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febrero 21, 2012

POEMAS DE GONZALO ROJAS




El sol y la muerte

Como el ciego que llora contra un sol implacable,
me obstino en ver la luz por mis ojos vacíos,
quemados para siempre.

¿De qué me sirve el rayo
que escribe por mi mano? ¿De qué el fuego,
si he perdido mis ojos?

¿De qué me sirve el mundo?

¿De qué me sirve el cuerpo que me obliga a comer,
y a dormir, y a gozar, si todo se reduce
a palpar los placeres en la sombra,
a morder en los pechos y en los labios
las formas de la muerte?

Me parieron dos vientres distintos, fui arrojado
al mundo por dos madres, y en dos fui concebido,
y fue doble el misterio, pero uno solo el fruto
de aquel monstruoso parto.

Hay dos lenguas adentro de mi boca,
hay dos cabezas dentro de mi cráneo:
dos hombres en mi cuerpo sin cesar se devoran,
dos esqueletos luchan por ser una columna.

No tengo otra palabra que mi boca
para hablar de mí mismo,
mi lengua tartamuda
que nombra la mitad de mis visiones
bajo la lucidez
de mi propia tortura, como el ciego que llora
contra un sol implacable.


Descenso a los infiernos

Yo no descanso nunca. Yo no tengo reposo
porque me estoy haciendo y deshaciendo.
Soy la lengua incesante del mar que anuncia el éter y el abismo.

Mi palabra anda en boca de todos los amantes
que descuartizan su alma por los besos
para honrar con su llama la acción de la semilla.

¿Por qué veo a los hombres en catástrofe?
¿Por qué los veo presos
si siempre fueron libres, con las alas cortadas?

¿No soy hijo del hombre? ¿No soy parte del día?
¿No soy sobreviviente de otros ojos vaciados,
ojos que hace mil años se abrieron en el niño
que era mi propio cuerpo?

¿No heredarán mis ojos los hijos de mi canto
hasta hacerse otra vez un niño misterioso
que llorará ante el mar sin poder comprenderlo?

Me paseo furioso,
cortado en dos mitades milenarias,
como el gran mar que tiene dos cabezas erguidas
para mirar arriba y abajo la tormenta.

¿Dónde empieza y termina la pasión de mi cuerpo,
libre de la mentira? ¿Es mi sangre la estrella
del movimiento, sol de doble filo,
en que lo obscuro mata a lo confuso?

Me alimento de sangre.
Por eso estoy hundido,
en esa posición de quien perdió su centro,
la cabeza apoyada en mis rodillas,
como una criatura que vuelve a las entrañas
de millares de madres sucesivas,
buscando en esos bosques las raíces primeras,
mordido por serpientes y pájaros monstruosos,
nadando en la marea del instinto,
buscando lo que soy, como un gusano
doblado para verse.

¿Es la pasión la forma de mi conocimiento?
¿Son mis ojos las manchas
del aire? ¿O es el aire padre de la mentira?

El sol, todo este sol que me desvela al fondo de las últimas formas
con su estallido inexplicable,
me está poniendo ciego de mirar lo perdido.

Yo veo por mis actos mucho más que a través de mis visiones
que mi ceguera es parte de la total videncia,
cuya luz me fascina con sólo obscurecerme
debajo de esos soles ociosos y enredados
que componen los días de este mundo.

Mi obscuridad se sale de madre para ver
toda la relación entre el ser y la nada,
no para hacer saltar el horizonte,
ni para armar los restos de lo que fué unidad,
ni para nada rígido y mortuorio,
sino por ver el método de la iluminación
que es obra de mi llama.

Así vivo en lo hondo de mis cinco sentidos
mil años boca arriba y otros mil boca abajo,
pues necesito entrar a saco en cada cosa,
sembrar allí un volcán y dejarlo crecer
hasta que estalle solo.

Yo no explico las causas como si fueran flores
encima de una mesa llena de comensales,
mientras suena la música.

Oh miseria del hombre,
desde hace miles de años
la mentira es el único cadáver
que contamina el éter de las cosas:
el cadáver sin fin, ese pelo infinito
que aparece en el punta de la lengua.
Ese pelo de muerto que cae de la noche,
nuestro peor cuchillo,
que nos corta los ojos con dulzura.

Me imagino que todos los cobardes
viven de la mentira,
todos esos que buscan
los principios debajo de las piedras,
seres que no son hijos de sus obras
sino esclavos del miedo.


Carta del suicida

Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
porque ella sale y entra como una bala loca,
y abre mis parietales, y nunca cicatriza,
así sople el verano o el invierno,
así viva feliz sentado sobre el triunfo
y el estómago lleno, como un cóndor saciado,
así padezca el látigo del hambre, así me acueste
o me levante, y me hunda de cabeza en el día
como una piedra bajo la corriente cambiante,
así toque mi cítara para engañarme, así
se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas,
marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
unas sobre otras hasta consumirse,
juro que ella perdura, porque ella sale y entra
como una bala loca,
me sigue adonde voy y me sirve de hada,
me besa con lujuria
tratando de escaparse de la muerte,
y, cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna
vertebral, y me grita pidiéndome socorro,
me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre
empollado en la muerte.


El principio y el fin

Cuando abro en los objetos la puerta de mi mismo:
¿quién me roba la sangre, lo mío, lo real?
¿Quién me arroja al vacío
cuando respiro? ¿Quién
es mi verdugo adentro de mí mismo?

Oh Tiempo. Rostro múltiple.
Rostro multiplicado por ti mismo.
Sal desde los orígenes de la música. Sal
desde mi llanto. Arráncate la máscara riente.
Espérame a besarte, convulsiva belleza.
Espérame en la puerta del mar. Espérame
en el objeto que amo eternamente.



Revelación del pensamiento

Si las ideas salen del molino del sol,
el sol las muele para todos. De una espiga
come un ejército, y sobra
paja para el amante y sus amadas.

¿De dónde sale el sol si es antes que la idea?
¿De la boca quemada de los muertos?
¿De otro mundo?

Mi canto expresa un número infinito,
y el infinito es hoja del sol. Todo es un círculo
falso, como el amor que siento por mi prójimo,
en quien presumo ver la cabeza del tiempo,
encarnado en el llanto de la historia:
que parece una ráfaga de eternidad, y es éter,
un sol decapitado.

El sabio que confía en su negocio
me aconseja prudencia,
y el comerciante que abre el cielo con su abdomen
me aconseja que suelte mi cuchillo.
Yo soy prudente. No confío
en el sol, que me miente con su luz sobrehumana,
porque quiere quemarme como al sabio y al cerdo
en el éxtasis mísero del oro.

Los tránsfugas del cielo y de la tierra
gustan del oro derretido
de la mañana hasta la noche,
como si nuestra sangre
fuera una mercancía, y la salud
fuera una operación en el mercado.

La muerte habla por boca de estos frívolos
que compran la luz hecha y primorosa,
los galanes de vidrio
que me salen al paso a insultarme y morderme,
esos que envidian mi pelaje
de lobo carnicero, y me ofrecen su cárcel
en un salón de espejos y mujeres hermosas,
para domesticarme: su seda y su blandura.

Mi cuchillo se atreve con el sol y la muerte.
¿Por qué doblarme al beso envenenado?
¿Por qué ser coronado con gloria de papel?
¿Por qué esperarlo todo del encanto del mundo?
¿Por qué morir de amor, como las vacas conmovidas
a los primeros rayos del crepúsculo?

El marido que muere colgado de los pechos
de su esposa, es un mártir
venerado por todos los credos y las razas.
Así como el filósofo que bebe su cicuta
en los pechos helénicos de la verdad vacía.
Así el santo que muerde la leche de la gracia
en el incienso lívido de una misa de réquiem.

Me consta que se guarda la fórmula, el cadáver
de cada idea, lo ilusorio,
el sudor, la saliva,
mientras se arroja el semen al pantano
por temor a que estalle la semilla:
este es el mito aciago
de la idea molida por el sol de la muerte.

Por eso veo claro que Dios es cosa inútil,
como el furor de las ideas
que vagan en el aire haciendo un remolino
de nacimientos, muertes, bodas y funerales,
revoluciones, guerras, iglesias, dictaduras,
infierno, esclavitud, felicidad; y todo
expresado en su música y su signo.

Parecen arreboles,
pero son las sustancia que comen las parejas
cuando se inundan en guerra recíproca
en los parques lascivos, en los muros
de la fornicación, en sus besos de grasa.
Son las hostias que llevan directamente al cielo
de los judíos prófugos.
Acaso son los vasos
comunicantes, de la vida
y de la muerte.

Me divierte la muerte cuando pasa
en su carroza tan espléndida, seguida
por la tristeza en automóviles de lujo:
se conversa del aire, se despide
al difunto con rosas. Cada deudo agobiado
halla mejor su vino en el almuerzo.

Todo es tan falso, y tan hermoso
como esa prostituta que me abrió el paraíso
una noche de invierno, en que su pelo rubio
caía como un rayo de amor recién molido
por el sol, que me daba su sagrado alimento.

Pero a mí me bastó verla fingir
su epilepsia de novia fornicada
para pagarle el goce de su cadáver práctico.
Todo era falso y bello como esas trenzas rubias.

¿Hay que salvar al hombre?,¿Todos somos iguales
como las olas, como flores en los jardines?
¿La dicha está al alcance de la mano?
- El hombre nace y muere solo
con su soledad, y su demencia
natural, en el bosque
donde no cabe la piedad ni el hacha.


A una perdida

Me cuesta distinguirla con su cara distinta
a causa de los besos y las privaciones de los besos
entre esa multitud de novias al borde del precipicio
que se rompen los labios contra el pavimento salobre,
por cuyas aguas navegan sin otra brújula que el pánico.

Con las orejas mutiladas por su trabajo de adivina
que escucha día y noche los destinos monstruosos,
Venus sale del fondo de sus ojos.

He arrojado mi cuerpo sobre su pobre cuerpo
hijo de las cadenas, he vuelto a abrir sus heridas,
porque la ví tan sola, hablando sola, diciendo:

"Ahora veo un parque donde hay un hombre haciendo mi retrato.
Él pinta la libertad sobre una sábana teñida de sangre.
Combina los colores con la ferocidad de sus pupilas.
Entonces pone sal adentro de las rosas de mi cuerpo.
Pero en vano pregunta por qué mis ojos siguen abiertos noche y día".

"Ahora veo un cadáver y en él una luciérnaga
que sale desde el hueco del corazón volado.
La luciérnaga le abre los párpados. Bajo ellos
están mis propios ojos mirando siempre abiertos".

Ahora veo a Dios totalmente desnudo,
vestido con el cuerpo de mi Amante, cansado
después de haberme herido. Yo lo muerdo en los ojos
y el terror me devuelve mis dos demonios vivos.

"Ahora y siempre veo que mis ojos están
adentro de otros ojos, como un sol repetido
sin cesar sobre mí, como el beso del hombre
que me daña y me ahonda por boca de mi Amante".

Ella dice el sonido de sus visiones, bajo el viento
de la terrible posesión que la golpea y la llama.
Toda una larga noche repite sus tormentos invisibles,
derrama sobre mí sus pétalos impalpables,
hasta que aquellos ojos me trastornan y me ciegan.

De “La miseria del hombre”, 1948.



La loba

Unos meses la sangre se vistió con tu hermosa
figura de muchacha, con tu pelo
torrencial, y el sonido
de tu risa unos meses me hizo llorar las ásperas espinas
de la tristeza. El mundo
se me empezó a morir como un niño en la noche,
y yo mismo era un niño con mis años a cuestas por las calles, un ángel
ciego, terrestre, oscuro,
con mi pecado adentro, con tu belleza cruel, y la justicia
sacándome los ojos por haberte mirado.

Y tú volabas libre, con tu peso ligero sobre el mar, oh mi diosa,
segura, perfumada,
porque no eras culpable de haber nacido hermosa, y la alegría
salía por tu boca como vertiente pura
de marfil, y bailabas
con tus pasos felices de loba, y en el vértigo
del día, otra muchacha
que salía de ti, como otra maravilla
de lo maravilloso, me escribía una carta profundamente triste,
porque estábamos lejos, y decías
que me amabas.

Pero los meses vuelan como vuelan los días, como vuelan
en un vuelo sin fin las tempestades,
pues nadie sabe nada de nada, y es confuso
todo lo que elegimos hasta que nos quedamos
solos, definitivos, completamente solos.

Quédate ahí, muchacha. Párate ahí, en el giro
del baile, como entonces, cuando te vi venir, mi rara estrella.
Quiero seguirte viendo muchos años, venir
impalpable, profunda,
girante, así, perfecta, con tu negro vestido
y tu pañuelo verde, y esa cintura, amor,
y esa cintura.

Quédate ahí. Tal vez te conviertas en aire
o en luz, pero te digo que subirás con éste y no con otro:
con éste que ahora te habla de vivir para siempre
tú subirás al sol, tú volverás
con él y no con otro, una tarde de junio,
cada trescientos años, a la orilla del mar,
eterna, eternamente con él y no con otro.


Carbón

Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.

Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.

Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.

Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.

Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
-Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.


Siempre el adiós

Tú llorarás a mares
tres negros días, ya pulverizada
por mi recuerdo, por mis ojos fijos
que te verán llorar detrás de las cortinas de tu alcoba,
sin inmutarse, como dos espinas,
porque la espina es la flor de la nada.
Y me estarás llorando sin saber por qué lloras,
sin saber quién se ha ido:
si eres tú, si soy yo, si el abismo es un beso.

Todo será de golpe
como tu llanto encima de mi cara vacía.
Correrás por las calles. Me mirarás sin verme
en la espalda de todos los varones que marchan al trabajo.
Entrarás en los cines para oírme en la sombra del murmullo. Abrirás
la mampara estridente: allí estarán las mesas esperando mi risa
tan ronca como el vaso de cerveza, servido y desolado.



De “Contra la muerte”, 1964.



Aleph, Aleph

¿Qué veo en esta mesa: tigres, Borges, tijeras, mariposas
que no volaron nunca, huesos
que no movieron esta mano, venas
vacías, tabla insondable?

Ceguera veo, espectáculo
de locura veo, cosas que hablan solas
por hablar, por precipitarse
hacia la exigüidad de esta especie
de beso que las aproxima, tu cara veo.


Remando en el ritmo

Cada lágrima derramada con pasión es un grano de arena robado al desierto del vacío.
Cada beso es una llama para el resplandor de los muertos.

1945


Rapto con precipicio

                                            Todo lo bello
                                            comienza a huir con las aguas.
                                                                 William B. Yeats


Si ha de triunfar el fuego sobre la forma fría,
descifraré a María, hija del fuego,
la elegancia del fuego, el ánimo del fuego,
el esplendor, el éxtasis del fuego

en su nieve nupcial, dieciocho años, Escocia
piedra y más piedra, piedra, lo que no pudo ser,
animal fabuloso, sagrado, desangrado.

Novia: animal gustado noche a noche, y dormido
dentro de mi animal, también dormido,
hasta verla caer como una estrella.

Como una estrella nueve meses fijos
parada, estremecida, muelle, blanca.
Atada al aire por un hilo.

Por un hilo estelar de fuego arrebatado
a los dioses, a tres mil metros fríos
sobre la línea muerta del Pacífico.

Allí la cordillera estaba viva,
y María era allí la cordillera
de los Andes, y el aire era María.

Y el sol era María, y el placer,
la teoría del conocimiento,
y los volcanes de la poesía.

Mujer de fuego. Visible mujer.
Siempre serás aquel paraje eterno.
La cordillera y el mar, por nacer.
La catástrofe viva del silencio.

1942


Tacto y error

Por mucho que la mano se me llene de ti
para escribirte, para acariciarte
como cuando te quise
arrancar esos pechos que fueron mi obsesión en la terraza
donde no había nadie sino tú con tu cuerpo,
tú con tu corazón y tu hermosura,
y con tu sangre adentro que te salía blanca
reseca, por el polvo del deseo,

oh, por mucho que tú hayas sido mi perdición
hasta volverme lengua de tu boca,
ya todo es imposible.
Hubo una vez
un hombre, una vez hubo
una mujer vestida con la U de tu cuerpo
que palpitaba adentro de todas mis palabras,
los vellos, los destellos;

de lo que hubo aquello
no quedas sino tú
sin labios y sin ojos,
para mí ya no quedas sino como la forma
de una cama que vuela por el mundo

1939


De "Oscuro", 1977.


Urgente a Octavio Paz

77 es el número de la germinación de la otra
Palabra, en lo efímero
de la vuelta
mortal
con tanto Octavio todavía
por aprender del aire, con tanta ceiba
libre que uno pudiera ser, si uno pudiera
ser ceiba en la tormenta con exilio
y todo en la germinación del número

de esta América de sangre con ventisquero
y trópico y grandes ríos
de diamante, sin más tinta
que esta respiración para escribir tu nombre más allá de las nubes
de México ciego hasta cómo decirlo
el otro México que somos todos cuando la aorta
del amanecer abre ritual el ritmo de las violetas
carnales de la Poesía, las muchachas de bronce que marchaban airosas al sacrificio
desnudas al matadero por nosotros antes de parirnos
altas en su doncellez hacia lo alto de los cóndores

desde donde jugarnos mientras caemos página
tras página en este juego de adivinos
del siempre y el nunca de las estrellas y tú te llamas por ejemplo
77 ángeles corno Blake y yo mismo me llamo
77 especies de leopardos voladores porque es justo que el aire
vuelva al aire del pensamiento y no muramos
de muerte y esto sea el principio Octavio
de otro principio y otro, y además no vinimos
aquí a esto.


Del relámpago

Prácticamente todo estará hecho de especulaciones
y eyaculaciones, la libertad,
esa rosa que arde ahí, la
misma Nada en sus pétalos,
la memoria de quién, el libro de aire
de los cielos, esta música
oída antes, el esperma de David
que engendró al otro, y ese otro
al otro como en el jazz, diamantino
el clarinete del fulgor largo, nueve
el número de nacer, más allá de los meses
lo imposible y faraónico, y el otro
al otro,
lo
aullante del círculo

de esta vieja película que vuela en el cilindro
de su éxtasis según la filmación
de los esenios cuyas máquinas
fueron capaces de ir al fondo
del laberinto palpando
una y otra vez el curso
de las estrellas en la sangre
de las hermosas, arbitrario
claro está el mecanismo, disperso
por simultáneo el sacrificio si es que el cerebro
puede más que el Hado:
al Hado
lo vadean los muertos, viven vadeándolo
leguas de agua hasta
que ya no hay orilla, unas gaviotas
vuelan hacia el sur, habrá llovido
abajo este verano lo tormentoso
de estos meses.

A Pedro Lastra.


De "Transtierro" (versión antológica: 1936 - 1978), 1979.


Todos los elegíacos son unos canallas

Acabo de matar a una mujer
después de haber dormido con ella una semana,
después de haberla amado con locura
desde el pelo a las uñas, después de haber comido
su cuerpo y su alma, con mi cuerpo hambriento.

Aún la alcoba está llena de sus gritos,
y de sus gritos salen todavía sus ojos.
Aún está blanca y muda con los ojos abiertos,
hundida en su mudez y en su blancura,
después de la faena y la fatiga.

Son siete días con sus siete noches
los que estuvimos juntos en un enorme beso,
sin comer, sin beber, fuera del mundo,
haciendo de esta cama de hotel un remolino
en el que naufragábamos.

Al momento de hundirnos, todo era como un sol
del que nosotros fuimos solamente dos rayos,
porque no hay otro sol que el fuego convulsivo
del orgasmo sin fin, en que se quema
toda la raza humana.

Éramos dos partículas de la corriente libre.
Con el oído puesto bajo ella, despertábamos
a otro sol más terrible, pero imperecedero,
a un sol alimentado con la muerte del hombre,
y en ese sol ardíamos.

Al salir del infierno, la mujer se moría
por volver al infierno. Me acuerdo que lloraba
de sed, y me pedía que la matara pronto.
Me acuerdo de su cuerpo duro y enrojecido,
como en la playa, al beso del aire caluroso.

Ya no hay deseo en ella que no se haya cumplido.
Al verla así, me acuerdo de su risa preciosa,
de sus piernas flexibles, de su honda mordedura,
y aun la veo sangrienta entre las sábanas,
teatro de nuestra guerra.

¿Qué haré con su belleza convertida en cadáver?
¿La arrojaré por el balcón, después
de reducirla a polvo?
¿La enterraré, después? ¿La dejaré a mi lado
como triste recuerdo?

No. Nunca lloraré sobre ningún recuerdo,
porque todo recuerdo es un difunto
que nos persigue hasta la muerte.
Me acostaré con ella. La enterraré conmigo.
Despertaré con ella.

1939


La piedra

Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.

Habrá dormido en lo aciago
de su madre esta piedra
precipicia por
unimiento cerebral
al ritmo
de donde vino llameada
y apagada, habrá visto
lo no visto con
los otros ojos de la música, y
así, con mansedumbre, acostándose
en la fragilidad de lo informe, seca
la opaca, habráse anoche sin
ruido de albatros contra la cerrazón
ido.

Vacilado no habrá por esta decisión
de la imperfección de su figura que por oscura no vio nunca nadie
porque nadie las ve nunca a esas piedras que son de nadie
en la excrecencia de una opacidad
que más bien las enfría ahí al tacto como nubes
neutras, amorfas, sin lo airoso
del mármol ni lo lujoso
de la turquesa, ¡tan ambiguas
si se quiere pero por eso mismngfe3082, vacilado no; habrá salido
por demás intacta con su traza ferruginosa
y celestial, le habrá a lo sumo dicho al árbol: -Adiós
árbol que me diste sombra; al río: -Adiós
río que hablaste por mí-, lluvia, adiós,
que me mojaste. Adiós,
mariposa blanca.

Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.


Alcohol y sílabas

La primera palabra es ábreme, vengo
del frío, dame la escritura
para quemarme libre del énfasis, hoy
en el límite del escalón sonámbulo, justo
en la vuelta 26
de esta corrida con la muerte

porque el tiempo está ahí con su materia
traslucida, en este aire adivino
que me sube por las venas sin que sea yo
este yo que vuela y anda animal
sagitario por las calles, alcohol y sílabas

celebrando el cumpleaños del loco en la peor de las sintaxis
de diciembre, viéndolo todo
por anticipado en el marco sin espejo, el amor
y el vértigo, lo simultáneo
de estar en todas partes:
¿hay Dios
en esta quebrazón de copas, o lo que va a estallar
es el mundo?


Prometeo

Los dioses lo olvidaron, las águilas lo olvidaron, él mismo se olvidó.
Kafka

No hubo temblor. Ni se partía el cielo.
De pronto salió el sol por la copa del Árbol.
Pudo verse un instante que el Árbol era un hombre
y que la concurrencia sólo eran sus ideas,
porque no había nadie en la montaña
sino las últimas estrellas
y el aire era una inmensa pesadilla.


De "Del relámpago", (México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1981)


A unas muchachas que hacen eso en lo oscuro

Bésense en la boca, lésbicas
baudelerianas, árdanse, aliméntense
o no por el tacto rubio de los pelos, largo
a largo el hueso gozoso, vívanse
la una a la otra en la sábana
perversa,
y
áureas y serpientes ríanse
del vicio en el
encantamiento flexible, total
está lloviendo peste por todas partes de una costa
a otra de la Especie, torrencial
el semen ciego en su granizo mortuorio
del Este lúgubre
al Oeste, a juzgar
por el sonido y la furia del
espectáculo.
Así,
equívocas doncellas, húndanse, acéitense
locas de alto a bajo, jueguen
a eso, ábranse al abismo, ciérrense
como dos grandes orquídeas, diástole y sístole
de un mismo espejo.
De ustedes
se dirá que amaron la trizadura.
Nadie va a hablar de belleza.


De "50 Poemas", 1982.


La palabra placer

La palabra placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo la palabra placer
cayendo del destello de tu nuca, fluyendo
blanquísima por lo vertiginoso oloroso de
tu espalda hasta lo nupcial de unas caderas
de cuyo arco pende el Mundo, cómo lo
músico vino a ser marmóreo en la
esplendidez de tus piernas si antes hubo
dos piernas amorosas así considerando
claro el encantamiento de los tobillos que son
goznes que son aire que son
partícipes de los pies de Isadora
Duncan la que bailó en la playa abierta para Serguei
Iesénin, cómo
eras eso y más para mí, la
danza, la contradanza, el gozo
de olerte ahí tendida recostada en tu ámbar contra
el espejo súbito de la Especie cuando te vi
de golpe, ¡con lo lascivo
de mis dedos te vi!, la
arruga errónea, por decirlo, trizada en
lo simultáneo de la serpiente palpándote
áspera del otro lado otra
pero tú misma en la inmediatez de la sábana, anfibia
ahora, vieja
vejez de los párpados abajo, pescado
sin océano ni
nada que nadar, contradicción
siamesa de la figura
de las hermosas desde el
paraíso, sin
nariz entonces rectilínea ni pétalo
por rostro, pordioseros los pezones, más
y más pedregosas las rodillas, las costillas:
-¿Y el parto, Amor,
el tisú epitelial del parto?

De él somos, del
mísero dos partido
en dos somos, del
báratro, corrupción
y lozanía y
clítoris y éxtasis, ángeles
y muslos convulsos: todavía
anda suelto todo, ¿qué
nos iban a enfriar por eso los tigres
desbocados de anoche? Placer
y más placer. Olfato, lo
primero el olfato de la hermosura, alta
y esbelta rosa de sangre a cuya vertiente vine, no
importa el aceite de la locura:
-Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma.

Para Cristina Grau y René de Costa.


De "Del relámpago", 1984.
Rimbaud

No tenernos talento, es que
no tenemos talento, lo que nos pasa
es que no tenemos talento, a lo sumo
oímos voces, eso es lo que oímos: un
centelleo, un parpadeo, y ahí mismo voces. Teresa
oyó voces, el loco
que vi ayer en el Metro oyó voces.

¿Cuál Metro si aquí no hay Metro? Nunca
hubo aquí Metro, lo que hubo
fueron al galope caballos
si es que eso, si es que en este cuarto
de tres por tres hubo alguna vez caballos
en el espejo.

Pero somos precoces, eso sí que somos, muy
precoces, más
que Rimbaud a nuestra edad; ¿más?,
¿todavía más que ese hijo de madre que
lo perdió todo en la apuesta? Viniera y
nos viera así todos sucios, estallados
en nuestro átomo mísero, viejos
de inmundicia y gloria. Un
puntapié nos diera en el hocico.



Mariposas para Juan Rulfo

Cómo fornicarán felices las mariposas en
el césped oliendo
de aquí para allá a Dios sin
que vaca alguna muja encima de
su transparencia, jugando a jugar
un juego vertiginoso a unos pasos
blancos del cementerio con el mar
del verano zumbando allá abajo ocio y
maravilla.

Rulfo habrá soplado en ellas tanta
locura, Juan Rulfo cuyo Logos
fue el del Principio; les habrá dicho: -Ahora, hijas,
nos vamos de una vez
del páramo.

¿Y ellas? Ahora ¿qué harán
ellas sin Juan que cortó tan lejos
más allá de Comala en caballo único tan
invisible?; ¿bailarán, seguirán
bailando para él por si vuelve, por
si no ha pasado nada y de repente
estamos todos otra vez?

Por mi parte nadie va a llorar,
ni mi cabeza que vuela ni la otra
que no duerme nunca. Se ha ido
y se acabó, nadie
corre peligro así acostado oyendo
los murmullos aleteantes.
-Con tal
de que no sea una nueva noche.


De "El alumbrado", 1986.


En cuanto a la imaginación de las piedras

En cuanto a la imaginación de las piedras casi todo lo de carácter copioso es poco fidedigno:
de lejos sin discusión su preñez animal es otra,
coetáneas de las altísimas no vienen de las estrellas,
su naturaleza no es alquímica sino música,
pocas son palomas, casi todas son bailarinas, de ahí su encanto;
por desfiguradas o selladas, su majestad es la única que comunica con la Figura,
pese a su fijeza no son andróginas,
respiran por pulmones y antes de ser lo que son fueron máquinas de aire,
consta en libros que entre ellas no hay Himalayas,
ni rameras,
no usan manto y su único vestido es el desollamiento,
son más mar que el mar y han llorado,
aun las más enormes vuelan de noche en todas direcciones y no enloquecen,
son ciegas de nacimiento y ven a Dios,
la ventilación es su substancia,
no han leído a Wittgenstein pero saben que se equivoca,
no entierran a sus muertos,
la originalidad en materia de rosas les da asco,
no creen en la inspiración ni comen luciérnagas,
ni en la farsa del humor,
les gusta la poesía con tal que no suene,
no entran en comercio con los aplausos,
cumplen 70 años cada segundo y se ríen de los peces,
lo de los niños en probeta las hace bostezar,
los ejércitos gloriosos les parecen miserables,
odian los aforismos y el derramamiento,
son geómetras y en las orejas llevan aros de platino,
viven del ocio sagrado.


Instantánea

El dragón es un animal quimérico, yo soy un dragón
y te amo,
es decir amo tu nariz, la sorpresa
del zafiro de tus ojos,
lo que más amo es el zafiro de tus ojos;

pero lo que con evidencia me muslifica son tus muslos
longilíneos cuyo formato me vuela
sexo y cisne a la vez aclarándome lo perverso
que puede ser la rosa, si hay rosa
en la palpación, seda, olfato

o, más que olfato y seda, traslación
de un sentido a otro, dado lo inabarcable
de la pintura entiéndase
por lo veloz de la tersura
gloriosa y gozosa que hay en ti, de la mariposa,

así pasen los años como sonaba bajo el humo el célebre
piano de marfil en la película; ¿qué fue
de Humphrey Bogart y aquella alta copa nórdica
cuya esbeltez era como una trizadura: qué fue
del vestido blanco?

Décadas de piel. De repente el hombre es décadas de piel, urna
de frenesí y
perdición, y la aorta
de vivir es tristeza,
de repente yo mismo soy tristeza;

entonces es cuando hablo con tus rodillas y me encomiendo
a un vellocino así más durable
que el amaranto, y ahondo en tu amapola con
liturgia y desenfreno,
entonces es cuando ahondo en tu amapola,
y entro en la epifanía de la inmediatez
ventilada por la lozanía, y soy tacto
de ojo, apresúrate, y escribo fósforo si
veo simultáneamente de la nuca al pie
equa y alquimia.


Parece que de lo que muere uno es de maniquí

Parece que de lo que muere uno es de maniquí
asustado en la vidriera, inmóvil
y horizontal con ese descaro
como si uno no fuera el que es bajo los claveles
y los gladiolos de alambre
por lo equívoco de las luces;
extraña sal
parece entonces que se apodera de uno
de las uñas a los párpados, se
crece por resurrección fosfórica.
Circunstancias
adversas impídenme concurrir.


De "Materia de testamento", 1988.

Código del obseso

1) Busco un pelo; entre lo innumerable de este Mundo busco un pelo
disperso en la quebrazón, longilíneo
de doncellez correspondiente a grande figura
de muchacha grande, pies
castísimos con uñas pintadas
por el rey, airosos los muslos
de la esbeltez dual, en ascenso
más bien secreto, de pubis
a axila, a cabellera
torrencial tras lo animal del
número ronco de ser, busco un pelo

2) espléndido de mujer
espléndida, clásica,
músico
de tacto preferiblemente intrépido
de Boticelli,
áureo y corrupto de exactitud, castaño
de fulgor, finísimo, de alto a
bajo busco un pelo

3) unigénito, seco de aroma,
entre el aire y el descaro
del aire, ni rey
a remolque de esta invención, ni tamaña concubina
venusina, flaco
y cínico:
-Galaxias
no me quiten el sol. Pajar del cielo:
lo que busco es un pelo.



Desocupado lector

Cumplo con informar a usted que últimamente todo es herida: la muchacha
es herida, el olor
a su hermosura es herida, las grandes aves negras, la inmediatez
de lo real y lo irreal tramados en el fulgor de un mismo espejo
gemidor es herida, el siete, el tres, todo, cualquiera de estos
números de la danza es
herida, la barca
del encantamiento con Maimónides al timón es herida, aquel
diciembre 20 que me cortaron de mi madre es herida, el sol
es herida, Nuestro Señor
sentado ahí entre los mendigos con esa túnica irreconocible por el cauterio del psicoanálisis es herida, el
Quijote
a secas es herida, el ventarrón
abierto del Golfo contra la roca alta es
herida, serpiente
horadante del Principio, mar
y más mar de un lado a otro, Kierkegaard y
más Kierkegaard, taladro
y por añadidura herida; la
preñez en cuanto preñez en la preciosidad de su copa es
herida, el ocio
del viejo río intacto donde duermen inmóviles los mismos peces
velocísimos es
herida, la Poesía
grabada a fuego en los microsurcos de mi cerebro de niño es herida, el hueco
de 1.67 justo en metros de rey es herida, el éxtasis
de estar aquí hablando solo en lo bellísimo de este pensamiento de
nieve es
herida, la evaporación
de la fecha de mármol con el padre adentro
bajo los claveles es
herida, el carrusel
pintarrajeado que fluye y fluye como otro río de polvo y otras
máscaras
que vi en Pekín colgando en la vieja calle de Cha Ta-lá
cuya identidad comercial de 2.500 años de droga y ataúdes rientes
no se discute, es
herida; la cama en fin
que allí compré, con dos espejos para navegar, es herida,
la
perversión
de la palabra nadie que sopla desde las galaxias es herida, el Mundo
antes y después de los Urales es
herida, la hilera
de líneas sin ocurrencia de esta visión
sin resurrección es herida. Cumplo
entonces con informar a usted que últimamente todo es herida.

A Julio Fermoso.


De "Desocupado lector", 1990.


Tomad vuestro teléfono

Tomad vuestro teléfono
y preguntad por ella cuando estéis desolados,
cuando estéis totalmente perdidos en la calle
con vuestras venas reventadas, sed sinceros,
decidle la verdad muy al oído.

Llamadla al primer número que miréis en el aire
escrito por la mano del sol que os transfigura,
porque ese sol es ella,
ese sol que no habla,
ese sol que os escucha
a lo largo de un hilo que va de estrella a estrella
descifrando la suerte de la razón, llamadla
hasta que oigáis su risa
que os helará la punta
del ánimo, lo mismo que la primera nieve
que hace temblar de gozo la nariz del suicida.

Esa risa lo es todo:
la puerta que se abre, la alcoba que os deslumbra,
los pezones encima del volcán que os abrasa,
las rodillas que guardan el blanco monumento,
los pelos que amenazan invadir esas cumbres,
su boca deseada, sus orejas
de cítara, sus manos,
el calor de sus ojos, lo perverso
de esta visión palpable del lujo y la lujuria:
esa risa lo es todo.

De "Pompas fúnebres", en "Antología de aire" (Santiago, Fondo de Cultura Económica, 1991)


¿A qué mentirnos con la llama del perfume, con la noche moderna?

I

¿A qué mentirnos con la llama del perfume, con la noche moderna
de los cinematógrafos, antesalas terrestres del sepulcro?
Pongamos desde hoy el instrumento en nuestras manos.
Abramos con paciencia nuestro nido para que nadie nos arroje por lástima al reposo.
Cavemos cada tarde el agujero después de haber ganado nuestro pan.

En esa entraña hay hueco para todos: los pobres y los ricos,
porque en la tierra hay un regalo para todos:
los débiles, los fuertes, las madres, las rameras.
Caen de bruces. Caen de cabeza o sentados.
Por donde más les pesa su persona, todos caen y caen.
Aunque el cajón sea lustroso o de cristal. Aunque las tablas
sin cepillar parezcan una cáscara rota con la semilla reventada.

Todos caen y caen, y van perdiendo el bulto en su caída
hasta que son la tierra milenaria y primorosa.

II

Aquí cae mi pueblo. A esta olla podrida de la fosa
común. Aquí es salitre el rostro de mi pueblo.
Aquí es carbón el pelo de las mujeres de mi pueblo,
que tenían cien hijos, y que nunca abortaban como las meretrices
de los salones refinados en que se compra la belleza.

Aquí duermen los ángeles de las mujeres que parían
todos los años. Aquí late el corazón de mis hermanos.
Mi madre duerme aquí, besada por mi padre.
Aquí duerme el origen de nuestra dignidad:
lo real, lo concreto, la libertad y la justicia.


De: "La fosa común", en "Antología de aire" (Santiago, Fondo de Cultura Económica, 1991).


Asma es amor

A Hilda, mi centaura.

Más que por la A de amor estoy por la A
de asma, y me ahogo
de tu no aire, ábreme
alta mía única anclada ahí, no es bueno
el avión de palo en el que yaces con
vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro
de las que ya no estás, tu esbeltez
ya no está, tus grandes
pies hermosos, tu espinazo
de yegua de Faraón, y es tan difícil
este resuello, tú
me entiendes: asma
es amor.


Carta para volvernos a ver

Escrita en el mar, el 25-X-58, entre las 2 y las 5 de la mañana, a bordo del "Laennec", Navifrance, por la ruta del Atlántico norte. No publicada hasta la fecha.

Lo feo fue quererte, mi Fea, conociendo cuánta víbora
era tu sangre, lo monstruoso
fue oler amor debajo de tu olorcillo a hiena, y olvidar
que eras bestia, y no a besos sino a cruel mordedura
te hubiera, en pocos meses, lo vicioso y confuso
descuerado, y te hubiera en la mujer más bella ¡por Safo! convertido.

Porque, vistas las cosas desde el mar, en el frío de la noche oceánica
y encima de este barco de lujo, con mujeres francesas y espumosas,
y mucha danza, y todo, no hay ninguna
cuyo animal, oh Equívoca, tenga más desenfreno en su fulgor
antes de ti, después de ti. No hay ojos verdes
que se parezcan tanto a la ignominia.

Ignominia es tu sangre, Burguesilla: lo turbio que te azota por dentro,
remolino viscoso de miedo y de lujuria, corrupción
de todo lo materno que es la mujer. ¡Acuérdate, Malparida, de aquella pesadilla!
No hay trampa que te valga cuando tiritas y entras al gran baile del muro
donde se te aparecen de golpe los pedazos de la muerte.

No te perdono, entiéndeme, porque no me perdono, porque el mar
-por hermoso que sea- no perdona al cadáver: lo rechaza y lo arroja como inútil estiércol.
Muerta estás y aun entonces, cuando dormí contigo, dormí con una máquina
de parir muertos. Nadie podrá lavar mi boca sino el áspero océano,
Mujer y No-mujer, de tu beso vicioso.

Lástima de hermosura. Si hoy te falta de madre justo lo que te sobra de ramera
y de sábana en sábana, desnuda, vas riendo
y sin embargo empiezas a llorar en lo oscuro cuando no te oye nadie,
es posible, es posible que descubras tu estrella por el viejo ejercicio
del amor, es posible que tanta espuma inútil
pierda su liviandad, se integre en la corriente, vuelva al coro del Ritmo.

Tal vez el largo oleaje de esta carta te aburra, todo este aire solemne,
pero el Ritmo ha de ser océano profundo
que al hombre y la mujer amarra y desamarra
nadie sabe por qué y, es curioso, yo mismo
no sé por qué te escribo con esta mano, y toco
tu rara desnudez terrible todavía.

No hablemos ya de mayo ni de junio, ni hablemos
del gran mes, mi Amorosa, que construyó en diamante tu figura
de amada y sobreamada, por encima del cielo, en el volcán
de aquel Chillán de Chile que vivimos los dos, y eternizamos,
silenciosos, seguros de ser uno en el vuelo.

No. Bajemos de ahí, mi Sangrienta, y entremos al agosto mortuorio:
crucemos los horribles pasadizos
de tus vacilaciones, volvamos al teléfono
que aún estará sonando. Volemos en aviones a salvar
los restos de Algo, de Alguien que va a morir, mi Dios, descuartizado.

Digamos bien las cosas. No es justo que metamos a ningún Dios en esto.
Cínicos y quirúrgicos, los dos, los dos mentimos.
Tú, la más Partidaria de la Verdad, negaste la vida hasta sangrar
contra la Especie (¿Es mucho cinco mil cuatrocientas criaturas por hora...?)
Los dos, los dos cortamos las primeras, las finas
raíces sigilosas del que quiso venir
a vemos, y a besamos, y a juntamos en uno.

Miro el abismo al fondo de este espejo quebrado, me adelanto a lo efímero
de tus días rientes y otra vez no eres nada
sino un color difícil de mujer vuelta al polvo
de la vejez. Adiós. Hueca irás. Vivirás
de lo que fuiste un día quemada por el rayo del vidente.

Mortal contradictorio: cierro esta carta aquí,
este jueves atlántico, sin Júpiter ni estrella.
No estás. No estoy. No estamos. Somos, y nada más.
Y océano,
y océano,
y únicamente océano.


De "Río Turbio", 1996.



GONZALO ROJAS (CHILE, 1917-2011)

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