Páginas

.

.

mayo 24, 2019

POEMAS DE ALICIA OSTRIKER (según ST)





Insomnio

Pero en realidad es del miedo de lo que querés hablar
y no encontrás las palabras
entonces te burlás de vos misma

te tratás de cobarde
te despertás a las 2 de la mañana pensando tonta,
fracaso, incapaz de dormir, incapaz de dormir

zumbando en tu colchón con dos almohadas,
y un cubrecama al que le dicen comforter,
lo que implica que el consuelo puede comprarse

y pagarse, para colaborar con el miedo, con el fracaso
tus dos cómodas de nogal se ríen, las bibliotecas se lamentan
los cuadros en las paredes te compadecen, el hombre que duerme

al lado tuyo con un olor como a musgo y hongos consuela
pero nunca bastante, nunca, lo oscuro del plafón en el techo
los pliegues de terciopelo ocultan la ventana

y el ruido del tráfico como un animal vicioso
que anda suelto allá afuera--
fanfarroneás con los amigos que la muerte no te molesta, nada más la agonía

qué mentirosa—
todos los demás miedos, al rechazo, al dolor físico,
a perder el juicio, la vista,

¡son todos parte de este!
¡huellas de este! Tu pelo gruñe en el peine
ese reloj encendido la única luz de la habitación.



La bendición de la anciana, el tulipán y el perro

Estar bendecida
dijo la anciana
es tener tantos
nietos que
el amor de Dios
pase a través tuyo
como la leche a través de una vaca.

Estar bendecido
dijo el tulipán rojo oscuro
es voltearles los ojos
con el golpe de lujuria
implícito en
tu pollera levantada

Estar bendecido
dijo el perro
es tener una pizca
de Dios
adentro
y que todos los demás perros
puedan olerla.


Démeter a Perséfone

Te miré salir caminando del pozo

Todo el día había llovido
en esa zona del sur de Italia

la lluvia golpeaba haciendo charcos en el barro
caía de un cielo enfurecido silbando sobre las piedras

Esperé, y fui paciente
saliste por fin y enseguida estabas empapada

me miraste con tus ojos grandes sin amor
llenos de sexo negro y polvo blanco

pero era eso lo que esperaba cuando te abracé
con tus pechos chiquitos y firmes contra mi amplitud

subí al auto, te dije
y después fue primavera


Después del naufragio

Perdida en la corriente, a la deriva, mientras el sol se vuelca
como un jarabe, hundiéndose en la tarde,

la balsa se mece sin fin, se inclina, y nos decimos entre nosotros:
Acá vamos a guardar la soga, la carne seca, el cuchillo,

el botiquín, las galletitas y la taza.
Vamos a repartir el agua de manera justa y honesta.

Marean las manchas negras del aire.
Alguien levanta la voz y dice: Oigan, sabemos que en alguna parte

hay tierra, en alguna dirección. Tenemos que saberlo.
Y la tierra está ahí, inminente, montañosa, enorme

en el horizonte, ahí en nuestra mente. Después, nada
más la hermosura del océano,

las olas innumerables como cabezas vivas histéricas,
la magnificencia creciente del sol,

un viento del atardecer que nos golpea. Cuando el rocío nos empieza
a cubrir de sal, dejamos de hablar. Tratamos de acordarnos.



En toda vida

En toda vida hay un momento o dos,
en que el yo desaparece, la herida cruel
toma el control, y después otra vez
por momentos estamos llenos de cielo
o de pájaros
o simplemente del té con azúcar que quedó sobre la mesa
dijo la anciana

Sé a lo que te referís en cuanto
a las epifanías dijo el tulipán
por ejemplo un cielo despejado de abril
el acercamiento de una mariposa
con respecto a la desaparición del yo
no
todavía no lo experimenté

Están creando distinciones
que no existen en la realidad
donde “yo” y “no yo” son como la sal
en el océano, la nube en el cielo
el oxígeno en el fuego
dijo el perro filosófico
rascándose las bolas abajo de la mesa.



Matisse, también

A Matisse, también, cuando los dedos le dejaron de funcionar,
le funcionaron mejor y más audaces, con los colores primarios celebrando
el casamiento de la inocencia y la gloria, la inocencia y la gloria

Monet pintaba remolinos de furia cuando
las cataratas le velaban los ojos, y cuando recobró la vista
pintó lirios de agua, según afirma Picasso

Yo no busco, encuentro, y me pego a esa historia
acerca de él, y hago que esa historia se pegue.
Al carajo los padres, se trata del desafío.



Ablandar y derretir

El hombre me hizo ablandar y derretir
dijo la anciana

la abeja me hizo temblar como un trapo
dijo el tulipán rojo oscuro

La perra me hizo empujar
dijo el perro



El aniversario

Por supuesto que fracasamos, por tener éxito.
El querube feroz se convierte en su asfixia.
Un corazón avaro se zambulle en un sueño
de poder o verdad, y se despierta maduro
en una sala de conferencias.
Es comer papel en lugar de Dios.
Nosotros dos somos uno, pájaro mío, esto es un casamiento.

Cuando el amor era la guerra, juraste que ibas a quemar
la vida y a morirte a los treinta y cinco, y  yo te dije hasta nunca,
mi chico melenudo y brillante, voy a ganarte, a noquearte,
a hacerte pedazos, sobreviví como la tierra,
con ojos de lechuza, porque quería ver todo
lo negro y permanente, y matarte a vos con tus teorías.
Teníamos la costumbre de despertarnos sudorosos y enredados.

Treinta, el hogar, y el trabajo. Cohabitamos en una máquina que funciona.
Hay violencia, en algún lugar. ¿Esto queremos? Sucede,
El luchador desollado, el chico desmembrado,
los instrumentos en el sótano. Lo debemos querer. Mirá,
entre nosotros hay paz, nuestros bebés son regordetes,
te conozco, te acaricio, te rechazo. Mi fe no se adhiere
a nada. No me dejes, no me dejes.


Canción

Hay quien afirma que el origen de la canción
fue un grito de guerra,
otros  dicen que fue una rima
para indicarles a los granjeros cuándo plantar y cosechar
¿no saben que la primera canción fue una canción de cuna
salida del sueño de una madre?
preguntó la anciana

Un factor
significativo que me produce el placer de estar
vivo esta primavera
es el canto de los pájaros
que me captura como una red amplia
como una lluvia de diamante que nunca
me canso de escuchar dijo el tulipán

vida tras vida
con mis hermanos queridos
salimos de la colina
profiriendo
nuestras canciones hermosas
sedientos de sangre
dijo el perro.



Esperando la luz
                               a Frank O’Hara

Nos convertimos en una especie urbana, Frank,
en este momento muchos millones de seres humanos están
parados en alguna esquina esperando como yo

una señal que nos permita irnos,
una señal que representa a un peatoncito blanco 
que hay que seguir por un mar de luz verde 

no aprovechamos la oportunidad
para sintonizar con lo eterno
rebotamos con impaciencia sobre los dedos de los pies 

Es jueves a la mañana, Frank, y me siento
bastante viva pero necesito algo de belleza
o una teoría de la belleza para reconciliarme

con los bultos de basura que no puedo amar encerrados
en esas bolsas grotescas de plástico brillantes y negras
apiladas a lo largo del cordón de la calle 97, mi calle—

como un recordatorio horrendo del destino que nos espera
dejando que la verdad gruesa y babosa de los desechos
ataque nuestro sentido estético y nuestra alegría de vivir

con confianza cada jueves. Dejame barrer las viviendas de ámbar 
con columnas y cornisas magníficas reflejadas en
las ventanillas de atrás de los coches estacionados, que les 

desee suerte a sus colmenas de intimidad, a la gente
que termina el café de la mañana en la cocina 
y le dice hasta luego a aquellos con los que vive

Dejame que levante los ojos hacia el velo azul a la deriva
en medio y por encima del artificio de los rascacielos
y que por fin me deslice por una falla del tiempo

donde la cuerda de luces delanteras blancas que se acercan y la cuerda
de luces traseras rojas que se alejan parecen
llevar una especie de mensaje

quizás el mensaje sea que una cuadra al oeste
el Parque Riverside extiende su longitud
sobre la orilla de Manhattan como el brazo velludo

de un amante tierno, divertido, hermoso,
y después de eso está el río imperecedero
pero esperar la luz se siente como si fuera para siempre



Salmo

Ya no soy lírica
no voy a tocar el arpa
para complacerte

No te voy a hacer un ruido
de gozo, ni
tampoco un lamento

Porque sé que también
te tomás los lamentos
como el vino

Así que repito monótona
me lastimás
te odio

Aparto los ojos de las montañas
No voy a matar por vos
No voy a volver a quererte nunca

a menos que me lo pidas



Versiones en castellano de Sandra Toro


Insomnia

But it's really fear you want to talk about
and cannot find the words
so you jeer at yourself

you call yourself a coward
you wake at 2 a.m. thinking failure,
fool, unable to sleep, unable to sleep

buzzing away on your mattress with two pillows
and a quilt, they call them comforters,
which implies that comfort can be bought

and paid for, to help with the fear, the failure
your two walnut chests of drawers snicker, the bookshelves mourn
the art on the walls pities you, the man himself beside you

asleep smelling like mushrooms and moss is a comfort
but never enough, never, the ceiling fixture lightless
velvet drapes hiding the window

traffic noise like a vicious animal
on the loose somewhere out there—
you brag to friends you won't mind death only dying

what a liar you are—
all the other fears, of rejection, of physical pain,
of losing your mind, of losing your eyes,

they are all part of this!
Pawprints of this! Hair snarls in your comb
this glowing clock the single light in the room



The Blessing of the Old Woman, the Tulip and the Dog

To be blessed
said the old woman
is to have so many
grandchildren
God’s love
washes right through you
like milk through a cow

To be blessed
said the dark red tulip
is to knock their eyes out
with the slug of lust
implied by
your up-ended
skirt

To be blessed
said the dog
is to have a pinch
of God
inside you
and all the other dogs

can smell it



Demeter to Persephone

I watched you walking up out of that hole

All day it had been raining
in that field in Southern Italy

rain beating down making puddles in the mud
hissing down on rocks from a sky enraged

I waited and was patient
finally you emerged and were immediately soaked

you stared at me without love in your large eyes
that were filled with black sex and white powder

but this is what I expected when I embraced you
Your firm little breasts against my amplitude

Get in the car I said
and then it was spring



After the Shipwreck

Lost, drifting, on the current, as the sun pours down
like syrup, sinking into afternoon,

the raft endlessly rocks, tips, and we say to each other:
Here is where we will store the rope, the dried meat, the knife,

The medical kit, the biscuits and the cup.
We will divide the water fairly and honestly.

Black flecks in the air produce dizziness.
Somebody raises a voice and says: Listen, we know there is land

somewhere, in some direction. We must know it.
And there is the land, looming, mountainous, massive

on the horizon: there in our minds. Then nothing
but the beauty of ocean,

numberless waves like living, hysterical heads,
the sun increasingly magnificent,

a sunset wind hitting us. As the spray begins
to coat us with salt, we stop talking. We try to remember.




In Every Life



In every life there's a moment or two
when the self disappears, the cruel wound
takes over, and then again
at times we are filled with sky
or with birds or
simply with the sugary tea on the table
said the old woman

I know what you mean said the tulip
about epiphanies
for instance a cloudless April sky
the approach of a butterfly
but as to the disappearing self
no
I have not yet experienced that

You are creating distinctions
that do not exist in reality
where "self" and "not-self" are like salt
in ocean, cloud in sky
oxygen in fire
said the philosophical dog
under the table scratching his balls



Matisse, Too

Matisse, too, when the fingers ceased to work, 
Worked larger and bolder, his primary colors celebrating 
The weddings of innocence and glory, innocence and glory 

Monet when the cataracts blanketed his eyes 
Painted swirls of rage, and when his sight recovered 
Painted water lilies, Picasso claimed 

I do not seek, I find, and stuck to that story 
About himself, and made that story stick. 
Damn the fathers. We are talking about defiance. 



Soften and Melt 

the man made me soften and melt
said the old woman

the bee made me shiver like a rag
said the dark red tulip

the bitch made me push
said the dog



The Anniversary 

Of course we failed, by succeeding.
The fiery cherub becomes his smothering.
A greedy heart dives into a dream
Of power or truth, and wakes up middle-aged
In some committee room.
It is eating paper instead of God.
We two are one, my bird, this is a wedding.
When love was war, you swore you’d burn
Your life and die at thirty-five. I said good riddance,
Bright hairy boy, I will beat you, down,
Tear you to monkey shreds, survive like earth,
Owl-eyed, because I wanted to see everything
Black and permanent and kill you with your theories.
We used to wake up sweaty and entangled.
Thirty, home, and work. We cohabit in a functioning machine.
There is violence, somewhere else. Do we wish this? It occurs,
The flayed combatant, the dismembered child,
The instruments in the basement. We must wish it. See,
Between us is peace, our babies are plump,
I know you, I caress you, I fail you. My faith adheres
In nothing. Don’t leave me, don’t leave me.



Song

Some claim the origin of song
was a war cry 
some say it was a rhyme
telling the farmers when to plant and reap
don't they know the first song was a lullaby
pulled from a mother's sleep
said the old woman

A significant
factor generating my delight in being
alive this springtime
is the birdsong 
that like a sweeping mesh has captured me
like diamond rain I can't
hear it enough said the tulip

lifetime after lifetime
we surged up the hill
I and my dear brothers
thirsty for blood
uttering
our beautiful songs
said the dog



Waiting for the Light   
                                            for Frank O’Hara

Frank, we have become an urban species
     at this moment many millions of humans are
          standing on some corner waiting like me

for a signal permitting us to go,
     a signal depicting a small pale pedestrian
          to be followed by a sea-green light

we do not use this opportunity
     to tune in to eternity
          we bounce upon our toes impatiently

It is a Thursday morning, Frank, and I feel
     rather acutely alive but I need a thing of beauty
          or a theory of beauty to reconcile me

to the lumps of garbage I cannot love enclosed
     in these tough shiny black plastic bags
          heaped along the curb of 97th Street, my street—

like a hideous reminder of the fate we all expect
     letting the bulky slimy truth of waste
          attack our aesthetic sense and joie de vivre

reliably every Thursday. Let me scan the handsome amber
     columned and corniced dwellings
          reflected in rear windows of parked cars, let me wish

luck to their hives of intimacies, people
     in kitchens finishing a morning coffee
          saying see you later to the ones they live with

Let me raise my eyes to the blue veil adrift
     between and above the artifice of buildings
          and at last I am slipping through a flaw in time

where the string of white headlights approaching, the string
     of red taillights departing, seem as if
          they carry some kind of message

perhaps the message is that one block west
     Riverside Park extends its length
          at the edge of Manhattan like the downy arm

of a tender, amusing, beautiful lover,
     and after that is the deathless river
          but waiting for the light feels like forever





Psalm


I am not lyric any more
I will not play the harp
for your pleasure

I will not make a joyful
noise to you, neither
will I lament

for I know you drink 
lamentation, too,
like wine

so I dully repeat
you hurt me
I hate you

I pull my eyes away from the hills
I will not kill for you
I will never love you again

unless you ask me


ALICIA OSTRIKER (EE.UU., 1937).










mayo 19, 2019

POEMAS DE JOAN LARKIN (según ST)

Foto: Poets.org



Querer

Ella quiere una casa llena de tazas y fantasmas
de lesbianas del siglo pasado; Yo quiero un departamento
inmaculado, una computadora veloz. Ella quiere una cocina a leña,
tres atados de fresno y un hacha; Yo quiero
una llama limpia de gas. Ella quiere una fila de frascos:
avena, coriandro, aceite verde espeso;
Yo no quiero almacenar nada. Ella quiere ungüentos,
ropa blanca, mantas de bebé tejidas, cuadernos de recortes. Quiere reuniones
en Wellesley. Yo quiero las tablas del piso relucientes, el reflejo
del río.  Ella quiere camarones, sudor y sal;
quiere chocolate. Yo quiero un bol raku
con el vapor subiendo del arroz. Ella quiere cabras,
pollos, chicos. Alimento y llanto. Yo quiero
que el viento del río refresque los cuartos despejados.
Ella quiere cumpleaños, teatros, banderas, peonías.
Yo quiero palabras como rayos láser. Ella quiere la ternura
de una madre. La caricia antigua como el río.
Yo quiero una agudeza de mujer rápida como un zorro.
Ella está en su ciudad, cumpliendo
plazos. Yo estoy en mi pueblo con el perro
escuchando sonar las campanas de viento hasta tarde,
pensando en  los doce años de querernos, juntas y separadas.
Nos besamos todo el fin de semana; queremos
manejar los 160  kilómetros y probar otra vez.



Vida después de la muerte

Soy más vieja que mi padre cuando se volvió
de oro y dejó su cuerpo con el hígado usado
en el Hospital Faulkner de Jamaica Plain. Yo no creo
en la vida después de la muerte, no sé dónde estará
su carne ahora que terminó de pudrirse sobre sus huesos
largos en el cementerio judío —debe ser el único
converso abajo de esas filas y filas de lápidas.
Una vez, mientras lavaba los platos en una cocina angosta
lo oí silbándome detrás. Se me heló la nuca.
Desde esa vez nunca me volvió a pasar algo así. Pero esta mañana
íbamos juntos en un avión a Virginia. Yo tenía 17,
estaba embarazada y con miedo. Me esperaba un aborto,
la cama de huéspedes de mi tía empapada de sangre, mi madre
gritaba — y él decía que los chicos se meten en problemas—
ahora lo estoy entendiendo: eso era el perdón.
Creo que si hubiera vivido habría cambiado y crecido
pero qué hubiese hecho con mi aluvión de palabras
después de que, mientras el avión aterrizaba en
Richmond a plena luz del día y la azafata caminaba
entre las filas de asientos con su pollera impecable
y la blusa metida adentro, me dijo en voz baja
Nunca le cuentes esto a nadie.



Carne

Las pezuñas estaban prohibidas, pero nos daba de comer
el hígado correoso, la lengua gorda, las kishkas grises
rellenas de algo blando. Tenía una cabeza
de ajo, un puñado de sal, unas zanahorias miserables.
Con la sal extraía la sangre, ajustaba la picadora
y le daba de comer los pedazos, empujándolos para abajo.
Me dejaba dar vuelta la manija, y los gusanos rojos
caían en el tazón. Comía de acuerdo con la Ley
y la carne de la vaca se volvía mi carne.
Ahora para comer agacho la cabeza, me quejo cuando me despierto
de la pesadilla, esa en la que nos empujamos una a la otra contra
el hedor violento y el cuchillo del chico. Él levanta el brazo
con un ritmo que conozco desde siempre.



La desaparición

Dos veces Donald hizo algo con la boca 
que no le había visto nunca antes: una mueca de bebéviejo.
Los ojos se le cerraban sobre los míos mientras el abogado chistoso
atropellaba sus síes y  sus esperamos que no
por cobrar. Qué personaje de Dickens era 
no sé –Heep o Tulkinghorn o nada 
más vil que los ojos rasgados y una corbata angosta.
Donald estaba mudo, con la boca haciendo esa sonrisa
rara mientras bajaba con su bastón por una calle empinada.
Gin con el estómago vacío y quedaba afuera,
recogiendo mecánicamente el abadejo. Tres veces
le pregunté ¿Estás bien, me escuchás?
y su mano metía papas fritas en la boca,
un agujero negro sin palabras yo quería que fuera ficción.


El corbatero de mi padre

En el dorso de la puerta de su ropero oscuro,
a la altura de los ojos, con unas pinzas de acero
ingeniosas que podía abrir para los dos lados.
Una fila de péndulos. De lenguas.
Palabras, sin palabras. Testigos
esperando prestar juramento. El secreto del pueblo.
Un cuerpo de seda, la abundancia de un hombre.
Un dolor salvaje, un nudo. Una pintada
con crisantemos dorados, una con hojas 
de sangre en el barro. La piel de Visnú, veinte
matices de cielo. Un lirio bandera blanca.
El lustre elegante de una víbora verdinegra.
¿Cuál se fue al hoyo con él?
En alguna otra parte: los cinturones.



La ofrenda

Cuando te limpiaron y te pusieron en mis manos,
con las piernas y los dedos largos, un brillo rojo
subiéndote de la carne arrugada,
los ojos muy despiertos y la mirada fija,
temblé tres días
en mi nudo de sábanas de hospital.

Las lágrimas vinieron después
—los llantos, los miedos, las posesión feroz.
Las formas en las que ibas a sacudirme.
Tu pozo de furia. Una y otra vez
floreciste en tu conocimiento independiente.

Ayer, me ofreciste palabras tiernas.
Me acordé engullendo los teiglach que hizo Fanny,
nudos gruesos de masa, brillantes de miel,
Estoy llena y quiero más—solamente por sentir el sabor
de ese oro espeso otra vez en mi lengua.



Un padre

El que iba a bajarle al trago—
décadas gritando enroscado en silencio—

echado hacia adelante en su silla plegable:
qué iba hacer con el hijo

que no podía hablar, que publicaba
quisiera que estuviese muerto. Le ofrecí

uno de nuestros bromuros y él miraba
retorciendo los dedos y los labios.

¿Dónde estaba el ángel 
que lo levantara de los pelos

cuando se retorcía en la corriente del averno?
Si tengo alas, son alas de perro,

mi cuerpo viejo, el de un perro, flotando
sobre el ojo frío.



Acumulador

No me hables—revuelve los papeles
que se amontonan como hojas. 
Saca uno de un sobre arrugado y
lo vuelve a guardar. ¿Cómo arrastró
la heladera de repuesto del galponcito
cuando el armatoste blanco dejó de andar?

Después de que salgan corriendo del basural, a lo mejor
alcancen a ver a mi urogalla. Ella se me
acerca al auto y me reta,
está tratando de enseñarme su idioma.

La comida se pone negra en la heladera tibia. 
Esquivo la leña rescatada, abro
la puerta de atrás –Busco al
pájaro de cogote grueso. Rogándole al viento.



El ojo de tritón

Yo era una larva. Todavía en coma, 
me soñaba a mí misma, abajo, en piyama.
Él decía Bach, y yo me echaba cerca de la radio.
Ámbar oscuro se esparcía por mi cerebro de niña.
El ojo de tritón ya había anidado ahí, un huevo
pegado a una rama. Mi hermano pálido y de anteojos
me ponía sobre una hoja y me miraba engordar.
Decía Franz Kafka, y mis antenas largas y nuevas 
rozaban la pared. La Niña ante el Espejo
estaba pegada ahí, arrancada a la Vida,
la gemela gusano panza de pera rosada
como la mía. Medio enroscada, medio arrastrándome,
atravesé piel tras piel. Arte, dije,
y mis alas se animaron a abrirse lentamente.




Versiones en castellano de Sandra Toro

Want

She wants a house full of cups and the ghosts
of last century’s lesbians; I want a spotless
apartment, a fast computer.  She wants a woodstove,
three cords of ash, an axe; I want
a clean gas flame.  She wants a row of jars:
oats, coriander, thick green oil;
I want nothing to store.  She wants pomanders,
linens, baby quilts, scrapbooks.  She wants Wellesley
reunions.  I want gleaming floorboards, the river’s
reflection.  She wants shrimp and sweat and salt;
she wants chocolate.  I want a raku bowl,
steam rising from rice.  She wants goats,
chickens, children.  Feeding and weeping.  I want
wind from the river freshening cleared rooms.
She wants birthdays, theaters, flags, peonies.
I want words like lasers.  She wants a mother’s
tenderness.  Touch ancient as the river.
I want a woman’s wit swift as a fox.
She’s in her city, meeting
her deadline; I’m in my mill village out late
with the dog, listening to the pinging wind bells, thinking
of the twelve years of wanting, apart and together.
We’ve kissed all weekend; we want
to drive the hundred miles and try it again.


Afterlife

I’m older than my father when he turned
bright gold and left his body with its used-up liver
in the Faulkner Hospital, Jamaica Plain.  I don’t 
believe in the afterlife, don’t know where he is 
now his flesh has finished rotting from his long 
bones in the Jewish Cemetery—he could be the only 
convert under those rows and rows of headstones.  
Once, washing dishes in a narrow kitchen 
I heard him whistling behind me.  My nape froze.  
Nothing like this has happened since.  But this morning 
we were on a plane to Virginia together.  I was 17, 
pregnant and scared.  Abortion was waiting, 
my aunt’s guest bed soaked with blood, my mother 
screaming—and he was saying Kids get into trouble—  
I’m getting it now: this was forgiveness.
I think if he’d lived he’d have changed and grown
but what would he have made of my flood of words
after he’d said in a low voice as the plane
descended to Richmond in clean daylight
and the stewardess walked between the rows
in her neat skirt and tucked-in blouse
Don’t ever tell this to anyone.



My Father’s Tie Rack

Back of the door to his dark closet,
eye height, with clever steel
pegs I could flip both ways.
A row of pendulums. Of tongues.
Words, wordless. Witnesses
waiting to be sworn. The town secret.
A silk body, a man's plenty.
A wild ache, a knot. One painted
with gold mums, one with blood
leaves on mud. Vishnu's skin, twenty
shades of sky. White flag iris.
Slick sheen of a greenblack snake.
Which one went with him into the hole?
Somewhere else: his belts


The Offering

When they cleaned you and gave you to me,
long legs and fingers, red glow
rising from creased flesh,
eyes already awake, gaze steady,
I shook for three days 
in my knot of hospital sheets.

Tears came later—
cries, fears, fierce holding.
The ways you’d shake me off.
Your well of rage. Over and over
you bloomed in your separate knowledge.

Yesterday, you offered tender words. 
I remembered gorging on teglach Fanny made,
thick knots of dough shining with honey.
I’m filled and wanting more—only to taste 
that heavy gold on my tongue again.



A Father

who'd put down the drink––
decades of shouting coiled in quiet––

sat forward on his folding chair:
What should he do about the son

who wouldn't speak, who posted
I wish he were dead. I offered

one of our bromides, and he stared,
twisting fingers and lips.

Where was the angel
to lift him by the hair

as he twisted in the avernal current?
If I have wings, they’re dog’s wings,

my old body a dog’s, floating
over the cold eye.


Hoarder

Don't talk to me––he's sifting
papers heaped like leaves. He
takes one from a creased envelope
and puts it back. How did he drag
the spare fridge from the shed
when the white hulk died?

After the dump run, maybe
you'll see my grouse. She comes
close to the car and scolds me,
she's trying to teach me Grouse.

Food blackens in the warm fridge.
I sidestep salvaged lumber, open
the back door––I'm looking
for the ruffed bird. Begging the air.



Eye of Newt

I was larval. I dreamed myself
downstairs in pj’s, still in my coma.
Bach, he said, and I lay next to the radio.
Dark amber spread through my girl­brain.
Eye of newt already nestled there, an egg
glued to a twig. My pale, bespectacled brother
set me on a leaf and watched me fatten.
Franz Kafka, he said, and my new, long feelers
brushed the wall. Girl Before a Mirror
was tacked there, torn from Life,
her twin pear­belly worm pink
as my own. Half curled, half crawling,
I burst through skin after skin. Art, I said,
and my wings fanned slowly open.





JOAN LARKIN (EE.UU., 1939)






mayo 03, 2019

POEMAS DE LINDA PASTAN


Foto: Carina-Romano



En el jardín

Le digo a mi perro que se siente
y se sienta,
y le doy una galletita.
Le digo que venga,
viene
y se sienta,
y le doy
otra galletita.
Le digo a mi perro ¡acostado!
y se sienta,
mirándome
desde abajo con fe
y adoración.
Espero.
Le doy
una galletita.
Es el principio
del amor y
la desobediencia.
Nunca tuve la intención
de ser un dios.



Todo lo que quiero decir

Un pintor puede decir todo lo que quiera con frutas
o con flores, o hasta con nubes. 
                                                   Edouard Manet

¿Cuando te paso este bol
de manzanas, quiero decir:
acá tenés unas esferas rosadas del
amor, o de la lujuria –emblemas
de todos esos momentos posteriores al Edén
en los que una pizca de lo prohibido era
como la sazón de esa primera manzana?
O nada más quiero decir: Perdoname,
estuve ocupada todo el día, y lo único que hay
de postre es una fruta.

¿Y cuando arrancaste
una sola flor del arbusto que se desteñía
detrás de nuestra ventana,
me estabas diciendo que de algún modo soy
como una flor, o digna de flores?
¿Me decías
algo florido,
o nada más: acá tenés la última rosa
de noviembre, ponela
por favor, en agua?

Pero en cuanto a las nubes,
en cuanto a esos cúmulos blancos,
voluptuosos, que flotan allá arriba,
no son camellos ni almohadas,
ni siquiera los picos nevados
de unas montañas a medio imaginar.
Son la forma pura del silencio;
y sí, por ahora
las nubes dicen todo
lo que quiero decir.



El contestador

Llamo y oigo tu voz
en el contestador
semanas después de tu muerte,
un pichón de fantasma que todavía extraña
los mensajes humanos.

¿Te dejo uno, contándote
que la trama de nuestra vida
se había rasgado antes
pero que esta rotura repentina no
va a ser fácil ni rápida de arreglar?

En tu casa, que se vacía, los demás
enrollan las alfombras, empaquetan libros,
toman café en tu mesa antigua,
y escuchan los mensajes que dejaste
en una máquina embrujada

por el timbre de tu voz,
más palpable que las fotos
o las huellas digitales. Este primer día
de este primer otoño sin vos,
avergonzada y resistiéndome

pero incontenible, vuelvo a marcar
el número que conozco de corazón,
en un mundo menguado agradecida
por la piedad accidental de las máquinas,
escucho y cuelgo.



Bermellón

Pierre Bonnard hubiera entrado
al museo con un pomo de pintura
en el bolsillo y un pincel de pelo de marta.
Después, violando la santidad
de uno de sus propios cuadros,
le hubiera agregado una pincelada bermellón
a la piel de una flor.
Justo así te detuve
en la puerta esta mañana
y chupándome el índice, limpié
una miga invisible
de tu boca bermellón. Como si
en el momento ritual de la despedida
tuviera que demostrar que todavía sos mío.
Como si la revisión fuera
la forma más pura del amor.




Después de una ausencia

Después de una ausencia que no fue culpa de ninguno
estamos tímidos el uno con el otro,
y las palabras parecen más jóvenes de lo que somos,
como si tuviéramos que volver al tiempo en que nos conocimos
y traernos hasta el presente con esfuerzo,
del mismo modo en que nunca leés una historia
desde donde la dejaste
sino que siempre retomás el libro desde el principio.
Tal vez tendríamos que estar
atados como alpinistas
con el cable de seguridad del teléfono,
y el dial, nuestra propia ruedita de plegarias,
con nuestras voces menos fantasmas en kilómetros,
menos incómodas de lo que son ahora.
Me olvidé del gris de tus rulos,
del toque de invierno en tu cara,
y me acordé del hombre joven 
que fuiste.

Y sentí que me volvía vieja y común,
obligada a pensar de nuevo en la cena,
en los animales que hay que atender, en la correntada
de la vida diaria escondida pero peligrosa,
que tan pronto nos tira para abajo a los dos.
Soñé que nuestra cama era
una costa en la que nos bañábamos,
y no este colchón a rayas
que hay que tapar con las sábanas. Me olvidé
de todos los asuntos viejos entre nosotros,
como el correo sin contestar por tanto tiempo que el silencio
se vuelve elocuente, un mensaje en sí mismo.
Hasta me había olvidado de que el amor de los casados
es un territorio más misterioso
cuanto más se lo explora, como uno de esos terrenos
sobre los que leés, un jardín en el desierto
donde parás a beber, sin saber nunca
si vas a llenarte la boca de agua o de arena.



Sensación térmica

La puerta del invierno
está cerrada y helada,

y, como cadáveres de animales
que se extinguieron hace mucho, los autos

quedaron abandonados por ahí,
se los apropia la ruta fría.

Qué ceremoniosa es la nieve,
con qué seriedad muda

hasta a la muerte convierte en un
arreglo formal.

Sola, en mi ventana, escucho
el viento,

el crujido de las hojitas
en sus ataúdes de hielo.



Meditación al lado de la cocina

Amontoné los fuegos
de mi cuerpo
en un fogón chiquito pero constante
acá, en la cocina,
donde la masa tiene vida propia
y respira bajo su repasador húmedo
como un hijo que duerme;
donde la hija verdadera juega abajo de la mesa,
a que el mantel es una carpa,
practicando despedidas; donde un pajarito
marrón y débil voló contra la ventana
enceguecido por la luz
y ahora está atontado sobre el asfalto
—nunca fue sencillo, ni siquiera para los pájaros,
este asunto de los nidos.
El ojo inocente no ve nada, dice Auden,
repitiendo lo que la serpiente le dijo a Eva,
lo que Eva le dijo a Adán, cansada de jardines,
deseosa de una vida bien vivida.
Pero la pasión ocurre por accidente
puedo dejar que la masa rebalse del bol,
descuidarla y no amasarla para que baje,
descuidar a la hija que espera debajo de la mesa,
ya con lagrimitas nublándole los ojos.
Crecemos de maneras tan azarosas.
Hoy me siento más inteligente que el pájaro.
Sé que la ventana me cierra el paso,
que cuando la abra
los olores del jardín van a ponerme impaciente.
Y amontoné los fuegos de mi cuerpo
en una fogata chiquita y doméstica para que los demás
se calienten las manos por un rato.



Perales en espalderas

Clavás los perales a la pared
en un simulacro de crucifixión
—con los miembros aplastados
y la espalda cubierta de hojas mirando hacia nosotros—
y los regás con la manguera.

La semana pasada le dijiste haiku viviente
al bonsái, y le cortaste
sin piedad
las ramas tiernas
como si te cortaras las uñas,

mientras yo no podía dejar de pensar
en las mujeres chinas
trastabillando
sobre los pies vendados.
Acá en el jardín,

donde el precio de la belleza
es en parte el dolor, nos arrodillamos
sobre el suelo resiliente
en un intento de fraternizar con la tierra
en la que nos vamos a convertir.

Mucho después del Edén,
la imaginación florece
con toda su maleza indómita.
Sueño con el sabor
efímero de las peras.



Estoy aprendiendo a abandonar el mundo

Estoy aprendiendo a abandonar el mundo
antes de que él me abandone a mí.
Ya renuncié a la luna
y a la nieve, cerrando las persianas
a las demandas de lo blanco.
Y el mundo se llevó 
a mi padre, a mis amigos.
Sacrifiqué las líneas melódicas de las colinas,
mudándome a un paisaje monótono y llano.
Y todas las noches entrego mi cuerpo
miembro a miembro, de abajo hacia arriba
a través de mis huesos, hacia el corazón.
Pero llega la mañana con los pequeños
indultos del café y el canto de los pájaros.
Un árbol atrás de la ventana que hasta hace
unos segundos era nada más que una sombra 
recupera sus ramas 
hoja por hoja.
Y mientras yo recupero el cuerpo,
el sol recuesta su hocico caliente en mi regazo
como para hacer las paces.




Versiones en castellano de Sandra Toro



In the Garden

I tell my dog to sit
and he sits
and I give him 
a biscuit.
I tell him to come
and he comes
and sits, 
and I give him
a biscuit
again.
I tell my dog Lie Down!
and he sits,
looking up
at me with trust
and adoration.
I pause.
I give him
a biscuit.
This is the beginning 
of love and
disobedience.
I was never meant
to be a god.



All I Want to Say


A painter can say all he wants to with fruit 
or flowers or even clouds. 
Edouard Manet
When I pass you this bowl
of Winesaps, do I want to say: 
here are some rosy spheres
of love, or lust–emblems
of all those moments after Eden
when a pinch of the forbidden
was like spice on that first apple? 
Or do I simply mean: I’m sorry, 
I was busy today; fruit is all
there is for dessert.

And when you picked
a single bloom from the fading bush
outside our window, 
were you saying that I am somehow
like a flower, or deserving of flowers? 
Were you saying
anything flowery at all? 
Or simply: here is the last rose
of November, please
put it in water.
But as for clouds, 
as for those white, voluptuous
cumuli floating overhead, 
they are not camels or pillows
or even the snowy peaks
of half-imagined mountains. 
They are the pure shapes of silence, 
and for now, yes. 
The clouds are saying
all I want to say.


The answering machine 

I call and hear your voice
on the answering machine
weeks after your death,
a fledgling ghost still longing
for human messages.

Shall I leave one, telling
how the fabric of our lives
has been ripped before
but that this sudden tear will not
be mended soon or easily?

In your emptying house, others
roll up rugs, pack books,
drink coffee at your antique table,
and listen to messages left
on a machine haunted

by the timbre of your voice,
more palpable than photographs
or fingerprints. On this first day
of this first fall without you,
ashamed and resisting

but compelled, I dial again
the number I know by heart,
thankful in a diminished world
for the accidental mercy of machines,
then listen and hang up.



Vermilion

Pierre Bonnard would enter
the museum with a tube of paint
in his pocket and a sable brush.
Then violating the sanctity
of one of his own frames
he’d add a stroke of vermilion
to the skin of a flower.
Just so I stopped you
at the door this morning
and licking my index finger, removed
an invisible crumb
from your vermilion mouth. As if
at the ritual moment of departure
I had to show you still belonged to me.
As if revision were

the purest form of love.


After an Absence

After an absence that was no one's fault
we are shy with each,
and our words seem younger than we are,
as if we must return to the time we met
and work ourselves back to the present,
the way you never read a story
from the place you stopped
but always start each book all over again.
Perhaps we should have stayed
tied like mountain climbers
by the safe cord of the phone,
its dial our own small prayer wheel,
our voices less ghostly across the miles,
less awkward than they are now.
I had forgotten the grey in your curls,
that splash of winter over your face,
remembering the younger man
you used to be.

And I feel myself turn old and ordinary,
having to think again of food for supper,
the animals to be tended, the whole riptide
of daily life hidden but perilous
pulling both of us under so fast.
I have dreamed of our bed
as if it were a shore where we would be washed up,
not this striped mattress
we must cover with sheets. I had forgotten
all the old business between us,
like mail unanswered so long that silence
becomes eloquent, a message of its own.
I had even forgotten how married love
is a territory more mysterious
the more it is explored, like one of those terrains
you read about, a garden in the desert
where you stoop to drink, never knowing

if your mouth will fill with water or sand.



Wind Chill

The door of winter
is frozen shut, 

and like the bodies
of long extinct animals, cars 

lie abandoned wherever
the cold road has taken them. 

How ceremonious snow is,
with what quiet severity 

it turns even death to a formal
arrangement. 

Alone at my window, I listen
to the wind, 

to the small leaves clicking

in their coffins of ice.  


Meditation By The Stove

I have banked the fires
of my body
into a small but steady blaze
here in the kitchen
where the dough has a life of its own,
breathing under its damp cloth
like a sleeping child;
where the real child plays under the table,
pretending the tablecloth is a tent,
practicing departures; where a dim
brown bird dazzled by light
has flown into the windowpane
and lies stunned on the pavement--
it was never simple, even for birds,
this business of nests.
The innocent eye sees nothing, Auden says,
repeating what the snake told Eve,
what Eve told Adam, tired of gardens,
wanting the fully lived life.
But passion happens like an accident
I could let the dough spill over the rim
of the bowl, neglecting to punch it down,
neglecting the child who waits under the table,
the mild tears already smudging her eyes.
We grow in such haphazard ways.
Today I feel wiser than the bird.
I know the window shuts me in,
that when I open it
the garden smells will make me restless.
And I have banked the fires of my body
into a small domestic flame for others

to warm their hands on for a while.


Espaliered Pear Trees

You tack the pear trees to the wall
in a mime of crucifixion—
their limbs splayed flat,
their leafed backs toward us—
and water them with a hose.

Last week you called the bonzai
living haiku, paring
its tender branches
as ruthlessly
as you would your nails,

while I could only think
of Chinese women
tottering
on their bound feet.
Here in the garden,

where the cost of beauty
is partly pain, we kneel
on the resilient ground
trying to befriend the soil
we must become.

Long after Eden,
the imagination flourishes
with all its unruly weeds.
I dream of the fleeting

taste of pears.


I am Learning to Abandon the World 

I am learning to abandon the world
before it can abandon me.
Already I have given up the moon
and snow, closing my shades
against the claims of white.
And the world has taken
my father, my friends.
I have given up melodic lines of hills,
moving to a flat, tuneless landscape.
And every night I give my body up
limb by limb, working upwards
across bone, towards the heart.
But morning comes with small
reprieves of coffee and birdsong.
A tree outside the window
which was simply shadow moments ago
takes back its branches twig
by leafy twig.
And as I take my body back
the sun lays its warm muzzle on my lap
as if to make amends.






LINDA PASTAN (EE.UU., 1932)