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noviembre 21, 2011

POEMAS DE EDMOND JABÈS



1. A ti, que crees que existo...

(«A ti, que crees que existo,
¿cómo decir lo que sé
con palabras cuyo significado
es múltiple;
palabras, como yo, que cambian
cuando se las mira,
cuya voz es ajena?
¿Cómo decir
que no soy
pero que, en cada palabra,
me veo,
me oigo,
me comprendo,
a ti, cuya realidad
renovada
es la de la luz
a través de la cual
el mundo cobra conciencia del mundo
perdiéndote
pero que respondes
a un nombre
prestado?
¿Cómo mostrar lo que he creado
fuera de mí,
hoja tras hoja,
donde todo rastro de mi paso
está borrado
por la duda?
¿A quién se le han aparecido esas imágenes
que ofrezco?
Reivindico, en último extremo, lo que me es debido.
Cómo demostrar mi inocencia
cuando el águila ha volado de mis manos
para conquistar el cielo
que me atenaza?
Muero de orgullo en el límite
de mis fuerzas.
Lo que espero está siempre más lejos.(...)


2. Y Yukel habla...

Y Yukel habla:
Te busco.
El mundo donde te busco es un mundo sin árboles.
Sólo calles vacías,
calles desnudas,
el mundo donde te busco es un mundo abierto a otros mundos sin nombre,
un mundo donde no estás, donde te busco.
Están tus pasos,
tus pasos que sigo, que espero.
He seguido el lento caminar de tus pasos sin sombra,
sin saber quién era yo,
sin saber a dónde me dirigía.
Un día estarás.
Será aquí, en otro lugar,
un día como todos los días en que estás.
Será, tal vez, mañana.
He seguido, para llegar hasta ti, otros caminos amargos
donde la sal quebraba la sal.
He seguido, para llegar hasta ti, otras horas, otras riberas.
La noche es una mano para quien sigue la noche.
De noche, todos los caminos caen.
Era necesaria esa noche en que tomé tu mano, en que estábamos solos.
Era necesaria esa noche como era necesario ese camino.
En el mundo donde te busco eres la hierba y el deshielo.
Eres el grito perdido en que me extravío.
Pero también eres, ahí donde nada vela, el olvido hecho de cenizas de espejo.


5. El diálogo de las dos rosas

-Así pues, audaz amiga, me desafías en el alma.

-Soy fiel al amor

-El amor sólo se ama a sí mismo.

-Yo soy la vida. Él me pertenece.

-No siempre. Los amantes me ofrecen su vida.

-Los amantes desgraciados. No el amor.

-El amor es la trampa que tiendes a los hombres para vestirte con sus escalofríos,
para alimentarte con sus lágrimas.

-Luz en los ojos, eso es el amor.

-El amor devora los ojos que ven.

-Fría amiga.

-Mi cómplice. -Aquí, señala el discípulo de Reb Simoni,
hubo un largo silencio, luego la voz se hizo suplicante. Entrégame a Sara y a Yukrl.

-No puedo perderles.

-Un día, acabarás cediendo.

-Quizás, una mañana en que esté contenta; en cuanto se me hayan hecho insoportables.
-Aquí, creí oirla reír, observa el discípulo de Reb Simoni. -Tendrás algunas horas o algunas semanas, eso dependerá, para arrancármelos.

-Cruel, sabes que sufren.

-El amor es mi juventud,

-Tú eres la vida.

-El amor es el dueño de mi vida.
-¿Por qué esas prisas? ¿Tanto te gustan? Te arrastras como una esclava. ¿Estás enamorada?

-El amor no me interesa.

-Entonces, ¿por qué quieres arrebatarme a mis amantes?

-Porque está en el orden establecido y también porque es mi oficio.

-Quemas etapas. ¿Ya no te importa mi placer? Me decepcionas.

-A veces soy tierna con los humanos.

-Por qué?

-Un poco por piedad. Me gusta que me crean buena.

-Estás celosa. Te mueres de amor.
-Mato todo lo que toco.

-Tu cuerpo está ebrio de caricias, tus pétalos están húmedos de besos esperados. Pero yo soy fuerte. Soy tozuda.
Me divierte hacerte esperar.

-Te obstinas en hacerme daño. Pero ten cuidado. Puedo vengarme.

Aquí, me pareció, señala el discípulo de Reb Simoni, que se aproximaron la una a la otra y
que su actitud era desafiante.

-Confiesa que te gusto; que a través de las parejas que me exaltan, es a mí a quien deseas.

Se daban la espalda para enfrentarse poco después con su odio desatado, señala el
discípulo de Reb Simoni.

-Hija.

-Qué amable confesión.

-No me faltan recursos. Me haces daño. Tú lo sabes. Mi deseo me desgarra por completo. Tanto peor. Tanto peor.
Tanto peor. Eso sólo me importa a mí.

-Te desprecio.

-Te amo con un amor imposible. Elimino a los que me impiden abrazarte. Con sus ojos, hago dos tragaluces,
con su cuerpo, un navío perdido. Los más voluptuosos son los más vulnerables.

Debieron transcurrir unos cuantos minutos, observa aquí el discípulo de Reb Simoni,
de los que apenas me acuerdo. Hasta mí llegaban fragmentos de palabras cuyo
sentido no alcanzaba a comprender; luego oí muy claramente:

-Cállate. Me dejas helada.

-Eres la nieve que se funde en abril.

-Soy la fiebre. Soy el sol. Odio el agua, las mortajas.

-Mueres por cada nacimiento. Preparas con talento a los seres, al mundo, para su fin anunciado. Loca que les hablas de mí.
Eres la antecámara. Yo soy el lecho. Tus víctimas me piden socorro. Sus gritos forman un gran collar alrededor de mi cuello. Entonces, surjo entre ellos en mi esplendor inaccesible. Me apodero para siempre de su mirada. Con ella, hago un camino,
hago un arco iris.

-Déjame vivir. Déjame alimentarme con mi vida.

-Déjame, mi rosa pródiga, saborear mi muerte.

Cuando me acerqué a ellas para asegurarme de que eran reales, señala el discípulo de
Reb Simoni, me encontré ante dos rosas abiertas a la avidez de una abeja que habían recuperado su existencia vegetal.

«Yukel, escribía Sara, ¿es verdad que la muerte nos parece hoy preferible al mejor momento que hayamos conocido en nuestra corta vida?»
 

Preguntas a la luz

Exterior es el límite. Interior, lo ilimitado.

Para preparar mejor al hombre a morir del hombre, ¿creó Dios el tiempo?
Para dejar a Dios el tiempo de morir de Dios, ¿concibió la eternidad el hombre?

El instante muerde en la duración, nunca sobre la eternidad, que es duración incontrolable.

¿Y si el ayer –oh noche clavada, todo mi pasado- se rehusara a abdicar?
No hay palabra que no esté, desde ya, envuelta de porvenir.
El dolor, la desgracia, acceden, ellos también, a la mañana.

Uno se pregunta en la noche; pero movida por una comprensible necesidad de mirar y, para nosotros, de mirarnos en ella, la pregunta está siempre vuelta hacia la luz.

La luz de la pregunta nunca es sino la pregunta a la luz.

Hay que haber llorado mucho para apreciar una sonrisa: arco-labios. Arco-iris.

-No puedo conocer a otro sino a través de mí. ¿Pero quién soy?
-¿El fuego conoce el fuego?
-¿El bosque conoce el bosque?
Es a la madera que consume que el fuego le debe el ser fuego; como el bosque, al fuego que lo reduce a las cenizas, le debe el haber dejado de ser un bosque.


(Fragmentos de "El libro de las preguntas" . Versión de Julia Escobar)


1. La parte del bien

Tú eres rico. La palabra te es dada.
REB ELAIM


(-¿En qué Piensas?
-En la tierra.
-Pero estás en la tierra.
-Pienso en la tierra en que estaré.
-Estamos uno frente a otro y tenemos los pies en la tierra.
-No conozco más que las piedras del camino que lleva,
dicen, a la tierra.

Si el árbol careciese de inteligencia, se derrumbaría.
Si el mar careciese de inteligencia, se devoraría.
El agua obedece al agua
y mantiene al pez.
El aire obedece al aire
y mantiene al pájaro.
Si el hombre careciese de inteligencia, reinaría la oscuridad en todas partes.
Tú darías alaridos por los caminos.
Tú maldecirías a tu prójimo.
Tú aplaudirías el incendio.
Tú cortarías en lonchas delgadas los senos de tu mujer.
Tú arrancarías la cabeza a los niños.
No quedarían ya flores.
Tú llevarías una corona de espinas.
Tú estarías solo, solo, solo;
pues, para ser dos,
HAY QUE SABER.)

Te dejé morir, Yukel. Estaba a tu lado cuando bebiste el veneno. Podía impedírtelo, pero tu mirada no toleraba que yo interviniese para modificar tu decisión. Asistí a tu agonía, en la
sombra. Tú mirabas fijamente la pared. No besaste una sola vez la imagen de Sara.
Bajé las escaleras de tu casa apoyándome en la barandilla. Estaba muy cansado. Temía al día, a la calle. Fui andando hasta mi morada y, en mi cama, dormí hasta el alba. Empezó para mí
una nueva vida; una muerte malaventurada. ¿Era quizá mi destino denunciar el sufrimiento de que te liberaste suprimiéndote? Pero yo no tengo ni oídos ni boca. Y nada atrae ya a mis ojos.
Tú eras mi respiración, y Sara el grito de mi verdad maltratada. La verdad es semejante a una adolescente. Se puede hacer todo con ella, pero también se puede hacer mucho por ella. Se puede morir o vivir bajo su ley.
Estaba a tu lado, Yukel, cuando tus manos se aferraban a la sábana. Tus estertores -¿tan débiles eran?- no inquietaban a nadie en torno a nosotros. Entraste enseguida en coma y te
quedaste rígido pocas horas después. No esperé a que viniesen a llamar a tu puerta. Huí.
Tu amante se marchitó en el infierno de las flores. La demencia, más tarde, la sostuvo. Se diría que sus gritos, hoy, son más desesperados. Manan de su ser dolorido, de ese cuerpo indefenso que el alma vuelve tan transparente como luz.
Se ven sus huesos como un paisaje desvelado por la carne. Se ven los dientes a través de la mejilla.
¿Adónde iré, desdoblado?

Un escritor se evade con los vocablos y, de ellos, algunos, a veces uno o dos, le siguen a la muerte. Un vocablo es primero una colmena y después un nombre. Dos nombres se disputaban mi corazón y mi mente. Los encontré en la hondo de mí mismo y su existencia era la que yo había, en las tinieblas, vivido. Como tú, ayer, estoy agotado. Mi pasado está lastrado de expolios, de persecuciones. Mi pasado inclina la cabeza hacia un respaldo ilusorio, un hombro compasivo o mi mesa.
No tengo ya ambición. Soy el paso abierto de la luz adonde me arrojaste.
«¿Qué es un escritor? , preguntaba a un narrador célebre Reb Hod. ¿Un hombre de letras? No, seguro, sino una sombra que lleva a un hombre.»
Tú eras ese hombre, Yukel, ese hombre y ese mártir.
Me eclipsaré, en breve.
Volviste de los campos de concentración culpables para consagrarte a tu última hora y mis folios huelen a las cenizas de tu fe.
El libro es un momento de la herida o la eternidad.
El mundo se limita a nosotros.

2. Retrato de Sara y de Yukel en el grito

Manos huidas, aferradas a vuestras antorchas.
El cielo os ha confundido con pájaros.
El nido ha destronado al arco y al árbol.
                                                                         REB LEZER

Este trazo blanco en la página blanca es el trazo del grito.
Ya no teme al obstáculo.
No le estorba la tinta.
¿Deja el ave una huella de su vuelo?
Tú sigues con la mirada al pájaro.
Aquí, el oído es el orden.

                        («El ojo hace ver lo que escucha, lo que cata, lo que
                         palpa. Yo soy todo ojos en mi cuerpo.»
                                                                                            REB GAMRI)

Y Yukel dijo:

¿Quién sabrá beber en mis palabras?
¿Lo he sabido hacer yo acaso?
En mi libro, en el seno de la soledad,
tu soledad me es, para siempre, debida.


6. Índice de las estaciones del año

Ella habla de milagro y amasa el pan.
La inocencia la dibuja.

Estrellas laboriosas.
Arañas instructivas.

Nieva sobre la palabra
Nieva para la palabra.
Nieva en la palabra.

Lo maravilloso.
El objetivo de las lámparas

Mujer y fuente
hacen sangrar al agua.
El mendigo cree en
la bondad de los árboles.

Lentas construcciones
de tinta y de metal,
la luz es memoria,
primer vuelo eterno.

Mañana, los enanos
serán gigantes.

La piedra
aguanta
el olvido.

Pero una mota de polvo
puede aplastarlo.

( «Hay una canción en el corazón del águila, pero sus
alas la llevan a otra parte.»
                                                  Reb Assayas


«Los esfuerzos del agua son pliegues. Mira cuánta es mi
pena.»
            Reb Amhí)


(Fragmentos de "El libro de Yukel" . Versión de J. Martín Arancibia)


5. Las cortinas corridas

                     Matidez de las palabras, donde Dios habla," sombra bienhechora,
                     con las cortinas corridas. En la página oscura, la línea prolonga
                     el pliegue, y el sueño la interlínea.
                                                                                 REB RISSEI
   
1

-La esperanza se encuentra en la siguiente página. No cierres el libro.
-He pasado todas las páginas del libro sin topar con la esperanza.
-La esperanza quizá sea el libro.

2

«En el diálogo que pretendo, está abolida la respuesta; pero, a veces, la pregunta es el fulgor de la respuesta. Mi camino está cribado de cristales.»
                                                                                              Reb Librad
Y Yukel dijo:
Si la respuesta fuese posible, la muerte no caminaría junto a la vida, no tendría la vida sombra. El universo sería luz.
La contradicción es el grito del alma descuartizada en el instante. ¿No escribió Reb Sedra: «Éstas son las simientes para tu campo: una simiente de vida, una simiente de muerte. La
semilla de vida alimentará tu muerte, la semilla de muerte alimentará tu vida»?

(«Acabará por vencerme la muerte. Dios sólo puede socorrerme en la nada.»
                                                                                                                                         Reb Zeilein)

6. Memorable eco

«Y quedó entendido que el eco sería llevado por el difunto eco y la aurora por las alas gigantescas de la degeneración del día.»
                                                                         Reb Sefira


Partida. Tú, hijo, te quedas.
Pasan, conmigo, las horas.
Estoy aliado y tan lejos.
Poseo las mañas de la caña,
pero sangro con el eco.
Mañana es tu futuro
y, quizá, el descanso mío.
(Nueva canción de cuna)

7. No me viste...

No me viste
en el momento en que pasaba.
Te refugiaste entre nuestros muros
mientras yo llamaba.
No me oíste
de gruesos que son los muros.
Tus labios murmuraron mi nombre
y fue, de nuevo, la aurora.
Un día para nosotros dos
con el que ya no contaban el año
ni el amor
ni menos aún los hombres.
Un día
solo, como nosotros.

8. La rosa de Jericó

Pongan a secar el húmedo libro.
Volverá a florecer por sus vocablos.
                                                                  REB AYUM


«¡Huelan mi libro!», gritaba Reb Hamán,
«¿verdad que tiene el eterno perfume de las rosas?»

El grano de arena dijo a la naranja: «Llevaba el fruto en mi seno».
La naranja le respondió: «El mar se retiró mientras tú dormías.
¿Te encuentras más solo sin el grano de sal, tu sosia?
El agua dulce me ha devuelto a ti».

Y el último en llegar dijo:
«Tierra en la que reconozco mi forma de andar,
en la que mis pasos han esperado a mis pasos.
Tierra de la palabra asfixiada, revelada,
presa de la mirada y de las manos promovidas.
Tierra de la paciencia y del naranjo,
del precio de la paz y del peso de la esperanza.
Tierra que me vuelve a ver y hasta la cual he vagado,
sin saber que iba a ella, a mí mismo.»(...)

9. Las perlas de sudor

«Tan cautiva en su discurrir estaba el agua que el sudor
nos parecía una fuente. »
                                               Reb Vetah

La voz quiere el rostro
en que ya no vemos.
Ah, noche bochornosa sin luna.
                                                         (Cuaderno de notas de Yukel)

«Te llegó la vez de emprender el camino del exilio. ¡Ah!,
no estabas solo. De modo que caminabas solo.»
                                                                                      Reb Jessiah

«Tierra que abandono,
toda la sal de la vida
está en el recuerdo
que me hará morir .
Sujeto por el fondo
como el barco por el ancla.
El agua es mi agonía.»
                                          Reb Secoth

Universo de mi quehacer en el que, como perlas de sudor en un pecho moreno, brilla la sed, ¿sabré distraer de la aurora la página por escribir, por enfriar con palabras precavidas, mejores que el agua bajo la roca?
La muerte posee la suavidad de la sombra. La sed se contenta con su cama.
Escribo mientras se despliega la noche.



(Fragmentos de "El regreso al libro". Versión de J. Martín Arancibia)


El fondo del agua

Hablo de ti
no de mi lámpara de sombra
de mi paso de galgo
El viento en el talón del oro
el viento en el brocal del pozo
el viento fuera dentro
no hay quien se escuche
Hablo de ti
Una muchedumbre responde
Hormigas sin voz sin gritos
Y sin embargo
el silencio mata como la muerte
el silencio reina sólo por nacer
Hablo de ti
y no eres no has existido nunca
Respondes a mis preguntas
La araña choca contra el aliento de los monstruos
contra la aguja de los vestidos apurados por terminar
El toro incendia el ruedo
donde el rey mendiga su reino
mancha de sangre zócalo de dolor
La más alta no eres tú
Todos los hilos de tus pupilas
anudados al sol
El mundo se despoja
y la frente del hombre aúlla en el centro
Sólo tú columna de cenizas con brazaletes de jade
y la cinta roja de lirios carcomidos en las raíces
y el turbante de islas desconocidas que te peina
Hablo de ti
de tus pechos en vanguardia de las praderas
del agua clara de tus pechos adormecidos
y de las orillas que ahoga
Hablo
del espejo de tus ojos secretos
todas las centinelas de la desesperanza
todas las barrenas de la vertiente embalsamada
La calle se vacía la estampida se estropea
Hablo de quien no conozco
de quien conoceré sólo las palabras
para ti muñecas desfiguradas
Aquí nadie
ibis del sueño mortinato
mariposa arrancada a la yedra
Nadie
sólo el cobre anduvo de capa caída
Nadie
sólo la escarcha del metal de las penas
Nadie
sólo el imperio de los espectros inconfesables
sombrilla de saliva para sapos
Nadie
sólo la noche prisionera lamentándose
sin cesar y escupiendo los lobos
Nadie
Y surges despacio seguramente
como la roca con pelos de lana
como el pájaro con pico de pluma
y el mar te lava
Nadie
Hablo para tu piel salada
para el sueño de tu piel morena
noche en la noche
para tu piel tatuada al infinito
Nadie
Nada más que una plancha de carne borracha
de su frigidez que las olas se llevan
que de nuca en nuca de agua ruda
viaja en la muerte
Nadie
Nada más que la que encuentras
al pasar y saludas indiferentemente
Hablo
para los racimos de ojos verdes
pegados en las ventanas
para la colina de polvo
que el viento saquea
Nadie
alrededor
Nada más que un nombre
la necesidad contenida de darte un nombre
de viña o de lava
Nada
sólo la luna ardiendo de algunas letras
encima del mundo
Sangre en nuestras manos callosas
sangre sobre el hombro del búho
sangre sobre las mejillas redondas de la primavera
Nada
sólo la armonía de la sangre sobre nuestros labios reunidos
Hablo sin razón
en los pasillos de las casas
acosadas de cisnes
sobre la terraza abrumada de los palacios
de pie contra el tiempo
Caballeros de antiguo broche de náufragos
sobre vuestras monturas de polvo sonoro
El corazón ahí late firmemente
en la amada que se acerca
Caballeros de las regiones bajas
desgarrando de un salto el espacio
Nada
sólo el día con rayas de tormentosa siembra
Nada
sólo el atractivo del día sobre una sombra sepultada
Nada
sólo tu sonrisa serpiente de paja
sólo tu nombre prestado terciopelo de las ciudades
Al sonido
de las lejanas cataratas
A la llamada apremiante
de las azucenas embrujadas
peces de vellones glaucos
Nada
sólo la fuente de las jaurías engendradas
Nada
sólo la caída del fuego
sobre una semilla de cristal
La rosa de hierro aletea
en el delirio consumido
después de nosotros después de ti
Tragaluces nos conocemos mal o no nos conocemos
La mano desnuda está de prueba
tendida como para rendirse
El paisaje no tiene pudor
Hablo
para las primeras cerezas azoradas
para las estaciones de perifollos al final de los naufragios
para las imágenes de plomo de las bailarinas partidas en dos
Hablo
para la linde de los remos pesados en el cuerpo
Oh te quiero
hija de fuente demente
hermana de agua salpicada
mi sed nada sobre mis venas
cruel a fuerza de pisarte los talones
fiel sed de condenado
Hablo para el arroyo con frente de piedra
para el cráter para el moreno de los montes
para la envidia con traje de pavo real
para no perderte más mi amor
Hablo para la meseta de las banderas
para la cala con ollares de maleza
todas las conchas y toda la arena de las barquillas
para no perderte más mi amor
Hablo para la rosa salvaje de las lluvias
para el pararrayos de los sauces
para las lágrimas de las emigrantes golpeadas
para no perderte más mi amor
Hablo para la explanada de las colmenas
para el dormitorio lleno de águilas
para el mantel de servidumbre gris
para no perderte más mi amor
para no dejarte más mi amor
hablo hablo hablo para la mosca
para la corteza de los pinos para la pizarra de las algas
para el viento en el mar mi amor
para la sal en las aletas mi amor
para el tomate para el barro fibroso de los magos
para la veleta con alegrías de bufanda para una página
blanca para la duración del gesto para nada mi amor
Nada
sólo para distraerte
Nada
sólo para gustarte
Nada
sólo para clavarte viva
a mi lado
Nada sólo para poblar tu recuerdo
por la sombra que sube de la tierra
Por el cielo que se desespera
Por mi corazón mi amor
Por mis brazos a causa de mi boca
Sólo
una vez
Sólo
un segundo
Por el viento
que te habita
Por la sangre
que te agita
Por el tiempo
que te apura
Oh paciente espera
El día está al alcance de nuestros dedos el sol muerde
Por mi amor por
la red deslumbrante de mi amor
echada esta noche sobre el mundo.


Versión de Clémence Loonis y Claire Deloupy



EDMOND JABÈS (EGIPTO/FRANCIA, 1912-1991)

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