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diciembre 27, 2011

POEMAS DE JOSÉ MARÍA PARREÑO



De la lluvia

este otoño que tanto te quiero
te regalo la lluvia.
la lluvia es todo:
es canción triste, es compañía,
es llanto persistente sobre todo el paisaje,
es la caricia que hace temblar el suelo
y elevar el sexo de las flores.
es la orden húmeda que implanta
los más espesos olores.
te la regalo porque es como tú,
extensa, repentina,
de estatura cansada por el sol de la tarde,
de ojos también cayéndose camino del invierno
y porque en ella yo me siento tan dulce
como me siento en ti.

de todo lo que vuela y nos hace sufrir
nada más compasivo y simple que la lluvia,
y nada tan frágil y a la vez tan invicto
y nada como su misma promesa de frutos y verdor.
mírala, como un mar derrumbado,
como ruinas de una atmósfera de agua que existió.
muchas veces
me empapa de nostalgia y me hace nudos
que escuecen al tragar.
será porque la lluvia
cubre bosques que has amado conmigo,
nos ha mojado juntos, imparcial, minuciosa,
en lejanas provincias junto al mar.
ya para siempre tendrás lo que te he dado,
de mi regalo nunca podrás huir
ni devolvérmelo.
y cuando llueva, cada gota en tu cuerpo será un beso,
un beso que no pide nada a cambio,
que atravesará los impermeables, los paraguas,
diciéndote con su idioma monótono y dormido
que te quiero.



Yo. Sagitario...

Yo. Sagitario.
nieto de antiguos centauros
que creían la noche una pantera tuerta
y a su único ojo lo llamaron luna,
tan tiernos
que morían de tristeza las tardes de niebla,
tan tiernos que sus úlceras
se las causa un hilo
y sabían los secretos para tallar el agua,
tan tiernos
que al salir del mar
sus huellas en la arena
tenían la forma de sus corazones.
Yo. tengo un glaciar de lágrimas heladas
desde hace muchos siglos.

porque quise amar más, de otra manera,
porque amar ha sido hacer sufrir a tantos
que el amor es un cáncer
con forma de paloma.
y en mis labios un beso como un barco
con la quilla en mis dientes
fue luego un esqueleto mordido por las olas.

ese amor nos dio el dios.
Yo que borré las huellas dactilares de mis manos
para hacer más suaves las caricias
hoy las tengo desolladas de adioses.

eso nos dio:
la sed por otro cuerpo,
el estruendo de todas las ausencias,
para que nos amáramos.
hoy no quiero morirme
como tanta otra vez.


Platón nos asegura que el tiempo es circular...

Platón nos asegura que el tiempo es circular,
que volverá a afirmarlo, que esto mismo
ya lo ha repetido.
San Agustín refuta esta doctrina
en su Civitas Dei,
mas yo la creo.

Yo quiero creerla.
Porque aunque sea precisa mi vejez,
y otra vez
los océanos hirviendo bajo un sol inminente,
la plegaria ante el fuego,
Platón y la Escolástica, la muerte de mi padre...
con el asombro de la primera vez
te besaré en los labios.


Querer llegar a ser...

Querer llegar a ser
y para eso
lecturas viajes cuerpos
conseguir lo que no se posee
deshacerse de lo que nos estorba

pero al final
¿cantaremos mejor?
¿estaremos más cerca
de nuestro propio centro?

¿no sería mejor dejarse ir
como los días
tomar aquello a que alcanza la mano
abandonar lo que nos abandona?
¿saber que somos ya
sin mácula
sin falta
quienes somos?


Sin flores y sin frutos...

Sin flores y sin frutos
me ha encontrado el verano
otra vez

en las ramas de sangre
un nido esta esperando
al corazón

y un caracol o labio me recorre
escribiendo un conjuro
que protege
de la nube
del hacha
del ahorcado:
«sostén tu sombra al hombro
que ya vendrá el amor
a verte florecer
1que ya vendrá el dolor
a hacerte madurar»


Te enterraré en un verso...

Te enterraré en un verso
que no he encontrado aún,
maniatada con tinta
en una zanja escrita a tu medida,
en un renglón de abismo
cavado para ti.
Te haré pedazos, letras.
Desmembrada. Y así
todos podrán leerte
y nadie, escúchame,
nadie
descubrirá tu cuerpo.



De poder elegir...

De poder elegir
sería una brizna
una gota
una gata

belleza
o no belleza
sin esfuerzo
armonía inédita
de la casualidad

de poder elegir
habría sido un paul klee:
un universo de colores libres
roturado sin vergüenza ni pena
un espacio tensado con humor

de poder elegir:
una patria digna
un rictus jovial
un pecho bastante para el corazón

de poder elegir


Descálzate...

Descálzate
los ojos:
el mundo es un jardín
de páginas
o un libro

¿qué sabría
si no fuera por él?

¿de quién habría aprendido
tolerancia y bondad
sino del suelo
que lo mismo alimenta
la ortiga que el jazmín?

si no fuera por la noche
y el alba
¿cómo habría tenido la certeza
de que nada termina
de que todo termina
de que se llora hasta la última lágrima
y luego nos despierta
la serenidad?

¿cómo habría escrito versos
sin escuchar el ritmo
de la lluvia?
¿cómo habría escrito prosa
sin haber visto que la nieve contaba
de manera distinta la ciudad?
¿de quién aprendí humor
sino de nubes?

¿de quién paciencia más que del almendro
que espera el año entero
por un día?

¿de quién pasión más fiel
que del torrente:
cada deshielo
buscando sin dudar
el mismo cauce?

¿generosidad de quién sino de octubre
que marcha hacia el invierno
derrochando en monedas
el oro
que ganó bajo el sol?

¿de quién sabiduría más que del paisaje
que en cada ocasión se las arregla
para hacemos anhelar
lo que inexorablemente
le sucede?



Te sé...

Te sé
oxidada de silencio y noviembre
y abrazada a tus piernas
y desnuda
se te enfría
la saliva en los labios
y hasta tu sombra es dura
en la alcoba
tus medias derramadas
son medusas
de un mar
al que no iremos nunca



Este no es un poema...

Este no es un poema
para conquistarte
bailarina
sobre el difícil fiel
de la balanza
que pesa amor y no

éste es un poema
para sostenerte
equilibrista
sobre el único hilo
que queda
de aquella red
que nos unió

esto es sólo asombrarme
por lo frágil que es el amor
por lo que dura



JOSÉ MARÍA PARREÑO VELASCO (ESPAÑA, 1958)



diciembre 21, 2011

POEMAS DE JOSÉ EMILIO PACHECO


Foto: Rogelio Cuéllar




La flecha

No importa que la flecha no alcance el blanco
Mejor así
No capturar ninguna presa
No hacerle daño a nadie
pues lo importante
es el vuelo la trayectoria el impulso
el tramo de aire recorrido en su ascenso
la oscuridad que desaloja al clavarse
vibrante
en la extensión de la nada


Las flores del mar

A la memoria de Jaime García Terrés

Danza sobre las olas, vuelo flotante,
ductilidad, perfección, acorde absoluto
con el ritmo de las mareas,
la insondable música
que nace allá en el fondo y es retenida
en el santuario de las caracolas.

La medusa no oculta nada,
más bien despliega
su dicha de estar viva por un instante.
Parece la disponible, la acogedora
que sólo busca la fecundación,
no el placer ni el famoso amor,
para sentir: ­Ya cumplí,
ya ha pasado todo.
Puedo morir tranquila en la arena
donde me arrojarán las olas que no perdonan.

Medusa, flor del mar. La comparan
con la que petrifica a quien se atreve a mirarla.
Medusa blanca como la X'Tabay de los mayas
y la Desconocida que sale al paso y acecha
desde el Eclesiastés al pobre deseo.

Flores del mar y el mal las Medusas.
Cuando eres niño te advierten:
Limítate a contemplarlas.
Si las tocas, las espectrales
te dejarán su quemadura,
la marca a fuego, el estigma
de quien codicia lo prohibido.

Quizá dijiste en silencio:
Pretendo asir la marea,
acariciar lo imposible.

Nunca lo harás: las medusas
no son de nadie celestial o terrestre.
Son de la mar que no es ni mujer ni prójimo.

Son peces de la nada, plantas del viento,
quizá espejismos,
gasas de espuma ponzoñosa

En Veracruz las llaman aguas malas.


El pulpo

Oscuro dios de las profundidades,
helecho, hongo, jacinto,
entre rocas que nadie ha visto, allí, en el abismo,
donde al amanecer, contra la lumbre del sol,
baja la noche al fondo del mar y el pulpo le sorbe
con las ventosas de sus tentáculos tinta sombría.
Qué belleza nocturna su esplendor si navega
en lo más penumbrosamente salobre del agua madre,
para él cristalina y dulce.
Pero en la playa que infestó la basura plástica
esa joya carnal del viscoso vértigo
parece un monstruo; y están matando
/ a garrotazos / al indefenso encallado.
Alguien lanzó un arpón y el pulpo respira muerte
por la segunda asfixia que constituye su herida.
De sus labios no mana sangre: brota la noche
y enluta el mar y desvanece la tierra,
muy lentamente, mientras el pulpo se muere.


La falsa vida

Alguien te sigue a veces en silencio.
Las cosas nunca dichas
Se transforman en actos.
Atraviesas la noche en las manos del sueño,
Pero el otro, implacable,
No te abandona: lucha
Contra la irrealidad, la falsa vida
Donde todo es ocaso.
Frágil perseguidor que eres tú mismo,
Lo has obligado a ser, en guardia siempre,
El minucioso espejo que no olvida.


Los elementos de la noche

Bajo el mínimo imperio que el verno ha roído
se derrumban los días, la fe, las previsiones.
En el último valle la destrucción se sacia
en ciudades vencidas que la ceniza afrenta.

La lluvia extingue
el bosque iluminado por el relámpago.
La noche deja su veneno.
Las palabras se rompen contra el aire.

Nada se restituye, nada otorga
el verdor a los campos calcinados.

Ni el agua en su destierro
sucederá a la fuente
ni los huesos del águila
volverán por sus alas.


Aceleración de la historia

Escribo unas palabras
y al mismo
ya dicen otra cosa
significan
una intención distinta
son ya dóciles
al Carbono 14
Criptogramas
de un pueblo remotísimo
que busca
la escritura en tinieblas.


Caverna

Es verdad que los muertos tampoco duran
Ni siquiera la muerte permanece
Todo vuelve a ser polvo

Pero la cueva preservó su entierro

Aquí están alineados
cada uno con su ofrenda
los huesos dueños de una historia secreta

Aquí sabemos a qué sabe la muerte
Aquí sabemos lo que sabe la muerte
La piedra le dio vida a esta muerte
La piedra se hizo lava de muerte

Todo está muerto
En esta cueva ni siquiera vive la muerte


El reposo del fuego

(Don de Heráclito)

Pero el agua recorre los cristales
musgosarnente :
ignora que se altera,
lejos del sueño, todo lo existente.

Y el reposo del fuego es tomar forma
con su pleno poder de transformarse.
fuego del aire y soledad del fuego.
al incendiar el aire que es de fuego.
Fuego es el mundo que se extingue y prende
para durar (fue siempre) eternamente.

Las cosas hoy dispersas se reúnen
y las que están más próximas se alejan:

Soy y no soy aquel que te ha esperado
en el parque desierto una mañana
junto al río irrepetible en donde entraba
(y no lo hará jamás, nunca dos veces)
la luz de octubre rota en la espesura.

Y fue el olor del mar: una paloma,
como un arco de sal,
ardió en el aire.

No estabas, no estarás
pero el oleaje
de una espuma remota confluía
sobre mis actos y entre mis palabras
(únicas nunca ajenas, nunca mías):
El mar que es agua pura ante los peces
jamás ha de saciar la sed humana.


Lluvia de sol

La muchacha desnuda toma el sol
apenas cubierta
por la presencia de las frondas.

Abre su cuerpo al sol
que en lluvia de fuego
la llena de luz.

Entre sus ojos cerrados
la eternidad se vuelve instante de oro.
La luz nació para que el resplandor de este cuerpo

le diera vida.
Un día más
sobrevive la tierra gracias a ella

que sin saberlo
es el sol
entre el rumor de las frondas.



Prehistoria

A la memoria de Jaime Sabines

1

En las paredes de esta cueva
pinto el venado
para adueñarme de su carne,
para ser él,
para que su fuerza y su ligereza sean mías
y me vuelva el primero
entre los cazadores de la tribu.

En este santuario
divinizo las fuerzas que no comprendo.
Invento a Dios,
a semejanza del Gran Padre que anhelo ser,
con poder absoluto sobre la tribu.

En este ladrillo
trazo las letras iniciales,
el alfabeto con que me apropio del mundo al simbolizarlo.
La T es la torre y desde allí gobierno y vigilo.
La M es el mar desconocido y temible.

Gracias a ti, alfabeto hecho por mi mano,
habrá un solo Dios: el mío.
Y no tolerará otras deidades.
Una sola verdad: la mía.
Y quien se oponga a ella recibirá su castigo.

Habrá jerarquías, memoria, ley:
mi ley: la ley del más fuerte
para que dure siempre mi poder sobre el mundo.

2

Al contemplar por vez primera la noche
me pregunté: ¿será eterna?
Quise indagar la razón del sol, la inconstante
movilidad de la luna,
la misteriosa armada de estrellas
que navegan sin desplomarse.

Enseguida pensé que Dios es dos:
la luna y el sol, la tierra y el mar, el aire y el fuego,
O es dos en uno:
la lluvia / la planta, el relámpago / el trueno.

¿De dónde viene la lumbre del cielo?
¿La produce el estruendo? ¿O es la llama
la que resuena al desgarrar el espacio?
(como la grieta al muro antes de caer
por los espasmos del planeta siempre en trance de hacerse).

¿Dios es el bien porque regala la lluvia?
¿Dios es el mal por ser la piedra que mata?
¿Dios es el agua que cuando falta aniquila
y cuando crece nos arrastra y ahoga?

A la parte de mí que me da miedo
la llamaré Demonio.
¿O es el doble de Dios, su inmensa sombra?
Porque sin el dolor y sin el mal
no existirían el bien ni el placer,
del mismo modo que para la luz
son necesarias las tinieblas.

Nunca jamás encontraré la respuesta.
No tengo tiempo. Me perdí en el tiempo.
Se acabó el que me dieron.

3

Ustedes, los que escudriñen nuestra basura
y desentierren puntas
de pedernal, collares de barro
o lajas afiladas para crear muerte;
figuras de mujeres en que intentamos
celebrar el misterio del placer
y la fertilidad que nos permite seguir aquí contra todo
-enigma absoluto
para nuestro cerebro si apenas está urdiendo el lenguaje-,
lo llamarán mamut.
Pero nosotros en cambio
jamás decimos su nombre:
tan venerado es por la horda que somos.

El lobo nos enseñó a cazar en manada.
Nos dividimos el trabajo, aprendimos:
la carne se come, la sangre fresca se bebe,
como fermento de uva.
Con su piel nos cubrimos.
Sus filosos colmillos se hacen lanzas
para triunfar en la guerra.
Con los huesos forjamos
insignias que señalan nuestro alto rango.
Así pues, hemos vencido al coloso.
Escuchen cómo suena nuestro grito de triunfo.

Qué lástima.
Ya se acabaron los gigantes.
Nunca habrá otro mamut sobre la tierra.

4

Mujer, no eres como yo
pero me haces falta.

Sin ti seria una cabeza sin tronco
o un tronco sin cabeza. No un árbol
sino una piedra rodante.

Y como representas la mitad que no tengo
y te envidio el poder de construir la vida en tu cuerpo,
diré: nació de mí, fue un desprendimiento:
debe quedar atada por un cordón umbilical invisible.

Tu fuerza me da miedo.
Debo someterte
como a las fieras tan temidas de ayer .
Hoy, gracias a mi crueldad y a mi astucia,
labran los campos, me transportan, me cuidan,
me dan su leche y hasta su piel y su carne.

Si no aceptas el yugo,
si queda aún como rescoldo una chispa
de aquellos tiempos en que eras reina de todo,
voy a situarte entre los demonios que he creado
para definir como El Mal cuanto se interponga
en mi camino hacia el poder absoluto.



Éxodo

En lo alto del día
eres aquel que vuelve
a borrar de la arena la oquedad de su paso;
el miserable héroe que escapó del combate
y apoyado en su escudo mira arder la derrota;
el náufrago sin nombre que se aferra a otro cuerpo
para que el mar no arroje su cadáver a solas;
el perpetuo exiliado que en el desierto mira
crecer hondas ciudades que en el sol retroceden;
el que clavó sus armas en la piel de un dios muerto
el que escucha en el alba cantar un gallo y otro
porque las profecías se están cumpliendo: atónito
y sin embargo cierto de haber negado todo;
el que abre la mano
y recibe la noche.



Tarde o temprano

Homenaje a Nezahualcoyotl

I

No tenemos raíces en la tierra.
No estaremos en ella para siempre:
sólo un instante breve.

También se quiebra el jade
y rompe el oro
y hasta el plumaje de quetzal se desgarra.

No tendremos la vida para siempre:
sólo un instante breve.


II

En el libro del mundo Dios escribe
con flores a los hombres
y con cantos
les da luz y tinieblas.

Después los va borrando:
guerreros, príncipes,
con tinta negra los revierte a la sombra

No somos reyes:
somos figuras en un libro de estampas.


III

Dios no fincó su hogar en parte alguna.
Solo, en el fondo de su cielo hueco,
está Dios inventando la palabra.

¿Alguien lo vio en la tierra?

Aquí se hastía,
no es amigo de nadie.

Todos llegamos al lugar del misterio.


IV

De cuatro en cuatro nos iremos muriendo
aquí sobre la tierra.

Somos como pinturas que se borran,
flores secas, plumajes apagados.

Ahora entiendo este misterio, este enigma:
el poder y la gloria no son nada:
con el jade y el oro bajaremos
al lugar de los muertos.

De lo que ven mis ojos desde el trono
no quedará ni el polvo en esta tierra.


La gota

La gota es un modelo de concisión:
todo el universo
encerrado en un punto de agua.

La gota representa el diluvio y la sed.
Es el vasto Amazonas y el gran Océano.

La gota estuvo allí en el principio del mundo.
Es el espejo, el abismo,
la casa de la vida y la fluidez de la muerte.

Para abreviar, la gota está poblada de seres
que se combaten, se exterminan, se acoplan.
No pueden salir de ella,
gritan en vano.

Preguntan como todos:
¿de qué se trata,
hasta cuándo,
qué mal hicimos
para estar prisioneros de nuestra gota?

Y nadie escucha.
Sombra y silencio en torno de la gota,
brizna de luz entre la noche cósmica
en donde no hay respuesta.


Piedra

Lo que dice la piedra
sólo la noche puede descifrarlo

Nos mira con su cuerpo todo de ojos
Con su inmovilidad nos desafía
Sabe implacablemente ser permanencia

Ella es el mundo que otros desgarramos



El silencio


La vida, más feroz que toda muerte.
Jorge Guillén, Clamor

La silenciosa noche. Aquí en el bosque
No se escuchan rumores.
Los gusanos trabajan.
Los pájaros de presa hacen lo suyo.
Pero yo no oigo nada.
Sólo el silencio que da miedo. Tan raro,
Tan escaso se ha vuelto en este mundo
Que ya nadie se acuerda de cómo suena,
Nadie quiere
Estar consigo mismo un instante.
Mañana
Dejaremos la verdadera vida para mañana.
No asco de ser ni pesadumbre de estar vivo:
Extrañeza
De hallarse aquí y ahora en esta hora tan muda.
Silencio en este bosque, en esta casa
A la mitad del bosque.
¿Se habrá acabado el mundo?


Concordancias: Las personas del verbo

Una vez
Y por breve tiempo
Hace mucho tiempo
Tú y yo
Fuimos de pronto hasta muy adentro
Nosotros.

«Nosotros dos» podía yo decir
En las horas voraces que fueron nuestras.

Desde hace tiempo
Si hablo de ti
Sólo puedo emplear
La tercera persona: Ella.

El yo empobrecido se hunde
Entre las concordancias de la Nada.


Fluir

Corre bajo los puentes.
No regresa.

Su vuelo horizontal
Arrasa el tiempo.

Para nosotros
Esa eterna huida
Lo dice todo.


El agua no lo sabe
Y no le importa.

Se limita a fluir
Y a despedirse.

Un puñado de polvo
Todos quisimos la corona del rey
Nadie pudo encontrarla entre el fragor de la guerra.

En esa busca nos entrematamos.
Por sanguinarios les dimos asco a las fieras.

Siglos después, cuando encontré la corona,
Vi que era sólo un puñado de polvo.


Lupus

En la noche del mundo el gran temor
A su ferocidad siempre al acecho.

Hace temblar con su brutal aullido.
Deja huellas de sangre entre la nieve
Y en los barrancos pilas de cadáveres.

Nos ha vencido en todas las batallas.
Levantó las murallas que nos cercan.
Nos oprime con cepos y cadenas.

Un día el monstruo pasó ante nuestros ojos,
Receloso y amargo entre las ruinas.

Era el lobo del hombre.


Ver la luz

¿Qué se verá originalmente en el útero?
Acaso nada resulte claro.
Somos como otros peces que han nacido del agua,
Totalidad de su visión.

Para hablar del nacer
decimos siempre:
«Vio la luz» o bien: «abrió los ojos».
Somos sujeto y objeto
De esa luz que dibuja la realidad
Y nos obliga a inventarla.

Y por ello al final todo se apaga.
Entre la sombra sólo queda espacio
Para los cirios funerales:
última luz que siempre abre camino
A las tinieblas del origen.


Pompeya

La tempestad de fuego nos sorprendió en el acto
De la fornicación.
No fuimos muertos por el río de la lava.
Nos ahogaron los gases. La ceniza
Se convirtió en sudario. Nuestros cuerpos
Continuaron unidos en la piedra:
Petrificado espasmo interminable.


La lengua de las cosas

La lengua de las cosas debe ser el polvo donde se comunican sin
Hablarse.
El polvo o la sombra que proyectan.
Demencia de las cosas cuando su voluntad se rebela
Y se esconden frenéticas o se niegan a funcionar obstinadas.
Únicos medios de rebelión a su alcance,
Únicas formas de decirnos que no somos sus amos,
Aunque tengamos el poder
De destruirlas y olvidarlas.


Elogio de la fugacidad

Triste que todo pase…
Pero también qué dicha este gran cambio perpetuo.
Si pudiéramos
Detener el instante
Todo sería mucho más terrible.
¿Pueden imaginar a Fausto de 1844, digamos,
Que hubiera congelado el tiempo en un momento preciso?
En él hasta la más libre de las mujeres
Viviría prisionera de sus quince hijos
(Sin contar a los muertos antes de un año),
Las horas infinitas ante el fogón, la costura,
Los cien mil platos sucios, la ropa inmunda
—Y todo lo demás, sin luz eléctrica y sin agua corriente.
Cuerpos sólo dolor, ignorantes de la anestesia,
Que olían muy mal y rara vez se bañaban.
Y aún después de todo esto, como perfectos imbéciles,
Nos atrevemos a decir irredentos:
“Qué gran tristeza la fugacidad,
¿Por qué tenemos que pasar como nubes?”




JOSÉ EMILIO PACHECO (MÉXICO, 1939)