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mayo 26, 2012

POEMAS DE SUSANA VILLALBA


 
ANTES DE QUE AMANEZCA

Que diga azul y se alce como un potro un día de oro, espléndido que diga y sienta el corazón a pleno, al mediodía arde por nada, porque el verano o sea que cuando diga sombra sea agua entre las piedras de otro pueblo. Que aun en ruinas se hace oír por el silencio en que nos sume lo distinto, serpientes se escurren en el viento, la arena silbe como fue la eternidad alguna vez pintada con alheña indeleble. Sobre pueblos levantados sobre pueblos sobre cenizas de un volcán. El pasto crece ahora sobre cimientos de lo que fue una habitación, ¿se hacía el amor del mismo modo? ¿qué se decía antes? ¿después? Que diga ahora y haya ahora un cuerpo en mí y que lo que quede en mí comprenda que es sólo una siesta lo que dura el armisticio, se enfrentan, se temen tanto como se fascinan. Detrás de su mirada cada uno sea arrebatado por eso que no es uno de los dos, algo tan físico, palpable como lava diluye ese intangible saber de sí que los separa. Que diga mañana y sea mañana cuando piense, cuando diga qué hacer con esa siesta que queme hasta dejar su marca. Piel de culebra ahora se funde con la arena, testigo de los cambios, pueblos que amaron sin pensar que dios fuera más lejos que un dios, camino de la savia en el árbol no necesita una salida para andar. Que recorra una espalda sin leerla, que se queme al tocar y al despertar no haya cenizas, que encuentre ceniceros, vasos (dos) debajo de la cama y piense que todo ha sido un sueño. No un blockout, no por remordimiento ni por idea alguna sobre sí o no o sea el amor un encabritamiento, una raza de sol en cruza con espléndido caballo y corazones de cenizas. Que vista de jaeces o desnude un ángulo de sombra en almenares, a través de los vitraux, que ascienda eternamente sin llegar como pirámide que trunca es un remedo de infinito. Que cambie de lugar sin que se note, como el día. Como serpiente azul entre maleza vuelta azul de tanto verde. Que diga estoy como decir sin patas ni cabeza en otro sitio que la arena caliente, ese calor sienta detrás de la mirada, el sol bajo los párpados cerrados sea como si sombra fuera un remanente de la luz. Astillas de color en los brillitos de las piedras.
Que sepa de pronto que no está donde supone. Que mire alrededor y se vea en pleno centro, en La Academia, en un invierno. Calor por el calor de las dicroicas, el humo, las estufas, los billares entrechocan como base percutiva en esa música de voces, vasos, registradora y esa locomotora cada vez que hacen café. Cada minuto. Al abrirse la puerta un tronar de colectivos y escapes de las motos, afuera es otra noche igual pero distinta. Que ahora diga noche, es de noche, es ahora. Se mira. Tiene un pulóver Ruta 66 que no recuerda haber comprado, un hombre lo olvidó en su casa, ella olvidó al hombre, el cuerpo olvida el abrigo que lleva, ella le regaló un reloj azul, él mira la hora que es ahora sin recordarla, el reloj tiene una lucecita como agua, como la hora bajo el agua, peces, destellos de color. Mi padre me regaló una casa que no es mi padre, es mi casa. Ahora, crezco en esa habitación que se levanta sobre el polvo que es él. Que confunda los ojos abiertos de los muertos con vidrios en la playa. Botellas, tazas, cigarrillos, la mesa crece, se suma gente, la noche crece, el color es estridente, rojo de La Continental, turquesa y fucsia de la tele, de pulóveres. Que diga piel y ascienda olor a tilos, a durazno, morderlo sea en la boca decir verano como agua, como la fruta cae en el barro, brisa dulce a través de la ventana, la luna como el cuerpo en su estado de agua quieta electrizada, fuego frío que es ninguno de los dos sino dos en espera de otra noche. Otro verano. Esa moto que se escucha ahora va hacia el mar. O no. El mar siempre está ahí, yendo y viniendo. Que me sumerja y sea cálido, peces de colores a través del visor. El agua guarda las esencias, murmullos del naufragio, la culebra de mar entre platos de bronce, arcones, de las banderas queda el musgo, enredaderas de agua entre hilachas de jarcias, un pueblo que no llegó a la tierra prometida. Sumergido, uno mira su reloj, prende una lucecita que coloca sobre un libro, en otra mesa se juega a los dados, tantos hablan que no escucho a nadie. Miro como a través de agua, afuera crece una bruma sin que se vea río alguno que la exhale, enciendo el walkman. Una noche se intoxicó y perdió todo menos la llave en el puño cerrado como piedra. Cuido mi casa como un centro de mí que siempre está, yendo y viniendo. Ahora estoy aquí, en el café. Ahora no estoy.
Que diga azul y sea ese momento de la tarde casi noche, el ladrido de los perros, el olor de una humedad que será bruma en la mañana, las puertas que comienzan a cerrarse, un alboroto de pájaros antes de acurrucarse y ceder a signos de la noche. Ahora es Clapton, ahora abro la puerta, camino entre la bruma, necesito creer que existe un río, en realidad existe, una cúpula iluminada se levanta sobre una ciudad difuminada y casi a oscuras. Ese hombre, otro, le dijo vuelvo de París. Ella llamó a París para saber a qué hora de Buenos Aires. El le regaló una medalla de Notre Dame que ella olvidó después junto al reloj azul de otro, el del pulóver Ruta 66 se la devolvió para que otra no la encontrara en su mesa de luz. Una sola rama, desnuda, asoma sobre un farol, iluminada parece que saliera del vacío, como un rayo. Escribe un mail a España y le dicen que aquí es ahora verano tía. Escribe a Mendoza y le dicen que están bloqueados por la nieve. Llamó a París pero él estaba en Notre Dame y no permitían celulares. Ahora, más tarde, no hay el estruendo de colectivos ni colectivos ni taxis ni persona alguna en la niebla, da vueltas como pantera atrapada en un claro demasiado extenso, como un loco que creyera vivir en una gran ciudad espera un auto en medio de la nada. Quiere fumar, quiere ver el vapor a través de su ventana. Después, antes, el de París ya estaba en Buenos Aires, los dos se recuerdan pero no se acuerdan, ¿o viceversa?, se olvidan de llamarse. De noche parece grave, de día no.
Pero es el amanecer, es el aire, la bruma es violeta, nubes bajas parecen edificios reflejos de otros de concreto. En todas partes amanece aunque no ahora, cuando el cuerpo se levanta, cuando la voz se acomoda a un lenguaje que es distinto hasta en el sueño. Aunque no haya dormido une las manos en la frente. Que en su saludo al sol se alce un verano azul, que brille la arena como un oro animal, sea la piel de piedra molida y de calor, el mar surja de pronto como un día que hasta ahora no había sido y siempre es. Que pase lo que pase el viento y sea el sol que gire en torno, es decir sombra sea entrar en el mar. Con un snorkel, la música del fondo tiene un tiempo diferente, el tiempo de los cuerpos en la siesta, en la penumbra de un hotel de verano. De noche se está en una o en el otro. De día, en la arena se está fuera de sí porque es afuera donde siente. Pensamiento que la astilla, destellos en las piedras. Que sea como distancia un día del siguiente. Que si dos cuerpos, se separen como el día se levanta de la noche. Que se encuentren como una noche que no ha sido todavía. Que diga calor y en el calor no encuentre qué decir. Ni qué callar.


Bar La Academia, Callao entre Corrientes y Sarmiento



PIEZA INCONCLUSA PARA PIANO MECÁNICO


Entonces? Se debe bendecir frente a la muerte blanca. O negra. Bendita ambigüedad, tu sacrosanta confusión y todas tus razones arbitrarias, te bendigo. Ilusión, objeto del deseo y todo símbolo que vele por nosotros, qué importan las preguntas ya hechas, respondidas, si nada se sabe aunque se sepa leer y aunque nos vuelva a suceder, bendito cada uno que vuelve a preguntarse. Como si fuera el génesis, el hombre primero y la primera mujer que se separan. Bendecir la ingenuidad de tantas horas, los meses pasados en preguntas y ese empeño en ignorar. Hay un momento en que el amor atenta, cobra víctima, se salva con imperfecto adios. Bendigo entonces tu fastidio, tu sálvese quién pueda, tu sagrada barriga y tu temor de dios. Nadie da un salto que supone mortal, gracias al cielo. Que todos sabemos que es abstracto. Benditos entonces el instinto que te aferra a tu piso y mi ignorancia de que tampoco vos sabés lo que conviene. Creo en el padre y en el hijo, en la mujer de Platonov cuando lo saca del río como a un niño que apenas se ha mojado los zapatos. Creo en la conveniencia de que no hubiera crecida. No sé si él lo sabía, qué deseaba su amante, hay cosas que no sé y no importa que sean varias veces sabidas y olvidadas. Bendito sea el olvido. Bendito el amor que nos arroja fuera de nosotros. Bendito el egoísmo que nos separa ante el peligro de ser nosotros mismos de otro modo. Y quién quería a Eurídice. El poema, el ruiseñor y no el enamorado que tiñe la rosa con su sangre. Bendita alquimia del barro que coagula donde puede hacer pie, un ídolo que olvide su náufrago latente. No esperes en la costa, siempre es un resto lo que traen las olas, sólo regresa cada uno a su espejismo y el mío es esperar. Nadie salta sin preguntar lo que le espera. Bendita sea la calma, las frutas ofrecidas y una temperatura ambiente, la templanza con que cada uno se aferra al madero que le ha tocado en suerte. O ha elegido? Ambigüedad, bendita confusión, creer que se ha tenido, creer, pensar que no se puede tener si no se entrega. La vida como un mar que viene y va. La muerte de quién te mataría, creo en la soledad como quien cree que nace en la ilusión de un mundo ya perdido. Entonces? Se debe bendecir cuando se encuentra o se cree ser la pieza que encaja en el mecano con que ha levantado el niño su refugio. O desencaja, bendita tentación de voltear todo, armar otra figura, preguntar. Bendita tempestad que vuelve sin embargo a la idea de zozobra. Sigue a su arrojo un giro repentino hacia la costa. Y quién quería la tierra prometida, un paraíso que volveremos a perder por conocido. No es cierto que supimos, no es verdad que rozamos el árbol, no estaba a nuestro alcance la idea del bien ni la del mal, bendita sea. Bendita entonces tu estulticia y tu arrogancia, tu inocencia que te salva de los cargos y bendita tu ignorancia de los otros. Y la mía.



EL DILUVIO

Por mi culpa llueve, por mi grandísima sed, por tanto fuego que apagar, porque el vacío es el infierno invoca una materia celeste que lo colme, que ahora lo desborda, desvaría el agua. Estalla y truena. Y en la tierra no suena a derrumbe sino a hueco, lo nunca levantado, concluido, el óxido que no creció en el tiempo sino al nacer en abandono, en la pereza del desmoronamiento original. Un barro de ciudad que no respira, no pudre, no germina, no religa la pegajosa cercanía. Ese fastidio que se seca, se agrieta y cae. Supura lo que resta. Concentra el agua sobre sí como un tropismo a sumergirse, corazón de sed eterna.

Eso que suena a quebrarse, lo que parece azul que se desgarra no es lo que pretendió llegar al cielo. Es el rumor de lo que arrastra por llegar a tiempo con el mundo.

Tropieza, chapotea, se resbala, se adhiere en muchedumbre de pelos pegados a la cara. Si algo faltaba llega el frío. Esa melancolía que es especie, como quien dice aquí nace el hornero, los mojados, los vientos, la tacuara, los que miran pasar un río inmóvil que sin embargo arrastra por su peso.

Pésame dios mío un corazón municipal, la hilera de cajones, el raid, el ascensor, la página borrada igual que una mirada, la bruma del video que zumba como un tiempo de hotel al paso que mañana tampoco voy a dar.

Después, ahora es para siempre. La calle un río, los techos no se ven, el aire es agua, la ventana da a un cielo de agua. Al fin es todo el fin de una vez, definitivamente gris. Nada más que anegamiento, una saturación. Hasta que vuelva a aparecer una raza disputando la foto en una nota de color. El miedo al reptil, dice Animal Planet, es a nuestro pasado pisado el agua, caminado. Respirando por pasillos y trámites bancarios de neón en corredor inmobiliario.

Confieso no haber sabido derivados, nada estaba en su lugar, cada cuenta no daba, saldaba por mi culpa, por mi grandísima ignorancia remitía, sangraba por su margen, drenaba en acueductos. Confieso la fatiga de un lento alud horizontal.
Confieso vivir en una calle de adoquines con casa de regalos, almacén, tapicería, deambular en agua turbia, recuerdos que se empastan en una alcantarilla en remolino de papel. Pesa mirar el resto acumulado, nada se pierde, se transforma en la espuma grumosa de llantas y lavarropas arrumbados.

Me arrepiento del musgo, del reflejo en la pared, de los gatos durmiendo en guardabarros, de la botella rota, filo pulido en el run run, en un pulmón de arena. Me arrepiento del asma, de las piedras, de las gaviotas rebuscando en la basura, de su lengua chillona y de las hojas
de otoño sobre el zinc. Me arrepiento de hablar y del silencio. Yo pecadora de murmullo confieso la desidia en lo que escurre, obsolescencia, laxitud, la grasa de los días en el vidrio.

Por mi grandísima ausencia de sentido de proporciones con la tierra pido a las nubes una pausa, al cielo luz, al agua aire. El mundo no entra en caja, no da, todo el paisaje no cabe en una inspiración, no tengo nada que decir que no se haya viciado, vaciado en un hastío programático.

Pantallas refractaban en un campo tan feudal, un descarrilamiento de fibra óptica, es demasiado tarde, demasiado pronto, ropa usada de mother, sistema clonado a otro pirata, decimal, decimonónico en su forma de medir lo majestuoso por el modo de caer, como la tempestad.

Confieso que Dios estaba harto de nosotros hartos de no ser más que nosotros. Fue el diluvio. Cayó el cielo como cae un mundo de agua para borrar no la vergüenza de su crimen sino de su evidencia. Hartos del mar, revueltos en la arena, perdida la posibilidad de decidir de qué se es náufrago. Pasillos de hojas, ventanillas, colectivos, sucesiones, nichos, subtes, cajeros automáticos. Estalla una burbuja y surge otra. Los cómplices torpes, los hinchados. Manada de búfalos corriendo
hacia su propia costumbre de correr, hacia el agua hasta que el agua se sature de nosotros.

Fue diluvio, confieso haberlo visto desde un octavo piso, después en el cable, en diferido ahora por la noche confieso no poder dejar de repetirlo, desear que no termine hasta empezar, si la palabra empezar fuera completamente sola. Un virus terminal en el lenguaje hasta que surja alguna novedad. No tengo nada que decir, confieso ser vulgar, contarme historias con la punta de la almohada apretada entre los dedos en medio de la noche que cada noche cae un poco más.

Confieso agazapada la violencia del reptil, su misma frialdad, su límite de barro, el terror si no aparece el sol en todo el día. La tormenta ni siquiera interrumpía alguna idea que no había sobre algo mejor que hacer o no. Y ni siquiera fue el diluvio de verdad. Todo a medias en medio de otra historia en que los tiempos no coinciden. El tiempo del alcohol, el de los viajes, el de una inundación en Laferrere, el tiempo que se tarda, dice el diario, en llegar del Ñunquijo al hospital, solicitan un caballo. Me pregunto el tiempo que tarda en escurrir el palier de planta baja. Me pregunto cómo se ve la lluvia en el medio del mar. Miro los peces en escuadra y ni una sola palabra armó la formación.

Ni un solo pensamiento, todo es agua, la nieve amarilla de los plátanos, el kiosco, el cartel de Interama, la parabólica montada en la autopista. Los autos comienzan a flotar. De pronto me doy cuenta de que el sauce no cayó sino que lo cortaron y el mundo se vacía un poco más. Nada está quieto y nada va ni desemboca ni el río es más que un discurrir sobre los cuerpos en el fondo. Cada naufragio hizo su costa de aguas movedizas y del agua para acá sólo la idea de que somos los que estamos.

Detenidos en el barro. Empantanados en creer que el pensamiento se sostiene bajo el viento. El alma hace en la casa mundo y fuera un barrio volviéndose dibujo impresionista. Borroso por la lluvia el diario de una vida en intersticio en que los tiempos precipitan al cielo a pronunciarse: Si se escribe una ley es porque existe un corazón con dientes de caimán.

Mientras tanto el big bang transmite en vivo, el universo se despliega cuando ya se desintegra en otra parte. La cabeza, la boca, el coletazo del pasado, de mañana la mordida. La noche es una piel que el día va dejando. La noche se estrangula, el vacío se expande como pantalla que se apaga de pronto el mundo termina como empieza, con un corto circuito.

Una tormenta sobre otra, bajo los pies y sobre la cabeza agua como noche. Un tiempo en el costado de la sombra. La vieja historia de llegar cuando apagan las luces, cuando empieza a llover, caer como una vieja película quemada. No es la memoria sino estado de conciencia de ser cuerpo, barro, orilla de un confín, precisamente ahora, siempre. Nunca. No diluye, concentra el momento de nosotros: siempre nunca.

Confieso haber creído que la lluvia se empoza en la mirada. No es el que mira, la lluvia es un lugar que sólo entiende un cuerpo sin término de sitio, un alma sin orilla. Una manera del mundo suspendido refluye en un sentido propio. Y no es nosotros. Y es, en el sentido de que el
agua devuelve la parte que no traga.

Pésame de cada corazón lo que se encharca, los sueños ofendidos, la tierra merecida, la palabra perdida por obra u omisión, pero de todo corazón me pesa el cielo que boquea.

Yo me confieso intrascendente, breve, líquida, revuelta, inconsistente en este ahora y en el agua herrumbre innecesaria, cruz en el mapa de un viaje que siempre está empezando en su final.



DOMINGO DE ELECCIONES EN LA SHELL SELECT TANGO


Todo es una pared en que se ve descascarar la vida en una sola frase: Feliz cumple, aguante Brukman, Cuervo puto. Un solo plano todo, todo plano, carbón, tiza, aerosol. Si tocaras en el cielo moriría Charly, Damas gratis, Rocas sucias. A veces un destello de palabras misteriosas como rocas, como mica en las piedras, veredas de hojas amarillas, cascotes en la calle. De qué rocas en esta planicie de llaneza aplastante, el cielo un plomo sucio del hastío de la lluvia del domingo. Se borronea una palabra, gotea en los cartuchos dispersos en el suelo, los disparos recientes se escriben como huecos del ladrillo. Padre Rainbow, Viejas locas, Pibes chorros. Todo un plano, una toma. Una mancha como hombres alrededor de una fogata, como perros de una noche de mil años.

De día se levanta una ciudad y todos van como leyendo un llamado ultravioleta, hereditario, partitura, como moscas, como entrando en molinetes. Vallados hacia una ventanilla a apostar lo que total ya no tenían. Una vida de pizarra, de una tele para acá. Apenas hace nada, cinco siglos, tres reflejos, un alguien pintó esa caravana de ciegos al abismo, al eco del barranco. Detrás de esa pared en que se estrellan.

Por siempre Chaca, Sebi te amo, Los Tarijas stones. Acaso falta sangre, más aún, que abone esa costumbre de rodar horizontal imaginando que es un plano inclinado, la vida vertical, la tierra un vértigo del cielo, se va a acabar, Señor. No escucho que truene tu voz, si es una voz, no veo quebrarse la pared, el mundo o alguno en parte alguna. Alguna vez quisiera ver algo distinto, final inesperado, palabras misteriosas, rebelión que no se muerda el polvo de la cola para ir a caer de a uno en fondo. Si fuera posible en este siglo. Si fuera posible en este mundo.

Ma terre, mater dolorosa. El que devora a sus hijos, cuerpos se arrojan como rocas. Señor, entiendo que no nos dejes elegir algunas cosas pero nunca ser más que humanidad, más que este barro que amasa como miga, como costilla que se quiebra de su alma, cerebro de pan que se resbala chapoteando las patitas hacia arriba, el lomo hundido, la mirada a la punta del látigo otra vez a ver si lo rescata para atrás. Por enésimo siglo, lugar, por enésima vida, vez, palabras mismas.

Se vota por la fiesta que se mira apiñado en la vereda, en el zaguán. Gramilla, ripio, guijarro de payana, ficha de sapo, silla, fila, centavo. Peor están los ciegos, los sordos que no escuchan ese vals, esa fanfarria de fajina cortesana. Palabras de cartel que prenden un reguero, un arma frase de repetición. Desfilan los fiscales de veredas, gerentes de kiosquitos, figuritas en clips, ideas con alfileres, cabecitas de tacho con palo y a la bolsa, con las cartas marcadas.

El Ciclón, Almas Mugrientas, Santa Revuelta, El Bananazo, la Brukman a sus trabajadores. Apenas hace nada la gente la cuidaba, ahora apoya el desalojo. Apenas hace igual el hombre como ahora asumía Carlos V, imperio sacro, bizantino o británico, romano, mayestático. El imperio sintáctico que ahora titila mientras llueve en algún lado, en este lado, en esta esquina, frente a un muro. Hijos del hijo, Patria Chuker, Trujamán.

Nuestra Mater lacrimosa, apenas los gases se disipan. En esta esquina Campeón, le vamo a hacer el culo a las galli. Gallito de baldío. Pollitos mojados bajo el frío. Se vota entre la barra de la jaula o el deguello, en un desfiladero como a cuerda. La marcha hipnotizada de la vida, la primera salvación es la del cuerpo, Señor, recuérdanos el alma cada tanto. En tiempos más soleados, más amables. En este año si es posible. Si es posible en esta vida. (AROMITO)


LA MUERTE DE EVITA

Llovió como si nunca fuera a terminar. Y nunca terminó. Toda la tarde llovió como si fuera de pronto otro lugar. El pueblo seguía la táctica del agua una vez más. Una vez más la gente se parecía al cielo y el cielo nunca. Nunca estuvo más lejos que esa noche. Madre de dios, nuestra difunta, levante los jirones de nuestro corazón.
Al agua del sueño, jirones de alma, de nuestro cuerpo llevanos vos que no tenemos dónde llevarte. Tu cuerpo se esfuma como una voz.
Como la seda cruje un paso en la sombra, un eco de jinetes negros. Escondanós en los pliegues de su muerte, de su pollera, en el vacío Pampa guarde nos como un viento que se detuvo para siempre en su bolsillo. Descanse, que el mundo no existe más.
Sigue lloviendo y es la misma plaza, el subte con asientos de madera, mamá no podía llegar, corría, no me encuentra, yo no la encuentro, como un perro que no alcanza su cola, no alcanza su tiempo.
No había nacido yo pero ella estaba ahí, bombardeaban la plaza, esta misma, damos vueltas, mamá corría a una playa de estacionamiento y perdía un hijo, no era yo, yo no la encontraba, todavía no la encuentro, ella no me reconoce porque todos corren, la empujan, sube a un tranvía hacia cualquier parte, dice que es mentira, algo estalla bajo la lluvia. No escuche abanderada, venga a nos, a llevarnos a su país en blanco y negro.
Mamá da vueltas, doy vueltas, vamos al cine, ella se viste como Zully Moreno, la ciudad está sembrada de nomeolvides. No nos olvide ilustre enferma, somos un cuerpo que se corrompe bajo la lluvia, vidrio, un día embalsamado. Miramos fotos. Papá no aparece. No está. Un auto zumba en la noche. Llovió durante quince días.
Estoy acá, no me ves pero estoy, corriendo en la misma plaza. Camino por las mismas veredas, como vos del trabajo voy a casa y en casa también llueve, todo huele a humedad, a asfixia. La niebla está adentro, en todo el barrio, se ven pocos negocios abiertos, poca gente en la calle. Cae la noche como si fuera consecuencia de la lluvia, como si fuera la lluvia lo único que queda.
La gente forma fila durante días para irse con ella, adonde sea, adonde vaya. No desate los nudos santa que ya no va a parar. No para nunca esta caída.
Mamá escucha radio. Papá no escucha. Yo todavía no existo. Somos los Perez García. En el patio llueve. El reloj se detuvo. No los encuentro, son de otro mundo.
Hay una marcha de antorchas, de lágrimas, de lluvia, estampitas, carteles, está en todas partes. Está en la radio pero no se la ve. Santa de los anillos, virgen de las capelinas haga su magia, háganos aparecer.
Que aparezca la casa, los azahares, luciérnagas, el tren. Diga una sola palabra que detenga la lluvia. Mamá con un vestido de flores, una plaza, un sol con pinturita naranja. No es que creíamos, estábamos ahí.
Damos vueltas en la bruma, en la tregua de una fina llovizna. Incluso la tristeza que aparezca si es común, como cualquiera que está triste una tarde. Y otra no. Que aparezca la muerte si parece de una vida, si toca. Lo que sea en proporción al tamaño de un hombre, del árbol, de una casa.
A no ser que sea lo humano nada más que una estrategia de dios para la tierra perdida de su mano y atada a su correa, una doctrina de la espera de algo más que agua que cae, que da vueltas y vueltas sobre sí, como los perros, los relojes, las monedas.
Mamá escucha la lotería, papá mira la lluvia, miraba. Yo miro fotos, todos hablan, nadie dice nada. Mi hermana escucha música, mamá la busca en un tren, corre, siempre está corriendo. Yo no puedo nacer todavía porque bombardean la plaza, después porque ella corre por unos vagones. Al final nacía. Después todos mirábamos televisión.
Dicen cuando no llueve que aparece en su mulánima, a las orillas de los ríos, arrastrando una estola embarrada, que por la noche frotan lavanderas fantasmas, dejan sus tules al rocío. Que cabalga cabizbaja como buscando un prendedor, que también buscan los peces en las piedras del fondo, dicen que el caracol de agua dulce reproduce aquel clamor.
Reina de la plaza, de los vestidos, protectora de todo lo que se escucha pero no se ve, venga a nos el tu reino.
Bien mirada es una plaza de colonia, la fuente, el cabildo, la catedral, la estatua, la municipalidad, el Banco, la palmera, los puestos de chori, de llaveros, medallitas, las palomas, la gente que da vueltas. El otoño se instala como bruma, como un remanente cuando aclara, eterno día después. Recogen los papeles de una fiesta de domingo, los vasos descartables, las botellas.
No nos dejes caer de la tentación, del deseo, del sol, madre de dios, decí que somos tambén una de las razones de la vida. Decí por nosotros con esa voz de altoparlante pueblerino y en la hora de la muerte con esa voz de ruido de lluvia de la radio.
Mi hermano va a la canchita del Club de Cazadores. Lo espero en el olor a cuero y a penumbra del salón, a lavandina y a cenizas. Una foto detrás de los trofeos de billar, con una escarapela. La seño, la primera, llevan su camafeo apretado en el puño a ver si pasa. A ver si rasga la tela de los muertos y aparece en miríada. Miro cada relámpago a ver cuál es de fuego.
Acaso exista el mal, rezó la multitud bajo una lluvia que apagaba las velas, un tumor inconmovible, inexorable como bruma que se expande, se instala entre los huesos, en la sangre.
Virgen salitrera, guardiana de los perros y los barcos hundidos por su peso, cayeron todas las hojas del otoño, el invierno empieza porque te vas, la música fría del silencio. Silencio capitana, las palabras ya no quieren decir lo mismo.
El guión terminaba. Después yo nacía. Mamá decía que era mentira. Papá compraba un auto. Mi hermana manejaba. Yo me escondía por ellos, en el patio, cuando no llovía me encerraba afuera. Después se fueron todos. No, me fui yo. Después estaba ahí. En alguna parte.
Relampaguea sobre la autopista. Llovió durante todo el día y sigue lloviendo. Se perdió la cosecha. No hay otra cosa que perder. No hay otra cosa que hacer que no trabajar. No pasan trenes. Los bares cerraron temprano. Una hilera de luces se borronea hacia el final de la calle.
Generala del viento, de nada, de las gomas que queman en la ruta, levante su ejército de trapos mojados y de agua, lleve la tempestad hasta el registro de su voz. La voz es lo primero que se olvida.


EL EXILIO DE SÓCRATES

Dejarías un olor, un río siempre un poco más allá, en alguna parte que no ves pero te arrastra como una triste y lenta identidad que arroja al fondo del mar lo que la tierra ofrece. Un nombre que hace orilla, que va en la superficie sin fluir. Después sería mar afuera, más afuera que la propia intemperie, esta barranca. Suena en la noche a cubiertas sobre los charcos que deja la tormenta, una ciudad que rueda hasta su límite y regresa, un chapoteo.

Dejarías el campo que ves en el olor del cielo desde una ventana de edificio, ese olor a diamante, a puro azul por nada que te incumba en un otoño tibio y desleído como todo recuerdo. Vas a extrañar el viento, el viento va a extrañarte, nada te dejaría, nunca te abandonó el pasto, la acacia no te opuso resistencia, la lluvia nunca fue más fuerte de lo que el cuerpo pudiera soportar, siempre te tuvo el sol, el cielo estuvo en cada lugar donde miraste, en esta foto, en este punto que la vista ya imprimió cuando tu corazón pregunta qué es el mundo.

Llegó un momento en que no había fin, es decir no había comienzo, camino, sitio. Ni la lluvia terminaba, era una masa negra, un día y otro. Pasó una bicicleta, un perro mojado. Por la noche no había colectivos, por la mañana no había qué hacer. El mundo giraba como la rueda de Italpark que nos arroja afuera. Una orilla entre abismos, ese río como un león que sobre el agua no puede dormir ni caminar. En ese desconcierto está el lugar.

Vas a dejarlo, a dejarlos en la playa de escombros, frente a los barcos oxidados. Dejarías la lenta ola marrón que nunca viste, los sauces cayendo sobre chapas, sobre cenizas y cueros descarnados, el olor a petróleo y a pescado de barro, los ladridos, las fogatas. Dejarías el rincón donde leer, la lámpara, el mantel donde el café se enfría y se escucha ese frenar de colectivo, es decir que amanece en un lugar donde amanece así, por el sonido, por una persiana de metal que se levanta, abruptamente baja, gritos, cascos de caballos, un olor a cubierta quemada en las esquinas.

Dejarías de saber que no se sabe cómo, que lo que no se puede se hace olvido, nadie quiere encontrar dentro de sí lo que no tiene lugar cuando aparece. Los dejarías tristes, no aterrados. Los dejarías saber lo que ya saben. A la orilla de sus cuerpos, no vas a poner fuera de sí a quien ya estaba lejos de sí mismo para no perderse. Saber no es entender.

Quién pregunta. A quién realmente hablabas. A qué poder reflejaste en su ignorancia. Los dejarías a medio callar, a medias responder. Sentiste? O preguntaste qué sentían?

Dejarías el subte, las mesas ambulantes de relojes y enchufes tapados con un nylon cuando llueve. Vas a dejar la luz amarillenta, la basura, las pensiones donde subiste a preguntar. Vas a dejar de preguntar. Se sabe ya que ya está todo dicho? Vas a dejar la sensación de pez boqueando en humedad que no es aire ni agua sino ese respirar como si no, el pecho un puño ante el asombro de lo que siempre se sabe y no se puede creer. Siempre hay más realidad de lo posible. Es más posible comprender la oscuridad del cielo que la de esta conjura que esfuma una ciudad ante tus ojos. Una bruma, resaca de los puertos, una barranca de cebos y curtiembres. Pampa. Lluvia. Viento. Nada.

Vas a dejar las calles anegadas, las veredas, las tiendas de ofertas, las clausuras, los carros cartoneros. No sitiados por agua, desde el centro encerrados afuera, como en estado de sitio para nadie. A quién preguntar. Cada uno sabe lo que siente: quisiera otras preguntas. Por qué este río tiene el ancho de un mar, por qué el mar es profundo. Es más sencillo comprender por qué es ajena el agua que la tierra. Bellas preguntas sobre el olor del sol que permanece en una sábana, vas a dejar estas terrazas, los cables pinchados, los fuentones que juntan las goteras, los gatos en una construcción abandonada.

Como esos bichos transparentes que agonizan de nunca nacer completamente esta región pregunta su lugar. Vas a dejarla sin repuestas. Vas a dejar el color gris, el grito del boyero en la tarde. Nada te deja, ni la melancolía ni la alegría súbita si deja de llover y el horizonte estalla en luz como una repentina comprensión del universo. No del mundo. No del día en este mundo que se acaba si un solo hombre cubre la lámpara de aceite.

Partir adónde que no esté tan a la vista la respuesta que demorás con tus preguntas. Ninguna explicación tiene sentido. Podés cambiar el método, el sistema, mejor o peor no hay más que hombres, piedras, cielo, aceite, agua. Veneno del aire detenido, sin inspirar para avanzar, sin suspirar para entregarse. Ni el alivio. Ni retener el aire por asombro ni por furia o temor. Como quien traga saliva y lo que piensa, cicuta la respuesta que sube del estómago y queda y sabe que no importa. El que pregunta a un hombre se encuentra con que el cielo en el hombre es un silencio.

Donde fueras no irías más lejos que la sombra, no irías más lejos que el fracaso de ver en cualquier sitio la mirada perdida del que sabe que saber llega hasta el río. Y vuelve.

Te dejarías llevar por esta lluvia, los recuerdos, un tren en el que hiciste la pregunta equivocada. No es el temor de no poder salir -te respondió esa mujer en el Sarmiento, su casa quedó bajo la inundación, en La Matanza- no sé dónde volver, dónde llegar, a dónde ir, usted no sabe. De un modo animal ya lo sabías, por eso no te vas. Dejarías el patio, el almacén, el olor a jabón y a café que tiene la mañana en el bar de Quintino Bocayuva. Ofician de obviedad si cada mañana preguntaras dónde estoy.

Qué significa dónde, estoy en qué sentido, lugar desde qué punto de vista, quién significa qué, siempre hay otras preguntas. Llegó un momento en que no había fin. No había principio si siempre llegabas al mismo comienzo de esta historia. Llovía y aún bajo la lluvia los hombres carneaban una vaca caída de un camión. Como una foto de manual. Ahora venía la parte de no ahorrar sangre gaucha y todo eso. Conócete a ti mismo. Sagradas escrituras. Cruzar el charco o perderte en el mar o la cicuta o avanzar hasta que cada pregunta se encuentre con su piedra. Con su orilla. La sangre llega al río y pasa. Y llueve. Como si nunca fuera a terminar.


EN LA GASOLINERA
(20 de diciembre de 2001)

No era en la pantalla, era en la esquina, en la puerta, tampoco era una guerra, el huracán ahora sí arrancando una raíz. Que no salía, no hay, no estuvo nunca. El hongo vuelve a crecer en poco tiempo, la falta de pasión que cada uno siente por sí mismo, ningún nombre, lugar, tarea en que mirarse. Ni la tormenta continúa. Una ráfaga, disparos, truenos, cascos de caballos. Y una larga noche en que los fuegos se apagan despacio hasta la nada que crece otra vez. Como si nada. Crece como una pátina grasosa en el día, en los amigos, en un libro, en el cuerpo, en el café. Todo se opaca, todo cansa como el trabajo en lo que se echa a perder a cada paso. Nada cambia en lo que nunca es igual pero pasa, algo, siempre. Estaba ahí.

Estalla y se consume en encenderse, como el fuego. Después lo ves en la pantalla, en soledad otra vez cada uno se ve como un actor que fue de programar lo que no era, tan directamente en vivo que no llegó a escribir lo que será. Se cubrió la ciudad de escombros, de cenizas. Y el moho de la historia repetida.

Una limpieza de año nuevo, de muebles, tirar la agenda, los papeles, cañitas voladoras, jirones de guirnaldas que deja la tormenta. Que salgan los fantasmas, con velas, con puñados de sal en los rincones, con farolitos chinos y luces de bengala, cantos para alejarlos. Y otros fantasmas esperaban detrás de los roperos. Y otros. Siempre. Ni padre ni madre ni verguenza ni música ni hambre ni comida, ya, nada más que que una piedra estallando contra un vidrio. Cada uno una piedra, es decir, ni siquiera triste.

Relámpago de furia y se es también la astilla de vidrio que alguien barre en la mañana, fragmento de la historia sin embargo, una luz en soledad acompañada. La piedra rompe el propio corazón donde otro corazón crece mañana, en pánico aunque habiéndose mirado por fin como alguien que se quiebra. Haberse visto en algo que sucede por su mano. Y espantado ya no recuerda qué desea. Un televisor. Ahora lo ves en la pantalla, pierde la vuelta y ya las sombras ganan antes de terminar el día.

Y si mañana no amanece, si mañana no separa las aguas de la arena, si llueve hasta que nadie nunca más respire más que agua. Como un pez detrás de la ventana girando en el propio olor siempre de sí, de la casa de sí, si es que no pasa a ser un no, una nunca, nada. Todos apostados cada uno en su puerta como si otro, cualquiera pudiera arrasar esa cajita musical donde juntaste un poco de tu nombre, es decir tus camisas, tus ollas, las fotos de cada navidad. Y antes que el día de año nuevo comenzara estabas siempre comenzando otra vez. Y otra vez a deambular en busca de un lugar donde dormir por una vez hasta mañana, como si cada noche no fuera un barco que se mueve demasiado porque no sabe a dónde va.

Las luces se prenden y se apagan, se prenden y se apagan en ventanas, dinteles, balcones. Al día siguiente un sol espléndido llama hacia su espejo imposible de mirar, esa soberbia festival mientras se hunde en el ocaso te anuncia que sólo tu mirada lo pierde sin que pierda realmente su lugar. Te vas moviendo hacia el oeste, iluminás la noche para fijarla en forma de ventana, es decir lo que en el mundo hace a tu cuerpo ahí, de la vereda para acá. Acá tu radio, tu lámpara encendida, cada cosa siempre en su lugar, o sea vos.

No es sólo tu infancia sino el mundo, tu mundo, tu barrio antiguamente mirando levantarse esos ladrillos señoriales, una cúpula, un cóndor planeando en una noche que después cayó sobre nosotros. Si nunca había nacido. Las marcas de la infancia, un auto Unión y al doblar el murallón de Canale se llegaba siempre a casa.

No se sabe qué se mueve, si afuera o adentro, no lográs quedarte en algún sitio. Una cubierta anuncia esta parada, Firestone, gomas quemadas, piedras. Este café bajo el cruce de todos los ramales de autopista, en el ojo centrífugo, en esa confluencia de diez puentes con una perfección de giros y niveles y luces que hacen de la ciudad un transatlántico, un árbol de navidad. Miles de luces blancas, rojas, en carriles que imaginan salir hacia algo más que la salida. Exit. Fast food dice un anuncio que se prende y apaga. El río está en alguna parte, se siente en las flores de aromo que llegaron con la lluvia. Una pista parece cortar en dos la catedral y el cartel de Dunlop. El olor de la nafta, de los tambores de gasoil que usó la barricada.

Pedís un café como quien pide que el mundo vuelva a dibujarse, tibio, familiar. El minimarket ofrece peluches, relojes, shampoo, pegamento, internet. Pedís un amuleto, pedís cigarrillos, pedís que el corazón encuentre una cara, una revista, cualquier cosa que parezca aunque falsa intimidad entre algo y algo de vos, mirás en el vidrio estallado, astillado pero ahí, sin caer. Algo blindado entre las mesas, la gente, los autos, todo se mueve y no, como una pista de baile con luz negra, todo enciende y apaga como el nombre del café, como en el vidrio un interior que parece estar afuera, alrededor sólo se ve adentro reflejado. Sentís que el único lugar es este tiempo.

Mañana se verá. De cualquier modo la gente se levanta, se recupera en la playa de estacionamiento, la noche de tomar el cielo por asalto. Estaba lejos. Estaba solo. Estaba vacío. Había que pintarle un sol, una casita. Papá, mámá, no es que no me acuerdo, es que me siento siempre ante un papel en blanco. Escribo que no sé si lo que veo es lo que desde afuera no se ve.

Los buitres ya planeaban sobre basura quemada en cada esquina. Pero eso fue anoche. Mañana, ahora, lo ves en la pantalla. Todo lugar tiene su sombra y no sabés dónde ponerte. Siempre dudás si lo que ven los otros es y no te conocés porque te ven sino porque mirás a todos lados desde ninguna parte del dibujo. En explulsar hay algo de parir, partirse un padre al que reclaman que no prestó atención. Pero la ausencia es una acción, nunca los tuvo. Nadie. Ya no se sabe quién ya no se ocupa del mundo, quién los deja una vez más. Y se abandonan. Otra vez.

En el puente peatonal un enorme Scalextric te pasa por encima, por debajo, los autos giran a la altura de tus ojos, carros hidrantes, ambulancias, una multitud ahora dispersa camina hacia el río por la avenida más ancha y más triste del mundo. En un guardrail una pintada pide un dios a imagen y semejanza de estos días.


(de “Plegarias”, New York, 2002; BsAs, 2004)


EL CANGREJO ERMITAÑO

Estás cayendo como si el mundo fuera de agua en el fondo una ballena en su sueño mamífero. Una madre inmensa y movediza te traga sin decir esta boca es mía, esta es mi casa, con su voz de sal que se disuelve o se derrama en un reloj donde el arriba y el abajo se confunden.
Estás cayendo muy alto. Un desmoronamiento en la piel de la culebra, hay historias que te pesan sin haberlas vivido.

Estás lejos de tu casa que no es ésta.
Tratando de errar todo camino, llegar hasta un desierto donde escuchar tu corazón.
Y aún la luna te sostiene por un pelo. Estás flotando como si cayeras si el agua te soltara.
El fondo es infinito, no hay caída que detenga la caída.

Tiendo la mano pero estás cayendo en otro lado. Pero yo también estoy cayendo.
Tiendo mi corazón vacío de recuerdos y no es cierto que se pueda empezar como si nada hubiera sucedido. Como un animal mojado tiendo mi corazón al sol, llovió tanto que no sé dónde estás. Pasan maderas, gatos muertos, carteles como restos de un mundo que fingía estar en orden.

No hay arriba ni abajo, vas como un sonámbulo que al tropezar camina por el borde de un sueño. Soñé que el amor era sencillo, soñé que algo dejaba de moverse alguna vez por un minuto entero. Que había un sitio para cada cosa que levanta una casa, las llaves, la silla está quemándose otra vez, otra vez estaba distraída, como siempre.
Te ofrezco el corazón como un lugar donde pasar la noche.

Pero la nieve es una tentación, caer hasta que sea un manto el frío, hasta que no haya nada que perder.
También la nieve cambia, estás cayendo en la ilusión de redimir con cada paso el paso dado. Estás ante una puerta que golpea el viento.
Llegan los restos de un naufragio que el agua trae hasta mi casa. Estás a la deriva y yo como muy lejos te grito cuando el agua tira hacia adentro hay que hacerse a un costado de la corriente.

Te veo por momentos emerger y hasta te veo saludarme, como si fuera un juego de equilibrio.
Es tu manera de que algo quede fijo, yo, por ejemplo, en el sitio de la espera.
Te sumergís sabiendo en qué lugar está la playa como una madre de oros infinitos, como una leona en su mirada mansa pero atenta sostiene el universo.
No me creas si no te pido nada.

Estás cayendo y en silencio pedís que no te tenga en cuenta, sería un peso más.
Tiendo mi mano y toco agua. Me tiendo, estoy cansada, la canilla pierde, prometiste arreglarla pero hablabas de una casa imaginaria que siempre está cayendo en tu memoria.
Estoy cansada de palabras que no sirven para que me entiendas.

Estoy cansada de tus silencios, yo también estoy triste a veces, yo tampoco sé cómo salir.
Tiendo la mano para no caer pero estás detrás de un vidrio, no escucho qué gritás, a quién, el agua borra tus rasgos, no sé quién sos.
Pero tiendo la mano y te reconozco como un ciego, como un perro reconoce su casa por el olor, por el vacío que la circunda.

Porque tiendo la mano imantada encuentra tu mano, en la multitud me está buscando.
Me está buscando allí donde no estoy.
Me tiendo en la cama, hace frío, yo tampoco tengo dinero, la gata pregunta por vos, le digo en cualquier momento cae, en cualquier momento cae por acá.
Caés sobre mí como un gato cae sobre su sombra sin saber si es una víbora o el viento agita el pasto.

No sé si hay cascabeles en este país, no viví en el campo como vos, yo tampoco tengo todas las respuestas.
Voy por la casa tendiendo la mano, tocando cosas, pero las cosas no me agarran ni responde su quietud por qué todo se mueve.

Tiendo la mano hacia el teléfono. Estás cayendo como si quisieras dominar el vacío.
Como quien encuentra la cuerda de un funámbulo, a mitad de camino pregunta qué hago aquí.
O cómo hasta ahora no caí o qué mano me soltó de pronto.
Estamos sujetos a la realidad por un hilo delgado, me sorprende, una opinión común construye el mundo, me sorprende que exista todavía si no nos entendemos vos y yo.
Estoy cayendo otra vez en conjurar la ausencia con palabras.
Estoy cayendo en la trampa que me tiende tu fuga, me vuelvo un cazador de imágenes y no quiero perder toda esperanza.

Soy yo ¿te acordás? La que está cansada pero se levanta.
La gata también se levanta, me sigue a todas partes como en mi casa no sabés dónde ponerte.
Te ofrezco mi silla quemada, mi máquina de escribir.
Pero no hay dónde recibir.

En el corazón deshabitado nadie escucha, nadie escucha que estoy golpeando la puerta, dejame entrar, estás durmiendo en el suelo, estás soñando y creés que estás cayendo.
Dejame entrar, soy yo, la que tiene miedo de la ausencia.

Mi corazón también fue abandonado, yo también abandoné mi corazón alguna vez.
Dejame salir, estoy encerrada en una cita, y soy la que tiene miedo del encierro, ¿te acordás? Llaman las amigas pero estoy cayendo en la trampa de la espera, ya no sé qué quería yo.
Porque soy yo todavía, la que llega siempre a casa como después de un largo viaje y encuentra que la casa se mueve como un barco.

Pasó la tarde, agazapada en su silencio, como vos, la gata ve las cosas de otra forma.
Tiendo la mano hacia el reloj, ya no te espero, caigo en otra trampa.
Te espero en un lugar que no existe.

Soy yo la que no llega a comprender que se vacía lo lleno y viceversa.
Caés como el cangrejo en un caracol vacío.
Como cae un caballo celoso de su sombra, La luna estaba demasiado alta.
La ballena sueña con el hijo que pueda separar la tierra en dos cuando camina.
Tiendo la mano y sólo encuentro algas, minutos que se escurren lamentos del agua que es el alma del mundo.

Soy yo la que lleva un cartel de aquí se escucha y todo el que ha perdido el corazón, como si fuera un caracol que canta me lo tiende.
Menos vos. Lo que une a dos personas más tarde las separa.
No me imagines quieta en un lugar, no me imagines, soy yo.
No sé si estás cayendo o ascendiendo en un camino en el que es necesario despojarse.
Pero estás como arrancado del jardín de tu casa, trasplantado en mí.
Como si no tuvieras manos ni pies sino raíces.
Pero en el agua.
Soy yo, el fuego que no viste todavía.
Y nunca he visto un fuego sobre el agua.


UNABOMBER

Te escribí
 o creo
 haber visto tu sonrisa
 melancólica
 leyendo.
 Tu silencio no sería
 silencio
 si no es en relación con esas cartas.
 Te desespera esa distancia,
 yo sé,
 de milímiteros,
 cuando los labios se buscan
 me alejo,
 espero que me digas.
 Te llamé
 y no estabas,
 te llamé y estabas
 en reunión,
 en off,
 te deje en el contestador,
 en minitel,
 CD.
 Vi tu rostro de ángel desterrado
 de toda fiesta,
 el cuerpo también miente.
 Tus ojos entrecerrados,
 la boca a punto de decir
 esperá,
 no es el momento de alejarte.
 Paso los dedos con saliva,
 las uñas por la espalda,
 como una descarga eléctrica paso
 el cuerpo contra tu cuerpo
 contra la pared.
 Camino hasta la puerta,
 giro y te veo
 las palmas hacia arriba
 entregándote a una ley
 más fuerte que el sentido.
 Ese vacío de un segundo,
 un centímetro,
 lo suficiente.
 No hay presencia que conjure,
 no hay fusión
 que colme lo que es
 completamente
 soledad.
 Todo placer es virtual,
 objeto por sí mismo
 distante
 del cuerpo que se vive
 como fuera
 del cuerpo que desea.
 Todo vale
 sólo por comprobar
 que más
 y más adentro
 es más el desamparo.
 Y aunque digas así,
 deforme tu sonrisa la humedad.
 No sé qué murmurás,
 tu aliento me quema
 el oído,
 una ráfaga de lucidez
 te vuelve indescifrable.
 Yo quería un romance
 inolvidable,
 buscar noticias de tu pueblo
 en los diarios,
 nevó
 se hundió un pesquero
 frente al muelle.
 Quería escribir cartas.
 Y aunque miremos
 como si fuéramos nosotros el video
 que vimos en un cuarto de hotel,
 uno lejos del otro
 tocándose
 mientras el otro pasa
 los dedos por la boca
 como quien dice se hace agua,
 tragar,
 atragantar,
 llename.
 Desde lejos acaricio
 la ilusión de postergar
 la indiferencia
 posterior.
 Sudor, disolución
 de la frontera que es uno.
 Rodeame, apretá,
 rodamos
 y el piso era madera áspera.
 Alcohol
 que vaya derramando entre las
 piernas
 hasta olvidar para qué entramos
 en esa habitación
 Esperá
 las gotas con la lengua
 como un reloj de sal,
 un plazo más agónico
 por su morosidad.
 Esa acritud de las axilas
 que marca la escena con su olor
 como quien dice se trata de animales
 y goza de pensarlo.
 Se enreda,
 me enredo entre tus piernas
 o en tu cuello,
 nos desmembramos,
 rearmamos en el techo espejado
 una medusa,
 algo resbala, siempre
 algo se escapa.
 Te ato
 y tu caricia permanece,
 ángel mío,
 no se te hace justicia.
 Te vendo los ojos,
 no sabés por dónde
 vendrá el ataque,
 la caricia,
 tenés escalofríos, gemís,
 decís que ya no soportás
 ni siquiera acabar.
 Es poco
 lo que queda
 en pocas horas, al día siguiente
 te vas mientras yo duermo.
 Te escribí
 a mano incluso,
 con la otra mano me tocaba,
 impregnaba el papel con ese olor
 que ahora es tuyo, digo,
 pero no es cierto.
 Tengo la propiedad
 de imaginarte
 en cualquier situación.
 Tengo grabados tus gestos,
 tu voz,
 los puedo insertar,
 interactuar.
 Pero no sé qué pensás
 ahora,
 si tomás café en la mañana,
 si alguien duerme con vos.
 No conozco tu cama,
 tu mesa,
 si está ante una ventana.
 No conozco tu puerta, por ejemplo
 abrís
 y allí estoy
 o el cartero.
 No sabés quién soy,
 sólo eso,
 Unabomber,
 un relámpago,
 un flash.
 Ese instante
 en que rugimos o gritamos,
 gemimos.
 No hay forma de olvidar
 la distancia de un cuerpo
 a otro,
 del otro al universo
 prometido,
 una luz que se fragmenta
 en su espectro
 al estallar el cuarzo.
 Tus ojos en blanco
 Mientras decís así,
 así
 matame.
 Matame.


LA NOCHE DE TANABATA

Es la noche
de Tanabata
pero yo no sé dónde está
la orilla del río
del cielo.
Ni el cielo
lo dice.
No sé cuál es el puente
que nos une
y nos separa.
Yo no sé qué pasó,
la vida no es un lugar
seguro.
No hay ceremonias,
los amantes unidos
por un hilo de plata.
Sueño con calles
en las que estás caminando
mientras sueño,
al despertar es tarde.
Yo no sé qué hacer,
el amor es animal.
El camino terminaba
en un acantilado.
Iba un loco
en un coche policial,
feliz de andar en auto,
sentí miedo del dolor,
de la química,
de las palabras que se quiebran
de pronto.
Fuera de mí,
fuera de mi casa,
fuera de todo lo que te ofrecí
voy.
Pero vuelvo, no creas
que pedía más
que la intensidad del azul
ante el naranja.
Yo no sé qué pensar,
para qué
si no quiero entender,
si no hay razones
a veces.
No sé si creer otra vez
en signos que no sé leer
en el río del cielo.
No sé si buscar el puente,
quizá nunca lo hubo.
No sé qué decir,
acaso te convoco sin saber
adónde.
No importa,
haré una ceremonia incorrecta
mirando la luna.
Pregunto a tu parte oscura
si es cierto
que desayunamos juntos.
El tiempo pasa,
no hay aniversarios.
La vida gira
bruscamente,
yo no vi la señal.
Ya no sé si es mejor
perder lo que se debe
para encontrar,
antes me dije estas cosas
pero estoy cansada.
¿No hay nada que decir?
No hay nada que hacer
para desanudar las almas que se aferran
a otras almas anudadas
a otras almas.
¿No hay parte en el amor
que guarde algún recuerdo?
de la luz
sobre la contingencia.
Acaso es un torrente
continuo
y precisamente
por eso.
Ya no sé quién sos.
No pudimos despedirnos
de los muertos.
Así sin inhumar
el cuerpo de este amor
enterrará el próximo amor.
Como fui yo el cordero
bajo el mismo puñal
que habías recibido.
Ahora soy quien pregunta
al río:
el amor es un torrente
continuo
pero estamos fijos en el horror
de no permanecer.
Hasta el fuego
necesita adherencia,
sólo la noche existe
aunque nadie la mire.
Acaso el puente para dejar
en claro:
cada uno ocupa un sitio
diferente.
No era necesario,
siempre estamos solos,
siempre está a la vista.
No te pedía el alma
por un pacto,
ya no hay pactos,
“es la estrategia del demonio
hacer creer que ya no existe”.
Ya no sé si creer
en las palabras,
es la noche de Tanabata
y no lo sabés,
no leímos los mismos libros.
No sé el lugar
que no conozco,
no hay corazón tan sabio
ni vocación de tenerlo
ni quien
indique el camino.
No hay caminos,
es el momento para inventar
liturgias,
construir un gesto,
un filme o un río
para los separados eternamente.
Eternamente despidiéndose
de sí mismos.
Reconstruirse en el dolor
es otro dolor:
que lo desee
no hará que exista.
Preparo café,
ya no puedo sentir más frío
por hoy,
por este año.
Todo ha sido
una actuación en el vacío,
algo se quiebra
para instaurar.
En todo viaje, la ausencia
o volver,
se mueve el paisaje.
De todos modos el río
está cegado aquí,
tiene una sola orilla
y cada vez
se es más inteligente.
Quiero decir más triste.
Ahora sé
que está cayendo la noche
de Tanabata
como una noche
más.


LA PANTERA

Matar al animal
requiere un animal
sin sombra.
Vas caminando por un monte
o te parece, no sabés dónde estás;
creés que lo sabías
cuando llegaste.
Ese negro
bien puede ser una pantera
o mujer,
no te das cuenta.
La mirada salvaje te gusta,
no, te calienta.
No, te mira
como quien no comprende
dónde está.
Ya estás perdida,
tendrías que llevarla a tu casa
pero sabés cómo termina:
un animal herido
siempre ataca.
Tendrías que matarla,
ahora,
antes de que sea tarde
o por piedad.
Pero esa mirada es una trampa,
si es pantera
sabe matar mejor
que vos.
Nadie sabe tu nombre
aquí
y ahora él
o mujer te da la espalda.
Pensás en un Remington
liviano
de distancia corta.
Pero nadie escucharía,
Red Hot los distrae,
a vos también.
Y no se mata por la espalda,
lo viste en las películas
o creés en eso.
Matar
es otra cosa.
Ahora te mira y ya sabés,
vas a llevarla a tu casa.
Está tocado por la gracia,
está a la vista
o vos lo ves, no estás segura,
o tiene algo
que creés comprender.
Y sin embargo
sabés cómo termina:
no sabés cómo
te hirió si te quería.
No querés acercarte,
te mira como miran los gatos
cerrando los ojos.
Es un hombre
por la manera de fumar,
se apoya en la barra
frente a vos,
los dos están perdidos.
Pensás en el Remington,
nunca tuviste uno.
Matar es otra cosa.
Nadie parece comprenderlo,
el negro tampoco pero ve
que tenés un cigarrillo
en la mano
y otro ardiendo
en el cenicero;
se acerca y lo fuma.
Estás perdida,
creés saber cómo termina
y volvés a equivocarte,
apaga el cigarrillo
y se va.
Ahora nadie
se parece a tu deseo.
Y es que no se parecía.
Una pantera perdida
en su memoria
o forma de mirar
o lo que fuera
que no vas a saber.
Tomás un taxi pensando
demasiada belleza no es el móvil,
es la coartada.
Para matar a una pantera
hay que cerrar los ojos.

SEÑAS PARTICULARES NINGUNA

Acérquese,
sí, usted,
no tanto,
siéntese junto a la ventana,
encontramos cenizas en ese sillón,
usted fuma.
Se acercará después,
observe la posición,
la ropa quemada
por la distancia corta
y no hay huellas de arrastre.
En el cuerpo de la víctima
se encuentra a su asesino,
cuando se ilumina la carne,
bajo la corrupción
se revela el verbo.
Si encontramos veneno,
99 en 100
lo suministra una mujer,
con menos frecuencia
elige arma blanca;
con arma de fuego
nunca dispara a la cabeza.
7 de cada 9 tienen coartada
aun sin estrategia,
la mujer vive
para la salvación.
Su rencor es minucioso
y lento,
su percepción de los detalles
asombrosa.
Observemos la escena,
no tropieza,
no deja nada fuera de lugar
y si rompe todo
analicemos qué
testigos muertos.
No,
no mire por la ventana,
ella esperó
con la paciencia de quien no espera
nada.
Recorre el lugar,
busca pruebas
de amor propio
que la alejen de aquí;
sólo la retiene saber
que si se fuera volvería.
Tenemos que acabar,
acérquese.
Tranquilícese,
tenemos tiempo.
Escribió una carta,
las mujeres creen en las palabras
a tal punto
que siempre falta otra palabra.
Por eso rompe el papel,
no, así no,
guardó los pedazos en su cartera,
recuerde que no encontramos cartas.
¿Está nerviosa?
Cualquier cosa que haga
será irreparable.
Ya lo ha sido.
¿Por qué no va a su casa
y duerme un poco?
Ya no podría dormir,
imaginaría una y otra vez
una pequeña corrección.
Y quién sabe, después de un sueño
nos traería la solución.
Las mujeres aún creen en Cristo
como en alguien que venga
y no que ha sido,
alguien que convierta
el vino del sacrificio
en un gesto.
Querida, nos perdimos,
¿dónde guardaría un hombre
el whisky?
junto a los compacts,
cerca del sillón.
Cómo vivía es importante
en relación con el momento
de la muerte
pero el vehículo de información
no es el contenido.
Bebiendo se encontrarían
en un lugar neutral
de la pasión.
El alcohol, en realidad,
enfría,
todo es igualmente estúpido.
Sí, en ese momento dijo estúpido,
sentada en el piso
mirando discos.
Si nunca compartieron esa música
ni tantas otras cosas.
Corazón,
no le pido que se emborrache,
yo no le pido nada.
Pero usted puede entenderla
¿está furiosa?
de acuerdo, confundida.
¿Y ahora?
¿Suena el teléfono?
Ella no atiende
pero escucha a través del contestador,
alguien cuelga.
No, no se ría,
tenemos registrados
los últimos mensajes,
la realidad siempre es más tonta
de lo que se cree.
¿Por eso rompió el vaso?
¿Por qué no recogió los vidrios?
Suena la llave
en la cerradura,
yo entro, le pregunto:
¿cómo entraste?
hay que interrogar al portero
¿tomaron nota de todo?
Ella se arrepiente
de haber roto la carta
¿no?
tiene razón,
ahora están frente a frente.
Míreme,
faltan diez minutos
¿qué podemos hacer?
Me sirvo un whisky,
pongo un tema
como si viniera pensándolo
antes de entrar.
Ahora sí, saque el arma,
diga: un último mensaje
¿duda?
apúnteme.
No, así no.
Como si el mundo fuese opaco
y a la vez demasiado
estridente,
se siente anestesiada
y ansiosa al mismo tiempo.
Pero usted espera algo.
Y yo cometo un error,
un gesto
¿de?
desproporción.
Acérquese,
yo arqueo las cejas,
usted dice
- siempre dicen algo -
que el malentendido nos una,
es lo único que tenemos.
Siempre se espera un poco,
faltan...
¿ése fue el gesto, dice usted?
Ahora apunte
como para disparar aquí.
No, así no,
recuerde:
usted me ama
y de todas maneras
me pierde.
Dispare.
No importa que usted lo sepa,
ella también, de otro modo,
siempre se sabe:
el cadáver
tendrá la última palabra.



LA OCCISA

Si pudiera volver
la cabeza.
Los ojos, sí
los ojos permanecen
pero yo permanezco
inmóvil
como siempre y sin embargo
ya no importa.
Existe un paraíso
del cuerpo
prometían los ojos,
infierno de saliva
arrasando palabras,
pensamiento, ser
desde adentro
hacia afuera un fuego
líquido y afuera
sólo tacto
de mí.
Y ahora que la bala penetra
una real calcinación,
me atraviesa: esa mirada
es una trampa
y ya no importa,
fluye,
el deseo es un río,
le dije,
no detengas su curso.
Todo es líquido,
el aire como bruma pegajosa
en la garganta,
los sonidos,
no veo, me derramo
hacia adentro,
agua estancada
lo que fue pólvora viva,
volumen sanguíneo en las vísceras
conscientes ahora de sus ritmos
ralentados,
humores venenosos del alma
que también es un cuerpo
eléctrico.
Un fluido
que al mirar capturaba en un punto
de impacto.
Nunca fui el cazador
siendo rapaz como el deseo
es como el viento
que no sabe qué arrastra,
qué doblega,
por qué aleja al acercarse,
por qué le da una dirección
lo que resiste.
Algo, una baba,
una pluma venida del espacio
toma forma,
toma desde dentro
un cuerpo que pueda tomar cuerpos,
una ciudad de poseídos.
El verdadero horror
en las películas
es que siempre comienza
la misma situación,
cuando cierra la puerta
y suspira
se rompe la ventana
y vuelve a correr.
Sólo hay dos en esa cinta
de Moebius
y ya no sabe quién perseguía
a quién.
No importa,
ya no puedo moverme
y hemos vencido
los dos.
Hemos perdido
lo áspero,
los vientres pegados de sudor,
la radio,
una lámpara en invierno,
acariciar los libros,
las manos se deshacen como papel viejo,
he perdido
la textura de tu espalda,
el árbol,
cicatrices.
Sin embargo siento el agua
alrededor,
me estoy hundiendo
suavemente.
Acaso imagino una lluvia
que no llega a mi oído,
no es que caigo, voy perdiendo
sentido.
Ya no veré el acero,
el mar ni una estación de tren
abandonada.
Me condenaste al tedio,
a la nostalgia monocorde
por alguien que no está:
mi propio cuerpo.
Solitaria
eternamente sabiéndome
invisible
aun para mí misma.
No importa,
ya no puedo pensar
ni imaginar lo que no sé
cómo será
y cuando suceda, como siempre,
ya no tendrá importancia
entender.
Es un río,
dejémonos llevar,
le dije,
a donde sea.
Fue un error, como un viento
diciendo soy un viento,
un giro repentino
de nosotros.
La oscuridad como una piedra
me toma desde dentro,
mi cuerpo es la sombra
de una piedra
y todavía tiembla
un centro
como lava,
una bala que busca salida
y ya no importa,
interesada en el esófago,
un reguero,
una película en que todo estalla
es una bella imagen
que ya no podré ver.
Instantes de oro
y años de polvo
será, como la vida,
la muerte.
Dónde está la luz
cuando se apaga.
Voraz como el deseo
como el fuego no quiere devorar
sino encenderse,
nunca fui el cazador.
Pero que sea yo la víctima
también es un error
o un accidente.
Si desperté pasión
no tuve el mérito del cálculo,
si arrebaté lo ajeno
no tuve el usufructo,
si fui el testigo no supe
con lo visto
más que dar testimonio.
Quizá como el amor, la muerte
como la vida
no sea para siempre.
Será una travesía,
si miro hacia atrás
sus ojos
podrían retenerme.
Sin embargo dispara
contra el viento
como un ciego.
Un individuo en posición
decúbito,
aspecto de masa
cenicienta,
alojada en el canal
la bala ahora es lo que queda
vivo
y este fluir del pensamiento
acaso será siempre
una cámara lenta del disparo.
Un trueno primero,
después el relámpago
reabsorben en una sensación
fulminante de silencio.
También hay una muerte espléndida
que tampoco me tocará en suerte.
No importa

LA GAVIOTA

La precisión,
la cadencia
de fuego,
la sobriedad con que se apuesta
entre el sudor y el viento,
el arenado refracta la luz
que te revelaría inmóvil.
Calzar a la medida
el arma de tu cuerpo,
el peso exacto
del silencio,
de la hora, detrás de la ventana.
Podrías estar en un pueblo
de México,
Arizona,
hay algo en este hotel
donde ya no recordás
qué viniste a olvidar.
Ahora el viaje te persigue,
cada mañana escapás
de cada noche
anterior.
El temporal presagia un punto
en que nada quede
en pie.
¿Pero estarás aquí
cuando limpien la playa de restos
de tejados, pájaros
y botes?
Ya no se ven las casas
pero están
y las banderas de Texaco.
Vendrán a buscarte.
El bus te encuentra en cualquier sitio
en que te hayas perdido,
saben que no sabés
dónde ir, como el mar
impunemente
deja a su lado lo que mata.
Hazte hombre, decís
a un mar atento a tu voz
de alto.
Masivamente pierde su eficacia,
las guerras por millones,
los accidentes de miles
nos aburren.
La sal
opaca el vidrio,
el fondo que parece
emerger es previsible,
ensimismarse es engañoso,
culpable de suicidar
o seducir.
Llevo una bala entre los dientes
cuando beso,
tengo en la lengua el gusto
a metal de la Hotchkiss,
tus muertos gozan
un funeral de escarabajos.
En los baños de rutas
o estaciones donde hago el amor
sin desvestirme, yo sé
-decís al mar que rompe
las sillas de la rambla-
lo que es un corazón,
se macera en lo mismo
que lo pudre
que es su orilla.
Aquí estoy
y no llegas,
sólo un escupitajo,
un toldo desgarrado,
como un adolescente.
Me alimento de verte.
Podés confiarme ese secreto
deseo de matar despacio
y razonado como un hombre,
hacer de tu vaivén una estrategia.
Un cazador
inventa su animal para matar;
en cada huella ve su sombra
a punto de saltar
a la existencia.
La hiena ríe última
y sola
ante los restos.
No confíes en quien bebe
ante un vidrio,
ante tu corazón que persiste
en desplegar su botín de espinazos
hebillas, caracoles,
lo que creés abandonar
te delata
con su resaca de oros,
todo es memoria
en perpetuo movimiento.
Soy, como vos, el cuerpo
de la bruma,
su límite, ir
y venir por nada que comprendas,
haszte hombre, yo te diré por qué
se agita el mar.
Tu amenaza, decís,
empieza a ser monótona,
constante tu inasible
país, tu lengua
que promete rodar en la saliva
del destino,
acabar en el vacío completo
de sentido, es decir
no escuchar.
Ya ves,
soy la granada a punto de estallar
en defensa del amor
en el momento del amor.
El bus
parece haberte olvidado,
los barcos no salen hoy,
estás atrapado
entre cielo y tierra.
La voracidad de la gaviota
resiste en el viento,
un plomeo abierto,
convincente,
cae en el alféizar.
Abrís la ventana y la llevás
a la mesa,
sabés que el barman se molesta
pero sos extranjero.
Boquea, metés los dedos
en el brandy
y dejás caer gotas
en el pico,
se retuerce con un grito afónico,
golpea contra la mesa
el ala destrozada,
se pegan plumas en tu vaso.
Vendrán a buscarte.
Vendrá el bus y el mozo
tirará el cuerpo a la basura,
dejás tus restos,
cumplís tus pactos.
El mar ruge, ciego,
después de todo no mata
para ver,
no entiende nada.
Te levantás,
esperás que te encuentren,
cada día en esos cuartos
con olor a cajones vacíos,
a cepillos o navajas olvidadas.
Cada ventana abriéndose
a un camino
que baja siempre al mar,
siempre un cartel
que dice usted está
aquí.
Siempre un lamento de gaviota,
animal de petróleo y basura
y viento,
decís, dando la espalda al mar.
Una pasión de metralla
requiere el silencio del cuchillo,
la sorpresa
en el discurso, ser
y desaparecer en acción.
Soy el disparo.


(de “Matar un animal”, Caracas, 1995; BsAs, 1997)


MADERA

En la pasión
el frío llega
a ser fuego.
Hay ese instinto
fatal
de amar en otro
lo que se odia
en uno:
el otro
que ha quedado
como una sensación
de cometer distancia.
No hay fuego
sino ese solo fuego
alimentado
como lejos
del propio corazón
que cree en la pasión
todo se funde.
Lo que estaba separado
se vuelve a separar,
calado
en lo calado
a comprobar
que se era de la alquimia
la resaca.
El alcohol,
las hojas secas
no son, por devorados,
una hoguera.
Sin embargo la llama
no enciende
con todo lo que encuentra
sino con lo que puede
transmutar.
Hace falta un lugar
donde sentirse
llegando.
Se recorre un amor
o se atraviesa.
Se está
y cada uno habla
de lo que cree
que le pasa.
Y es que le pasa
porque lo dice.
O porque lo cree.
Ese instinto
de odiar en otro
lo que se ama
en uno:
El fuego es animal
que no se caza
sino con el vacío.


NOH

Corazón de agua
¿dónde echa raíces
el amor?
Todo dios
de un mundo antiguo
es ángel negro.
Afinación
de una cordura transitada,
lo espera a la orilla
de su cuerpo.
La marea reina.
Resaca
de una noche de batalla
con los bordes,
funámbulo de tierra.
Si el jaguar no se acerca
el fuego emana
un sudor de madera
corrompida
que finge un animal.
Un sitio
por vacío.
Sitiar un corazón
tomando el cuerpo
circundante.
Golpea el mar
la piedra que ama
ser derribada en su certeza.
No se puede vivir
tan cerca del origen
de una pasión.
Refleja
su espera un gesto
que transforma la quietud.
El que dice
en el Noh permanece
al costado.
Afinación entre palabras
silencio y la pasión
del que mira.
Un actor
sabe qué hay detrás
de la máscara.
El secreto del pájaro
es que anuncia
lo evidente.
Y ahora la mañana es
un pájaro que canta.
Amor es una respiración,
templar un corazón
en el latir entre vacío
y plenitud.
Si el fuego no arde
se asfixia,
se deslumbra
ante un alma que atormenta
opone tempestades.
Cuerpo de sal,
idea del naufragio, no hace el amor,
lo comete.
El agua no sabe de la sed
de un guerrero perdido
en el naufragio de su idea
de batalla.
Cambian de forma
las nubes
si sopla el viento.
La arena como un puma
se deja acariciar
y sueña
al sol.
El secreto del pájaro
—piensa—
es que es un pájaro
también cuando no canta.
Palabras cubren
la distancia.
Como la luz
se hace el amor.
A imagen y semejanza
del deseo
de apagar una hoguera
con el cuerpo.

IKYU

Le lleva al mundo tiempo
una mano,
una pluma.
Es imposible
atravesar un corazón
si no hay deseo
de matarlo.
Toda la tarde caminó
bajo la lluvia
como una forma de sentir
humanidad.
El tiempo —se dijo—
será esta ceremonia
del té.
Es cosa de los astros
si pueden partir
el mundo en dos
en un segundo.
Es cosa de los otros
sus manos.
No es una huella
que dejará
según mueve la pluma.
Es que esas huellas
de sus dedos
son irrepetibles.
Pero llevan su tiempo
las palabras.
No es el camino
el que dice la distancia,
los ojos
no encuentran su paisaje.
Hubiese preferido tocar con sus palabras,
él habla
maravillosamente
y es un placer físico
escuchar.
Pero no importa
si las uvas están
a demasiada o poca altura.
Si se moja es que llueve
y es la hora
de preparar el té.
El cuerpo es un pacto
con la forma.
Pero el deseo es la forma
que tiene el corazón
de deshacerse
de su cuerpo.
Como un relámpago
espera
en la línea de la mano.
—¿El amor?
—dijo la bruja—
¿Ir al Tíbet?
Una escritora.
Los sueños son la vida
también.
Tuviste un gran amor.
—Tuve, como quien dice
una enfermedad,
escribí
poemas.
—Palabras
—dijo la bruja—
de un corazón
en círculo de fuego.
Se viste de venado
y se devora.
Una pluma en el barro.
—Cuando los amantes duermen,
amanece.
Las palabras no dan cuenta
de ese espacio
que separa a los cuerpos
en el sueño.
—Los amantes
—dijo la bruja—
no se dan cuenta.
Pero el que sueña
es un camino
como cualquier otro.
Los poemas también
son naturaleza.
Si no tocaste
esa mano no existió
más que en el sueño.
—Pero las uvas
a la altura de mi mano,
acaso
simplemente las describa
—Es una forma
como cualquier otra.
—Pero la espada y el tiempo
que le lleva al mundo
el cuerpo
que la cabeza lleva atado
como un perro.
Y el guerrero
si amanece
y en su corazón
noche cerrada.
Cantan los pájaros
y habitan la luz
como una flecha
de su propio sentido.
Dar testimonio
de una manera humana
de levantarse,
preparar el té
y escribir.
—Y acaso haber tocado
¿daría cuenta?
—Un puma
ni un venado.
Deseo de beber
un animal completo
o palpitante
en la espesura
del deseo
fugar de un cuerpo
agazapado.
Se pregunta
qué tarea tiene
entre las manos.
Palabras como espada
de dos filos.
El deseo real
como la mano
al tocar
fue tan distinta.
Cada cuerpo
irrepetible.
—El arquero
ni el caballo,
la flecha
no pregunta:
Señor
¿no tuviste suficiente
fe
en mi?


LÁMPARA

“Mi oreja no salía bien
en el cuadro
y la corté.”
Ahora puede pintar
ese vendaje,
necesitaba el blanco
en su pintura.
Su rostro es auxiliar
a distinguir
los cuervos de la espiga por matices.
Las manos toman la pluma,
el pincel,
tocan un cuerpo
que corta en dos
al corazón.
Tomo y obligo,
piensa el puma
y ya ha pasado
ese bello temblor
en la espesura.
Mi mano
acaso imprime en lo que toca
la huella
de una herida por tocar
el filo
entre dos fuegos.
Lenguaje arrebatado
a cambio de olvidar
que decir es
también naturaleza.
Un corazón por él
que el bosque pedirá tributo.
Quién traerá en la boca
más que dientes
o palabras.
Saliva como aceite
de lámpara
en la espalda.
Era un bello venado
el puma que sintió
en la oscuridad.
Toca Cupido
sin dar la cara.
Pero tiembla ante sus ojos
que presiente como el agua
de cal de los demonios,
la sed
da cuenta de la boca.
Colmillos de la luna
sangrante y baba
de la furia
que no encuentra
noche o lobo
para errar en solitaria
compañía.
Hoguera que parece
iluminar
lo que por ser
es oscuro.
Quema su espalda
por ver su rostro.
Raro animal
es la quimera,
por la noche cazadora
de sí,
al rayo de luz se entregaría
a la justicia
de los sueños.
No estuvo más,
repite el cuerpo.
Hoguera por la que el bosque
pedirá una cabeza
que escribe corazones.
Guardan las manos
memoria muscular
de haber amado,
no hace falta la lámpara,
no debe escuchar
a las hermanas que preguntan
por qué de día no lo ve.
Distinguiría por su tacto
que no debe pedir
luz
a la sombra.
El arquero es el sentido
de la flecha,
da en el blanco
cuando deja de mirar.
Raros caminos sigue el corazón
para encontrarse
a los pies de ese maestro
de tensar.
No estuvo más que el tiempo
suficiente.
Quién la veía
alzar la espada
o pluma de tallar
un corazón o arrodillarse
cuando el día
era implacable.
Lleva la lámpara
de aceite
ante el espejo.
Siempre supo
que no estaría más
que ante la luz
que echa el amor:
No sabe
qué lógica se oculta
en esa falta de razón
cuando se trata de los cuerpos.


TEATRO DE SOMBRAS

En la pared los cuerpos
hacen siluetas
de cuerpos que se tocan.
El movimiento de una sombra
en otra
y fuera
arqueándose el dibujo
del deseo
como en un caleidoscopio
va cambiando.
O parece
desde lejos que es posible
ser un plano,
bruma,
un recorte
de la luz.
Algo que puede ser
en su sencilla
oscuridad,
que puede parecer.
Algo concreto
como opaco,
humo.
Sombra de amor
que se creyó real,
es decir que existió.
Existe aún.
Un cuadro
chino
es más complejo
por sencillo.
Un cuerpo encima
de otro
como un raro animal
entreverado
con su sombra.
Y su destino
en la trampa:
esa mirada
que cree en la distancia
ver
por superposición
una figura.
Una apariencia
lo vuelve todo
parecido.
Los cuerpos
se proyectan,
se sitúan
delante de una lámpara,
se excitan con la idea
de que hacen el amor.
Una sombra en otra
confundida.
Una ilusión
de que lo efímero no cambia,
no queda en la memoria
de los cuerpos.
Ese temor del corazón.
Amanece
y cada uno
tendrá su propia forma
de dormir,
sus sombras
de palabras murmuradas.
Con todo el peso ahora
se incomodan
en la cama,
ella no duerme
porque no sabe despertar
al día siguiente.
Escucha la lluvia,
una definición
al fin
en una noche que deriva.
Algo rueda
en el patio,
escucha la lluvia, el reloj.
Piensa en las sombras
chinescas:
un juego más,
una noche más
ese contorno
como por arte
de magia.


ESTERO

“Ya no tengo talento”
—se dice,
frente a un vaso vacío—
ni edad para creer
que es sólo pasajero,
metafísico,
un domingo lluvioso
en pleno sábado.
Ni caballos
cargarían
una melancolía tan cerca
de las cosas.
Más joven o más viejo
el talento
cubrió la obscenidad,
es decir
lo antiestético.
Serpientes las visiones
tienen su veneno
o al menos una lengua
de dos filos.
Si nadie se movía
como un puma,
si nada estaba
oculto,
su cuerpo de venado
ofreció el cuello
a la quietud.
Corazón del movimiento,
el sueño anida
huevos en un pozo
debajo del estero.
El yacaré de oro
finge dormir
como el talento
si nada lo conmueve
hasta los dientes.
Y ya no tengo tierra
para morder
o al menos que parezca
a la saliva
o a lo lejos el palmar
del universo.
Nunca tuvo
talento para olvidar
lo deslucido.
Perdido entre despojos
lleva oro
con descuido infantil,
quizá tener nada, poco sería
promiscuidad.
Y no es la lluvia
persistente
ni la falta de paisaje.
Finge dormir si todo duerme
alrededor.
El talento del pájaro
—se dice—
es que no vuela todo el tiempo.
A la hora de la siesta
sigue el rastro
de la maga
contrabandista
con su pollera roja.
Finge que sueña
lo que ve
y deja pasar la presa.
El pájaro es virtual
en sus palabras
y el vaso vacío.
Nunca tuvo
talento para tomar
un guijarro,
no quiere perturbar
los amores de esa piedra
con el agua.
No es que recuerda realmente
a la muchacha
y al abuelo
con una sola espuela
y ese revólver ciego.
Si nunca fue un tropero
sino el que se escapaba
para escuchar historias
jangaderas,
el mensajero
de caudillos ocultos
en el monte.
Qué hace entre cuchilleros
un hombre de palabras,
qué hace
entre bibliotecas
un hombre de a caballo.
Qué hace de la vida
un mal poema.
Sabe escandir los días,
sabe la historia
que trae cada luna
pero sigue mirando
la lluvia,
ya casi una ciudad
inundada.
Recuerda el río,
mira a una muchacha
de pantorrillas húmedas,
piensa
no debería llevar el hijo
envuelto en nylon.
Se corta la luz
y encienden velas en el bar,
casi no ve y poco le importa
escribir.
Ya no tiene talento para creer
que las palabras puedan cambiar
algo o sorprenderlo,
como viejos amigos
no tienen nada que decirse.
El talento del pájaro
es que me hace olvidar
para qué canta.
Si llega un jaguar a la tranquera
—se dijo alguna vez—
es que algo necesita
de los hombres.
Por qué no he de llegar
a la ciudad.
Los días al pairo,
las lloviznas,
los vasos porque sí
o porque no,
arenas del palmar
que el agua mueve a un ritmo
imperceptible.
Sólo se entiende con “los hombres
en estado de boda
o de desastre”.
Poco importa
si el palmar existe,
sigue el olor
de pétalos caídos en el barro,
de venado que se pudre
como un vaso vacío
en el corazón del puma.
Ese momento
en que finge olvidar.
No es
que no tenga talento
para ser un jaguar,
no sabría qué hacer
con una presa,
tampoco fingir miedo
seducción
o devorado.
Simplemente está bebiendo
su caballo,
detiene a la tropilla,
dice sigan sin mí,
quiero estar cerca
de “ese río
de oro agua y sangre
anónima
de poetas”.
Igual sintió
a los diez, los treinta
años.
Ahora sabe algo más
y es que no cambia.
Siempre tuvo talento
pero pocos motivos.


VEREDAS
A Francisco Madariaga
No un conquistador
por la espesura,
nieve o caballos,
la adúltera huyendo
con su amante.
Una vereda
siempre tiene esquinas,
latas y papeles.
No,
la infancia no,
las casas
son iguales a veredas.
No un eremita sobre el acantilado.
Taconea,
baraja las palabras si camina.
Venir decía
ir de allí para acá.
Patrón de la vereda.
Faltaba esa página
en el diccionario,
olor de la furia del papel,
ese perverso rancio
agazapado
en un fichero de palabras,
estampillas,
mariposas,
clavada a una vereda
no.
En la infancia
no había bares.
Las palabras eran inoportunas.
Rancia voz de recitales
como una camioneta altoparlante.
Ocho bailes
tres cervezas
un sexo.
Me casaría con el dueño del bar,
la tabernera.
Mala muerte
en los umbrales.
Periódicos
signos,
cruza de vereda,
en ésta acecha su destino.
O está escrito:
rosa crucífera
en la villa blanca
de entredichos.
El domingo
no dijo que vendría
o iría
de allí para acá.
Ni laberinto
ni extranjería.
En un chico no todo es
aquí y ahora.
Desfiladeros de tiza
¿dónde van los trenes en la noche?
Ni manada de lobos,
olor del celo es un camino que se ignora en la infancia
o se simula.
La rosa de los vientos
espera una preñez de crucifijo
en los estambres,
en la punta de la lengua
el estigma,
malas copas de cenizas.
Ni caminos polvorientos
ni amatistas.
Ni azulejos en un baño
de vapor jabonoso entre los cuerpos.
Mantis
religiosa corta la cabeza
de su esposo,
el sexo sigue su saliva.
Impensable.
Ni mordida certera
sevillana
o colmillos de la luna
filtrando cascabel
al corazón de una palabra.
Inoportuna.
Sentada en la vereda
dando cuenta
de un cuadrado
que recorta ese árbol.
Cuadratura donde el círculo
se tumba
como un perro de veredas.
Ni estúpidos ladridos,
caminatas,
vuelta al perro de esa cita
de palabras.
El domingo descansaba en una espera.
Ni órdenes ni impulsos
de savia en dos sentidos.
Rosa abierta a la llama
que descienda
hasta rastrera.
Ni encarnada
perfume
o verbo conocido
babeado en los oídos o en un baño.
O en la carta que Joyce
envía a una mesera,
tocarse a la distancia.
No es lo mismo
una infancia que un destino
aunque se toquen,
una marca
o una huella en la espesura.
Ese domingo era un conjuro
de veredas.
Huevo de espinas,
madeja de sus ramas,
devora sus palabras
si el amante no acerca
su cabeza.
Piensa estambres,
potros negros,
cacerías
indecibles.
Me refiero a que escribía
y aparece ese cuerpo
alucinante
sin cabeza.
Un modo de decir
ni un cuerpo de palabras
ni un contexto
conocido.
El domador,
el molinero,
el mozo.
Un cruce de discurso,
veladura
de una lógica implacable:
yo escribía
y se cortó la luz.
Volvía del bar,
ese cuerpo dijo
¿Cacerías?
Ni siquiera.
¿Potros?
Sí.
Patrón de la vereda.
De allí para acá
y viceversa,
las velas se consumieron.
Dije sea
y se encendió la luz.
Quería escribir,
cómo explicarlo,
caballo negro
se levantó de pronto,
los cuerpos hablan.
La cabeza perdía
contexto,
pensaba:
¿por qué vive
en la misma calle?
¿Quién o qué se desplaza
por los cuerpos?
Tallador
de maderas,
tabernero,
hogar de perros callejeros,
el dueño de los mozos
y las cuadras,
un domador de cabezas.
Parecido al que en madera
talla un ángel negro
y al que yo esperaba
realmente.
Quiero decir como una reina
a quien le cortan la cabeza.
Cola de lagarto.
Nuevamente
salí a caminar,
cámara supina.
Prefería al constructor
de bares,
discurso estructurable,
y dijo el corazón para qué si antes y después
estabas escribiendo.
De allí para acá
terminan
en la misma calle.
Un espejismo no deja de ser
desierto.
El corazón no quiso decir
lo que pensaba
o no pensó lo que decía.
Ángel negro,
cada árbol
lucha por llegar hasta la luz.
Corazón retenido,
sol sediento.
Como gato encerrado
en un departamento
de policial neoyorquino.
La reina de corazones,
mantis religiosa,
tribunal de cabezas.
Revoluciones impensables
de los astros,
influencia mercuriana,
pies alados.
No, la infancia no,
un cuerpo que crece simulando
una cabeza que piensa
demasiado.
No sabe dónde esconder el cadáver.
Baldeaban a la puerta
de los bares,
un gato me saltó a los pies
sin pensar
que un gato es una fuga.
Ángel barcino
diciendo aquí tus pies
y las veredas:
No me pidas demasiado.


TORMENTA

El cielo, dice
una antigua leyenda,
no admite cobardes.
Tu inmunidad es la diabólica
estrategia de los dioses,
todo es posible
es imposible querida amiga,
entre paréntesis
fumamos demasiado.
El enemigo tiene sus razones
pero no incumben al caído.
No estoy herida
—dirás,
mientras el paraíso
agita sus ramas contra el vidrio—,
no hay mal
ni bien absoluto.
Es absoluta tu imperturbable
equidad, esa ventana
por la que ves el mundo,
el otro
querrá soplar tu casa
o no.
Y quién dice, dirás,
hay lobos y corderos
el uno para el otro.
Cordero de Dios,
por mi grandísima
(sos la raza elegida)
me golpeaba el pecho
sin saber por qué.
Hay esas noches,
llego a tu casa
tarde,
recorrí bares,
caminé,
escribí,
no sé rezar
de otra manera.
Venga a nos
el tu vientre,
recuerdo,
padre nuestro
más líbranos de todo mal.
Aquí
esperando de la vida
una vida
que pueda reconocer en lugar
de saber
qué hacer con ésta.
En la que no hay
absolutos.
Cordero de Dios,
tú que quitas
si pecados placeres.
Hay lobos y noches
de plenilunio
con la adrenalina a mil,
la princesa está triste,
divertirse también
es sagrado, decís,
y ya estamos hablando
de lo mismo.
Y cuando llega el tiempo
del amor enloquecer
hasta que caiga
un fruto harto de su miel
vuelta vinagre
de unción.
Llega el otoño
a recordar
que pasa el tiempo y nada
reclama adhesión
absoluta.
Se camina en círculos
pero se camina.
Un tiempo de colmillos
a una tierra virgen.
Parirás con dolor tu corazón
humano que nunca será
juez y parte.
Madre de Dios
ruega por nosotros.
Dirás por qué buscamos
siempre
las puertas cerradas.
Porque somos lobos
disfrazados
soplando despacio
y sin pausa
la casa de Dios.
Santo, Santo, Santo
Señor de los Ejércitos.
Tu casa parece venirse abajo
pero aquí estamos
mientras baten los postigos
y el paraíso resiste.
Hay tiempos,
el tedio del verano,
“ahora tengo mil años
y muy poco que hacer”,
sería cronista o líder
de una revolución
que no soportaría.
¿Dirás que tuvieron sus razones?
¿Que somos todos responsables?
Pero tampoco
fuiste a la marcha,
creés en nada
o todo
te hiere demasiado,
que es lo mismo.
Estás soñando,
yo también.
Siempre se vuelve
al lugar del crimen
que no pudimos cometer,
se camina en círculos
pero en espiral,
no te preocupes si llegamos
al mismo lugar,
lo vemos de otra manera.
Qué tendrá la princesa
rezando pagana
al corazón del fuego.
Para desear
hay que ser absolutamente
injusta.
Por eso dirás,
te conozco y ya no sé
de qué estamos hablando,
me estás confundiendo
y aliviando,
ahora es relativo
hasta el desasosiego.
Te estás moviendo
y todo se mueve
—decís—
si te definen están marcando
sus límites.
Te falta un mundo maravilloso
en su inmensa pequeñez.
Y soportarlo.

de “Caminatas”(Bs. As., 1999)

MUÑECA

Corazón en torno
al huso,
hechizo de entenada
que urde un sueño.
En la línea de la mano
la escritura
es un destino.
La cicatriz
es una trama que imagina
reparar
la maldición de su torpeza.
Se cree ausente
en una fiesta
invitada como ausente.
La fiesta no existía.
Vuelve una y otra
vez
donde la trama ha quedado
desprolija.
Se armaba una casa
detrás de la casa,
entre las ramas del ciruelo.
Toda la tarde era la cremonia
del té
para poder permanecer
en el lugar.
Si no habla
no puede detener la tempestad,
tampoco la desata.
Si el cuerpo arma una casa
en la espesura
podrá defender a sus muñecas.
No es que algo acechaba,
estaba al descubierto.
Los dioses eran tristes
en la infancia,
la virgen tallada torpemente
anunciada
con altoparlante
y wincofón.
Tormentas
como quien dice
un dolor ético
por lo que no llegaba a ser
una tragedia
soberbia.
Vuelve una y otra vez
al lugar de ningún crimen.
Al fin y al cabo
-se dice el venado-
el jaguar me desea.
Fugas
que encubren la fuga
verdadera.
En bicicleta,
en cuclillas,
con los ojos
cerrados o abiertos.
Si no escucha
podrá entender qué dicen
las mñecas:
Te quiero mucho,
tengo sueño.
Ni siquiera
lograba ser autista grave
o con graves problemas
de conducta.
Apenas heridas
provocadas
por una torpeza sospechosa.
No podía evitar
tener amigos,
fiestas, como quien dice
un dolor estético
por lo que no llegaba
a ser siquiera
horrible.
Elegir la verdad
en lugar de consecuencias.
Siempre era demasiado
inteligente
para un fracaso perfecto.
Y aún así
no lograba senir suficiente
traición
a su corazón entenado.
seguía un destino
sin comprender su lógica.
Una batalla
a la medida de sus manos.
En el cuarto de las bicicletas
tomaba la pluma
sin saber
de qué hablaba.
O agazapada
en su inocencia
acechaba una verdad
que esperaba más cuerpo
que pudiera soportar
las consecuencias.
Lo que no puede soportar
es la infancia que imagina
perdida
en otro corazón en bambalinas.
Otra soledad que la sitiaba.
Silencio
por lo que no lograba
ser tormenta
bellamente dicha.
Bello camina el jaguar
como quien ha matado.
No era tisteza,
un animal feliz
cargando un corazón que descubría
el desamparo
como quien dice un dolor
metafísico
por lo que no llegaba a ser batalla
soberbia contra el cielo.
Príncipes y mendigos
asisten a la fiesta
sin comprender su lógica.
El entenado
es una forma
de elegido.
Un destino
cruzándose en la historia
que intenta reparar
y así se trama
quién soñará
mientras su mano cicatriza.
Vuelve una y otra vez
a comprobar
que el cuerpo no está
donde creyó enterrarlo.
Princesa agazapada
en harapos
para evitar la maldición
de tejedoras.
El sueño llega
por desconocimiento
de la rueca
que, al fin y al cabo,
dejaron al alcance
de sus manos.
pero el sueño
también es ilación
del desencanto.
El jardín de la casa,
las muñecas,
los recuerdos o los hechos
que imagina
es una hebra fuerte
de colores
bellamente confundidos.
Dando vueltas
al perro,
en bicicleta,
por las vías,
hasta que la cabeza se rendía
a la evidencia.
La fuga era su forma
de llevar la tempestad
hasta los límites
que soportara el cuerpo.
Al fin y al cabo su silencio
traicionaba
la verdadera soledad
de sus palabras.
La felicidad
-discutía con su muñeca-
es así
te peino
y al poco tiempo
está todo enredado.
Te quiero mucho,
tengo sueño,
respondía sabiamente.
Inútil invitada
a una ceremonia
cubriendo la fuga
hacia una casa
detrás de la casa.
Como la verdadera soledad
oculta
en la inclemencia.
Desamparo que vuelve
una y otra vez
a golpear
en lo que nunca fue
puerta
ni salida
ni refugio
ni mangífica intemperie.

(de “Caminatas”, Bs. As., 1999.)


SÉ QUE MI PETICIÓN ES PRECIPITADA

yo
yo y mi
yo y mi cuerpo fuimos a esa fiesta
yo bailé
hermoso rico y poderoso rozaba mi cuerpo
mi betty boop mi reina descalza
mi nombre es yonimeri yo también
fuego furia ¿fumás? fuimos a su casa
estás mojada no sé no hemos sido presentados
sumergidos suma de noche estera estambres estaba aterrorizada
profeta centinela sentí un automóvil rojo rubio el tabaco
su espalda fuerte trepaba mi caída ínfimos funestos café
piedras para dormir me acompañaba a casa y olvidé decirselo
las palabras son monedas clavadas a la tierra
historias de susy siempre lo he sabido
cómo explicarte hubiese cupido calendario
perdida en los andenes al día siguiente mi sombra caía del piso 29
olvidé decirle que siempre nadie y yo nunca los amores cobardes
lloraba no llegan porque los hombres etcétera
él era despiadado todo un hombre quemado de belleza
mi cuerpo gemía como un gato y lo envidié pero yo nunca
me meto en sus asuntos
dijo tu piel mi nena dame no sé qué cosa qué llave del infierno
yo hubiera declarado desplegado y estrenado un novio
hubiese dicho a mis amigas entrado en algún bar
hubiese hubiese vino que me matara
habráse visto tan chiquita y calentando bancos en la plaza
ay corazón si te fueras de madre
siempre la pena entra la pena y la nada
mi cuerpo roto pegado a lo sumido curioso rito de cucharas en la mesa
sobre la mesa en la ducha él era el agua y me frotaba
belladona
dame en el centro de lo que siempre habla el espejo la sombra
del deseo era lacan en mi escritorio
ah para su estudio de análisis oh para sus análisis
acababa de ver
mi cuerpo demasiado tarde dónde estuviste le decía
ay corazón si supieras ser látigo y dormir.


(de “Susy, Secretos Del Corazón”, Buenos Aires, 1989.)



SUSANA VILLALBA (ARGENTINA, 1957)