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agosto 04, 2012

POEMAS DE ALICIA GENOVESE





LA ESTRATEGA

                                      Mover las sombras es lo que se hace
                                      cuando no es posible discernir lo que
                                      está pensando el adversario
                                                                 MIYAMOTO MUSASHI

Fingir un ataque poderoso
para conocer en las reacciones
la intención del otro;
es lo que un maestro oriental llama
mover las sombras.

Pero no hubo respuestas;
los ejércitos no se desplegaron
en escuadra,
los barcos no izaron sus velas
en el viento de la furia,
ni partieron columnas de avanzada,
con sus petos inclinados
y su andar sigiloso.
Ningún guerrero solitario
saltó por detrás de la espesura
con una verdad afilada
como un sable legado por ancestros.

Nada que pudiera encontrarse
en el arte de la guerra;
apenas una contenida alteración
y unas palabras suaves
en el camino de los ojos;
sólo la palidez de quien intenta
relajar su movilidad;
una fineza experimentada
en el combate, que distingue
la clase de golpes,
por el pulso del corazón.

Un peligro mayor
deshacía su estrategia
y la del maestro oriental;
le descomprimía los músculos
y la invadía
con una inequívoca exudación;
estaba siendo amada,
más aún, debía aceptarlo.



LA CONDUCTORA

El auto coleó descontrolado
en la vía rápida;
en la curva conocida
a más de 100
el volantazo pavloviano
esquivó las rejas,
la ligustrina
y se clavó, entre una y otra
como en boxes;
daños mínimos
y dos gomas desinflándose

La conductora abrió la puerta
y bajó al lento
mundo del césped
Siguió la serpiente
de los neumáticos
en el asfalto,
sus obsesiones calcadas
en la huella de caucho,
y la muerte se le incrustó
en el estómago
como un volante

Vio lo cerca que está
lo que está a distancia
y el breve espacio
de maniobra
Recogió las tasas,
un trozo de retrovisor,
disuelta la golosina
de la velocidad;
deformadas las llantas
por la ley de Newton,
la inercia, la tristeza
que no puede saltearse
Recibió a los ángeles
en medio del tránsito urbano

Una nube blanca le atravesó
de lado a lado las sienes
y una respiración asmática
la curaba
cuando el paseador de perros
se acercó corriendo, preguntó
y la miró con ojos grandes:
caminaba
con movimientos normales
alrededor de sí


de "La hybris", Ed. Bajo la luna, Bs. As., 2007.



EL BAÑO

Hay una ducha al fondo
de la casa
y cada tardecita
después del calor, el río
los mates, las conversaciones
sudorosas en el porche
es la hora del baño
Atravieso los ligustros
dejo la toalla en una rama
el jabón
sobre un tronquito
hachado al ras; un mínimo
preparativo antes de hacer
correr
el agua
Fría al comienzo
después más tibia
llega la que el sol
abrasó en el tanque
de fibrocemento
el día entero
Al aire libre
la caña de ámbar
vuelve encantamiento,
el rito diario;
me lavo la cabeza
me bajo los breteles,
la malla y vigilo, casi
con inconsciente cuidado
que los sonidos sean
los habituales:
algún zorzal
que levanta vuelo
una gallineta que picotea
las últimas migas
en el pasto, esa quietud
atardeciendo
las casas vecinas
y la variedad inabarcable
de hojas y ramas en el monte
extasiadas rozándose
Me enjabono
la espalda, los hombros
arden y otra vez el agua
reciben plácidos,
más sensible
el borde sin solear
del cuerpo siempre enmallado;
los pelitos de la vulva emblanquecen
con la sedosa jabonada
y los pezones se agrandan
bajo las marcas
geométricas del escote
Abro por completo la ducha
y el caudal
cae a brochazos
casi helada me apura
fuera del letargo
de la respiración;
hasta que cierro y vuelvo
al calor de las telas
al sigilo en la toalla
mientras el agua
por la zanjita
perfumada corre
como un suspiro aliviado
como un instante amoroso
y su exigente vigilia
No sabe nadie
nadie presencia
mi tarde detrás
del arroyo;
piedrita que alguien regala
y al aceptarla toma
la forma de tu mano;
no tiene valor
no se cotiza
ni siquiera se pone
en una vitrina
de objetos exóticos;
se vive con poco
con nada
se hace un reino




LA GARZA
                                      Y esa garza como una diosa extraviada
                                      ¿qué hace?
                                                          SARA GALLARDO

Una garza nos visita
muy temprano,
bajó lenta y cerró las alas
con soberbia magnificencia;
cada paso en tierra,
tan distinto a su vuelo,
le fuerza el andar
le curva el cuello
Prudente, sin embargo,
sobre la orilla espera,
mientras el río calma de ondas,
su reflejo;
picotea algo,
quizá una mojarrita
que escapa, parpadea
la superficie, no es fácil
una presa en el agua
En diálogo cauto
con el paisaje,
la garza; un ojo
de naturalista experimental
en procura de alimento
y, aún sin conseguirlo,
una soltura autóctona
que levanta vuelo y atraviesa
la vegetación de lado a lado
Constancia y desapego
necesario para partir,
dejar lo inútil
reubicar desde el aire otra orilla,
otro tumulto sobre el monte
En exceso, conozco
la constancia
pero, con la garza, observo
el desapego, ese salir prudente
de la escena, como un arte
que no he sabido incorporar

Es el fin del verano
el río se aquieta,
pliego detalles
como hojas interiores
en la maraña de bambúes




PUERTO MADRYN

Arremangarse los vaqueros
que descalza
la playa se amolda
a los pies;
el mar es intratable
en la extensión fría, pero la arena
húmeda recibe
Resta un tramo de caminata
hasta los barcitos de la costa
y el mediodía invade el aire
con el olor a pescado
frito, fresco
La bajada trae
el alerta, el imprevisto
moverse de los cangrejos
y ráfagas heladas, impensables
para dormitar el cansancio;
anárquicas levantan
en la sequedad de los médanos
restallantes remolinos
Mientras encuentre plácida
esas andanadas
-se dice como quien
se mide en lo externo-
la carne no será crespuscular
La caparazón de un erizo
fráfil pero intacto
toca en su bolsillo,
una mesa afuera busca, dispuesta
a la intransigencia con el viento,
servilletas para escribir
o entrar a espiraladas sensaciones
Pero todavía, no se ha ganado
ese instante de compensación
punzante o maravilloso
que traspasa la simpleza;
nada aún sino el foco
sobre algunas acciones mínimas,
accesos que tientan
rugosos paralelos
Sólo el movimiento que ablanda
y desmarca
y deja que llegue
lo real, el mediotono inoculador
de la caminata y el día,
la escalera solar por donde reptan
sus animales nocturnos
Nada sino el tiempo sorbido
en los olores
en la erosión tangible de la playa;
nada excepto el momento
en que las cosas suceden.



LA CASA EN EL AIRE

junio 29

El terreno fue desmalezado
y la tierra apareció rugosa
como la piel de un recién nacido;

apilados los troncos
dominada la zarza en lo bajo
entré y con una vara
marqué la zona para rellenar,
poco alcanzado por el sol
un limo informe;
al darme vuelta
vi el círculo de árboles
donde iba a estar la casa
y permanecí en su interior
como en un campo gravitatorio;
era el aire, un soplo,
una bienvenida; concluía
un país extranjero
y el páramo invernal,
despoblado el monte
a machete, se reordenaba
con los nuevos
accesos de la luz;
supe de los lugares que te eligen
y se convierten en un centro
sólo con mostrarte
que hay tierra alrededor
que en un giro
se oxigena el futuro;
a la extensión desprovista,
me entregué, sin votos,
a esa soleada austeridad
me confié, sin liturgias;

la vara era tibia
como la primera chispa
y el comienzo, ése


septiembre 8

Echar arena fue traumático
dos barcos descargaron
armando largas tuberías
y el terreno comenzó
a emparejarse
y pensar en las plantas
encontró la prolija
aspereza del relieve

Los vecinos decían
que la hojarasca y el barro
de las mareas luego, sedimentan
van mezclando de oscuro
ese amarillo extranjero
ese color de otras costas
en una hibridación inevitable,
después el pasto crecería

Trepadoras secas tironeé
colgadas de árboles enormes
y espinas, poco visibles,
hicieron lo suyo
sin bondad artificiosa,
pero mientras duraba el mate, vi
un arbusto medio escondido
entre una parva mustia:

un membrillo que echaba
cantidad de flores blancas,
marfiles anticipos de otras,
rodeado, como estaba, por la arena;
confabulado, el libro
que traía en mi bolso
también se situó en el sitio
del devenir:

muestra tu rostro, decía Rũmĩ,
porque el huerto y el jardín de rosas
son mi deseo

y un sol nuboso de invierno
el desierto persa, quizás
o el amante más hostil
resistieran su pedido,
pero estas ramas se alargaron
como una cesta de mimbre
y las flores del membrillo fueron
talismanes, un nudo atado
contra la aridez

Restaba tomar la paciencia
que tienen los ojos del lugar,
nimio, el indicio alcanzaba
para agujerear la negación
y encenderla;
la tarde caía en los claros de rojo
que empezó a volcarse
como un vino temprano




AZAR Y NECESIDAD DEL BENTEVEO

Cualquiera diría que
con el follaje nuevo
con los despuntes verde agua
sobre el marrón traslúcido
de los troncos
volvían los pájaros
o mansa, la primavera se cumplía
más visible
en este extremo de la ciudad
Pero unas semanas atrás
había que ver a aquel benteveo
sobre el palo pelado de los árboles
golpeando las ramas
con su pico y su canto
como si ya oliese en la madera
la savia estallante
o incitase a las resinas
a hacer su trabajo
No por eso
habría que convertir
en causalidad el azar
distorsionar la materia,
el simple canto;
pero las azaleas de octubre
florecieron en septiembre
y las camelias extendieron su rito
de reinas invernales a pesar
del verde profuso
El benteveo con sus gafas
negras, como de pájaro
egipcio o maquillado
no ostentaba señas;
el inferos, lo celeste
eran datos de otro orden
para la oscuridad de los ojos
Algo ocurría y el benteveo
era el eslabón inestable
sobre la sequedad,
el desvío que anticipaba
con el enlace de hojas,
otros pájaros;
una de esas fluctuaciones
en las que el azar,
más imprudente,
altera la objetividad,
corrobora el cambio
La imagen del benteveo
en retrospectiva,
también, se arbolaba:
subía desde la memoria
a la flecha del tiempo
En ese terreno casi baldío
que para queja de los vecinos
permanecía dejado a su suerte
la naturaleza resolvía
su quehacer
necesario y fortuito
previsible y alterado
Baldío, también
el lugar donde una imagen
era raíz, si albergada,
y luego árbol deseado
no sólo entropía
y espontánea destrucción
En las notas repetidas del benteveo
esa composición que reordenaba
monótona los mismos elementos
en ese acorde exaltado; inexacto
al acompasar los duros golpes,
las ramas secas fueron
transitoriamente inertes
cumplidamente invernales



de "Química diurna", Ed. Alción, 2004.



Puente Avellaneda, Pueyrredón
Puente Alsina cambiado el nombre
en los mapas,
por el mismo zanjón del Riachuelo
Puente La Noria. Pasajes
al otro lado de la ciudad;

no son postales congeladas
mis idas y vueltas
sino pigmentos tornadizos
como la capa de asfalto
El paso capturado y la mirada
en la misma
agua grasosa que no absorbe
el desecho químico. Amargor
que queda flotando en la superficie
como en el cuerpo
lo inasimilable

Hay un pozo imantador
en este cruce
de puentes suburbanos
que en cada pasada
me desvía
hacia tiempos suspendidos
como hacia un carril
de detención
Petróleo muerto, desgastes
erosión obsesiva
que no ha logrado disolver
cierta hora de niebla temprana
y cielo opaco para llegar
al sitio de los comienzos
Más allá, del otro lado
el viento para en los oídos
y empieza la gravedad, la filigrana
de pequeños actos perecederos
y su trazo enmarañado
Pero aún sobre el puente, suspensa
puedo asir del trayecto
el goce a futuro
de la expectativa,
ese rocío ensoñado que fue
siempre a escondidas, una forma
instantánea de felicidad

***

El puente es el lugar del nómade
la única construcción que se permite
su fuga, su visa
su salvoconducto

De Colorado recuerdo
un pueblito fantasma
abandonado al correrse
la frontera del oro:
mecedoras quietas en los porches
sin peso, sin cuerpos;

carril de detención,
en tu zona de baja velocidad
tu pueblito fantasma,
espacio sobrecargado
y nadie, lugares
de mala combustión
Retardo, retorno
al paisaje ausente,
sustancia que no termina
de entenderse con el agua
ni se deja dócil traspasar

Pasos del Riachuelo,
garganta de agua pesada
que me vuelve
costosamente a mí

***

A la pensión de San Cristóbal fueron
de civil, de casualidad
no estaba y ese mismo día
me mudé, dormí
en casas de amigos
que después fui perdiendo
Alrededor se deshacía
el espacio urbano
en centros y campos inhallables
de detención
Lo poco que nacía
parecía deshecho
en cada esquina, un patrullero

***

Avellaneda, antesala o salida
mugrosa de Constitución por el ramal
ferroviario general Roca
Galpones de chapa de aluminio
y manchas onduladas de óxido
siguiendo en el acanalado
la inclinación de las lluvias
Cementerio de trenes, hierros
amontonados en los carriles secundarios
y el mismo letargo
el mismo súbito entristecimiento
cada vez que se cruza;
preguntas, proyectos
sin conseguir pasaje

Le digo a mi hija
que me gustaba viajar
en los escalones altos del tren
al lado de las puertas,
un día
que la línea electrificada no funciona
y subimos a un adicional
de vagones en ruinas
¿Es a vapor? pregunta
y la locomotora se convierte
en una ilustración de enciclopedia

Herrumbre de vigas inclinadas
cuarenta y cinco grados, remaches
en los puentecitos,
tallas ásperas del ferrocarril
sur. La voz de Manal
en los setenta interrumpiendo
el triste descampado;

algo me anuda
a mí
como una caricia

de "Puentes", Libros de Tierra Firme, 2000.



ACUARIO

Un pececito
en una bolsa de plástico

el cuidado que le toma a una nena
trasladarlo
desde el acuario a su casa
mientras el pez vive el drama
del traqueteo como un tifón
mientras la madre
abre paso entre los transeúntes
al pequeño acontecimiento:

la alegría sonora
escapada de la atención
que se presta a la mudanza ;
el afecto infantil
en la nimiedad
como imperceptible descarga
de nubes brillosas

un esplendor
que se instala
que no habrá
de devorarse



EL BORDE

Borde, límite doméstico
medianera al fondo de la casa
que separa
                 el jardín del baldío
como una compuerta que cede
espacios, respiración
Un zorzal
escondido en el ramaje
vestigio y suntuosidad
urbana; agua
escuchada sólo en la sed
         en el opacamiento
de la hojas entradas a un orden
de despedidas. Río
que mana imaginario
y elemental
                  desmiente cauces
humedece la espalda
la devuelve
        al límite sin domesticar
a la desmesura
          del agua desoída. Interior
que sobreexpone el paisaje
a una riesgosa filtración

Borde irregularizado
                      en el arrastre orgánico,
plancton
si topografía deseante
el borde es un río


de "El borde es un río", Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1997.


ANÓNIMA

vete Federico a la cruzada
si regresas
asaré carne de venado
y sonreiré junto al fuego
al verte desgarrar
un muslo entre los dientes
tu barba crecida
con olor a pólvora


vete a mí me toca
raspar con arena
el tizne en la marmita
cuidar a los niños
de la fiebre azul
cuídate tu también
del escorbuto


ojalá tengáis tiempo
de inventar la penicilina

vete tranquilo
los hombres que se quedan
rimarán mi lamento
y mi dolor suspendido
de un gancho

como una res
o una brillante cacerola


de "Mujeres", Anónima, 1992.



FRAGMENTOS

la belleza es un eslabón
perdido
el mar es ajeno y da vueltas

el llanto puede
componer esa distancia
y tal vez la búsqueda pueda
y tal vez la caída
                          no sé

el mar es también la presencia
de unos brazos que se acercan
para abrazar
               suele ser
el eslabón perdido

pero cómo afirmarlo ahora
que la calma es un pantano
la lógica
una torpe certidumbre
y las palabras
cansan



PAROLE

lo que no sirve mencionar
                    no se mencione
y tan poco
                    entonces
fuera la noche menos húmeda
si duele el estómago
de decir sí
cuando no
pero no
si conmoviera verse sola
con un lirio
                    para secar
si conmoviera
con visceras del uno o del otro
                    para deglutir
             no diría
y si las tazas se marchitasen
y las mesas se estrujaran
al menos
una ayuda
pero cada cosa
en su sitio



de "El mundo encima", Editorial Rayuela, 1982.



ALICIA GENOVESE (ARGENTINA, 1953)

agosto 03, 2012

POEMAS DE BEATRIZ VIGNOLI





LUISA

Tarde el nombre; no llega.
En las horas vendrá.
En las cucharas.
En la madre, en lo hija de su madre,
se le demora todavía la palabra.

Cree la madre que el nombre vendrá
como la lluvia, la muerte, la sangre.
Pero el nombre no viene.
El nombre no nace.
Vivita y sin nombre ella está ahí,
aún desanudada del lenguaje.

Piensa la hija: -No te escribiré.
Seré yo el pecho mudo, el pecho frío;
seré el pecho glacial.



ECLIPSE

En el horno de leña y de ladrillos
el cóncavo disco de hierro donde se asa
la carne y los panes se tuestan
parece, en su trípode, una de aquellas cosas
antiguas frente a las que tanto
te gustaba fumar.

Tu amigo me cuenta: vas a las cuatro plazas
por una vereda, por la otra
vereda vas volviendo como el loco a su casa.
Tu amigo me cuenta: en todos estos años
no pronunciaste más una palabra.

Cruza las piernas: noto que sus botas
son del mismo estilo que ya era viejo entonces.
La lleva, sin embargo, con gracia
pero su silencio es un reproche.

Oscuro contra el fuego, el perfil del disco
parece rebanado de un eclipse total.



SURF

Te has sentado en la esquina
donde alguien puso mesas,
sillas de plástico.

Necesitabas ver toda esta luz.
Hubieras sido un pintor impresionista
de nacer en otro siglo, en otra clase.

Te gusta mirar a los skaters,
esos surfistas de tierra que pasan con luz verde
y logran que parezca un océano el asfalto.

Estás solo. Desde que viniste de allá, andás solo.
Vas por fuera del mundo como un ángel,
vos, que mataste.



AUGUSTA

Redonda estaba ella en su cuna blanca,
una luna apagada, toda olvido;
seres habían amado ese equilibrio
que ahora su muerte brindaba.
Como si forrados en blindex estuvieran
atardeceres, ellos esperaban
lo suyo: el paraíso.
Que le tocó primero por una lotería
de voluntad de Dios y malapraxis;
fue su martirio una prolijidad
y un alimento. Bienaventurada
en su final sin principio.



VITRAUX

Resplandece el azul en su contorno oscuro:
el ramaje invernal del fresno abraza
los últimos cristales.



COOL LIGHT

Un farol redondo de luz fría
se ilumina a sí mismo;
no alumbra nada fuera de su esfera.

Ha quedado vacía
la noche alrededor.



DAFNE

a Hugo Padeletti

Ser verde en el invierno,
ser brisa y ser azul,
deprisa:
que padre río me transforme en árbol.

Debo espejar lo eterno en el instante
del brillo,
ser la cava del grillo:
que padre río me transforme en árbol.

Entre las hojas el trueno al sol murmura;
yo huyo en la espesura.

No quiero ser la cosa
que un dios rapta y destroza
y durar como resto:
dadme al pesto.

Que padre río me transforme en árbol.

Sólo existir apenas,
floral, obscena sombra de la gloria
en una vana frente. No la afrenta
de Apolo.

Prefiero vegetar, vegetalmente.
Que sea sueño toda mi memoria.



DICIEMBRE 19, 2001

Había visto de chico
en el cine, en un documental
un lobo marino gris
arponeado: la elipse de sus fauces
abiertas sin sonido,
la sangre en el hielo.

“Mujer herida” decía la voz. En angarillas,
algo viviente palpitaba, inmenso
en torno al mínimo círculo de sangre
instalado en lo gris. Lo gris era su remera.
Tendida en la camioneta, la mujer
había devenido cetáceo
asaeteado. Y gemía bajo el sol.



DICIEMBRE 31, 2001

Y la vida era esto:

salir a la vereda el treinta y uno
a las doce, ver cómo un vecino
enciende una bengala.

El brazo en alto, inmerso en la luz ígnea.
Un silencio rosado y expectante,
un fuego inmóvil el mundo.

¿Celebra? ¿Pide ayuda? Nada pasa.
Nada llega. Todo al final se apaga.
Pero aquel brazo en alto, aquella duda.

Aquella intensidad.



EL ACERO DE GLASGOW

Con todo le tiramos y esto sigue viniendo.
Es soltar este fierro o volarse la cabeza
pero ni una bala hemos dejado.
Imposible se ha vuelto mi disparo y en esta disparidad
desaparezco:
no hay forma en este fin,
ni la del mar. Habrá un lugar vacío
donde yo esté.



P.D.

Hay una carta tuya al final de la playa
por donde un regimiento de pequeñas tortugas
recién nacidas, con cáscaras blandas como uñas
avanzaría bajo un fuego de gaviotas.

Hay una carta tuya en el umbral de mi puerta,
una palabra buena...¿verdadera?
¿Ir a buscarla? ¿De nuevo verse ser
en otro, y que el ser pueda arrancársele?

¿Pasar de nuevo por donde la vida
adhirió sin fisura al frágil mundo?
¿Cruzar corriendo el cráter? ¿Y qué carga
dejará sin estallar el corazón?


(de "Bengala", Editorial Bajo la luna, Bs. As, 2009.)



PARÍS, TEXAS

El padre mira
su reflejo en el vidrio:
toda la luz que cae
fuera de su sombra
no es su imagen,
no es su hijo,
no es la sombra del pelo de su hijo
que está detrás del vidrio
jugando a que no existe:
–Mirá, papá,
no existo! y si viajara
más rápido que la velocidad de la luz
tu mirada no me alcanzaría nunca
y yo sería
entonces
como una estrella que está fuera del espacio
–dice
el hijo–
como una estrella que está fuera del espacio.



HE REÍDO CON LOS MUERTOS DEL VERANO

He reído con los muertos del verano,
muertos jóvenes cuyo silencio indestructible
es un jazmín de hierro en el centro de la nada;

no hay ausencia como la de sus cabellos
invisibles luego de desparramarse, por vez última
hasta el amanecer como una quieta llamarada;

y lo que en ellos aún reclame una palabra
desollará su puño contra la puerta de la noche,
seguirá golpeando mientras haya memoria.



(de Revista Fénix poesía – crítica, Nº 24, abril 2009, Ediciones Del Copista, Córdoba, octubre de 2009.)




ESENIN EN LA VENTANA

Los tiernos se suicidan en invierno
y nada de primavera los sucede.
Han padecido el verano, el amor calamitoso
/ de los otros

y el otoño prometía ser siempre así.

Los tiernos tienen alma en vez de piel
y prefieren, aunque sea lo último que hagan,
abrigarse en su sangre,
en su sangre toda como en un manto púrpura.

Al calor de la propia muerte mueren
cayendo en ella como frutos, como gatos
que nacen.
No les pertenecerá ese frío terrible.
Traicionados por la tibieza del otoño
se suicidan los tiernos.
Hechos nieve los hallará la primavera,
que por ellos venía.



LA CANCIÓN DE FRANZ BIBERKOPF

Mi alegría de amar es mi miedo a matar;
no es soledad, es vértigo.

Crucificado en la verdad por mi palabra
de varón alemán, todo he perdido
menos saber. ¡Ay, qué lejos estoy
de mi alegría!

Una mentira, pronto, que me salve:
palabras como cuchillos que se van
por donde no debieran, date así
a mi mordisco, manzana del Edén,

Berlín;
ámame, mundo.



DUNCAN

¡Amable público! Yo tampoco dormía.
Yo miraba la faz sin rostro de la muerte
en los ojos del varón que más amé.
Él me mataba: hacía de mí, del rey,
budín de carne, merca de peniques.
Lesas humanidad e investidura,
chancho en el matadero,
me fui bajo el cuchillo indiferente.
Desee Zeus que nunca se vaya de mi sangre
su nombre; ni mi sangre de sus manos.
Vengada qude, si no su traición
al menos esta vergüenza.



IFIGENIA

Padre: la suerte de tus armas
no dependía de mi muerte.
Nada une a la cordera con tu enemigo.
Nada unge al metal.
No hay magia en las estrellas
y la sangre, diversa
jamás entrará en la letra:
nada unge al metal, el fuego
no tiene nombre. Mis heridas
no serán un eco de las tuyas
más que a través de aguas imposibles.


(de "Soliloquios", Ed. Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2007)





LA GUERRA DE LOS TONTOS

Dinamitamos antes de cruzarlo
el puente, el bello puente
que habíamos construido.

El puente sobre el río del olvido era.

Ahora, moriremos olvidados.
Muramos ya, y de esto.



MENAGERIE
                                                                                               Tigre, tigre
                                                                                             William Blake
                                                                                           
                                                                                               Escolopendra, escolopendra
                                                                                               Aimé Cesaire

                                                                                               Iguana, iguana
                                                                                               Arnaldo Calveyra
¿Por qué, colegas míos
me ofendéis?
Ved: el tigre de Blake
no va y destroza al cisne de Darío,
lo cual, de suceder
al gato de Baudelaire le importaría
un bledo y la mitad.
Ni las escolopendras de Césaire
lo sacan de su tedio.
Y eso que bien podría, el tigre de Blake
demandar a la iguana de Calveyra
por propalar sus ecos; sin embargo
coexisten.
Y el gato, el bello gato
hubiera luchado en Cheshire, embistiendo
las diabólicas fintas
de una sonrisa por demás de inverosímil
y sin embargo se quedó en su casa
en París
en vez de polemizar con el mono de Darwin
sobre la contradicción entre progreso
y decadencia: silencio —ese sí—
lamentable.



LA CAÍDA

Si te dicen que caí
es que caí.
Verticalmente.
Y con horizontales resultados.
Soy, del ángulo recto
solamente los lados.
Ignoro el arte monumental del sesgo,
esa torsión ornamental del héroe
que hace que su caer se luzca como un salto.
Ese rizo del mártir que, ascendiendo
se sale de la víctima
y su propio tormento sobrevuela
no es mi especialidad. Yo, cuando caigo,
caigo.
No hay parábola
ni aire, ni fuerza de sustentación.
Un resbalón: espero. Al suelo llego
por la ruta más breve.
Un alud, una piedra,
una viga a la que han dinamitado.
No hay astucias del cuerpo en mi descenso.
Se sobrevive: el fondo
del abismo es más blando
para quien no vuela, sólo cae.
Si te dicen que caí,
no vengas
a enseñarme aerodinámica revisionista.
No me cuentes de los que cayeron venciendo.
No vengas a decirme
que no crees que haya sido un accidente.
En lo único que creo es en el accidente.
Lo único que sabe hacer el universo
es derrumbarse sin ningún motivo,
es desmoronarse porque sí.



FUNCIÓN DE LA LÍRICA

Mi padre agonizaba
en un sanatorio con TV por cable.
Puse el canal de ópera
para amortiguar sus alaridos constantes.
Justo cuando Rigoletto abraza el cadáver
de su hija, debí tenerlo al viejo
para que no se cayera de la cama:
la doble simetría de la escena
me la volvió soportable.



PLAZA HOUSSAY

La vieja estaba quieta entre dos cajas.
El sol doraba su vestido rosa.
Indiferente al vuelo de una mosca
ella no parecía ni siquiera dormir.

El policía, inmóvil, a unos metros
esperaba otra cosa. Acostumbrado,
no se extrañaba ya
de tanto silencio.



PLAZA GARDEL
a Silvana Sayago

Los pinos de la plaza Gardel
tenían formas necesarias como tigres.

Ahí el futuro estaba; refulge todavía.
Atmósfera seríamos, una conciencia suave,
apenas la mirada del ser sobre las cosas.

Eso, volvernos indios.
El amor no alcanzó.



EL PINCEL

a Pat Roldán

Cada cara nueva que me encuentro
viene escrita en un idioma extranjero
que no sé si aprender.
Los rostros que no soy. Millones
de nombres donde no he sido: la otredad
es ausencia de mí. Y no hay más amor
humano que mirarlos
pasar, mientras aguardo
que el tiempo se termine.



EL PEZ

De nuevo aquí este extraño.
El antebrazo tiende a parecerse
a la arena; y así de insensible.
Camuflado como un róbalo, el cuerpo
envejece. Cuesta, bajo este sol, sostener
la falacia monista: ¿yo he nadado?
¿He sido yo quien fluía,
el maderamen vivo en flotación
y el huésped del cerebro en su cripta?
Mi osamenta se mueve por el agua, leva anclas
el nervio, sale bogando la cosa.
Mis materiales quisieran
desasírseme del pensamiento.
Tanto he batido el parche del tiempo
con palabras; ¿me es, todavía,
este esqueleto? ¿Diré, de él,
"yo"?



EL PINO

Apagué los motores
y anduve a la deriva
¿cuántos años anduve
a la deriva, el motor apagado, ni
impulso ni gobierno, sin dirección?

Me recuerdo leyendo neones
a la vera de avenidas
desiertas. ¿Cómo pudo
nevarme encima todo este cansancio?
¿Cómo pudo acumularse, quedar ahí toda la vida?

Sacudo la cabeza como un pino. La nieve
no se va.



DEMORA DEL EFECTO

El mar apuesta olas
en la playa vacía.
Yo fui la amable máquina
que hizo un mundo del día.
Voy a esperar un coche
que se lleve mi cuerpo.
Voy a soltar las llaves.
Contemplo a la extranjera
sentada en el espejo:
ella ya no se acuerda
de dónde es su camisa
y nadie más lo sabe.
No sé cómo ha existido.
Se ha quemado parejo
como un buen cigarrillo.
Yo conozco su cara:
extrañamente, es mía.
Habito esta señora de ojos tristes
y no me imaginaba terminando así.



SEÑORA ROBINSON

Escribo,
escribo a máquina:
cada letra es un disparo en la noche.



LENORE

Tras la cresta del mundo, como la aurora, yaces:
todo tu nombre junto con la noche se ha acostado a dormir.



NO ESTÁ TU CUERPO

No está tu cuerpo
teníamos la misma estatura

ya no
que el suelo olvide tus pies.

Hinchada de tu ausencia como un globo
se halla la noche.



TRAKLAND
a D. G. Helder

Lo que vemos no es cierto. ¿Deberíamos
una vez más, ver apagarse el día,
sentir nuestras cenizas aplastarse
contra el vasto rumor? ¿Nos pertenece
algo de todo esto? ¿No es el mundo
un celuloide viejo al que asesina la luz?

Tomarse vacaciones, ver huir el paisaje.
Salir a buscar fuego, y no volver jamás.
Tu rostro, ese accidente al que vela una distancia.
¿Debo abrir la ventana? ¿Hay que mirar al cielo?
Qué bellos son los ojos de la muerte
bajo el mundo: este párpado.



CANCIÓN NEGRA DE SANGRE

—Aquí no se llora.
Aquí, donde estamos.
—Siempre estamos
donde estamos.
¿Entonces nunca
se llora?

En el sueño componíamos una canción.
Se ponía difícil, yo me impacientaba,
sacaba mi revólver y lo ponía
entre las dos, sobre la mesa.

—¿En el cielo, se llora?
¿Vamos a poder llorar
cuando estemos muertas?

En el sueño, yo recién llegaba a tu ciudad.
Vos me dabas trabajo: convertir un mapa
en un árbol.
Se ponía difícil, no me salía,
el árbol no me salía ni pegándole
hojas de verdad.

—Las muertas, ¿son felices?
¿Me diste el nombre de la felicidad
porque querés que muera?

No soporto tu letra; me enfurece
recordar la forma de tus trazos.
Odio tu forma de curvar las efes
como patas chuecas que se sienten simpáticas.
Odio tu be larga, muy especialmente.
Odio la esperanza, la esperanza,
odio, odio la estúpida esperanza
que anima tu escritura.

Si no querés que muera,
¿por qué decís entonces que me vas a matar?
—Creés demasiado en las palabras.

Hace falta un metal más espeso que el odio
para contar, para cantar esto.
Hace falta un metal, un metal más que asesino,
un metal resucitante.

—Sí, creo
en las palabras.
¿Acaso poseemos otra cosa?

Si nos dejaran llorar
poseeríamos lágrimas,
gotas de mercurio
en nuestras bellas caras
rodando dulcemente, dulcemente.
Me gustaría tener esperanzas
pero no en el pasado:
maldigo tu lealtad.
Odio tu modo de tocar el timbre,
tus piernas flacas vistas a lo lejos
y yo avanzaba sin reconocerte
y vos pensando que me alegraría
de verte; digo,
por tu sonrisa.

—Te traje estos papeles.
"El trabajo libera".
—¿De qué?

En el sueño, no éramos de metal.
En el sueño, no había
porqué mostrarnos fuertes.
En el sueño, no me pateaban en el piso.
En el sueño, yo no era para siempre
alguien a quien habían pateado en el piso.

Odio tus piernas, odio
que puedas caminar.

—¿Y la canción?

He guardado los papeles que trajiste.
No los puedo leer; me los trajiste
a tiempo para el trabajo, pero tarde:
ya no podría soportar leer
los papeles que trajiste. Y en el sueño
la canción
se cantaba.
La canción era una voluntad de inocencia
que conseguía atravesar la noche
de esto que he dado en llamar traición
y no es más que cansancio,
indiferencia,
olvido,
desaparición.



SOLOCALM

Al fin la luz del sol
se ha librado de ti
y da en una pared
y eso es el mundo.

Al fin el tiempo acá
se ha venido a vivir
y no hay gloria en los días
sólo calma

donde las cosas ya no sueñan con ser arte
donde las cubeteras no aguardan una cámara
y el tango del champagne
fluye de cumpleaños sencillito
y no hay infinitos libros, solamente este
y libre de vanidad la ceniza de los años
ya flota sin odiarte;

ya nadie calca nada del televisor,
para qué.




BENTEVEO


¿Cuándo empezó a ser un lugar la noche,
un lugar, no una hora,
cuándo con su jarabe negro negro
entró a manchar la luz?

Bebíamos birras, tragábamos la sangre dorada de las horas.
Éramos el sentido del luminoso verano.
Fe en lo oculto, en genios que surgirían
de grietas singulares.

Nada de amor en las vidrieras, en todas estas camisas apiladas.
Nada que esperar en el declive del aire curvo.
La luz es un incidente: ningún milagro.
Nadie a quien preguntarle qué falló.

He soñado de mañana con aquel silencio,
el olor del tiempo en un antiguo muro.
A lo lejos el benteveo y su insistente pregunta:
no entiendo lo que dice, no sabría contestar.



VIERNES SANTO

Ha muerto la
Gracia. No hay de qué.
El sol brilla sin dioses.

No tenemos esperanza;
tenemos, sí, la esperanza de la esperanza,
esperamos que la esperanza
suceda.
Hemos tenido fe
y voluntad; hemos luchado,
con una fe sin esperanza hemos luchado.
Para perder mejor hemos luchado,
para que no nos ganen así como así,
para que les cueste
aplastarnos, para eso
hemos luchado sin esperanza,
sólo con voluntad hemos luchado.
Ha muerto la
Gracia. ¿Resucitará? (¿Estás
llorando?) ¿Resucitará?
Hemos amado sin esperanza,
con deseo hemos amado,
sin esperanza hemos amado.
Con una piedad sin esperanza hemos amado,
con una piedad funeraria.

El sol brilla sin dioses.
En tu cara.
Estoy forjando el día
como si fuera de hierro el vivir.
Estoy sosteniendo el tiempo.
Estoy mirando cómo el cielo lentamente cae,
una vez más
cae.
Sin esperanza alguna recuerdo tu belleza,
con una piedad funeraria.
Pero estoy tallando la espera
como si fuera de mármol el día de mañana.
En el declive de lo que cae derrotado,
en el de lo que cae derrotado para siempre
sostengo la nada,
sostengo la nada,
como si de dioses se tratara.
En retirada, enarbolo todavía
con una mano herida, la forma del cielo.

No te vayas. Yo sé los nombres del mundo.
Sé pronunciarlos. No te vayas.
Podrías, todavía, hacer algo
con la distancia entre tu amor y mi muerte.
Podría, esa distancia,
no ser del todo una cosa desesperada.
Podría yo no perderte así como así.
Pero la Gracia ha muerto,
el sol brilla sin dioses,
la tierra es dura.
Ha muerto la
Gracia. No hay de qué.
No hay dónde fundar
ningún futuro: las casas son pequeñas
o ajenas, y sus estantes están atestados
de ciervitos de vidrio fumé,
sus estantes atestados,
melancólicos, ebriamente lluviosos bajo este sol.
Este es el país donde nadie fundó nada.
Pero yo (no te vayas)
sé pronunciar el nombre de tu carne.
Podrías ayudarme, por ejemplo
a limpiar.
En cambio estás ahí, tan art decó
en tu quietud de cadáver en pie,
tan neoplatónica tu pose que
no pueden con eso los plumeros comunes;
es terrible, con tu belleza no puede nadie,
es más terrible que la misma piedad
funeraria.
Escuchame, yo sé,
yo sé pronunciar los nombres del mundo.
No te vayas.



AUTO

(Herida: cada libro cae en su noche, en su muerte sin nube por este acto que sólo retendrá la conciencia, y cada mordisco de fuego restaura la planicie del espléndido cielo)




SI EN LO QUE RESTA

¿Si en lo que resta
no somos quienes seríamos;
si en lo que resta
no me anudo al cuello un pañuelo italiano
ni señalo, con un gesto, el espacio
que contemplar, si en lo que resta no me tomo un barco,
no me siento al sol, no salgo
al encuentro de tu cuerpo sin que me moleste
que las palabras no coincidan,
si en lo que resta no llego a saber
qué gusto tenía tu boca, si en lo que resta no te digo
nada que te haga sentir
que estás en una de aquellas películas, y es cierta;
si en lo que resta no amo una gran ciudad,
no me llevo a mí, a aquella, la que era linda,
a los nuevos barrios del tiempo, si en lo que resta no me canto una canción
ni lloro, ni te veo mirarme como diciendo:
"Ya sé, tu canción sigue siendo demasiado bella
para soportarla", y hay tiempo, o hay al menos la misma
sensación de que hay tiempo, y además
la sensación de que lo hubo, un alta mar
de tiempo donde ninguna orilla se divisa;
si en lo que resta no canto como cantaría, no dejo que mi voz
gorjee e inunde la noche
hasta convertirla en otra cosa, en algo parecido a un pastel
de oro y dulces, un pastel para mirar,
si en lo que resta no te vuelves absoluto,
no te vuelves absoluto sólo por un instante
en que toda la belleza del Hombre se concentra en tu imagen
y esa tu imagen puede ser tocada, tenida, mía
y entonces nada falta,
si en lo que resta
no flotamos durmiéndonos hasta nuestro fondo,
si, dulces moribundos, no borramos
el borde entre esta soledad
y el mundo, si en lo que resta no somos
ni nos acordamos de que aquí somos,
ni nos anoticiamos de que se nos es,
si en lo que resta no somos espléndidos,
si en lo que resta no somos quienes seríamos,
no damos con nuestro recuerdo del futuro,
no honramos aquella nostalgia del mañana;
si en lo que resta no nadamos hacia nosotros,
hacia aquellos que amábamos, hacia aquello en lo que devendríamos,
si en lo que resta no, entonces cuándo,
si no nosotros, entonces quién
nos consolará de estar tirados acá?

Buenos Aires - Rosario, marzo de 2001



(de "Viernes" , Ed. Bajo la luna, Buenos Aires, 2001)


BEATRIZ VIGNOLI (ARGENTINA, 1965)