Páginas

.

.

diciembre 31, 2010

TEXTOS DE RICARDO ZELARAYÁN




TAL VEZ NO IMPORTE TANTO


Tal vez no importe tanto,
tu cara se borra sola.
Hay muchas caras en mi vida
que viven borradas
quién sabe hasta cuándo.
Se han borrado poco a poco,
pero en el momento menos esperado,
y a veces en el menos indicado,
vuelven a aparecer por un brevísimo instante
para sumergirse enseguida
en el “¿Dónde estarás ahora?”
con un intenso sobresalto
de mi parte…
Hay días mucho más chicos que otros.
Y hay días muertos,
descolgados,
inútiles,
días que crecen y mueren sin esperanza.
El rostro borrado aparece de pronto
y es, al mismo tiempo,el mismo
y otro,
siempre dispuesto a borrarse
para aparecer otra vez
pero, ¿cuándo?
La música corre como el agua
pero se borra en el aire.
Es difícil acordarse de invierno
en verano
y del verano en invierno,
evocar una melodía remota
a la deriva en el tiempo pasado.
es difícil salvar del olvido
un rostro, una cara
que se ha borrado
y que aparece
el día y el momento menos pensado.
Si uno pudiera manejar la cosa,
Es decir matar definitivamente ese rostro en la memoria,
o evocarlo a voluntad,
todo sería distinto.
El vientito del despecho
ha lijado los relieves,
los ímites de la superficie recortada,
de los diferentes rostros de Ella.
Uno se salva de a ratos
pero en el momento inesperado….
Ella aparece con un rostro olvidado
que enseguida desaparece, etc. etc.
La cara, el recorte amoroso…
mas no el cuerpo
(el cuerpo decapitado
del rostro borrado).
Tal es el trabajo de salvación
por el momento:
evocar a voluntad
o borrar para siempre.
Incluso borrar el recuerdo
de haber borrado un rostro,
o todos los sucesivos rostros de Ella.
Cuando un rostro comienza a borrarse
(y por lo visto estoy diciendo rostro y no cara
porque rostro tiene más relieve que cara)
ojo, me digo, porque si los ojos de Ella se borran
algo comienza a terminarse
o algo, también, comienza a secas.
Es el comienzo de un nuevo rostro
que tal vez se borrará a su turno
y así sucesivamente.
Y lo de los rostros también se extiende a los lugares
que permanecen borrados
para reaparecer un instante de cualquier día,
no elegido,
y todos los días hay instantes que nacen y mueren vacíos.



FUEGO DE LAS ISLAS

Fuego de las islas
mis cabellos queridos
miel de mi río
La primera carta de amor estrujada
La carta no recibida
y siempre esperada
es todo lo que puedo hacer
desde este lejano sur
camalotecito
no sigas al sur
fuego de las islas
cabellos queridos
abrázanos
da vueltas a nuestro
alrededor
como una calesita
muéstrame río tus islas
con el fuego verde del mediodía
Oh río que vienes hacia el sur
vámonos de vuelta para allá
No vengas hacia mí
Allá voy.
Corazón isla
los árboles se topan
no gemir
cosido a puñaladas
Yacaré olvidado
en mi corazón-cucharón-isla
río suavemente cuchareado
metido en una esponjita
y dale nomás isla de lanchas enamoradas
isla-ilusión
Iisla suavemente reflejada
abismo líquido que me das alas.


(de "Poesía Inédita")



PIOJA


Rezongado rezongo de palabra renga.  Pelo y barro.


La horca…limpita.  La horquilla puñalea seis veces por vez. 
Puñaladas finas, bien clavadoras…¡Y a la puña!


Arado entierra y desentierra.  Peine grueso y fino, suave y
liendre, piojo nomás.  No saltona pulga.  Roña y sangre.   
La piedra aguanta, aguantaraz.


Madera, ¡ja!  Madera y avispas clavadoras.  Una siesta basta.
¿Seguro?  La carne sin revés se las arregla.  Cae una gota loca.
 Dos, tres…A la baba nomás mientras el río corra.


Los huesos mentirosos se desencajan.  Cris, cras…Pura agua
colonia.  Pelo, pelambre, pelambruna.  ¿Dónde hervir el huesito
salvador?


Puta, puta calandria.  Avispa del chajá.  Mancha que se borra
al despertar.  Cae el pelo, uña caída, cherubichá.


Al chajá montero lagunas le sobran.  Al diente por diente
las lomitas.  Orilla amarilla y negra.  Nunca bien te veo.


Vidrio pelo, vidrio en los ojos, polvareda.


Filo contrafilo y punta.  Coleteando en la atmósfera.  Ladridos.
Burro empacado.  Burro lengua’ e sal.  Sapo bronceado 
                bronce.
Sopa alharaca.  Tuna.  Liendre lisita.  No hay peine pal pelo
que arde nomás.  Huracaneados vamos, aplanados todos.
¡A la que vuelve y no vuelve! Polvo empiojado.


La miel de los pelos arde.  El sapo se revuelve.  Dientes no se
animan.  La horquilla se queda guacha.


El galope saltea el diente que falta.  Cigarro que se apaga al
sol, el agua mansa sabe que va al muere, pero se olvida.


Al fin se apagan las miradas.  Viudas o brujas seguirán
mirando.  El que afloja de mirar es diente suelto.  La piedra es
piedra.  ¡Y adelante!


Fuego que pasa de largo también se olvida.  Rata nomás, rata
ciego y sorda.  Memoria.  Hasta el cuchillo lagrimea.  A la
larga afloja.


Orillas no son labios.  Siempre se apartan.


Y a la última sombra se la comen los cuervos por arriba y los
piojos por abajo.  ¿Se acabó la negrura?   Puro cuento.


AIRE SORDO


Boca flor de buche. Una volteada no alcanza, rasca piedra, 
arisca tuna. El agua se agita cuentera.

Sordo el estallido de la gota, triste derrame en la seca. Airearse, 
moverse mojarse, lo otro es alambre de púa en tuna, pan con 
pan...

Bordes duran si aguantan. Ni siquiera el filo, miel 
guacha en la polvareda.

Silbido o respiración. Ahora somos todos sordos atropellando
los árboles. Empollando piedras eternamente.

Y árboles mendiguean entre las pìedras mientras afloja la 
arena toruga hasta que el viento arremete.

Y ya no hay sombra que valga. Las grietas nada más que en el 
recuerdo. Adiós al viento salado que nunca hizo sombra.

Boca-buche. Fuego sin semillas, arena sin nada suelto.

Rascar por rascarse. Ver por ver, inútil desde mientras. Hacha 
de filo cada vez más ancho, piedra al fin, boca de arena.

Quiebra que te piedra y no se oye.

                         

PELA


No ciega, ni quema, ni asfixia ni te inunda.
Da la vuelta nomás circulando al voleo.
Lazo que no ahorca al final llega.
Suelto nomás, como siempre.


Ella, ¿ella? anda aleteándote cerca,
y no te alcanza el ojo ni la oreja
Cerca, porque enseguida se aleja.


La hija del carancho anda aprendiendo a volar…
Si vos volás yo me duermo, puñalada en tierra.  Y si yo 
llego a volar…
puñalada serás vos, como siempre.


El cuerpo, aligerado bolsillo del alma.  Si queda…No hay 
mesa sin suelo y a la larga olvidamos la cosa hasta que el 
corazón ya es brasa.


Ala, llama brasa a la desesperada.  El suelo sigue bajando y 
el cielo sigue subiendo.


Árbol, al fin, por siempre aterrizado.  Al hueco manotazo, 
a la piedra, cuando ya no hay arriba ni abajo.


Ni de cerca ni de lejos.  Una sombra espera un cuerpo.   
Andando nomás, dice él.  Pobre de él, dice ella.

(de “Roña criolla”, 1991)



LA GRAN SALINA

La locomotora ilumina la sal inmensa,
los bloques de sal de los costados,
los yuyos mezclados con sal que crecen entre las vías.
Yo vacilo....
y callo....
porque estoy pensando en los trenes de carga
que pasan de noche por la Gran Salina.
La palabra misterio hay que aplastarla
como se aplasta una pulga,
entre los dos pulgares.
La palabra misterio ya no explica nada.
(El misterio es nada y la nada no se explica por sí misma.)
Habría que reemplazar la palabra misterio
(al menos por hoy, al menos por este "poema")
por lo que yo siento cuando pienso en los trenes de carga
que pasan de noche por la Gran Salina.
La pera trepida en el plato.
La miel se desespera en el frasco cerrado,
para desesperación de las moscas que le acechan posadas al vidrio.
Pero yo no me explico
y hasta ahora nadie ha podido explicarme
por qué me sorprendo pensando
en la Gran Salina.
El hombre de chaleco del salón comedor
se ha quitado los anteojos.
Los anteojos trepidan sobre el mantel de la mesa tendida.
Todo trepida,
todo se estremece,
en el tren que pasa a mediodía por la Gran Salina.
Yo me he sorprendido mirando
la sombra del avión que pasa por la Gran Salina.
Pero eso no explica nada.
Es como una gota que se evapora enseguida.
Hay que distraerse, dicen.
Hay que distraerse mirando y recordando
para tapar el sueño
de la Gran Salina.
Un piano colgado como una araña del hilo
se ha detenido entre los pisos doce y trece...
Un camión pasa cargado de ventiladores de pie
que mueven alegremente sus hélices.
En 1948, en Salta,
fuimos de noche a cazar vizcachas y ranas,
y la conversación se apagó con el fuego del asado,
abrumados como estábamos por el cielo negro
y estrellado.
Nerviosamente encendíamos y apagábamos las linternas
hasta quedarnos sin pilas.
Tampoco puedo explicarme por qué sueño con pilas de linternas,
con pilas para radios a transistores.
Ni por qué sueño con lamparitas de luz,
delicadamente guardadas en sus cajas respectivas.
Ni por qué me sorprendo mirando el filamento roto
de una lamparita quemada.
Nunca he visto...
nunca he podido imaginarme
la lluvia cayendo sobre la Gran Salina.
Yo no tengo objetivos pero me gusta objetivar.
Desde chico intenté cortar una gota de agua en dos
(con una tijera).
Aún hoy intento,
apartando las cosas de la mesa
o ahuyentando amigos,
imitar, imaginarme, la lluvia sobre la Gran Salina.
Tomo una plancha caliente y le salpico gotas de agua.
Pero aunque pueda imaginarme todo,
nunca podré imaginarme
el olor a salina mojada.
Anoche llegué a mi casa a las tres de la mañana.
En la oscuridad, tropecé con un mueble...
y allí nomás me quedé pensando
en lo que no quería pensar...
en lo que creía bien olvidado!
Pero en realidad me estaba escapando
del sueño estremecedor de la Gran Salina.
Y ahora me interrogo a mí mismo
como si estuviera preso y declarara:
"La Gran Salina o Salina Grande
está situada al norte de Córdoba,
cerca (o dentro, no recuerdo)
del límite con Santiago del Estero."
Estoy mirando el mapa...
pero esto no explica nada.
La caja de fósforos queda vacía
a las cuatro de la mañana
y yo me palpo a mí mismo, desesperado,
con el cigarrillo en la boca...
Habría que inventar el fuego, pensarían algunos.
Yo en cambio pienso en los reflejos del tren
que pasa de noche junto al río Salado.
No puedo dormir cuando viajando de noche
sé que tengo a mi derecha
el río Salado.
Paro aun así sigo escapando del gran misterio...
del misterio de la sal inagotable de la Gran Salina.
Recuerdo cuando arrojábamos impunemente naranjas chupadas
al espejo ciego y enceguecedor de la Gran Salina.
A la siesta, cuando la resolana enceguece más que el sol.
Esperábamos llegar a Tucumán a las siete
y a las dos de la tarde tuvimos que cambiar una rueda
junto a la Gran Salina.
Un diario volaba por el aire...
el sol calcinaba las arrugadas noticias del mundo
del diario que caía sobre la Gran Salina.
Y vi pasar varios trenes
y hasta un jet...
Los pasajeros de los Caravelle
o de los Bac One-Eleven,
no saben que esa mancha azulada,
que a lo mejor están viendo en este mismo momento,
desde ocho mil metros de altura,
esa mancha azulada que permanece durante escasos minutos,
es la Gran Salina,
la Salina Grande.
Pero el jet anda muy alto.
La Gran Salina no conoce su sombra que pasa.
Los pasajeros del jet duermen...
se sienten muy seguros.
En el jet no hay paracaídas.
Los jets no caen. Explotan.
Hace unos años,
un avión que no era un jet volaba, creo, sobre Santa Fe.
De pronto se abrió una puerta
y una camarera tuvo que obedecer calladita
a las sagradas leyes de la física,
y demostrar su inequívoco apego a la ley de la gravedad.
Una ley dura como las piedras metidas en la boca de Demóstenes
que, según dicen, hablaba mucho.
Aquí hay que hacer un minuto de silencio.
Primero, por la dócil camarera sin cama del avión.
Después, por las palabras muertas,
muertas por no decir nada...
misterio, por ejemplo,
que sirve para no explicar lo inexplicable,
lo que yo siento cuando pienso en la Gran Salina,
lo que traté de no pensar un día que caminaba por la Gran Salina
tratando de distraerme y de no pensar dónde estaba,
escuchando una canción de Leo Dan
que pasaba LV12 Radio Aconquija
y el Concierto en sol de Ravel por la filial de Radio Nacional.
¿Qué pensaría Ravel, el finado,
si caminara como yo en ese momento
por la Gran Salina.
Ravel, púdico sentimental,
te imagino tocando el piano que hoy vi colgado
entre el piso 12 y el piso 13.
Sí, pobre Ravel de 1932
con un tumor en la cabeza que ya no lo dejaba componer.
Ravel tocando solo,
de noche (pero eso sí, absolutamente solo)
los "Valses nobles y sentimentales" en medio de la Gran Salina.
Estoy seguro que se hubiera interrumpido
al escuchar el silbato lejano de la locomotora,
para ver el haz de luz a la distancia
y la penumbra sobre la Gran Salina.
Días pasados fui al Hospital.
Hace años yo andaba por allí,
despreocupado y con mi guardapolvo blanco.
Pero ahora, de simple paciente,
sentí el ruidito angustioso
¡Trank!
de la máquina de sacar radiografías.
¡Y que pase otro! gritó el enfermero.
Pero el otro no podrá explicarme
por qué tengo sed,
por qué voy detrás del agua cautiva de la botella
y de la sal capturada en el salero,
yo, tan luego yo,
capturado en el sueño de la Gran Salina.
Un amigo, alto funcionario estatal,
me ofreció su pase libre para viajar por todo el país.
Total, me dijo, es un pase innominado,
cualquiera lo puede usar...
si se lo presto.
El pase sin nombre me deslumbró
como la marca de la cubierta que leí y releí
cuando cambiábamos la rueda junto a la Gran Salina.
Pero después pensé en Tucumán
(mi segunda provincia)
y en las vértebras azules del Aconquija
horadando las nubes blancas.
Ahora me entero que mi amigo,
el del pase sin nombre,
se separó de la mujer.
Aquí me callo...
Pero el silencio me hace pensar ahora
en lo que no quise pensar cuando miré el pase sin nombre que me ofrecían,
en lo que dejé de pensar hace un momento...
cuando vi pasar el ascensor con una mujer silenciosa
que no me quiso llevar.
Olvidemos el ascensor perdido
y pensemos de nuevo, de frente, en la sal
(cloruro de sodio)
y en el misterio...
Pero como nada es misterio
hagamos una traducción de apuro:
miss Terio
o miss Tedio
o chica rodeada de teros asustados
o algo por el estilo.
Pero no hay distracción que valga.
El ayudante de cocina del vagón comedor
se rasca la cabeza de tanto en tanto
pero sigue pelando papas sin distraerse
en el tren que se acerca a la Gran Salina.
Y el ascensor perdido con la mujer silenciosa
sigue recorriendo kilómetros entre la planta baja
y el piso quince.
El sastre de enfrente que ya comió
se asoma a tomar aire con el metro colgado en el cuello.
Yo pienso en comer, como se ve...
Son exactamente las 14 horas, 8 minutos, 30 segundos.
Y también, no sé por qué,
pienso en el acorazado de bolsillo Graf Spee
que en los comienzos de la última guerra
se suicidó antes que su capitán
frente a Punta del Este.
El Graf Spee yace a treinta metros de profundidad.
Ya nadie se acuerda de él.
Ni siquiera los hombres-rana
que bajaron a explorar sus entrañas.
Pero hasta los hombre-rana
salen a comer a mediodía.
Y a veces, para comer,
sólo se quitan las antiparras y los tubos de oxígeno.
Todavía hay gente que se asombra viendo comer a esos hombres...
con patas de rana.
Los hombres-rana reclaman al mozo la sal que se olvidó!
Dale!... Dale!
Hoy almuerzo con amigos
(si es que no se fueron).
Miraré de costado la sal y pediré pimienta en vez,
porque tengo miedo de quedarme callado,
ya se sabe por qué.
No quiero quedarme callado
ni distraerme,
ya se sabe por qué.
En realidad no se sabe nada
del sueño de la pilas,
de la lluvia sobre la sal,
de la chica del ascensor,
del sastre asomado con el metro colgado
o del tren que pasa de noche indiferente
junto a lo que ya se sabe
y no se sabe.
....................................................
....................................................
....................................................
Hace años creía
que "después del almuerzo es otra cosa"...
es decir que las cosas son otras
después del almuerzo.
Este poema (llamémoslo así),
partido en dos por el almuerzo
y reanudado después, me contradice.
No comí postre.
¡Siento la boca salada!
Pero no voy a insistir.
El domingo pasado,
en casa de un amigo poeta,
conocí a un chileno novelista e izquierdista
que se fue a Pekín y que, posiblemente,
no vuelva a ver en mi vida.
Tímidamente, entre cinco porteños y un chileno izquierdista,
metí una frase de Lautréamont
que como buen franchute es uruguayo
y si es uruguayo es entrerriano.
Una frase (salada) para terminar (o interrumpir) este poema:
"Toda el agua del mar no bastaría para lavar una mancha de sangre intelectual".



QUINCE MINUTOS DESPUÉS
A Celia, siempre

Estaba ordenando las cosas para salir... 
Y mientras ordenaba mis cosas 
veía al lobo, 
al lobo que fui y no sé si al lobo que seré... 
La palabra "cinzas", una palabra en una canción de Wilson Simonal, 
me atrae... 
Una palabra que no puede traducirse como cenizas, en castellano. 
Una palabra que resplandece como los ojos de los gatos en la oscuridad. 
O los faros de los coches en la ruta pavimentada, 
cuando la noche se hace madrugada 
entre Córdoba y Villa María. 
Salí de mi casa para verte, 
con todas esas cosas en la cabeza... 
lobo aullando junto a la "cinza" resplandeciente... 
ojos de gato en la oscuridad, 
faros de coches sonámbulos que se acercan y se alejan de Córdoba. 
Y llegué quince minutos después... 
No quisiste hablar. 
"Ya se me va a pasar", dijiste. 
Y durante un tiempo largo nos miramos en silencio. 
El plato vacío, 
el tuyo y el mío, 
eran más blancos que nunca. 
Y después vino el pedido. 
¡A llenar el plato! 
¡Tu plato y el mío! 
Y empezaste a hablar... 
¡Y hablamos! 
Después de comer, un paseo. 
El sol no estaba... 
pero en ese momento, qué importancia tenía? 
Yo me sentía un inmenso pancito de azúcar 
rodeado de árboles muy verdes. 
Los trenes que pasaban a lo lejos 
eran un poco tus caricias tímidas, 
tus miradas 
Un perro trataba de jugar al fútbol 
con dos chicos. 
Un avioncito con motor giraba y giraba. 
El paseo, el descanso, era un vuelo. 
Y después el cine.
Un cine de domingo nublado. 
Un cine de madera blanca, 
donde la película, buena y todo, 
al fin y al cabo, fue lo de menos. 
Después salimos. 
Nos bastaban apenas 
unas pocas palabras. 
Y después... 
Después siempre. 
Pero yo recuerdo.


POSFACIO CON DEUDAS


     No sé cómo empezar esto pero empiezo nomás.  Hoy estaba almorzando en una pizzería y oí una conversación telefónica del cajero que estaba detrás del mostrador.  “Escúcheme don Juan –decía el cajero-, la verdad es que cuando hablo con usted salen cositas…”.  Se hablaba de comprar muy barato un hotel alojamiento por parte del cajero y de su invisible interlocutor.  Hotel alojamiento aparte, lo importante era el cajero hablado.

     No existen los poetas, existen los hablados por la poesía.

     Cuando uno llama por  teléfono al médico que se fue a Mar del Plata, una cinta magnética responde: “Esto es una grabación.”

     Pues bien, así como eso es una grabación, lo que estoy escribiendo no es una justificación, es un agradecimiento, un hablar de deudas.

    En realidad no es obligatorio leer lo que estoy escribiendo.  Nadie espere una explicación de este libro.  Simplemente quiero agradecer y de paso…Pero por’ai, y ese es el riesgo, lo que está adelante puede ser interpretado como el prólogo  de esto, es decir que este es el fondo de la cosa, el fondo de la casa de mi infancia en Paraná entre durazneros, mandarinos, yuyos, ortigas  y gatos vagos, negros, barcinos y atigrados.

     Mi agradecimiento es para la gente que habla, para la gente que se mueve, mira, ríe, gesticula…para la gente que constantemente me está enviando esos mensajes fuera de contexto, esos mensajes que escapan de la convención de la vida lineal y alienada.

     Las conversaciones de borrachos son a veces obras maestras del sinsentido, del puro juego de los significantes.  Mi agradecimiento también.

     La música es un lenguaje de puros significantes, es el gran arte.  Y yo me muero de envidia, porque en realidad soy un músico fracasado.  Pero la música, en especial el jazz moderno en permanente evolución, ha sido y es lo único que me ha enseñado la verdadera estética operativa.

    Macedonio Fernández me ayudó a redescubrir ese mundo que yo quería olvidar  tal vez para poder trepar mejor…Un buen día me encontré en Buenos Aires con que quería irme a Europa…Evidentemente estaba a un pelo de ser porteño.  Pero no me fui a Europa, ni creo que me vaya nunca.  No señor, ni beca ni vaca, me quedo aquí.

     Macedonio Fernández me hizo comprender que las reuniones de argentinos, incluso en Buenos Aires, son largas ruedas de mate, donde uno charla, se ríe y se pone triste…Que esas reuniones son verdaderas fiestas de lenguaje.

     Yo me he reído con estos (¿mis?) poemas, y por momentos dejé de reír.  Pero eso es cosa mía.  No sé si pasa algo.  Gracias, Macedonio, de todos modos, por atajarme y explicar, es decir por hablar de lo que se es hablado.

     Todo lo que digo puede parecer muy racionalista, pero en realidad soy entrerriano primero, después tucumano y salteño.  Mis amigos de aquí me acusan de franchute.  Realmente no sé qué decir.

     La verdad, y eso no lo discute nadie, es que nací en la década del veinte mitad más o menos, es decir que estoy más lejos del nacimiento que de su antípoda.

     No tengo nada que ver con el populismo ni con la filosofía derrotista del tango.  Soy entrerriano, medio tucumano y salteño, en Buenos Aires.  Una especie de “entrerriano, etc., etc., hasta la muerte” que vive en Buenos Aires, así como hay “argentinos hasta la muerte” que viven en París.  En fin, ¡no hay belga que valga!

     Hablar de la humanidad en abstracto me parece el colmo de la pedantería, paternalismo y solemnidad (las cosas que odio más).  El hombre es para mí mis amigas y amigos, presentes, pasados y futuros, y también mis enemigos.  No soy místico, no quiero salvar a nadie, sólo quiero.

     Soy ateo, como Dorotea y Timoteo.  Prefiero el Libro de los Muertos, egipcio, y el Gilgamesh, asirio, llenos de palabras que evocan hombres como mis amigas y amigos, y no el libro de cabecera de los poetas y los capitalistas norteamericanos.

     No creo en la poesía cantada ni recitada. (No creo en el café concert para desculpabilizar empresarios izquierdistas.)

     La poesía debe leerse.  La única poesía que no se lee es la de los actos y las palabras que no se proponen ser poéticas.

     En fin, el lenguaje es para mí la única realidad.  Esto no es ninguna novedad, es una simple afirmación.  Si  la realidad está en alguna parte, está en el lenguaje.

     La primera tarea del hablado por la poesía ha sido nombrar las cosas, las cosas que no son las cosas sin las palabras.  Pienso que el realmente hablado por la poesía es el que sigue y seguirá nombrando las cosas, es decir cambiándolas, transformándolas continuamente.  La poesía es renovación, subversión permanente.

     Insisto en que no hay poetas, hay simples vectores de poesía.

     En un verano de cuarenta y cuatro grados en un pueblo de Santiago del Estero me acordé de los que se dicen poetas cuando vi en una canilla reseca unas moscas que hubieran dado todo por una gota de agua.  Así es, los llamados poetas se disputan las canillas, pero el agua no les pertenece…ni la tierra, ni el aire, ni nada.  ¡Hay que conformarse nada menos que con las palabras!

     No creo en los géneros literarios.  Cada persona tiene su propio discurso permanente, un río perenne y subterráneo que constantemente amenaza desbordarse.  La mayoría de la gente le pone diques, pero así y todo a veces su rumor se escucha.   La prosa es poesía o nada.  Entre la escritura que llena toda la página y la que no la llena hay sólo una diferencia de escandido, de tempo, de períodos.  Es un poco, pero muy a grandes rasgos, la diferencia entre la música sinfónica y la de cámara.

     En suma, las fuentes de la poesía están en la infracción constante de la convención que nos vendieron como realidad.   En todo lo gratuito, en el amor, en el lenguaje de los chicos, en las conversaciones sin límite de tiempo (...¡tómese otro mate!), en las situaciones límite en que los discursos de los otros movilizan enérgicamente el discurso de uno y viceversa. 


(de “La obsesión del espacio”, 1972)




Todos los textos fueron extraídos de Ahora o nunca. Poesía Reunida, Bs. As., Argonauta 2009.




RICARDO ZELARAYÁN (Argentina, 1922-2010)