faro donde la
tierra termina.
Salido de lugares
inciertos, de trópicos y lluvias,
voraz como fuego,
intruso,
la huella de sus
dientes y sus besos en la manzana.
¿De quién es ese
rostro desconocido entrevisto
donde se pierde? Es
incierto y ansioso
extraviado en la
fábula oscura de mi vida.
Adiós, sombra mía.
ENRIQUE MOLINA (ARGENTINA, 1910-1996)
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