I
Todo se incendia
en la expansión de la primavera:
los pájaros, locos por volar;
las ramas, que estiran
sus hojas hacia la luz—
y cada cosa,
en forma, color y voz
grita ¡gozá!
Un tambor toca: un toque invernal.
La gaviota, el pasto y la muchacha
en el aire, en la tierra y en la cama
se unen al torbellino
de todo lo que resucita,
se reúne y se lanza
bien lejos de los muertos —
qué vida pueden controlar,
todo regresa al todo.
Un tambor toca: un toque invernal.
¿Qué bestia duda ahora,
envuelta en el aire sin nubes,
en quién se mantiene firme el deseo?
¿Qué labrador detiene su yunta
para patear un plato roto
o una moneda que su reja volteó?
¿A qué amantes preocupa
que un fantasma vaya a tocarlos?
Un tambor toca: un toque invernal.
Que la rueda gire
hasta que cada cosa creada,
con un grito y otro grito en respuesta,
espante los recuerdos.
Que todo suceda
hasta que un siglo de primaveras
con todos sus hombres enterrados
vuelvan a ponerse de pie sobre la tierra.
Un tambor toca: un toque invernal.
II
Este es el lugar donde naciste, este palacio diurno,
este milagro de vidrio cuyos salones, todos,
colma la luz como una música y brilla, pétalo suave
sobre tu rostro. Los rayos del sol son pródigos
en mostrarte detenida al borde de una imagen
para descifrar el nombre o con una mano
sobre una página cualquiera por un instante —
Las nubes proyectan sombras móviles sobre la tierra.
¿Estás lista para lo que traerá la noche?
El extraño que nunca va a mostrar su rostro,
pero pide entrar ¿Vas a recibir a tu destino
como si fuera el último, a servirle vino y pan sabiendo
que la partida se termina cuando juegue su as,
voltee la mesa y pase al cuarto que sigue?
III
Hay luna llena esta noche,
de tan brillante y definida hiere los ojos.
¿Y si arrasó
con toda quietud y certidumbre
a fin de llenar su copa
o de acuñar una segunda luna, un paraíso?—
porque de la tierra desaparecieron.
IV. Amanecer
Despertar y oír el canto
de un gallo en la distancia,
correr las cortinas
y ver volar las nubes—
qué raro es
para el corazón estar sin amor, y tan frío como todo eso.
V. El recluta
El condado del ego lo heredó
de quienes lo atendían como granjeros, tenía
todo el saber que ameritaba el estudio,
el desprecio necesario del bien y del mal,
pero un día de primavera invadieron su tierra,
un grupo de jinetes le preguntó secamente su nombre
y el líder declaró, en un dialecto distinto,
que empezaba una guerra de la que lo iban a culpar
y que debía ayudarlo. La condición que puso
se fundaba en un deseo de modestia
a fin de no perder su derecho natural; valiente,
porque nada hubiese sido más fácil que el reemplazo,
que no le iba a dar tiempo de ir más allá
con los detalles de su propia derrota y asesinato.
VI
Pateá el fuego, y que las llamas se liberen
para que traigan de vuelta las sombras.
Demorá la conversación con cualquier pretexto
hasta que venga la noche a descansar
mientras una campana da las dos.
Pero cuando el invitado
haya puesto un pie en el viento de la calle y se haya ido,
¿quién va a enfrentar
la pena instantánea de estar solo
o a mirar cómo crece triste
en la mente esta planta fecunda
de la indolencia estúpida?
VII
Los bronces de la mañana
soplan, destellan,
las praderas relumbran
con el rocío más fresco;
la aurora se reensambla.
Como un choque de platillos de oro
el cielo extiende sus alas
y cuelga el sol a la vista.
Aquí, donde no hay amor,
todo eso fue inútil
y me apartó del sueño,
que es frágil e inseguro.
Pero jamás se había vuelto
la Tierra tan brillante,
ni tan silenciosa,
ni tan de otro mundo.
VIII. Invierno
En el campo dos caballos,
dos cisnes en el río,
mientras el viento sopla
sobre un montón de cardos
apiñados como hombres
y una vez más
mis pensamientos
son chicos de rostro inquieto
que se despiertan, levantándose
de lugares enterrados
bajo los cielos que huyen.
Porque el frío del invierno
es la línea de un cisne
diagonal sobre el agua
y cada caballo, como una pasión
derrotada hace mucho,
agacha la cabeza
y oh, invaden
mi mente camuflada
hasta que la memoria suelta
el broche de sus caras –
y deja las corrientes atrás.
Luego el calor entero silba
en el viento que salta,
y los hombres ajados
se amontonan como cardos
rumbo a un lugar sin frutos;
los milagros, no obstante,
exhuman en cada rostro
la semilla fuerte y sedosa que al sol
estático, dorado, del invierno
le devuelve un orgullo
infinito y sin nubes.
IX
Trepando la colina con el viento ensordecedor
la sangre se desdoblaba, cargada orgullosamente
hasta las praderas donde pastaban los caballos blancos,
sobre bosques de pinos reverberaba como un corno
hasta que en la cima bajo los árboles brillantes gritó:
la sumisión es el único bien.
Que me vuelva un instrumento de cuerdas afinadas
para que todas las cosas hagan música cuando les dé la gana.
¿Cómo recordar esa música cuando la calle
oscurezca? Entre la lluvia y los lugares de piedra
solamente encuentro una tristeza antigua que cae,
solo caras de apuro y preocupación,
y el andar de los pies vulnerables de las chicas,
y el corazón en su eterno y silencioso arrodillarse.
X
En sueños, me dijiste:
besémonos,
en este cuarto, en esta cama,
pero después
no volvamos a vernos nunca más.
Al escuchar las últimas palabras,
no hubo noche de cría,
ni pájaro arrastrado por la tormenta,
ni raíz rodeada de escarcha
tan helados como mi corazón.
XI. Música nocturna
A la una aumentó el viento
y con él, el ruido
de los álamos negros.
Hacía tiempo que a los vivos
los habían llevado
por un delgado cordón
hasta su sueño
donde brillaban fanales
bajo un velo quieto
de cascadas.
Hacía tiempo que los muertos
se habían vuelto inofensivos en el suelo leve.
No había bocas
para beber del viento
ni ojo alguno
que aguzar en el cielo ancho,
sostén de las estrellas.
Solamente los árboles,
sonoros, altos, sibilantes
se estiraban: los álamos negros.
Y desde su soledad en llamas
cantaron las estrellas en sus cuencas toda la noche:
“sopla y que brille, sopla y que brille
la brasa de este mundo demorado”.
XII
Como el traqueteo del tren,
lo veloz del lenguaje hace vibrar los labios
de la azafata polaca en el asiento del rincón.
El sol que se acorta y se bambolea
le ilumina las pestañas, perfila
la vivacidad filosa de su hueso.
Aparta el cabello hacia atrás, salvaje y controlado:
gestos así parpadean
como los robles ingleses
tras la ventana de su conversación extranjera.
El tren cruza corriendo lo salvaje
de las ciudades. Los kilómetros martillados
se multiplican detrás de su cara.
Y toda humanidad carece de interés
ante su belleza angulosa,
como una espiral de notas que se agolpara
en la garganta de un pájaro para emitir sin ton ni son
una voz, que a través del
cielo escrito
regase un lugar hecho de rocas.
XIII
Pongo mi boca
cerca del agua que corre:
fluya hacia el norte o fluya hacia el sur,
eso no importa,
no es amor lo que vas a encontrar.
Se lo dije al viento
y se llevó mis palabras:
no es amor lo que vas a encontrar,
solamente los pájaros de lengua brillante,
solamente una luna sin hogar.
No es amor lo que vas a encontrar:
no tenés miembros
que supliquen reposo, no tenés mente
que tiemble con el ángel,
no tenés muerte que te venga a buscar.
XIV. Cuento para niños
De lo único que me acuerdo es
del jinete, de los arbustos iluminados por la luna,
del ruido de cascos que de pronto se detuvieron en el campo,
de la mano que encontró la puerta sin cerrojo:
y me acuerdo del cuarto donde llevaron
al ahorcado negro a la luz de las velas y de una especie
de cena que le dejaron como una burla, porque aunque
su lugar estaba puesto, no había más
que un plato de peltre sin lustrar
con la carcasa vacía de un cuervo negro.
Y cada viaje que hago
me conduce, como a él en la historia,
a una nueva emboscada, a un nuevo error:
y cada viaje que empiezo presagia
un hastío del amanecer, diseminado
en besos de cuervo, en despedidas de cuervo.
XV. La bailarina
¿A la mariposa
o a la hoja que cae?
¿A cuál debo imitar
con mi danza?
¿Y si tuviera que admitir
que el mundo tejido por sus pies
no tiene hojas, que es incompleto?
¿Y si lo abandonara,
si interrumpiera la danza giratoria
y soltara al público?
Entonces la luna andaría delirando,
la luna, la luna sin ancla
viraría hacia la tierra
para la catástrofe de un beso.
XVI
A eso de la una se vacía la botella;
a las dos, se cierra el libro;
a las tres, los amantes se separaron,
se acabó el amor y su comercio.
Y ahora las manos de relojes luminosos
muestran que son más de las cuatro,
el momento de la noche en que los vientos perdidos
perturban la oscuridad.
Y estoy harto de querer dormir.
Tan harto, que casi puedo creer
que el río silencioso que mana de la cueva
no es fuerte ni es profundo,
sino solo una imagen
forjada en el concepto.
Me acuesto y espero la mañana, y los pájaros,
los primeros pasos en la calle sin barrer,
las voces de las chicas con las cabezas envueltas en sus bufandas.
XVII
Para
escribir una canción, dije,
triste
como el viento triste
que
camina alrededor de mi cama,
con una
simple caída
como la
llama de una vela que se hincha y adelgaza,
como una
cortina que se agita contra la pared
—para eso
tengo que visitar a los muertos.
La lápida
y la cruz mojada,
los
senderos que pisan los deudos,
un pájaro
solitario
invocan la
sombra de la pérdida.
Delineada
palabra por palabra.
Esas
piedras brillarían como oro
encima de
cada tumba empapada,
Esto no
lo había presagiado,
ni el
clamor de los pájaros ni
la imagen
que la mañana dio
de más y
siempre más,
como una
gran ola aumentada siete veces
que
arrojara su melena, múltiple,
derramándola en una costa sin fin.
XVIII
Si el
dolor pudiera consumirse
como una
brasa hundida,
el
corazón descansaría
y el alma
sin arriendo
estaría
quieta como un velo,
pero
estuve despierto toda la noche.
El fuego
se hace silencio,
la ceniza
gris se ablanda:
y yo
remuevo el terco pedernal
que
dejaron las llamas,
y el
dolor se agita, y el corazón
sordo yace impotente.
XIX. Hermana fea
Voy a
subir los treinta escalones hasta mi cuarto,
a
acostarme en mi cama
y a dejar
que la música, el violín, la corneta y el tambor
dormiten
en mi cabeza.
Dado que
en la adolescencia no fui embrujada
y
conducida al amor,
escucharé
a los árboles y la gracia de su silencio,
a los
vientos que pasan.
XX
Veo a una
chica a la que arrastran de las muñecas
por un
campo resplandeciente de nieve,
y en mí
no hay nada que se resista.
Alguna
vez no hubiera sido así,
alguna
vez me hubiera ahogado de celos impotentes.
Ahora parece
que carezco de sutilezas,
tan común
como las cosas que veo,
no soy ni
más ni menos que dos ojos débiles.
Hay nieve
por todas partes,
nieve
bajo una luz cegadora.
Incluso
la nieve le ensució el pelo
mientras
reía y forcejeaba simulando luchar,
y ni
siquiera me arrepiento.
Nada más
salvaje, nada más alegre que ella
se alza
en mí
ni lo
hará, aunque ya observé por una hora.
Entonces
sigo caminando. Tal vez lo que yo deseaba
—esa esperanza
larga y enfermiza de ser
como ella
un día— dio un parpadeo y expiró.
Por
primera vez estoy contento de ver
con qué
pocos ladrillos y cemento
tengo que
construir, sabiendo que nunca
ni en
setenta años podré ser más hombre
que ahora
—una bolsa de comida sobre dos palos.
Entonces
sigo caminando. Y el primer ladrillo ya está.
Si no, ¿cómo es que dos viejos andrajosos
que sacan
la basura con palas y una espada
llevan mi
mente otra vez al aullido febril?
¿cómo
podrían barrer a la chica de mi corazón
sin hacer
nada más
que
pararse al sol, tosiendo, y después
agacharse y palear nieve en una carretilla?
La
belleza me seca la garganta.
Ahora ellos
expresan
lo
que significa usar un abrigo raído,
toda
acción ejecutada con paciente desesperanza.
Todo
aquello que ignora los silencios de la muerte,
sin
pensar más allá de lo que la mano puede tomar,
todo lo
que envejece
y sin
embargo funciona inútilmente con el aliento entrecortado.
¡Al
carajo las rimas explicativas!
¡Ser esa
chica! —pero eso es imposible,
mi tarea
es aprender todas las veces
que tengo
que inclinarme, y echar una palada:
mientras
viva me tengo que repetir
que todo
está reconstruido
a pala y
espada,
que cada
día insulso y cada acto desesperante
construyen los peñascos de los que salta el espíritu
— la
bestia más inocente,
tan
fabulosa que no duerme nunca.
Si puedo
sostener contra todo argumento
la imagen
de un unicornio blanco como la nieve,
cuando le
rece puede que por fin
baje
hasta mí por un santuario,
y me
deposite en las manos su cuerno dorado.
XXI
Soñé con
un brazo de tierra extendido
donde las
gaviotas volaban sobre una ola
que caía
a lo largo de kilómetros de arena;
y el
viento trepaba las cuevas
para
romper contra un jardín en sombras
cuyas
flores negras estaban muertas;
y a la
vuelta, una casa con la persiana baja
y una cama en la que dormíamos.
y una cama en la que dormíamos.
Yo dormía
y vos me despertabas
para
caminar por la costa gélida
de una
noche sin recuerdos,
hasta que
tu voz abandonó mi oído
hasta que
tus dos manos se retiraron
y quedé
vacío de lágrimas,
a la
orilla de un mar de ladrillos y calles
y de una
montaña de estrellas.
XXII
Un hombre
que camina por un andén desierto;
con el
alba , y la lluvia, aproximándose
a través
de un otoño que oscurece;
un hombre
que espera sin descanso un tren
mientras en
la calle el viento se vuelve salvaje
y golpea
cada casa cerrada, que parece
plegarse
sobre la seda oscura de los sueños,
una
caparazón de sueño que acuna a una esposa o a un hijo.
¿Quién
puede rastrear esa ambición
de pasar
cada día viajando a perpetuidad?
¿O engañar
esta hora en la que los amantes se reencuentran
con lo
insospechado en el corazón
cabalgando el viento
como gaviotas? ¿Qué labios dijeron
que la
puesta de las estrellas y el canto del gallo llaman a los desposeídos
al
próximo desierto, no sea que el amor
cave una
tumba alrededor de la cabeza que duerme todavía?
XXIII
¿Si las
manos pudieran liberarte, corazón,
adónde
volarías?
¿Lejos,
más allá de cada palmo
de tierra
que este cielo que pasa
vuelve
desolada? ¿Cruzarías
ciudad,
montaña y mar
si las
manos pudieran liberarte?
No
levantaría el pestillo;
porque
podría correr
a través
de los campos y los valles, atrapar
toda
belleza bajo el sol—
y aun así
terminar perdiendo:
no
encontraría brazo abierto, ni lecho
donde
descansar mi cabeza.
XXIV
Amor, ahora debemos separarnos: no dejemos que sea
catastrófico y amargo. En el pasado
ya hubo demasiado engaño y autocompasión:
hagamos que se acabe ahora, cuando por fin
nunca antes el sol cruzó con más audacia el cielo,
nunca tuvo un corazón más ansia de ser libre,
de derribar planetas, de destrozar los bosques. Vos y yo
ya no las contenemos; somos cáscaras que ven
cómo el grano se destina a un uso diferente.
Hay arrepentimiento. Siempre hay arrepentimiento.
Pero es mejor que nuestras vidas se desaten,
como dos veleros regidos por el viento, húmedos de luz,
que en un estuario rompen el curso establecido
y oscilando se alejan, y oscilando se pierden de vista.
XXV
La mañana se extendió otra vez
por las calles,
y de nuevo somos extraños
que se tienen que encontrar
¿cómo te digo que
anoche viniste en un sueño
sin que te invitara?
Y cómo olvidar
que derrochamos el amor
hablando de esto y aquello
como amigos, como quien
deja morir la pasión en el corazón.
Ahora, al ver cómo se expande el Oriente rojo,
me pregunto si el amor se puede alcanzar
en sueños, cuando no nos encontramos
más veces de las que puedo contar
con los dedos de una mano.
XXVI
Esto es lo primero
que entendí:
el tiempo es el eco de un hacha
en un bosque.
XXVII
Lo más pesado de las flores, la cabeza,
siempre cuelga sobre un lecho sin tormentas;
las manos que gobierna el corazón
al final serán destrenzadas por manos más oscuras;
cada sentido exultante
descordado hasta el silencio—
El sol a la deriva.
Y todos los recuerdos que vuelvan mejor
más allá de esta estación de disturbios
estarán sobre la tierra
que los dio a luz.
Como manzanas caídas, con el golpe
perderán su dulzura
y luego se pudrirán.
XXVIII
¿Es por ahora o para siempre,
que el mundo cuelga de un tallo?
¿Es el lugar del truco o de la cita,
el bosque que encontramos para caminar?
¿Son milagro o espejismo,
tus labios subiendo hasta los míos:
y los soles como bolas de malabarista,
son farsa o son señal?
Brillá, vos, mi ángel súbito,
rompé el miedo con tu frente y tu pecho,
yo te tomo ahora y para siempre,
para siempre es siempre ahora.
XXIX
Volcá esa juventud
que anega el corazón
en el cabello y en la boca;
tomá la parte de la tumba,
decí la verdad del hueso.
Arrojá esa juventud
esa joya de tu cabeza
ese bronce del aliento;
por temor a la muerte
caminá con los muertos.
XXX
De modo que ese día inmaduro agotaste tu cabeza
y el día se arrancó y sabía amargo,
como si aún llevara el frío entre las hojas.
En cambio
fue tu imagen recortada la que se hizo más dulce,
la que flotó, con ala tiesa, enfocada en el sol
a través de la incertidumbre y de los vendavales de vergüenza
soplada antes de dormirme. Ahora sos alguien
que no me atrevo a pensar: solamente un nombre
que repica a veces, como una creencia
incrustada hace mucho en el pasado inalterable.
El verano se rompió y se derramó. Ahora estamos a salvo.
Los días pierden la confianza y se pueden enfrentar
puertas adentro. Esta es tu hora, última y meticulosa ,
cortada y pegada: pasatiempo de un invierno de provincia.
XXXI. El barco del Norte
Leyenda
Vi tres barcos que navegaban,
sobre el mar, el mar empinado,
y el viento se alzó en el cielo matinal.
Uno estaba equipado para un largo viaje.
El primer barco viró al oeste
sobre el mar, el mar inquieto,
y el viento lo poseyó
y lo llevó a un país rico.
El segundo barco torció hacia el este
sobre el mar, el mar tembloroso,
y el viento lo acechó como a una fiera
para anclarlo, cautivo.
El tercer barco dobló hacia el norte
sobre el mar, sobre el mar oscurecido,
pero no le llegó ni un aliento
y las cubiertas brillaron de escarcha.
El cielo del norte se elevó alto y negro
sobre el mar orgulloso y sin frutos,
del este y del oeste volvieron los barcos
para bien o para mal:
Pero el tercero se fue bien lejos
hacia un mar inolvidable
bajo una estrella que manaba fuego.
Iba equipado para un largo viaje.
Canciones
65° N
Mi dormir se enfrió
con un sueño reiterado
en el que todas las cosas parecían
ir de acá para allá, en equilibrio
sobre el vacío, sobre las estrellas
a la deriva bajo el mundo.
Cada amanecer, cuando las olas
se arrojan con fuerza
se arrojan con fuerza
y caen sobre popa,
estoy despierto
para temer cada vez más
el viento que endereza la vela
el mar sin pájaros.
La luz golpea desde el hielo:
como quien, próximo a la muerte,
saborea el aliento tranquilo,
me atemorizo.
Ahora el negocio está hecho,
ese sueño se acerca.
70° N
Adivinación
“Vas a hacer un viaje largo,
a descansar en una cama extraña,
y una muchacha oscura va a besarte
tan suave como el pecho de un pájaro
que baja al atardecer
a cubrir su propio nido.
Así cubrirá tu boca
para que la memoria exclame
ante su rostro inclinado,
sabiendo que es el mismo
que hace mucho murió
con un nombre diferente”
75° N
Ventisca
De
repente, nubes de nieve
empezaron
a invadir el aire
como si
cayeran, enredadas
como la
cabellera espesa de una chica.
Algunos
vieron una bandada de cisnes
algunos, una flota de navíos
o una
sábana desplegada al viento,
pero la
nieve me tocó los labios
y más
allá de cualquier duda sé
que ahí parada está una chica
que no tendrá un amante
hasta que
me enrede en su pelo.
Por encima de 80° N
Una mujer
tiene diez garras,
cantaba borracho
el contramaestre;
más remota que Betelgeuse,
más
brillante que Orión
y que
Venus y Marte,
la
estrella arde en el océano;
“Una
mujer tiene diez garras”
cantaba borracho
el contramaestre.
XXXII
Esperando
el desayuno, mientras ella se peinaba
bajé la
mirada hacia el patio vacío del hotel
que
alguna vez pensaron para los coches. El empedrado estaba húmedo,
pero no devolvía
la luz al cielo encapotado,
hundido hasta los techos como estaba en la niebla.
Los
desagües y escaleras de incendio trepaban
delante
de los cuartos donde ardía aún la luz eléctrica:
Yo pensé:
mañana monótona, noche monótona.
Error:
porque las piedras dormían y la niebla
erraba, absolviéndolo
todo al tocarlo,
todavía colgada
como un aliento estático; las luces se encendieron,
puntos
de emoción intacta, más allá de los vidrios
la
ampolla descolorida del día derramó sin dolor
mi mundo
un año atrás, mi mundo perdido perdido
recortándose
como un ciervo extraviado otra vez cerca de mi sendero,
cuidando hasta
el más mínimo puñado de la mente. Me volví y la besé,
de pura
alegría, ladeando la balanza hacia el amor.
Pero, visitante
frágil,
estéril
como ciervo o campo sin forzar,
¿cómo
ibas a tenerme? mis promesas fueron
al
encuentro de tu gracia, se cerraron y corrieron como ríos,
pero solo
cuando lo elegiste. ¿Estás celosa de ella?
¿Vas a negarte
a venir hasta que la haya
expulsado
definitivamente y viva
en parte
inválido, en parte niño y en parte santo?
THE NORTH SHIP
I
to Bruce Montgomery
All catches alight
At the spread of spring:
Birds crazed with flight
Branches that fling
Leaves up to the light –
Every one thing,
Shape, colour and voice,
Cries out, Rejoice!
A
drum taps: a wintry drum.
Gull, grass and girl
In air, earth and bed
Join the long whirl
Of all the resurrected,
Gather up and hurl
Far out beyond the dead
What life they can control –
All runs back to the whole.
A drum taps: a wintry drum.
What beasts now hesitate
Clothed in cloudless air,
In whom desire stands straight?
What ploughman halts his pair
To kick a broken plate
Or coin turned up by the share?
What lovers worry much
That a ghost bids them touch?
A
drum taps: a wintry drum.
Let the wheel spin out,
Till all created things
With shout and answering shout
Cast off rememberings;
Let it all come about
Till centuries of springs
And all their buried men
Stand on the earth again.
A
drum taps: a wintry drum.
II
This was your place of birth, this daytime palace,
This miracle of glass, whose every hall
The light as music fills, and on your face
Shines petal-soft; sunbeams are prodigal
To show you pausing at a picture's edge
To puzzle out the name, or with a hand
Resting a second on a random page –
The clouds cast moving shadows on the land.
Are you prepared for what the night will bring?
The stranger who will never show his face,
But asks admittance; will you greet your doom
As final; set him loaves and wine; knowing
The game is finished when he plays his ace,
And overturn the table and go into the next room?
III
The moon is full tonight
And hurts the eyes, It is so definite and bright.
What if it has drawn up
All quietness and certitude of worth
Wherewith to fill its cup,
Or mint a second moon, a paradise? –
For they are gone from earth.
IV Dawn
To wake, and hear a cock
Out of the distance crying,
To pull the curtains back
And see the clouds flying –
How strange it is
For the heart to be loveless, and as cold as these.
V Conscript
for James Ballard Sutton
The ego's county he inherited
From those who tended it like farmers; had
All knowledge that the study merited,
The requisite contempt of good and bad;
But one Spring day his land was violated;
A bunch of horsemen curtly asked his name,
Their leader in a different dialect stated
A war was on for which he was to blame,
And he must help them. The assent he gave
Was founded on desire for self-effacement
In order not to lose his birthright; brave,
For nothing would be easier than replacement,
Which would not give him time to follow further
The details of his own defeat and murder.
VI
Kick up the fire, and let the flames break loose
To drive the shadows back;
Prolong the talk on this or that excuse,
Till the night comes to rest
While some high bell is beating two o'clock.
Yet when the guest
Has stepped into the windy street, and gone,
Who can confront
The instantaneous grief of being alone?
Or watch the sad increase
Across the mind of this prolific plant,
Dumb idleness?
VII
The horns of the morning
Are blowing, are shining,
The meadows are bright
With the coldest dew;
The dawn reassembles.
Like the clash of gold cymbals
The sky spreads its vans out
The sun hangs in view.
Here, where no love is,
All that was hopeless
And kept me from sleeping
Is frail and unsure;
For never so brilliant,
Neither so silent
Nor so unearthly, has Earth grown before.
VIII Winter
In the field, two horses,
Two swans on the river,
While a wind blows over
A waste of thistles
Crowded like men;
And now again
My thoughts are children
With uneasy faces
That awake and rise
Beneath running skies
From buried places.
For the line of a swan
Diagonal on water
Is the cold of winter,
And each horse like a passion
Long since defeated
Lowers its head,
And oh, they invade
My cloaked-up mind
Till memory unlooses
Its brooch of faces –
Streams far behind.
Then the whole heath whistles
In the leaping wind,
And shrivelled men stand
Crowding like thistles
To one fruitless place;
Yet still the miracles
Exhume in each face
Strong silken seed,
That to the static
Gold winter sun throws back
Endless and cloudless pride.
IX
Climbing the hill within the deafening wind
The blood unfurled itself, was proudly borne
High over meadows where white horses stood;
Up the steep woods it echoed like a horn
Till at the summit under shining trees It cried:
Submission is the only good;
Let me become an instrument sharply stringed
For all things to strike music as they please.
How to recall such music, when the street
Darkens? Among the rain and stone places
I find only an ancient sadness falling,
Only hurrying and troubled faces,
The walking of girls' vulnerable feet,
The heart in its own endless silence kneeling.
X
Within the dream you said:
Let us kiss then,
In this room, in this bed,
But when all's done
We must not meet again.
Hearing this last word,
There was no lambing-night,
No gale-driven bird
Nor frost-encircled root
As cold as my heart.
XI Night-Music
At one the wind rose,
And with it the noise
Of the black poplars.
Long since had the living
By a thin twine
Been led into their dreams
Where lanterns shine
Under a still veil
Of falling streams;
Long since had the dead
Become untroubled In the light soil.
There were no mouths To drink of the wind,
Nor any eyes
To sharpen on the stars'
Wide heaven-holding,
Only the sound
Long sibilant-muscled trees
Were lifting up, the black poplars.
And in their blazing solitude
The stars sang in their sockets through the night:
'Blow bright, blow bright
The coal of this unquickened world.'
XII
Like the train's beat
Swift language flutters the lips
Of the Polish airgirl in the corner seat.
The swinging and narrowing sun
Lights her eyelashes, shapes
Her sharp vivacity of bone.
Hair, wild and controlled, runs back:
And gestures like these
English oaks
Flash past the windows of her foreign talk.
The train runs on through wilderness
Of cities. Still the hammered miles
Diversify behind her face.
And all humanity of interest
Before her angled beauty falls,
As whorling notes are pressed
In a bird's throat, issuing meaningless
Through written skies; a voice
Watering a stony place.
XIII
I put my mouth
Close to running water:
Flow north, flow south,
It will not matter,
It is not love you will find.
I told the wind:
It took away my words:
It is not love you will find,
Only the bright-tongued birds,
Only a moon with no home.
It is not love you will find:
You have no limbs
Crying for stillness, you have no mind
Trembling with seraphim,
You have no death to come.
XIV Nursery Tale
All I remember is
The horseman, the moonlit hedges,
The hoofbeats shut suddenly in the yard,
The hand finding the door unbarred:
And I recall the room where he was brought,
Hung black and candlelit; a sort
Of meal laid out in mockery; for though
His place was set, there was no more
Than one unpolished pewter dish, that bore
The battered carcase of a carrion crow.
So every journey that I make
Leads me, as in the story he was led,
To some new ambush, to some fresh mistake:
So every journey I begin foretells
A weariness of daybreak, spread
With carrion kisses, carrion farewells.
XV The Dancer
Butterfly
Or falling leaf,
Which ought I to imitate
In my dancing?
And if she were to admit
The world weaved by her feet
Is leafless, is incomplete?
And if she abandoned it,
Broke the pivoted dance,
Set loose the audience?
Then would the moon go raving,
The moon, the anchorless
Moon go swerving
Down at the earth for a catastrophic kiss.
XVI
The bottle is drunk out by one;
At two, the book is shut;
At three, the lovers lie apart,
Love and its commerce done;
And now the luminous watch-hands
Show after four o'clock,
Time of night when straying winds
Trouble the dark.
And I am sick for want of sleep;
So sick, that I can half-believe
The soundless river pouring from the cave
Is neither strong, nor deep;
Only an image fancied in conceit.
I lie and wait for morning, and the birds,
The first steps going down the unswept street,
Voices of girls with scarves around their heads.
XVII
To write one song, I said,
As sad as the sad wind
That walks around my bed,
Having one simple fall
As a candle-flame swells, and is thinned,
As a curtain stirs by the wall
— For this I must visit the dead.
Headstone and wet cross,
Paths where the mourners tread,
A solitary bird,
These call up the shade of loss.
Shape word to word.
That stones would shine like gold
Above each sodden grave,
This, I had not foretold,
Nor the birds’ clamour, nor
The image morning gave
Of more and ever more,
As some vast seven-piled wave,
Mane-flinging, manifold,
Streams at an endless shore.
XVIII
If grief could burn out
Like a sunken coal
The heart would rest quiet
The unrent soul
Be as still as a veil
But I have watched all night
The fire grow silent
The grey ash soft
And I stir the stubborn flint
The flames have left
And the bereft
Heart lies impotent.
XIX Ugly sister
I will climb thirty steps to my room,
lie on my bed;
let the music, the violin, cornet and drum
drowse from my head.
Since I was not bewitched in adolescence
and brought to love,
I will attend to the trees and their gracious silence,
to winds that move.
XX
I see a girl dragged by the wrists
Across a dazzling field of snow,
And there is nothing in me that resists.
Once it would not be so;
Once I should choke with powerless jealousies,
But now I seem devoid of subtlety,
As simple as things I see,
Being no more, no less, than two weak eyes.
There is snow everywhere,
Snow in one blinding light.
Even snow smudged in her hair
As she laughs and struggles, and pretends to fight;
And still I have no regret;
Nothing so wild, nothing so glad as she
Rears up in me,
And would not, though I watched an hour yet.
So I walk on. Perhaps what I desired
- That long and sickly hope, someday to be
As she is - gave a flicker and expired;
For the first time I'm content to see
What poor mortar and bricks
I have to build with, knowing that I can
Never in seventy years be more a man
Than now - a sack of meal upon two sticks.
So I walk on. And yet the first brick's laid.
Else how should two old ragged men
Clearing the drifts with shovels and a spade
Bring up my mind to fever-pitch again?
How should they sweep the girl clean from my heart,
With no more done
Than to stand coughing in the sun,
Then stoop and shovel snow onto a cart?
The beauty dries my throat.
Now they express
All that's content to wear a worn-out coat,
All actions done in patient hopelessness.
All that ignores the silences of death,
Thinking no further than the hand can hold,
All that grows old,
Yet works on uselessly with shortened breath.
Damn all explanatory rhymes!
To be that girl! - but that's impossible;
For me the task's to learn the many times
When I must stoop, and throw a shovelful:
I must repeat until I live the fat
That everything's remade
With shovel and spade;
That each dull day and each despairing act
Builds up the crag from which the spirit leaps
- The beast most innocent
That is so fabulous it never sleeps;
If I can keep against all argument
Such image of a snow-white unicorn,
That as I pray it may for sanctuary
Descent at last to me,
And put into my hand its golden horn.
XXI
I dreamed of an out-thrust arm of land
Where gulls blew over a wave
That fell along miles of sand;
And wind climbed up the caves
To tear at a dark-faced garden
Whose black flowers were dead,
And broke round a house we slept in,
A drawn blind and a bed.
I was sleeping, and you woke me
To walk on the chilled shore
Of a night with no memory,
Till your voice forsook my ear
Till your two hands withdrew
And I was empty of tears,
On the edge of a bricked and streeted sea
And a cold hill of stars.
XXII
One man walking a deserted platform;
Dawn coming, and rain,
Driving across a darkening autumn;
One man restlessly waiting a train
While round the streets the wind runs wild,
Beating each shuttered House, that seems
Folded full of the dark silk of dreams,
A shell of sleep cradling a wife or child.
Who can this ambition trace,
To be each dawn perpetually journeying?
To trick this hour when lovers re-embrace
With the unguessed-at heart riding
The winds as gulls do? What lips said
Starset and cockcrow call the dispossessed
On to the next desert, lest
Love sink a grave round the still-sleeping head?
XXIII
If hands could free you, heart,
Where would you
fly?
Far, beyond every part
Of earth this running sky
Makes desolate?
Would you cross
City and hill and sea,
If hands could
set you free?
I would not lift the latch;
For I could run
Through fields, pit-valleys, catch
All beauty under the sun—
Still end in loss:
I should find no bent arm, no bed
To rest my head.
XXIV
Love, we must part now: do not let it be
calamitous and bitter. In the past
there has been too much moonlight and self-pity:
let us have done with it: for now at last
never has sun more boldly paced the sky,
never were hearts more eager to be free,
to kick down worlds, lash forest; you and I
no longer hold them; we are husks, that see
the grain going forward to a different use.
There is regret. Always, there is regret.
But is better that our lives unloose,
as two tall ships, wind-mastered, wet with light,
break from an estuary with their courses set,
and waving part, and waving drop from sight.
XXV
Morning has spread again
Through every street,
And we are strange again;
For should we meet
How can I tell you that
Last night you came
Unbidden, in a dream?
And how forget
That we had worn down love good-humouredly,
Talking in fits and stars
As friends, as that will be
Who have let passion die within their hearts.
Now, watching the red east expand,
I wonder love can have already set
In dreams, when we've not met
More times than I can number on one hand.
XXVI
This is the first thing
I have understood:
Time is the echo of an axe
Within a wood.
XXVII
Heaviest of flowers, the head
Forever hangs above a stormless bed;
Hands that the heart can govern
Shall be at last by darker hands unwoven;
Every exultant sense
Unstrung to silence —-
The sun drift away.
And all the memories that best
Run back beyond this season of unrest
Shall lie upon the earth
That gave them birth.
Like fallen apples, they will lose
Their sweetness at the bruise
And then decay.
XXVIII
Is it for now or for always,
The world hangs on a stalk?
Is it a trick or a trysting-place,
The woods we have found to walk?
Is it a mirage or miracle,
Your lips that lift at mine:
And the suns like a juggler's juggling balls,
Are they a sham or a sign?
Shine out, my sudden angel,
Break fear with breast and brow,
I take you now and for always,
For always is always now.
XXIX
Pour away that youth
That overflows the heart
Into hair and mouth;
Take the grave`s part,
Tell the bone`s truth.
Throw away that youth
That jewel in the head
That bronze in the breath;
Walk with the dead
For fear of death.
XXX
So through that unripe day you bore your head
And the day was plucked and tasted bitter,
As if still cold among the leaves
Instead
It was your severed image that grew sweeter,
That floated, wing-stiff, focused in the sun
Along uncertainty and gales of shame
Blown out before I slept. Now you are one
I dare not think alive: only a name
That chimes occasionally, as a belief
Long since embedded in the static past.
Summer broke and drained. Now we are safe.
The days lose cofidence, and can be faced
Indoors. This is your last, meticulous hour,
Cut, gummed: pastime of a provincial winter.
XXXI The North Ship
Legend
I saw three ships go sailing by,
Over the sea, the lifting sea,
And the wind rose in the morning sky,
And one was rigged for a long journey.
The first ship turned towards the west,
Over the sea, the running sea,
And by the wind was all possessed
And carried to a rich country.
The second ship turned towards the east,
Over the sea, the quaking sea,
And the wind hunted it like a beast
To anchor in captivity.
The third ship drove towards the north,
Over the sea, the darkening sea,
But no breath of wind came forth,
And the decks shone frostily.
The northern sky rose high and black
Over the proud unfruitful sea,
East and west the ships came back
Happily or unhappily:
But the third went wide and far
Into an unforgiving sea
Under a fire-spilling star,
And it was rigged for a long journey.
Songs
65° N
My sleep is made cold
By a recurrent dream
Where all things seem
Sickeningly to poise
On emptiness, on stars
Drifting under the world.
When waves fling loudly
And fall at the stern,
I am wakened each dawn
Increasingly to fear
Sail-stiffening air,
The birdless sea.
Light strikes from the ice:
Like one who near death
Savours the serene breath,
I grow afraid,
Now the bargain is made,
That dream draws close.
70° N
Fortunetelling
'You will go a long journey,
In a strange bed take rest,
And a dark girl will kiss you
As softly as the breast
Of an evening bird comes down
Covering its own nest.
'She will cover your mouth
Lest memory exclaim
At her bending face,
Knowing it is the same
As one who long since dies
Under a different name.'
75° N
Blizzard
Suddenly clouds of snow
Begin assaulting the air,
As falling, as tangled
As a girl’s thick hair.
Some see a flock of swans,
Some a fleet of ships
Or a spread winding-sheet,
But the snow touches my lips
And beyond all doubt I know
A girl is standing there
Who will take no lovers
Till she winds me in her hair.
Above 80° N
A woman has ten claws,
Sang the drunken boatswain;
Farther than Betelgeuse,
More brilliant than Orion
Or the planets Venus and Mars,
The star flames on the ocean;
'A woman has ten claws,'
Sang the drunken boatswain.
XXXII
Waiting for breakfast, while she brushed her hair,
I looked down at the empty hotel yard
Once meant for coaches. Cobblestones were wet,
But sent no light back to the loaded sky,
Sunk as it was with mist down to the roofs.
Drainpipes and fire-escape climbed up
Past rooms still burning their electric light:
I thought: Featureless morning, featureless night.
Misjudgment: for the stones slept, and the mist
Wandered absolvingly past all it touched,
Yet hung like a stayed breath; the lights burnt on,
Pin-points of undisturbed excitement; beyond the glass
The colourless vial of day painlessly spilled
My world back after a year, my lost lost world
Like a cropping deer strayed near my path again,
Bewaring the mind’s least clutch. Turning, I kissed
her,
Easily for sheer joy tipping the balance to love.
But, tender visiting,
Fallow as a deer or an unforced field,
How would you have me? Towards your grace
My promises meet and lock and race like rivers,
But only when you choose. Are you jealous of her?
Will you refuse to come till I have sent
Her terribly away, importantly live
Part invalid, part baby, and part saint?
PHILIP LARKIN (GRAN BRETAÑA, 1922-1985).