Foto: Brassai
Hay una fisura en mi visión, en mi cuerpo, en mis deseos, una fisura permanente, y la locura la empuja adentro y afuera, adentro y afuera. Los libros están sumergidos, las páginas arrugadas; cada perfección piramidal arde totalmente al impulso de la sangre.
El esfuerzo que hago para
perfilar, cincelar, demarcar, separar y simplificar es una idiotez.
Debo dejarme fluir multilateralmente. Por lo menos, he aprendido algo
grande: a pensar, pero no demasiado, de modo que pueda dejarme ir,
sin que haya levantado una barrera intelectual que se oponga a los
acontecimientos que puedan venir y sin interferir con una preparación
crítica en el movimiento de la vida. Pienso sólo lo suficiente para
mantener vivo un estrato superior de inteligencia vigilante, igual
que cuando me cepillo el cabello, me arreglo la cara, me pinto las
uñas o escribo mi diario. Nada más. El resto del tiempo, trabajo,
escribo, trabajo. Y me dejo llevar por el impulso. Canturreo;
protesto contra los taxistas que se enfrentan a las oleadas del
tráfico; escribo una nota a Henry media hora después de haberlo
dejado, y atosigo a Hugh a medianoche para que vaya en coche al
centro de París y entregue la nota a Fred Perlés para Henry... ¡Una
nota de amor para su trabajo!
Es este divino
deslizamiento el que permite que Henry me tire sobre la cama de June
y lance al aire, como un sedal de pesca, la conversación sobre
Lawrence y Joyce mientras nos mecemos sobre la Tierra.
Hugh me tiene
apretadamente entre sus brazos, como una gran pepita de oro, y su
horizonte es celestialmente esperanzador porque le he traído un
compás.
J'ai présagé des
cercles. El motivo del círculo en mi novela de John. La fascinación
de la astrología El círculo marca la rotación de la Tierra, y todo
lo que me importa es el supremo gozo de girar con la Tierra y morir
ebria, morir mientras se gira, que no morir retirada, mirando la
Tierra que gira sobre mi mesa, como uno de esos globos terráqueos de
cartón que venden en los almacenes Printemps por 120 francos. No
iluminado. Esos son más caros. Quiero ser la luz dentro del globo y
la dinamita que explota sobre la máquina del impresor justo antes de
poner el precio sobre la página. Cuando la Tierra gira, mis piernas
se, abren a la lava emergente y mi cerebro se congela en el Ártico
—o viceversa—, pero debo girar, y mis piernas siempre se abrirán,
incluso en la región del sol de medianoche, porque no espero a la
noche —no puedo esperar a la noche—, no quiero perder ni un solo
ritmo de su curso, ni un solo laudo de su ritmo.
Sueño: Hugh y yo
caminamos en la niebla nocturna. Juntos. Lo dejo. Entro en la casa y
me echo en la cama. Sé que me busca, que se vuelve frenético, que
corre como un loco en medio de la niebla, flotando en ella. Estoy
inerte. Sé que estoy en casa. No se le ha ocurrido pensar que estoy
en la cama. Yazco intocada por su desesperación. Soy al mismo tiempo
la niebla. Soy la noche que envuelve a Hugh; mi cuerpo yace sobre la
cama. Soy el espacio que rodea a Hugh. Corre en este espacio, y me
busca.
Por la mañana. Mi amor
más tierno es para Hugh, algo inalterable, que no cambia, fijo: el
niño. Tiene el lugar más seguro, el más suave.
Querría darle a June todo cuanto Henry ama en mí, añadirme a ella. No puedo creer que le he arrebatado al único hombre que ha amado de verdad.
Siento una piedad
abrumadora por el sufrimiento histérico y primitivo de June, por la
gran confusión de su mente. Pero nunca es un sufrimiento como el
mío, nunca el dolor por perder a Henry, sino el dolor por el
fracaso.
Fue terrible que me diera
cuenta de mi fortaleza mientras recordaba mi lealtad siempre que
hablo de June a Henry.
Pobrecita June, ¡es tan vulnerable! No tengo otra cosa que darle salvo mi amor, que necesita. Invento mi amor por ella, como un regalo. La mantengo viva fingiendo mi amor, que no es sino lástima. Escucho su charla rudimentaria, busco pacientemente relámpagos de verdad, esperando que se encuentre a sí misma, que en mí encuentre fuerzas, aunque, al hacer esto, siento que soy la mayor traidora sobre la Tierra. Confía en mí y soy quien la deja sin Henry.
Al mismo tiempo, no sabe
lo que hago por ella para expiar mi culpa. ¡Me niego a que Henry le
cuente, le pida su libertad para casarse conmigo! Ayer, media hora
antes de verme con June, estaba sentada en un café con Henry. Me
dijo: «Cuando salga el libro, rompemos con todo, se acabaron los
compromisos. Arreglaré las cosas con June y me caso contigo».
Me eché a reír: «No
quiero casarme otra vez». Y luego: «Sería terrible privarla de su
última fe en dos seres humanos».
June me ha presentado a Dick, el escritor homosexual con ojos de niño desvalido, que habla como escribe Aldous Huxley. Visitamos a Ossip Zadkine, el escultor (un personaje del Trópico de Cáncer de Henry).
Dick y yo retrocedimos
ante la perspectiva desagradable de un nuevo contacto, cada cual a su
manera. El, con su ligereza; yo, con mi silencio. Pero nos agradamos
mutuamente. Estaba predispuesto en mi contra porque soy amiga de
Henry y él lo aborrece.
Henry hizo un monstruo de
June porque tiene una mente creadora de monstruos. Es un loco. Ha
sufrido con June las torturas que él mismo se ha inventado, porque
el amor que June sintió por Henry no fue en absoluto monstruoso,
sino, probablemente, tan simple como el que,yo siento por ella. Yo sí
que adopté la creencia de Henry en la monstruosidad de June. Ahora
veo el sufrimiento del ser humano que es June; y veo el fracaso de
los dos en entenderse... aunque June es la más débil, porque los
fantasmas de Henry la han vuelto loca. Los fantasmas de Henry no me
confunden; me interesan objetivamente. Fascinan mi inteligencia y mi
imaginación.
Me di cuenta del proceso
de deformación cuando Henry explicó mis páginas sobre June y me
revistió de grandes misterios y monstruosidades. Su imaginación es
incansable y fértil; capta a un ser humano y lo deforma, lo realza,
lo magnifica y lo mata. Es un demonio que anda suelto por el mundo,
laberíntico, que conduce a la locura. Henry podría volver loca a la
gente.
Hasta ahora no me he
extraviado; he sido más fuerte que June. Sólo me vuelvo loca cuando
quiero, como cuando deseo emborracharme, así que puedo trabajar.
Igual que Henry se excita con el odio y la crueldad, yo me excito y
me estimulo cuando me libero de la presa excesivamente estricta de la
lógica implacable. Giro como una peonza para ser menos lúcida y más
alucinada, para escuchar mis intuiciones.
Me seduce jugar con Henry
a este peligroso juego de la deformación imaginativa. Gracias a que
Allendy me ha integrado y me ha revelado mi modelo de conducta
fundamental, Henry y yo somos dignos adversarios.
Despojadme de las
exteriorizaciones, de la teatralidad y del masoquismo, y encontraréis
la simiente, el núcleo, la artista, la mujer. Pero despojad a June
de sus galas y encontraréis a una mujer bella y corriente que cree
en ilusiones, sacrificios, ideales y cuentos de hadas... pero sin
contenido.
Debe seguir siendo el
personaje, la curiosidad, la rareza, una forma ilusoria de la
personalidad.
Pero, cuando llora,
siento que merece la felicidad de cualquier ser humano.
Después de todo, también
mi imaginación ha jugado a su capricho con los dos, con Henry y con
June. Con una diferencia: necesito por encima de todo la verdad y
sucumbo a la piedad. La verdad me impide distorsionar, porque
comprendo. Tan pronto como comprendí a Henry, dejé de hacer un
«personaje» de él (el submundo brutal de mi segundo concepto de
él, hinchado por sus libros). Mi primer concepto es verdadero
siempre: mi primera descripción de Henry en el diario le sigue
correspondiendo hoy, y mi primera descripción de June es más
verdadera que mi composición literaria. Cuando empiezo a amar como
un ser humano el juego cesa.
Para un escritor, un
personaje es un ser con quien no se siente ligado por el sentimiento.
El verdadero amor destruye la «literatura». Por eso, también,
Henry no puede escribir sobre mí, y quizá nunca escriba sobre mí
—por lo menos, hasta que nuestro amor se acabe y, entonces, yo me
convierta en un «personaje», es decir, en una personalidad alejada,
no fundida con él.
Me pongo triste cuando miro la fotografía de Allendy... Estoy siempre entre dos deseos, siempre en conflicto. Pertenezco a Henry, a June y a Allendy. Hay veces que me gustaría descansar, estar en paz, elegir un refugio, un amor, para resguardarme en él... hacer una selección final. No puedo. Algunas noches, como ésta, a la hora del decaimiento, me gustaría sentir la totalidad.
La característica de mi
lealtad con Hugh es fácilmente definible: consiste en no causarle
daño. Incluso en cuestiones relacionadas con Henry (podría obligar
a Hugh a ayudar a Henry), sigo siendo leal a Hugh, tanto que ni
siquiera le impido que alcance su propia masculinidad, cosa que
podría hacer interfiriendo en su nueva agresividad, en su nueva
codicia, cautela, celos y posesividad.
Es extraño contemplar el
amor de otro por una y conservarse intacta. Los bellos sueños de
Hugh sobre mí. Los escucho, pero jamás pienso en ellos cuando Henry
me acaricia. Es absolutamente cierto que nunca pienso en Hugh cuando
estoy con Allendy o con Henry, como tampoco pienso en Henry cuando
estoy con Allendy. Una especie de separación tiene lugar en ese
momento —una totalidad pasajera—, que impide cualquier duda o
parálisis. Es sólo después, cuando se revela la mezcla y el
conflicto. No veo nada malo en acostarme con Henry en la cama de
Hugh, como tampoco vería nada malo en entregarme a Allendy en la
misma cama. No tengo ninguna moralidad. Sé que la gente se
horroriza, pero no yo. Ninguna moralidad mientras el daño hecho no
se manifieste por sí mismo. Mi moralidad no se reafirma cuando me
enfrento con el dolor de un ser humano... Le devolvería Henry a June
si ella me lo pidiera. Al mismo tiempo, soy consciente de la
estupidez de mi capitulación, porque June puede pasar sin Henry
mucho mejor que yo, y ella es dañina para Henry. Del mismo modo que
sería infinitamente estúpido que, por mor de Hugh, volviera a mi
vida neurótica, vacía y desasosegada de los años anteriores a mi
encuentro con Henry.
Ahora experimento una
continua plenitud que también me permite dar plenitud a Hugh. Deseo
que Hugh pudiera creerme, entenderme, perdonarme. Ve mi contento, mi
salud, mi productividad. Y estoy aún más preocupada por su
felicidad que por la de cualquier otra persona.
(de "Incesto. Diario amoroso", Editorial Siruela. Madrid, 1995.)
ANAÏS NIN (FRANCIA, 1903-1977)
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