Foto: "La Passion de Jeanne d'Arc", C. T. Dreyer (1928)
Ayer me enteré,
(se puede creer, o tal vez sólo es un
falso rumor,
que me detengo en uno de esos sucios chismes que se circulan
entre fregaderos y letrinas cuando se tiran las comidas
que una vez más han sido engullidas,)
ayer me enteré
de una de las prácticas oficiales más impresionantes de las
escuelas públicas norteamericanas y que sin duda hacen que
ese país se crea a a cabeza del progreso.
Parece que entre los exámenes o pruebas que debe
soportar un niño que entra por primera vez
a una escuela pública,
se verifica la llamada prueba del líquido seminal
o del esperma
que consistiría en pedirle al pequeño recién llegado un poco
y conservarlo así preparado para cualquier tentativa
de fecundación artificial que pudiera llevarse a cabo
en el futuro.
Pues los norteamericanos descubren día a día
que carecen de brazos y de niños
es decir no de obreros, sino de soldados
y quieren a toda costa y por todos los medios posibles
hacer y fabricar soldados
con vistas a las guerras planetarias
que de forma ulterior pudieran acaecer
y que estarían destinadas a mostrar
por las virtudes aplastantes de la fuerza
la excelencia de los productos norteamericanos
y de los frutos del sudor norteamericano en todos
los campos de la actividad y del dinamismo
posible de la fuerza.
Porque hay que producir, hay que, por todos
los medios de la actividad viable, reemplazar
la naturaleza dondequiera que pueda ser reemplazada,
hay que encontrar un campo mayor para
la inercia humana,
es preciso que el obrero tenga de qué ocuparse,
es preciso que se creen nuevos campos de actividad
donde se alzará por fin el reino de todos
los falsos productos fabricados,
de todos los inmorales sucedáneos sintéticos,
donde la hermosa, la legítima naturaleza no tendrá
nada que hacer,
y deberá ceder su lugar de una vez por todas y
de modo vergonzoso a los triunfales productos
de la sustitución,
allí, el esperma de todas las usinas de fecundación artificial
hará maravillas para producir armadas y acorazados.
No más frutas, no más árboles, no más plantas farmacéuticas
o no y en consecuencia no más alimentos,
sino productos de la síntesis a saciedad...
sino productos de síntesis, a la saciedad,
en los vapores,
en los humores especiales de la atmósfera,
en los ejes particulares de las atmósferas
arrebatas a la potencia de una naturaleza
que de la guerra sólo conoció
el miedo.
Y viva la guerra, ¿no es cierto?
Porque, fue así, ¿verdad?, que los norteamericanos
prepararon y preparan la guerra paso a paso.
Para defender esta fabricación
insensata de las competencias que
surgirían de inmediato en todas
partes,
se necesitan soldados, armadas, aviones,
acorazados.
Parecería que
por esta razón los gobiernos de
Norteamérica
tuvieron el desparpajo de pensar en ese
esperma.
Puesto que, nosotros, los nacidos
capitalistas, tenemos más de un enemigo
que nos vigila, hijo mío,
y entre esos enemigos,
la Rusia de Stalin
que tampoco carece de brazos armados.
Todo eso está muy bien,
pero yo no sabía que los norteamericanos
fueran
un pueblo tan guerrero.
Cuando se combate se reciben heridas
vi a muchos norteamericanos
en la guerra peor siempre tenían delante
de ellos inconmensurables armadas de
tanques,
de aviones, de acorazados que les servían
como escudo.
Vi pelear a las máquinas
y sólo divisé muy atrás, en el infinito,
a los hombres que las conducían.
Frente al pueblo que hace comer a sus
caballos,
a sus bueyes y a sus asnos las últimas
toneladas
de morfina legítima que poseen
para reemplazarla por sucedáneos de humo,
prefiero al pueblo que come a ras de la
tierra
el delirio de donde nació,
hablo de los Tarahumaras que comen el
Peyote
a ras del suelo mientras nace
y que mata al sol para instalar el
reino
de la noche negra,
que desintegra la cruz para que los
espacios del espacio
no puedan encontrarse y cruzarse
nunca más.
Van a escuchar ahora la danza
del TUTUGURI.
TUTUGURI
El rito del sol
negro
Y abajo, al pie
del declive amargo,
cruelmente
desesperado del corazón,
se abre el círculo
de las seis cruces,
abajo,
muy abajo
como encajado en
la tierra madre,
desencajado del
abrazo inmundo de la madre
que
babea,
la tierra del
carbón negro
es el único lugar
húmedo
en esta grieta de
roca.
El rito consiste
en que el nuevo sol pase por siete puntos
antes de estallar
en el orificio de la tierra.
Hay seis hombres,
uno por cada sol
y un séptimo
hombre
vestido de negro y
de carne roja
que es el sol
violento.
Este séptimo hombre
es un caballo,
un caballo con un
hombre que lo acompaña.
Pero el caballo
es el sol
no el hombre.
Al ritmo
desgarrante de un tambor y de una trompeta larga,
extraña,
los seis hombres
que estaban
acostados,
enroscados a ras
de la tierra
brotan de manera
sucesiva como
girasoles
no soles
sino suelos que
giran,
lotos de agua,
y cada brote
se corresponde con
el gong cada vez más sombrío
y contenido
del tambor
hasta que de
pronto se ve llegar a todo galope,
con una velocidad
de vértigo,
al último sol,
al primer hombre,
al caballo negro y sobre él
un hombre desnudo
todo desnudo
y virgen.
(sobre él)
Después de saltar,
avanzan describiendo
meandros
circulares
y el caballo de
carne sangrante se enloquece
y caracolea sin
cesar
en la cima de su
risco
hasta que los seis
hombres
terminan de rodear
las seis cruces.
La tensión mayor
del rito es precisamente
LA ABOLICIÓN DE LA
CRUZ
Cuando terminan de
girar...
arrancan
las cruces de la
tierra
y el hombre
desnudo
sobre el caballo
enarbola
una inmensa
herradura
empapada en la
sangre de una cuchillada.
LA BÚSQUEDA DE LA
FECALIDAD
Allí donde huele a
mierda
huele a ser.
El hombre hubiera
podido muy bien no cagar,
no abrir al
bolsillo anal,
pero eligió cagar
como hubiera
elegido vivir
en vez de aceptar
vivir muerto.
Para no hacer
caca,
tendría que haber
consentido
no ser,
sin embargo, no se
decidió a perder
el ser,
es decir, a morir
mientras vivía.
Hay en la
existencia
algo en particular
tentador
para el hombre
y ese algo es
LA CACA
(aquí, rugido)
Para existir basta
con dejarse ser,
pero para vivir
hay que ser alguien,
hay que tener un
HUESO
hay que atreverse
a mostrar el hueso
y a olvidar el
alimento.
El hombre prefirió
más la carne
que la tierra de
los huesos.
Como no había más
que tierra y bosque de huesos
tuvo que ganarse
su alimento,
no había mierda
sólo hierro y
fuego,
y el hombre tuvo
miedo de perder la mierda
o más bien deseó la mierda
y para eso,
sacrificó la sangre.
Para tener mierda,
es decir carne,
donde sólo había
sangre
y chatarra de
osamentas,
donde no tenía
nada que ganar
y sí algo que
perder: la vida.
o reche modo
to edire
de za
tau dari
do padera coco
Entonces el hombre
se replegó y huyó.
Lo devoraron los
gusanos.
No fue una
violación.
Se prestó a
obscena comida.
Le encontró sabor,
aprendió por sí
mismo
a hacerse pendejo
y a comer carroña
de modo delicado.
Pero ¿de dónde
procede esa despreciable abyección?
De que el mundo no
está ordenado todavía,
o de que el hombre
sólo tiene una pequeña
idea del mundo
y quiere
conservarla eternamente.
Proviene de que,
un buen día,
el hombre
detuvo
la idea del mundo.
Se le ofrecían dos
caminos:
el infinito
exterior,
el ínfimo
interior.
Y eligió el ínfimo
interior,
donde sólo hay que
estrujar
el bazo
la lengua
el ano
el glande.
Y dios, dios mismo
aceleró
el movimiento.
Dios, ¿es un ser?
Si lo es, es la
mierda.
Si no lo es
no existe.
O bien sólo existe
como el vacío que
avanza con todas sus formas
y cuya
representación más perfecta
es la marcha de un
grupo incalculable de ladillas.
¿Está usted loco,
señor Artaud, y la misa?
Reniego del
bautizo y de la misa.
No hay acto humano
que, en el plano
erótico interno,
sea más pernicioso
que el descenso
del supuesto
Jesucristo
a los altares.
No me creerán
y desde aquí veo
cómo el público se encoge de hombros
pero el llamado
Cristo es quien
frente a la
ladilla-dios
aceptó vivir sin
cuerpo
mientras un
ejército de hombres,
descienden de la
cruz
a la que dios
creía haberlos clavado desde hacía mucho,
se rebeló
y ahora esos
hombres
armados con
hierro,
sangre,
fuego y osamentas
avanzan,
denostando al Invisible
para acabar de una
vez con el JUICIO DE DIOS.
EL PROBLEMA QUE SE
PLANTEA ES QUE...
Es grave advertir
que después del
orden
de este mundo
hay otro orden.
¿Cuál es?
No lo sabemos.
El número y el
orden de las suposiciones posibles
en ese ámbito
es de forma justa
¡el infinito!
¿Y qué es el
infinito?
No lo sabemos con
precisión.
Es una palabra
de las que nos
servimos
para indicar
la apertura
de nuestra
conciencia
a la posibilidad
desmesurada
inagotable y desmesurada.
¿Y qué es la
conciencia?
No lo sabemos con
certeza.
Es la nada.
Una nada
de la que nos
servimos
para indicar
cuando no sabemos
algo,
con respecto a qué
no lo sabemos
y entonces
decimos
conciencia
en cuanto a la
conciencia
pero hay muchos
otros aspectos.
¿Y entonces?
Parecería que la
conciencia
está ligada
en nosotros
al deseo sexual
y al hambre;
pero podría
muy bien
no estar ligada
a ellos.
Se dice,
se puede decir,
hay quienes dicen
que la conciencia
es un apetito,
el apetito de
vivir;
de inmediato
al lado del
apetito de vivir
aparece en el
espíritu
el apetito del
alimento
como si no hubiera
personas que comen
sin ninguna clase
de apetito
y que tienen
hambre.
Porque también
existen
quienes tienen
hambre
sin tener apetito;
¿Y entonces?
Entonces
un día
el espacio de la
posibilidad
se me presentó
como si me hubiera
tirado
un gran pedo;
pero no sabía con
exactitud qué eran
ni el espacio ,
ni la posibilidad,
y no experimentaba
la necesidad de pensarlo;
eran palabras
inventadas para
definir cosas
que existían
y no existían
frente a
la urgencia
apremiante
de una necesidad:
suprimir la idea,
la idea y su mito
y hacer reinar en
su lugar
la manifestación
tonante
de esa explosiva
necesidad:
dilatar el cuerpo
de mi noche interna,
de la nada interna
de mi yo
que es noche
nada,
irreflexión,
y que, sin
embargo, es una afirmación explosiva:
hay que darle
lugar
a algo,
a mi cuerpo.
Pero,
¿reducir mi cuerpo
a ese gas
hediondo?
¿Decir que tengo
un cuerpo
porque tengo un
gas hediondo
que se forma
dentro de mí?
No lo se
sin embargo
sé que
el espacio,
el tiempo,
la dimensión,
el devenir,
el futuro,
el porvenir,
el ser,
el no ser,
el yo,
el no yo,
no son nada para
mí;
en cambio hay una
cosa
que significa
algo,
una sola cosa
que debe
significar algo,
y que siento
porque quiere
SALIR:
la presencia
de mi dolor
de mi cuerpo,
la presencia
amenazadora
infatigable
de mi cuerpo;
aunque me acucien
con preguntas,
y yo niegue todas
las preguntas,
hay un punto
en el que me veo
forzado
a decir no,
NO
a la negación;
y llego a ese
punto
cuando me acosan,
me abruman,
me cuestionan
hasta que se aleja
de mí
el alimento
mi alimento
y su leche,
y ¿cuál es el
resultado?
Que me ahogo;
no sé si es una
acción
pero al acostarme
así con preguntas
hasta la ausencia
y la nada
de la pregunta,
me atormentaron
y sofocaron
en mí
la idea de cuerpo
y de ser un
cuerpo,
entonces sentí lo
obsceno
y me eché un pedo
arbitrario
de vicio
y en rebeldía
por mi asfixia.
Porque hostigaban
hasta mi cuerpo
hasta el cuerpo
y en ese momento
hice estallar todo
porque a mi cuerpo
nadie lo manosea.
CONCLUSIÓN
–Señor Artaud,
¿para qué le sirvió esta radiodifusión?
–En principio para
denunciar cierto número
de porquerías
sociales consagradas de manera oficial y
reconocidas.
1° La expulsión
del esperma infantil,
cedido de modo
benévolo por niños, con vistas
a una fecundación
artificial de fetos que aún
no han nacido
y verán la luz
dentro de un siglo o más.
2° Para denunciar
en ese mismo pueblo
norteamericano que
ocupa toda la superficie
del antiguo
contiente Indígena, una resurrección
del imperialismo
guerrero de la antigua América
que hizo que el
pueblo indígena anterior a Colón
fuera vilipendiado
por toda la humanidad precedente.
–Señor Artaud,
usted está diciendo cosas muy insólitas.
–Sí, digo algo
insólito, digo
que los Indígenas
anteriores a Colón era,
contra todo lo que
se pueda creer,
un pueblo
civilizado de forma extraña,
que conoció una
forma de civilización
basada en el
principio exclusivo
de la crueldad.
–Sabe usted qué es
con exactitud la crueldad?
–De ese modo no,
no lo sé.
La crueldad
consiste en extirpar por la sangre
hasta la sangre a
dios, al azar
bestial de la
inconsciente animalidad humana
en cualquier parte
donde se la pueda encontrar.
EL hombre, cuando
no se le reprime,
es un animal
erótico,
lleva adentro un
temblor inspirado,
una especie de
pulsación
productora de
bichos innumerables
que constituyen la
forma que los antiguos pueblos
terrestres atribuían
de modo universal
a dios.
Ello representaba
lo que se denomina un espíritu.
Ese espíritu procedente
de los indígenas de América
prevalece, en la
actualidad, bajo aspectos
científicos que
revelan un infeccioso
influjo mórbido,
un estado acusado
de vicio, pero de
un vicio que abunda en enfermedades
porque, pueden
reírse todo lo que quieran,
lo que se dio en
llamar microbios
es dios
¿saben ustedes con
qué hacen sus átomos
los rusos y los
norteamericanos?
los hacen con los
microbios de dios.
–Usted delira,
Señor Artaud, usted está loco.
–No deliro, no
estoy loco.
Afirmo que se
reinventaron los microbios
para imponer una
nueva idea de dios,
encontraron un
nuevo recurso para destacar
a dios y atraparlo
justo en su faceta
de nocividad
microbiana:
se trata de
clavarlo en el corazón,
donde los hombres
más lo aman,
bajo la forma de
la sexualidad enfermiza,
en esa siniestra
apariencia de crueldad mórbida,
que reviste
cuando, como ahora,
se complace en
convulsionar y enloquecer
a la humanidad.
Utiliza el
espíritu de pureza de una conciencia
que permaneció
cándida como la mía
para asfixiarla
con todas las falsas apariencias
que se derrama
universal en los espacios,
de esta manera
Artaud el momo puede representar
el papel de
alucinado.
–¿Qué quiere
decir, señor Artaud?
–Quiero decir que
encontré la forma
de terminar de una
vez por todas con ese
impostor y también
que si nadie cree ya en dios
todo el mundo cree
cada vez más en el hombre.
Ahora es preciso
castrar al hombre.
–¿Qué?¿Cómo?
Lo mire por donde
lo mire,
usted está loco,
loco de remate.
–Llevándolo por
última vez
a la mesa de
autopsias
para rehacerle su
anatomía.
El hombre está
enfermo porque está mal
construido.
Átenme si quieren,
pero tenemos que
desnudar al hombre
para arrancarle
ese microbio que lo pica
de forma mortal
- dios
y con dios
sus órganos
porque no hay nada
más inútil que un órgano.
Cuando ustedes le
hayan hecho un cuerpo
sin órganos lo
habrán liberado de todos
sus automatismos y
lo habrán devuelto
a su verdadera
libertad.
Entonces podrán
enseñarle a danzar al revés
como en el delirio
de los bailes populares
y ese revés será
su verdadero
lugar.
(Para acabar con el juicio de dios. Trad. de Francisco Satie y Alberto Ramír, México: Arsenal, 2004).
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